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La opción por los pobres hoy

Fuentes: La Nación

Hace 40 años la Iglesia latinoamericana fijó la línea maestra de su pastoral con la consigna «opción por los pobres». Con la asistencia de los teólogos de la liberación, se expresó así en Medellín (1968) y Puebla (1979). Pero han pasado muchos años y más de una generación. Estamos en un nuevo milenio y sobre […]


Hace 40 años la Iglesia latinoamericana fijó la línea maestra de su pastoral con la consigna «opción por los pobres». Con la asistencia de los teólogos de la liberación, se expresó así en Medellín (1968) y Puebla (1979). Pero han pasado muchos años y más de una generación. Estamos en un nuevo milenio y sobre todo en una nueva época, marcada por una verdadera revolución, la de las comunicaciones y de la globalización. Nuestros pobres y nuestros indígenas han sido muy sensibles a estos cambios. Ellos mismos han cambiado… Es fundamental entonces que la Iglesia, que se reúne en mayo en La Aparecida, en Brasil, tome conciencia en estos cambios.

Enumeramos los principales, que deben motivar nuevas formas de acompañamiento pastoral: los pobres poseen en la actualidad una mayor conciencia de la injusticia de su situación de postergación, exclusión; de esa conciencia, surge un resentimiento y hasta el odio y la rebeldía; el Papa dijo en Chile «los pobres no pueden esperar», pero vemos hoy que los pobres no quieren esperar; más aún, han resuelto no hacerlo. Esta voluntad se manifiesta de múltiples maneras, últimamente con los pingüinos, pero también en algo mucho más grave: robos, asaltos, desórdenes y hasta crímenes.

Los pobres ya no son sujetos pasivos de nuestra caridad asistencial, sino individuos activos, conscientes de sus derechos (los derechos humanos) y resueltos a hacerlos valer; no pretendemos justificar estas conductas, así como no justificarnos otras consecuencias de su situación, como la drogadicción o el alcoholismo, pero planteamos que la pobreza es un factor social, que prepara y facilita la infracción de las leyes; debemos tener muy en cuenta que la pobreza que produce el malestar social no es cualquiera, sino la que se acompaña de inequidad: cuando conviven ricos muy ricos y pobres muy pobres como el Epulón y el Lázaro del Evangelio.

De esto se desprende una renovada urgencia para poner fin en Chile y en el continente a la inequidad y la pobreza. No sólo la suerte de los pobres, sino también la de la democracia y la convivencia en paz. Estas situaciones no pueden esperar y son las que deberá asumir con responsabilidad nuestro episcopado latinoamericano en La Aparecida. Al joven rico que quería seguirlo, Cristo le dijo: «Despójate de tus bienes y dalo a los pobres y después vendrás y me seguirás».

No tiene sentido una convocatoria de todo el episcopado si no es para ejercer los poderes que el Concilio Vaticano II reconoció a los obispos regionales para abocarse a los problemas de su rebaño. Y el central de nuestra región es la pobreza, la inequidad y la integración pacífica y descentralización de todas las naciones hermanas.

Sin duda, es más fácil y pacífico para la Iglesia refugiarse en temas de sacristía. Pero se ha comprometido en el concilio con el hombre moderno, con sus derechos y con el curso político de la humanidad. Con la «gran política», se entiende.

El mensaje fundamental es el destino común de los bienes y cómo pueden los propietarios de todos los recursos materiales, energéticos, financieros y espirituales cumplir con su obligación social. La Iglesia debe abocarse ahora a este tema y decir aquí está su palabra.