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Una visión marxista

La nueva ruta de la Seda y las dos cadenas imperialistas

Fuentes: Rebelión

“El hombre sin perspectiva no tiene valor” (Aristóteles)

Decía Brzezinski, en su libro “El gran tablero mundial”, que quién controlara Eurasia controlaría el mundo, y no es una frase para la galería. Esta afirmación era la actualización de la conferencia en 1904 de Halford Mackinder -el creador del término “geopolítica-, en la Royal Geographical Society británica, donde consideraba que dominaría el mundo quien dominase la isla Eurasia, ese amplio territorio que se extiende desde la Europa Occidental hasta Vladivostok en la parte asiática de Rusia, incluyendo toda Asia, el Medio Oriente y África en ella.“Quien domina la zona central de esos territorios domina la isla Eurasia y quien domina a esta domina el mundo”.

En ese marco geográfico que une Europa con Asia, se concentra el 70% de la población mundial, el 75% de las reservas de energía conocidas y se genera el 55% del PIB mundial. Estamos hablando de lo que el presidente chino Xi Jinping señalo como el proyecto “Una Franja, Una Ruta”, y que es más conocida como la “nueva ruta de la seda”, en un periodo en que todo el mundo está intentando contestar a la propuesta que formulo Sarkozy en el 2008, cuando el sistema financiero mundial estaba al borde del colapso, hay que “refundar el capitalismo”. El gobierno chino se han puesto a la tarea a su manera, que inevitablemente va a tener grandes consecuencias.

Aquí intentaremos dar una perspectiva marxista, en el marco de la gravísima crisis social, política y económica que sufre el capitalismo desde el 2007, agudizada por el estallido de la pandemia, y que consecuencias tendrá en ese proyecto que es “refundar el capitalismo” al que se apuntan todos, del capitalismo verde al negro.

Frente a proyectos de este calibre la clase obrera no puede permanecer en silencio, puesto que de cuajar modificaran la estructura de poder dentro de las potencias imperialistas, por lo que es evidente que no se va a producir sin grandes dosis de violencia; el capitalismo solo conoce una manera para ganar la hegemonía, la fuerza… todo lo demás es preparatorio, “guerra de posiciones” que solo auguran una “guerra de movimientos”.

La clase obrera, si no quiere ser “carne de cañón” y el marxismo como la ciencia de la revolución que es, tienen que conocer, estudiar y prepararse para esos cambios. Frente a la “refundación” del capitalismo, sea verde, sea la Nueva Ruta de la Seda y su contrapartida el “EEUU ha vuelto” de Biden y sus inversiones multimillonarios el marxismo tiene que actualizar sus tesis en la lucha por la revolución socialista; si no la tendencia va a ser al empantanamiento social por la inasistencia de la dirección revolucionaria a su cita con la historia; y por Gramsci sabemos qué pasa “cuando lo nuevo no acaba de nacer, y lo viejo no acaba de morir”.

Los marxistas no podemos seguir contestando con los esquemas de 1945 a la realidad del siglo XXI; seríamos antidialécticos sino fuéramos capaces de concebir el presente en su cambio. Lo que es no es lo que fue, es otra cosa, aunque el contenido social se mantenga; delimitar lo que fue y lo que es, es la clave para entender el futuro. Sin esta capacidad estamos condenados a ser Sísifo intentando subir la piedra siempre de la misma manera, cuando la montaña ha cambiado: ¿en qué ha cambiado?, ¿hasta qué punto ha cambiado?, ¿hacia dónde ha cambiado?, ¿cómo y por qué ha cambiado?, ¿cómo encaramos esos cambios?

Y la pregunta del millón, ¿la revolución socialista sigue siendo el eje de la cuestión?, o es lo que dicen casi todos los que, desde el pos marxismo hasta los nuevos libertarios, ya han renunciado a la revolución social. Como reconoce abiertamente Carlos Taibo “(…) es más que probable que (…) nuestros ancestros anarquistas o anarcosindicalistas recibiesen con cierto recelo la propuesta de construir espacios autónomos autogestionados. Acaso replicarían que en la época gloriosa del sindicalismo de combate su objetivo era, antes bien, y sin medias tintas, expropiar el capital. Hemos ido retrocediendo tanto que ese objetivo nos queda hoy, infelizmente, muy lejos” (Ante el Colapso, pág. 91/92). Toda una declaración de principios en un libro que se titula “Ante el Colapso”.

Estas es la discusión, ante el colapso del capitalismo y / o su refundación, ¿qué decimos los que, cómo los anarquistas “ancestrales”, seguimos reivindicando la expropiación del capitalismo y la revolución social?.

Qué es la NRS

La Nueva Ruta de la Seda, con esa forma tan «poética» de los chinos, no es otra cosa que la manifestación concreta de la necesidad del capital chino de encontrar nuevos mercados en los que invertir, en busca de una rentabilidad que en sus fronteras está bajando; puesto que aunque no se puede decir que estén en recesión, es evidente que los crecimientos de dos dígitos de la economía china es cosa del pasado.

Han acumulado cerca de 3 billones de euros en divisas, tienen un potencial industrial que los ha convertido en la 2ª economía del mundo, … La guerra comercial desatada por los EE UU les está afectando, y tienen que buscar otros mercados donde invertir ese capital y donde vender las mercancías que iban destinadas a los USA. Ningún capitalista con un mínimo de sentido común puede admitir que todo ese capital y esa fuerza interna industrial quede ociosa: el lema del capitalismo es claro, “camina o revienta”.

China no es una excepción: el proyecto de la NRS es el de la internacionalización definitiva china que hasta ahora era del 20% de su PIB, frente al 50 o 60% otras economías mucho más internacionalizadas (Alemania, Japón) (Piketty, Capital e Ideología); ya no como receptora de inversiones, sino como exportadora de capital. Ese paso lo dieron a finales del siglo XIX las burguesías francesas y británica, cuando comenzaron a invertir en activos en el extranjero buscando una rentabilidad que dentro de sus fronteras no encontraban. Ellos tuvieron la ventaja de contar con grandes imperios coloniales; cosa que no sucedía con las potencias emergentes del momento, los EE UU, Alemania y Japón.

Los EE UU lo dieron con la doctrina Monroe, «América para los Americanos», y las exigencias clamando por la libertad de comercio del presidente Teodoro W Rooswelt a comienzos del siglo XX; Alemania, por su parte, ya había provocado la I Guerra, y Hitler la puso de manifiesto con el famoso «espacio vital» que desató la II Guerra Mundial.

Cuando el gobierno de Xi la propuso al mundo, se comprometió a una inversión global de 1.4 billones de dólares en infraestructuras y préstamos; de los que 300 mil millones eran para el 2015. Además, esta inversión incluía la contribución de 40 mil millones para el Fondo de la Ruta de la Seda, y un capital inicial de 100 mil millones para el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (especial de La Vanguardia del 2017, Todos los Caminos conducen a Beijing)

El proyecto impulsado tiene derivaciones en otras partes del mundo, como la construcción de un nuevo canal entre el Atlántico y el Pacífico en Nicaragua, en competencia al de Panamá controlado por los EE UU. En el 2017 ya se habían sumado a 64 estados del mundo, entre ellos la Unión Europea y Rusia.

La Nueva Ruta de la Seda, supone la creación de una franja económica desde China hasta Europa, que no se ciñe a las rutas terrestres, sino con variaciones marítimas que está modificando alianzas políticas, como la instalación de puertos en Pakistán, viejo aliado de los EE UU. El proyecto incluye la creación de un “collar de perlas” de puertos, infraestructuras costeras y bases militares que van de Asia a África Oriental, hasta el Mar Mediterráneo. En este camino, el capital chino ya se ha hecho con el puerto griego del El Pireo y otro en Sires, al sur de Portugal -quien ya emite deuda publica en yuanes-, como puerta de entrada en la Unión Europea.

La creación de dos vías, la terrestre y la marítima, están relacionadas como vía comercial, y tienen como fecha tope el 2049, centenario de la revolución china. Todo un símbolo para el pueblo chino, puesto que fue cuando se liberó de todas las ataduras coloniales de los dos últimos siglos, de la británica, de la japonesa, de la francesa. No se puede obviar que fue la revolución de 1949 la que sentó las bases para el desarrollo industrial chino, al destruir definitivamente las estructuras políticas y económicas anquilosadas de la vieja China imperial. Posteriormente, la restauración del capitalismo en China tuvo una continuidad institucional alrededor del Partido Comunista, que dio un verdadero “salto adelante” en su integración en el mundo capitalista con la derrota del pueblo en Tiannamen,

Es la consecuencia lógica de la política de Deng Tsiao Ping, quien tras imponerse en los 80 a la llamada “banda de los cuatro” que defendían la ortodoxia burocrática maoísta en la lucha por la herencia de Mao, supuso la destrucción de los frenos del proyecto de reconstrucción capitalista, al crear las zonas francas donde los imperialismos pudieron invertir a placer.

Pero Deng, como la burocracia del PCCh eran conscientes -tenían en la memoria el pasado reciente del colonialismo europeo y la “diplomacia de las cañoneras” de las guerras el opio del siglo XIX- que o controlaban el proceso desde el aparato, o volverían a ser carne de coolie, que era como se conocían los emigrantes chinos en los EE UU del siglo XIX. Abrieron las puertas al imperialismo, si, pero mantuvieron el control estricto de la industria pesada y la banca, que siguen siendo estatales, y a través de los cuales marcan los ritmos de la economía china. Tan es así, que siguen haciendo planes quinquenales, y dejan poco al albur de la “mano oscura del mercado”.

La NRS en el marco de la decadencia del sistema capitalista

La crisis detonada en el 2007 es de la que no dejan títere con cabeza, pues es el cierre de todo un ciclo que comenzó en los 70, con la llamada crisis del petróleo; el ciclo del neoliberalismo como huida hacia adelante en la decadencia capitalista.

Decía Marx que un sistema no desaparece hasta que no haya desarrollado todas las fuerzas productivas que lleva en su seno; pero no se pueden hacer interpretaciones mecánicas ni deterministas. El capitalismo, que en los años 30 había llegado a su tope, encontró en la destrucción masiva de la II Guerra Mundial, una vía de escape a ese tope que Trotski señalara en el Programa de Transición (“las fuerzas productivas han dejado de crecer”) lo que le permitió matar dos pájaros de un tiro, uno, un nuevo periodo de desarrollo de las fuerzas productivas a raíz de esa destrucción, dos, resolver la contradicción entre las grandes potencias mundiales, en pugna por el control de los mercados mundiales.

La última mitad del siglo XX se caracteriza tanto por la hegemonía política y militar norteamericana absoluta expresada en los pactos de Yalta, Postdam y Bretton Woods, que dieron origen a la ONU, el FMI y a la OTAN, como porque esta hegemonía está basada en el control que mantiene sobre el mercado mundial fruto de su victoria en la II guerra frente a su gran competidor, Alemania, y la marginación de las dos potencias precedentes, Gran Bretaña y Francia; así como por la existencia de una alternativa al capitalismo encarnada en la URSS y los estados que van expropiando al capitalismo en esos años, China, el Este Europeo, Cuba … hasta llegar a Vietnam.

La acumulación de capital realizada por el capitalismo norteamericano en los años de la guerra junto con la aparición de nuevos sectores económicos que amplían la base productiva del sistema, sobre todo en la industria del ocio (cine, TV, …) y al creciente peso del llamado “complejo militar industrial” alimentado por el “anticomunismo”, hacen de los “30 gloriosos” el periodo de desarrollo económico más importante de la historia. Había dinero contante y sonante para engrasar el sistema.

Por otro lado, la existencia de una alternativa social al capitalismo encarnado en los estados obreros, junto con las luchas revolucionarias que se produjeron al final de la guerra, unos victoriosos como China o Yugoslavia, otros derrotados como Italia o Grecia, atemorizaron a la burguesía imperialista; para evitar una oleada revolucionaria como la que siguió a la I Guerra Mundial, y contando con ese “dinero contante y sonante”, desarrollaron lo que se llamó el Estado del Bienestar en medio mundo; que no significaba otra cosa que incorporar al estado burgués reivindicaciones sociales que hasta ese momento se garantizaban desde las organizaciones obreras, como es el sistema público de pensiones, la seguridad social, el seguro de desempleo, la educación.

Con las sobras del capital acumulado en los años de la guerra y postguerra, el estado asumió como suyas estas reivindicaciones, y estableció a través de las organizaciones obreras (los Partidos Comunistas y la disolución de la III Internacional) un pacto social; la clase obrera renunciaba a la revolución a cambio de que se garantizaban esas conquistas sociales y el voto democrático, o lo que es lo mismo, la política de “coexistencia pacífica” de la URSS. La lucha revolucionaria salía de los centros imperialistas como Europa o los EE UU, para quedar confinada en el llamado Tercer Mundo.

Todo este entramado construido alrededor del poder norteamericano sufre un golpe en su línea de flotación cuando en 1971 el presidente Nixon anuncia la ruptura del acuerdo de Bretton Woods y la paridad dólar-oro por la exigencia del imperialismo francés en boca de Giscard d’Estaing cuando pidió acabar con ese “privilegio”. Este acuerdo se basaba en que el potencial económico norteamericano era tan grande -y lo era, los EE UU suponían el 40% del PIB mundial, y dominaban más del 50% del comercio mundial-, que el valor del dólar era tan seguro como el del oro; y toda la economía mundial giraba alrededor de ese binomio.

La ruptura del patrón “dólar oro” es el reconocimiento de la profunda crisis que comenzaban a atravesar los EE UU, incapaces de sostener esa paridad; la economía norteamericana comenzaba a dar signos de agotamiento como potencia hegemónica. El presidente Nixon la rompe y deja la moneda en flotación. En economía, como en política, como en las ciencias físicas, existe la inercia, y la economía norteamericana tiene una fuerza poderosa que impulsa esa inercia llamado “poder absoluto militar” y control de las instituciones de crédito internacional construidas sobre Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial. Esto le permite utilizar el dólar en flotación como moneda refugio, puesto que no existe alternativa a ese poderío.

Ningún otro estado imperialista tenía la capacidad de oponerse a unos EE UU en crisis; y el dólar se convierte en la gran herramienta económica para evitar el desastre. Ni la libra, ni el marco, ni el franco, ni el yen, ni ahora el euro, tienen capacidad para ser monedas refugio como el dólar, lo que mantiene a los EE UU en la cabeza del imperialismo. Sin embargo no pueden evitar que en todos los rubros de participación de la economía yanqui en el PIB mundial y el control efectivo del comercio mundial comiencen a caer. Del 40% del PIB mundial o el 50% del comercio mundial, se pasa a la situación actual de no más del 20 y 25% respectivamente. Los enanos le crecen en sus narices, y no puede hacer nada por evitarlo, salvo fanfarronear (cuidado, los fanfarrones con tanto poder militar son unos genocidas) y darle a la máquina de hacer dólares.

La respuesta del capitalismo a la crisis de los 70, en fin, tiene un nombre: neoliberalismo; es decir, frente a la caída de la tasa de ganancia desde los años 40 a los exiguos porcentajes de los años 70, el capital aplica todas las fuerzas contrarrestantes que Marx señalara para evitar esa caída.

1.- busca ampliar el comercio mundial, profundizando en la ofensiva por restaurar el capitalismo en los estados obreros; fue la “guerra de las galaxias” de Reagan.

2.- amplía la base productiva del sistema, con las privatizaciones masivas de industrias y servicios públicos rentables. Aquí hay que introducir la informatización que el mundo vivió desde los años 80 hasta hoy, que ha generado la aparición de nuevos sectores productivos.

3.-destrucción de fuerzas productivas: absolutamente todas las potencias imperialistas sufren procesos de reconversión industrial y deslocalizaciones muy semejantes, hasta los “cinturones del óxido”, fábricas cerradas y ciudades industriales hoy en desguace.

4.- reducción del valor trabajo a través el aumento de los ritmos en la distribución (¡Amazon, Alibaba, Inditex, … ), incrementando la reproducción ampliada del capital, de las deslocalizaciones masivas y de las sucesivas reformas laborales que se imponen en las potencias imperialistas, que han conducido a la situación actual.

Este proceso tiene una pata fundamental, la restauración del capitalismo en los estados obreros burocráticos; pues ellos aportarían, y aportaron, cambios cualitativos a las cuatro fuerzas contrarrestantes. Aportarían mano de obra barata y cualificada donde deslocalizar la industria no rentable por los altos costes laborales, abriría nuevos mercados haciendo crecer el comercio mundial, y ampliaría la base productiva del sistema con las nuevas empresas privatizadas.

A lo largo de los 80 el capital con Reagan y Thatcher al frente tienen como objetivo central acabar con lo que para ellos es una excepción histórica (el “no hay alternativa al capitalismo” de Thatcher), que un tercio de la población mundial escape al mercado y la explotación. La política de las burocracias estalinistas, en sus más diversas variantes castrista, soviética, china o vietnamita, abrirán las puertas a esa restauración.

La restauración del capitalismo en los 90 les permitirá tener un balón de oxígeno y una recuperación relativa de la tasa de ganancia, sobre la base de esa huida hacia adelante que es el neoliberalismo. Es una huida hacia adelante porque no resuelve ninguno de los problemas que condujeron a la crisis de los 70; no se crea una nueva base industrial poderosa, sino que la cambia de lugar (deslocalización), se amplía el mercado mundial sobre la base del crédito con un crecimiento exponencial de la deuda privada y pública, y se aumenta la productividad no por la incorporación de nuevas formas de trabajar que reduzcan el tiempo de trabajo socialmente necesario; sino sobre la base del empeoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera. A diferencia de periodos anteriores, donde cada desarrollo del capitalismo iba acompañado, no sin duras luchas (nadie ha regalado nada), de mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores / as; los años del neoliberalismo son todo lo contrario, las mejoras técnicas del trabajo solo redundan en más retrocesos.

Algunas consideraciones teóricas

I.- Imperio vs. Imperialismo capitalista

Con un método muy típico procedente del simplismo maniqueo con el que estalinismo analizaba la realidad, esta confusión entre “imperio” e “imperialismo” actual fue alimentada por los análisis de sectores de la izquierda pos moderna, Toni Negri a la cabeza; que cuando quisieron dar una explicación a la acelerada globalización capitalista de los años 90 y comienzos del siglo XXI, retomaron la vieja caracterización de un sector de la socialdemocracia alemana, la teoría del Hiper imperialismo.

Kautski al final tendría razón, y el mundo habría llegado a esa fase “hiperimperialista” en la que 200 grandes corporaciones multinacionales dominaban el mundo. Los estados, en estas condiciones, perderían su papel central, puesto que las decisiones quedaban en manos de esas 200 corporaciones. El castro chavismo, con ese simplismo que les caracteriza, ubicaban geográficamente ese “hiperimperialismo” en los EE UU; el “imperio” que domina el mundo tiene ojos y cara, la del Tio Sam. Los demás, en mayor o menor medida, eran las marionetas de ese “estado hiperimperialista” al que solo unos dirigentes y países heroicos se le enfrentan; la Cuba de Castro, Venezuela de Chavez, la Siria de Al Assad, la Corea del Norte de Kim, y los más atrevidos incluyen a la Rusia de Putin y la China de Xi. En esta contradicción, quien no está con estos “heroicos dirigentes antiimperialistas” está con el imperio, es decir, con los EE UU.

Más allá de las criminales consecuencias políticas de este simplismo, está un elemento teórico que desarma a toda la izquierda; la confusión del concepto de “imperio” con el de “imperialismo capitalista” asimilado al colonialismo del siglo XIX, cuando son cosas diferentes.
Engels, anticipando a Lenin en Imperialismo Fase Superior del Capitalismo, define a las grandes corporaciones como “una cuadrilla de cortadores de cupones” que no tienen un papel directo en la gestión de la propiedad, sino que delegan en gestores y administradores, mientras ellos se enriquecen. Pero, ¿de dónde sale esa riqueza?. Según nuestros castro chavistas, del saqueo de las riquezas y materias primas por parte del “imperio” del resto del mundo: los yanquis son ávidos ladrones de materias primas y por eso son imperialistas; esta es su lógica reaccionaria y nacionalista (luego veremos por qué).

Lenin desarrolló esta tesis que Engels circunscribia fundamentalmente a la Inglaterra de finales del XIX, y la extendió a todo el mundo. La tesis leninista del imperialismo es la opuesta por el vértice a la versión nacionalista del castro chavismo. El imperialismo se define por una relación desigual entre la potencia y la semicolonia a través del intercambio y la exportación de capital. Una potencia imperialista no solo quiere las riquezas materiales (materias primas) de la semicolonia, sino que a través de la inversión de capital, sea por la deslocalización sea por la devolución de préstamos a empresas de esa nación, lo que busca es la parte del león de la plusvalía generada por los trabajadores / as nativos.

El saqueo de las materias primas es lo que une el viejo “imperio” colonialista con el nuevo imperialismo capitalista; lo que le diferencia es eso, que este es capitalista en la fase del capital financiero, es decir, basa la acumulación de capital en la explotación de la clase obrera, en la tasa de ganancia que extrae de sus inversiones de capital. Al no entender esta diferencia cualitativa, nuestros castro chavistas quedan atados a las burguesías nacionales en su perspectiva anticolonial, … pero pierden de vista totalmente la perspectiva anticapitalista.

Una burguesía nacional, ligada a la producción de materias primas, puede entrar en contradicción con el capital financiero de la potencia imperialista (desde Cárdenas hasta Allende, Chavez o Nasser, los ejemplos son innumerables), y enfrentarse a ella para negociar una mejor cuota en ese saqueo; pero esa burguesía nacional lo que nunca hará, es atentar contra su esencia como capitalistas nacionales.

II.- Las contradicciones intercapitalistas y las interimperialistas

El capitalismo se forjó en Europa, y desde ella en todo el mundo, a través de sucesivas guerras que fueron dando forma a los estados actuales; eran, por decirlo de alguna manera guerras “entre iguales”. Aunque en el siglo XIX había dos grandes potencias, Gran Bretaña y Francia, que se repartían el mundo, todos los demás estados burgueses como los decrépitos imperios coloniales (España y Portugal) o bien nacientes naciones burguesas recién constituidas, como los EE UU, Alemania, Italia, Japón, México, Argentina, Brasil, etc., que buscaban “su lugar” en el mercado mundial.

La fuerza fue delimitando qué naciones llegarían a ser potencias imperialistas y cuáles iban a tener preeminencia en el futuro, porque a fines del siglo XIX Gran Bretaña, la gran potencia hegemónica, comenzaba a dar síntomas de agotamiento; se había convertido en lo que Lenin llamaría, estado usurero, donde una pequeña camarilla se enriquecía por el corte del cupón con una relación con la producción industrial del mundo de sanguijuela y por el control de los mares que ejercía la Royal Navy.

Las guerras entre México y los EE UU, alrededor de la soberanía de Texas, se convirtieron en la condena de México y la subida de los EE UU al podio de potencia regional con aspiraciones imperiales. La guerra entre Prusia y Francia, de la que saldría la Alemania de Bismarck, demostró la más que evidente decadencia del capitalismo francés, y la guerra entre Japón y Rusia puso a estos delante de su realidad, eran la carcasa de un imperio aristocrático incapaz de enfrentar al pujante capitalismo nipón.

Eran contradicciones intercapitalistas, no entre una potencia imperialista y la colonia, como equivocadamente se analiza desde sectores de la izquierda latinoamericana para justificar su supuesto antiimperialismo. La guerra entre México y los EE UU fue entre dos naciones burguesas recientemente independizadas de sus metrópolis (España y Gran Bretaña, respectivamente), que habían heredado la pujanza, o la debilidad, de los capitalismos de la metrópoli. Se impuso la potencia industrial de los EE UU, como después el norte industrial yanqui se impondría sobre el sur esclavista confederado.

Naturalmente que había guerras coloniales como en Sudan con el levantamiento del El Mehdi, los cipayos en la India, en China en las guerras del opio, o la ocupación colonial del norte de África por Francia y España; pero, y esta es la diferencia entre el capitalismo colonial de esa época y el capitalismo imperialista, estriba en que Sudan, China, norte de África, … no eran naciones burguesas; sino regímenes anclados en pasados feudales, esclavistas o imperiales. El capitalismo europeo buscaba colonizar los pueblos no capitalistas para saquearles las riquezas materiales, e imponerles la producción de materias primas propiedad de las metrópolis: eran colonias en sentido estricto, con ocupación militar y demás.

En el siglo XIX, cuando dos naciones burguesas chocaban entre ellas, habitualmente era “entre iguales” que querían afirmarse como potencia regional y extender un imperio colonial. Solo con el desarrollo del capitalismo imperialista, y por la fuerza, estas naciones burguesas comienzan a ubicarse en la división internacional, unas como potencias imperialistas otras reducidas al papel de semicolonias.

Fueron las condiciones históricas del desarrollo de cada nación y por la fuerza -nunca olvidemos la máxima de Marx, “entre dos derechos iguales, quien decide es la fuerza”-, las que fueron poniendo a cada uno en su lugar; los EE UU, Japón, Alemania, y en menor medida Italia, pidieron paso ante los imperios coloniales franceses y británicos. La potencia industrial de esas tres naciones terminó por desbancar a los dos imperios en decadencia, y no tardarían en enfrentarse entre ellos por delimitar, por la fuerza de nuevo, quién era el “amo del corral”.

Aquí comenzamos a hablar de contradicciones inter imperialistas. Las potencias coloniales ya no luchan entre ellas por robarse terrenos y países para saquear sus materias primas y venderles productos manufacturados imponiéndoles por la fuerza de las armas las condiciones del intercambio; estaba llegando el capitalismo financiero, que a través de la exportación de capital en las semicolonias busca la extracción de la plusvalía generada por la clase obrera nativa, sea a través de inversiones directas (deslocalizaciones, que no es ningún fenómeno nuevo en el capitalismo) sea a través de la devolución de los intereses de la deuda.

El capitalismo ya no necesita la ocupación militar directa, sino que como lo definiera Lenin, a través de “mil hilos diplomáticos, políticos y financieros” consigue la extracción de riqueza. Aunque sigue necesitando materia prima, este no es su principal objetivo, sino que es la lucha por el control del mercado mundial, donde la plusvalía (el excedente del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) se transforma en dinero contante y sonante.

Las guerras cambian de contenido, ya no son guerras coloniales por dominar pueblos no capitalistas, o guerras inter capitalistas “entre iguales”; si no son guerras inter imperialistas, entre las potencias por el control del mercado mundial. Las dos guerras mundiales tienen este sentido más profundo; y en ellas se sustanció quién era el que iba a suceder a Gran Bretaña en el trono de la economía mundial. De todos es conocido el resultado.

Es importante diferenciar de cara al futuro este tipo de contradicciones, para no perdernos en los simplismos del «campismo» («el que no está conmigo está contra mi»), tan del gusto del castro chavismo, como que los EE UU son “imperialistas” genéticos. La guerra de la Independencia de los EE UU respecto Gran Bretaña fue una guerra revolucionaria, la guerra de Secesión fue la culminación de ese proceso revolucionario. La participación yanqui en la guerra de Cuba, apoyando a los independentistas contra la metrópoli española, permitió su triunfo y la independencia de Cuba… pero los EEUU ya no eran un simple país burgués simple, comenzaban a ser una potencia regional imperialista, y el dominio sobre Cuba, Filipinas y Guam fue su “puesta de largo” como tal.

El imperialismo es la forma actual del capitalismo; es, como decía Lenin, el dominio del capital financiero sobre la sociedad, y su objetivo no es tanto el saqueo de materias primas como aumentar la explotación de la clase obrera. Ahora ya no hay luchas “entre iguales”, entre naciones burguesas nacientes o en crisis por afirmarse como potencia regional. En la II Guerra Mundial se establecieron las condiciones del gran reparto que hicieron en el siglo XX y como decía Lenin, “ahora solo caben nuevos repartos”.

Las consecuencias económicas de la NRS

Cuando un capitalista pone en marcha una empresa que espera le dé una rentabilidad importante (tasa de ganancia), hace inversiones en medios de producción, maquinaria, locales, … materias primas y en mano de obra. Lo junta todo, hace estudios de mercado y produce la mercancía que pretende, lanzándola al mercado. Es este, de últimas, el que decide la rentabilidad o no de la inversión; que en el mejor de los casos, será recuperada en proporción al monto de la inversión inicial, iniciando un proceso de acumulación de capital.

Esta es la esencia de la “mano oscura del mercado”; si la mercancía producida no es competitiva, o pierde competitividad por la aparición de nuevos capitalistas, la empresa quebrará con las consecuencias que de todos conocida, despidos masivos, etc. A la “mano oscura del mercado” los marxistas le llaman la “anarquía del mercado”.

Si el capital chino está dispuesto a invertir 1.4 billones de dólares (europeos, doce ceros) en un proyecto es que espera, y lo ha estudiado, unos beneficios que le sean rentables; de lo contrario no serían capitalistas, serían estúpidos, que no es lo mismo. 1.4 billones de dólares moviliza una gran cantidad de recursos, de mano de obra, de infraestructuras, entrando a saco en … Esta es la cuestión para saber si la NRS es una aventura china, o va a mover las estructuras del sistema hasta las raíces.

La crisis del 2007 y el colapso de Lehmann Brothers en el 2008, que amenazó con colapsar todo el sistema financiero abrió una de las crisis más profundas que ha vivido el sistema capitalista y puso sobre la mesa los límites de la huida hacia adelante que fue el neoliberalismo desde los años 70 y la llamada “globalización” capitalista. Las tesis del hiperimperialismo, resucitada por Negri, y la supuesta desaparición de los estados ante las 200 corporaciones que dominaban el mundo, se fueron con la crisis de Lehmann Brothers; cada burguesía nacional respondió a la crisis cómo quiso y pudo. El capital como relación social es genéticamente internacional, la burguesía como propietaria concreta de los medios de producción, distribución y financieros es genéticamente nacional.

Los EE UU rescataron industrias como General Motors, y dejaron caer bancos como Lehmann Brothers; en Europa se hizo toda operación rescate de bancos a gran escala y se destruyeron los restos del Estado del Bienestar. En China, que también sufrió los efectos de esa crisis, aunque moderados por su expansión económica, hicieron un plan de obras públicas e infraestructuras que generó millones de puestos de trabajo. Los estados demostraron que existían, y seguían siendo lo que el marxismo defendió siempre, los administradores de los intereses del capital, de sus burguesías.

Pensaron que con todas estas medidas, y más (sería prolijo enumerarlas todas), el capitalismo saldría del agujero en el que se había metido, y así parecía cuando en el 2013 / 14 anunciaron que se estaba saliendo de la crisis. Las tasas de crecimiento de todos los estados se estaban recuperando, pero lo hacían con una profunda debilidad, la tasa de ganancia, su caída tendencial, que había sido el motor de la crisis del 2007, no se recuperaba; sino que lo hacían con una base especulativa sobre todo lo que era posible; fue un crecimiento basado en una financierización de la sociedad, y con unas consecuencias que hoy son los nubarrones que atenazan al mundo: nadie conoce el alcance real de las deudas de uno de los principales bancos del mundo, el Deustche Bank; son “secreto de estado”, además del crecimiento de las deudas públicas de los estados.

La caída de la tasa de ganancia se establece por una relación inversa entre productividad y la rentabilidad de una inversión; a mayor productividad, menor rentabilidad de la inversión, porque el valor de una mercancía se establece sobre la base del trabajo socialmente necesario para producirlo. Todo aumento de la productividad redunda en que el tiempo de trabajo para producir una mercancía es menor, y por lo tanto el tiempo de trabajo socialmente necesario para ello. Por ello, la tasa de ganancia del sistema tiende a caer, porque el capitalista individual tiene que revolucionar constantemente su forma de producir para mejor competir en el mercado con el resto de los capitalistas bajando los costes de producción y aumentando su capacidad productiva.

El movimiento de recursos financieros, humanos y técnicos que supone un proyecto como el de la Nueva Ruta de la Seda no va a dejar de influir sobre la estructura económica mundial, pues una inversión de ese calibre solo puede ser rentable absorbiendo una cuota de la Ganancia mundial que hoy revierte en los EE UU, como potencia hegemónica que todavía es.

Las condiciones políticas para un cambio en la estructura económica

Hagamos un pequeño esfuerzo de “política ficción”; supongamos que la NRS sale adelante, y como se titula el especial de La Vanguardia de 2017, Todos los Caminos Conducen a Beijing; está claro que esto supone trastocar de arriba abajo todas las relaciones entre los estados a nivel mundial.

La relación entre política y economía es una de las más estudiadas de los últimos 200 años, desde que el capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante a nivel mundial. En los modos de producción no capitalistas la política y la economía se confunden, puesto que el que se enriquece es el que detenta el poder político.

En la sociedad esclavista o en el feudalismo, poder militar, poder económico y poder político confluían en las mismas personas. Incluso en la sociedad más avanzada del esclavismo, el imperio romano, la familia más poderosa en lo político no solo era la que tenía el poder económico (más tierras y más esclavos), sino la que detentaba el poder militar, es decir, era capaz de sostener más legiones bajo su mando con las que fortalecer su posición dentro de la jerarquía de la sociedad romana.

Cuando Julio Cesar dijo aquello de “alea jacta est”, no estaba debatiendo en el parlamento o en el senado, ganando votaciones, sino que con sus legiones estaba atravesando el Rubicón y desatando una guerra civil que terminaría ganando (aunque después fuera asesinado). La familia Julia a la que pertenecía, era ya una de las más poderosas de Roma, pero fueron sus legiones las que se impusieron sobre los enemigos internos, los defensores de la República romana.

En el feudalismo esta relación entre acumulación de riqueza y poder militar/político se lleva al extremo. Los señores feudales, los dueños de la tierra y de la vida de los siervos, son los que ejercen el poder político, judicial y militar. El rey de turno no es más que “un primus inter pares”, es decir, un “primero entre iguales”, los señores feudales, entre los que se impone por fuerza, astucia o alianzas.

Mientras en ambos casos política y economía tienen los mismos ojos y cara, la burguesía separa la política de la economía. Separa los dueños de los medios de producción de los gestores sociales; es una “sociedad económica” como la calificó Rosa Luxemburgo, que se basa en el contrato mercantil entre personas supuestamente iguales, la que hay entre capitalistas y asalariados / as. La política para la burguesía no es más que la gestión de esas relaciones económicas.

El dueño de los medios de producción no interviene directamente en la vida política, gestiona sus negocios cotidianos de donde saca su riqueza, y paga a otros, a profesionales que dedican su vida a esa gestión de los asuntos públicos. La riqueza en el capitalismo no viene del saqueo militar de las riquezas y la destrucción física de sus competidores, sino de la misma relación económica entre las personas: esta es la diferencia cualitativa del capitalismo como sociedad explotadora de los demás modos de producción.

El capitalismo, al establecer la relación entre personas “libres”, limita el uso de la fuerza a momentos críticos y puntuales; ellos buscan la seguridad jurídica de la democracia burguesa, que hace que “libremente” todos acepten su lugar en la sociedad; los propietarios de los medios de producción comprando fuerza de trabajo, los asalariados / as vendiéndola a cambio del salario. Solo cuando la sociedad entra en crisis y esta relación se trastoca, se recurre a la fuerza bruta para restaurar el orden de las cosas.

La crisis del 2007/8 es de las que ponen a prueba esta capacidad del sistema para gestionar los movimientos tectónicos que ha provocado, y la Nueva Ruta de la Seda es uno de esos movimientos tectónicos que como tal, va a provocar verdaderos terremotos sociales, políticos y económicos, para rediseñar las relaciones entre los estados y las clases sociales.

Hasta ahora todos los caminos conducen al dólar, a Nueva York, a su bolsa; si la NRS triunfa el centro de poder a nivel mundial se movería 10 mil kilómetros; los que hay entre Nueva York y Beijing. ¿Es concebible un cambio así, sin cambios en la superestructura política mundial, en las instituciones internacionales?, ¿sin cambios en las relaciones entre las potencias? ¿El abandono de los EEUU de la OMC y de otros organismos internacionales no es expresión de este movimiento tectónico?.

De esos terremotos políticos y sociales saldrá la configuración del mundo del futuro. En caso de triunfo de la NRS es obvio que los centros de poder cambiarían de lugar y de manos, en caso de fracaso, la tendencia a la hegemonía china se frenaría, pero la decadencia de los EEUU como potencia hegemónica seguiría tocada y la falta de gobernanza a nivel mundial daría un salto cualitativo. En cualquier caso, el capitalismo en su fase más decadente seguirá siendo una amenaza para la pervivencia de la humanidad tal como la conocemos.

Decía Marx que “entre dos derechos, lo que decide es la fuerza”; esto es así en todas las sociedades de clases, el poder militar -”la guerra es la política por otros medios”, von Clausewitz- sustituye temporalmente al poder político -”la política es la guerra con palabras”, filosofo griego-, para reestructurar las relaciones económicas -”la política es economía concentrada”, Lenin-. La interrelación entre todos estos elementos dará la sociedad futura (¿Walking Dead, o la sociedad de los zombis?…), salvo que la clase obrera entre en liza, como Alejandro Magno con el nudo Gordiano, cortando por lo sano con la revolución socialista que acabe con todas las contradicciones inter capitalistas que son el germen de todas las guerras y que con las condiciones actuales de desarrollo tecnológico solo pueden redundar en sumir a la humanidad en la barbarie.

Del fracaso de Seattle a la NRS, refundando el capitalismo

En 1999 la Cumbre del OMC convocada en la ciudad norteamericana no solo fracasó -terminó con la declaración del estado de sitio en el estado de Washington- sino que abrió una crisis en la “gobernanza mundial” anunciaba la situación actual.

“Los hechos que condujeron al fracaso de la llamada Ronda del Milenio de la Organización Mundial del Comercio en Seattle fueron tres: una, las contradicciones inter imperialistas, especialmente entre los EEUU y la UE, y expresadas en los diferentes proyectos que cada uno tenía para esa Ronda del Milenio; dos, la negativa de las burguesías de los países dependientes a perder competitividad y capacidad de negociación con sus socios mayores; tres, la irrupción, sorpresiva para casi todos, del movimiento de masas y, especialmente, del movimiento obrero norteamericano, con los obreros de la Boeing y los estibadores a la cabeza”. (La alargada sombra de Seattle, Roberto Laxe, Rebelión 5/07/2001)

La NRS se inscribe de lleno en la primera causa del fracaso, pues el papel de China que en aquel momento era de una potencia regional en ascenso no ha dejado de crecer, y a su alrededor, bajo su influencia y gracias a las inversiones multimillonarias que ha hecho todos estos años, se ha configurado una nueva “cadena imperialista”. Los “agraviados” por el imperialismo euro norteamericano, hegemónico hasta hoy, han encontrado un nuevo inversor, que se basa en “respeto” de las culturas nacionales.

En aquella Cumbre este “sindicato de agraviados” dio sus primeros pasos. “Del 14 al 16 de septiembre se habían reunido en Marraquech (Marruecos) el Grupo de los 77 (todos países del sur) que exigían que de manera previa a cualquier medida de liberalización –el objetivo común de las potencias imperialistas era que los países dependientes abriesen sus fronteras a la liberalización, mientras los EEUU, Japón y Europa mantienen sus fronteras cerradas a cal y canto- se aplicase la regla de las tres R: reevaluar, reparar, reformar. Cuatro días antes de la cumbre, en Santo Domingo, ser reunieron 71 países dependientes del grupo África, Caribe y Pacífico, donde pidieron un trato especial y diferenciado” (op citada)”.

Es obvio que no de una manera lineal se ha producido este reagrupamiento; antes al contrario, estos años el imperialismo de los EE UU no ha dejado de actuar para evitar la pérdida de poder hegemónico en el mundo; ha desatado guerras como la II del Golfo, ha destruido países, ha amenazado a naciones. La guerra comercial entre China y los EE UU es el último acto de este proceso de crecimiento de una “cadena imperialista” alternativa a la que hasta ahora ha venido hegemonizando el mundo, la que se construyo bajo el liderazgo del vencedor de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría, los EE UU.

La NRS es como un cuchillo que corta el mundo en dos con el objetivo manifiesto de reorganizar el capitalismo, y por ende el mundo, bajo unas nuevas condiciones. La hipótesis más probable es que los EE UU no sean capaces de frenar este empuje, pues su situación interna es la de un estado “fallido” económica y socialmente; que conserva la primacía en el terreno militar, diplomático y cultural, mas no en el político y económico.

Porque esta es la explicación de fondo de la crisis actual; EE UU siguen siendo la primera potencia mundial, pero la tendencia, que es lo que indica el futuro de una situación, es a que su papel desde los años 70 está en retroceso, como ya hemos visto, tanto por su cuota en las grandes cifras macroeconómicas (PIB, porcentaje del Comercio Mundial), se le une el elemento decisivo, la crisis social y económica interna. Como el imperio romano, que sucumbió a sus problemas domésticos mucho antes de que los bárbaros estuviesen a sus puertas, las bases de la decadencia de los EE UU está en sus problemas internos.

“Entre 1970 y 2018 ha habido cinco grandes recesiones globales, todas originadas en Estados Unidos y expandidas como un virus por todo el planeta.” (Cinco Días, 25/09/18). Y cuál fue el mecanismo utilizado por los EE UU para “expandir” esas crisis por el mundo, si no es el papel del dólar como moneda refugio. Esta y no otro fue la lógica de la ruptura del patrón dólar-oro. El dólar, apoyado en el carácter hegemónico de los EE UU, se convertía en receptora de inversiones en busca de una seguridad que las sucesivas crisis no daban. La Reserva Federal se convertía en los banqueros del mundo, no en función de una base real económica, valorable en oro, sino en un dato contable: la fortaleza de la economía norteamericana.

Para ello había que cambiar muchas cosas que favorecerían lo que se llamó la financieraización de la economía; primero, la forma de valorar el tamaño de una economía, y centralmente de las empresas. Así se modificó el criterio para medirlo; hasta ese momento, estos eran más o menos objetivos, contables, de facturación, de activos y pasivos, etc… A partir de esos años la valoración de una empresa se mide por su tamaño en bolsa. Aparecieron todos los movimientos bursátiles, especulativos, con las propias empresas comprándose a través de sociedades interpuestas acciones para aumentar su valor bursátil, tuviera relación o no con el crecimiento real de la misma. Enron y su caída, o la crisis de las .com a comienzos del milenio, es el máximo ejemplo de a donde conducen estos criterios.

Paralelamente a este proceso surge la llamada “chinamerica” y la deslocalización masiva de la industria al país asiático, que vino a sustituir a los “petrodólares” en la transferencia de beneficios a la metrópoli americana. Al estar denominados en dólares todas las transacciones, fuera del petróleo fueran las exportaciones chinas, los EE UU se convertían en lo que Lenin llamó, “estado usurero”; o Engels calificaba de estados que vivían del “corte del cupón”. Los dirigentes yanquis no aprendieron nada de lo que a finales del siglo XIX y comienzos del XX le había sucedido a Gran Bretaña y Francia, que al convertirse en “cortadores de cupón”, habían segado la hierba de la producción industrial de sus pies, provocando su decadencia frente a estados que se habían convertido en las fábricas del mundo, los EE UU, Alemania y Japón.

«Paises-fabricas» que terminaron por convertirse en acumuladores de capital, y una vez realizada esa suerte de acumulación primitiva de capital, en exportadores de capital; es decir, en potencias imperialistas que disputaron la hegemonía a las dos potencias en decadencia.

Hoy los EE UU tienen limitado el uso de dólar como herramienta para “expandir” por el mundo el virus de las crisis económicas que se generan, que les vuelven como un boomerang, agravando la crisis social interna: Trump y el trumpismo es la máxima expresión de esa crisis social.

La hegemonía del dólar le daba a Estados Unidos una posición ventajosa en el plano internacional, ya que le permitía tener frecuentemente déficits presupuestarios, incurriendo en gastos extraordinarios que son cubiertos con la emisión de moneda. Asimismo, el país no debe asumir los costos asociados a la conversión de su moneda por otras, dado que la mayor parte del comercio con otras naciones se mueve en dólares.

El crecimiento de la economía china a partir de finales del siglo XX ha dado vigor a su moneda, el yuan, que ha incrementado su valor respecto del dólar estadounidense. Esto posiciona a la divisa china como una posible alternativa para utilizarse como reserva a global. A partir de la década de 2010, el gobierno chino ha impulsado medidas orientadas a la internacionalización del yuan. Estas medidas incluyen la presencia de los bancos chinos en las principales plazas financieras del mundo, así como la realización de acuerdos de respaldo monetario mutuo con varios países. Asimismo, el FMI incluyó al yuan en la canasta de DEGs (Derechos Especiales de Giro) que representan una moneda global respaldada por el dólar estadounidense, la libra esterlina, el yen japonés, el marco alemán y el franco francés. Estas dos últimas serían reemplazadas por el euro a partir de 1999 en octubre de 2016. El yuan pasó a ser la tercera divisa con mayor peso dentro de la canasta, con un 10,92% del total, tras el dólar y el euro, y por encima del yen japonés y la libra esterlina.

La “chinamerica” murió cuando el yuan chino se hizo parte de esa canasta de monedas refugio; dicho de otra manera, cuando comenzó a jugar en la misma liga que la de las grandes potencias. Mientras los EE UU, Europa y Japón mantenían ese monopolio sobre las monedas de referencia, China era su “fábrica”; en el momento en que China entro en la competencia financiera, su lugar en el mundo cambió radicalmente.

En estas condiciones, los EE UU han perdido toda la capacidad de definir las líneas maestras de la economía mundial a través del uso unilateral de su moneda, el dólar. Cada movimiento tiene que estar coordinado con la Unión Europea, con Japón y con China. Como la economía capitalista se basa en la falta de planificación y en las leyes de mercado, es obvio que esta situación solo puede agravar las tensiones políticas, y como pasaba con el “anillo de poder” de Sauron, que fue creado para dominarlos a todos, solo la fuerza determinará cuál es la moneda que asume el papel de ese “anillo de poder”. Hasta ahora ha sido el dólar, pero la tendencia en las relaciones internacionales es a la baja; cada vez más países establecen sus relaciones comerciales en euros o yuanes, dejando al margen al dólar.

El “estado usurero” leninista en el que se había convertido los EE UU lo ha transformado en un “estado mendigo”, que tiene que esperar a que sus competidores compren su deuda para seguir financiándose como primera potencia mundial. Hoy son Japón con 1,12 billones de dólares (1,01 billones de euros) y China 1,1 billones de dólares (0,9 billones de euros) los principales detentadores de bonos del tesoro norteamericano; en sus manos está su supervivencia como primera potencia mundial.

Las consecuencias internas en los EE UU de este cambio en las relaciones sociales internas son más que manifiestas; el «trumpismo» no es más que su cara esperpéntica, pero los datos de pobreza, desigualdades sociales y hambre física son su cara trágica. Es la clase obrera norteamericana la que está pagando el pato de su decadencia. El cierre de fronteras, el aumento de las tendencias autárquicas de la economía norteamericana son la manifestación económica de su retroceso frente a los que, como Xi, el presidente Chino, claman por la apertura de fronteras y la libertad de comercio irrestricta.

La ofensiva en el imperialismo ha cambiado de bando: la NRS

A comienzos del siglo XX el presidente Teodor W Rooswelt tenía como objetivo comenzar una nueva senda de la mano de la neutralidad en los conflictos internacionales, la aversión a las alianzas permanentes y el fomento de las relaciones pacíficas, sobre todo las comerciales, que llamó la “gran regla”. A comienzos del siglo XXI, como una fotocopia de la “gran regla” de Rooswelt, el presidente Xi, ha lanzado su discurso a favor de la libertad de comercio, de la no ingerencia y el rechazo a grandes bloques, sino de acuerdos bilaterales.

Xi es un alumno aventajado de Rooswelt, porque ambos se basan en las mismas condiciones, a saber, decadencia de la potencia hegemónica y haberse producido una fase de acumulación de capital interna, al ser la fábrica del mundo, sobre el que construir un capital financiero con grandes ansias de encontrar terrenos fértiles a sus inversiones. Es la internacionalización de una economía la que está en la base de la NRS.

La NRS es una verdadera ofensiva imperialista, del libro, para que el capital chino pueda sacar toda la rentabilidad que pueda. Como buena economía capitalista, la china no escapa de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, expresada en la constante bajada del PIB que este año va a pasar escasamente del 6 % (sigue siendo un 3% superior a la media mundial), y como buenos capitalistas buscan en su internacionalización la rentabilidad que dentro de sus fronteras no encuentran.

Una inversión de capital como el previsto va a modificar, ya lo está haciendo, las relaciones de poder entre las naciones y dentro de ellas: la Nueva Ruta de la Seda, el “collar de perlas” de bases militares que implica, ya las está moviendo allí por donde pasa; Siria, Irán, Iraq, Pakistán, y todo Oriente Próximo… Venezuela y América Latina; hasta en Europa influye. Mas, como dijera Lenin, se encuentran con un mundo ya repartido; no hay territorios vírgenes, por lo que solo caben nuevos repartos. Las formas cómo se produzcan estos repartos es lo que la clase obrera debe enfrentar, pues es obvio que en ninguno de los casos le beneficiará.

21 de enero de 2020

Roberto Laxe