Ya lo decía Lope de Aguirre, aquel oñatiarra que hizo en la Amazonia un estruendo delirante, «loco es aquel que dice antes de tiempo las verdades». Y con esto se entiende, finalmente, por qué las santurronas llamaban de locos a las bandas de punk rock vasco. Resultaron ciertas las predicciones de aquel inspirador nihilismo macarra […]
Ya lo decía Lope de Aguirre, aquel oñatiarra que hizo en la Amazonia un estruendo delirante, «loco es aquel que dice antes de tiempo las verdades». Y con esto se entiende, finalmente, por qué las santurronas llamaban de locos a las bandas de punk rock vasco. Resultaron ciertas las predicciones de aquel inspirador nihilismo macarra sobre la presencia inamovible de la ruina, la desgracia y la insatisfacción, hechos que jamás fueron percatadas por los profetas del mercado. El nobel de economía, señorías, ha estado suelto en los bares nocturnos uskaldunes y solo algunos pocos se enteraron. Fueron estas pandillas visionarias armadas con guitarras y cuerdas vocales, taches, botas de acero, crestas coloridas y socarronería las que predijeron y pusieron en cuestión todas las leyes de seguridad ciudadana, las mentales, las impresas en papel, las del pasado, las que nos quieren regir y las que vendrán en el futuro. Cuál indígenas amazónicos a los punks les repudia que los manden, se asquean con el fisgoneo, el cacheo policial, la mordaza confesional, sus gritos son exorcismos para expulsar el policía que nos han querido implantar dentro. De ahí se entiende que el diputado de Amaiur, Xabier Mikel Errekondo, haya invocado a Eskorbuto en el congreso español para debatir el nuevo esperpento de la mal llamada «ley de seguridad ciudadana». Los versos de aquellos vizkaínos poetas iluminados retumbaron en aquel recinto sin acústica «Mucha policía, poca diversión, un error, un error. Mucha policía, poca diversión, represión, represión». Y de repente quedó al descubierto que los dueños de la calle no son los agentes policiales, son los noctívagos peripatéticos que la viven, la interrogan, la construyen, la sudan, la pintan y la cantan. Y mientras escuchábamos y veíamos en pantallas a Errekondo corear aquel crujido solemne asentíamos con la cabeza, fuerte y más fuerte, hasta hacer mover de nuevo las greñas, o lo que nos queda de ellas, bueno, las canas y la calva también se sacuden. Que Errekondo haya citado a Eskorbuto es un nuevo síntoma del nuevo momento político que vive el proceso de liberación vasco, dirán los análisis de taberna. Los detractores, indiferentes e indecisos, que no se engañen, pueden ver que ya no solo se desempolvan los documentos leninistas, a Bakunin y a Federiko Krutwig, la doctrina parece revisitarse, preparamos sopas sin carne mientras resuenan de nuevo los viejos ruidos de Eskorbuto.
No faltará el perspicaz que afirme que con el gesto de Errekondo se salda aquella afrenta que sufrió Eskorbuto en agosto de 1983 en Madrid, cuando les aplicaron la ley anti-terrorita y los metieron 36 horas en las mazmorras de aquella transición de música pop y refrescos coloridos, sin recibir ningún apoyo, según ellos, de la sociedad vasca y sus movimientos políticos. Pero esto quedará para que lo resuelvan los exégetas del futuro sobre la historia del anarco-punk planetario. Lo cierto es que la izquierda abertzale estuvo casi siempre en sintonía con la filosofía que emanaba de todos aquellos amplificadores feroces, por lo menos compartiendo la máxima de «decir siempre lo que nos sale de los huevos» y «confiando solo en nosotros mismos», como diría en su momento Josu Expósito. «¿Qué sería de la aburrida política española sin toda la fauna valiente y creativa del País Vasco?», me decía un amigo de Madrid, «¿y cuándo toda esa peña se independice, quién va a decir esas cosas?» preguntaba preocupado. Bueno pues ya es hora que los españoles abandonen la banca suplente, la política ibérica no puede depender de los fichajes vascos, que se larguen los que se quieren largar, ya es hora de entrar todos al campo de juego.
Y así como en la América Latina germinó el realismo mágico, en Euskal Herria se incubó en el punk el realismo crudo, compartiendo entre estas dos regiones del universo, entre otras cosas, el retrato vivo de que en sus historias políticas no han tenido un solo momento de sosiego. Por eso es válido pensar que luego de tanto ajetreo histórico en este planeta que no para de dar vueltas, la izquierda abertzale entona sin desafinar su gran ópera rock. Cuando uno esucha a Sabino Cuadra, a Onintza Enbeita, a Xavier Mikel Errekondo, entre otros diputados de Amaiur, la sensibilidad y la valentía ante este mundo parecen resplandecer nuevamente, al mejor estilo de The Wall de Pink Floyd, uno se siente presenciando una corajosa ópera rock que amplifica las voces y pensamientos de muchos y muchas. ¿Esto qué significa?, que no hay canciones sueltas que tengan su propia historia, cada acción y cada movimiento es parte de un todo, de un propósito, los cantos (debates, parlamentos, consignas, concepciones y discursos) se entonan nombrando y actuando por la independencia, la igualdad, la soberanía, el derecho a decidir, el respeto a los derechos culturales, el respeto a la vida y la lucha anticolonial, ideas-fuerzas que también suenan y andan en América Latina, África y otros lugares del sur. A fin de cuentas, como me lo dijo en algún momento un amigo vitoriano – quién aún aguarda la pensión honorífica que la historia le adeuda en su condición de veterano punkero de la kale borroka – que Euskal Herria también es el sur.
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