¿Qué tienen en común Rusia, Cuba, Irán, Corea del Norte o Siria? De entrada, podríamos decir que cada uno de ellos tiene un sistema político, en algunos casos incluso económico, que son completamente diferentes e incluso antagónicos entre sí. Sin embargo, todos ellos tienen en común que padecen las consecuencias de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por EE.UU. y sus socios atlantistas, que afectan no solo el desarrollo de su economía nacional, sino que también tienen impacto internacional.
Dentro de la lógica de iniciar una operación militar contra Yemen por su ataque a los buques relacionados con Israel, por ser una «afrenta» al libre mercado y al desarrollo del comercio internacional, podríamos plantear, al menos de forma inicial, si estas sanciones o bloqueos contra naciones enteras no supondrían la primera de esas afrentas al libre mercado y comercio internacional que los socios atlantistas dicen estar defendiendo.
Podríamos plantear, al menos de forma inicial, si estas sanciones o bloqueos contra naciones enteras no supondrían la primera de esas afrentas al libre mercado y comercio internacional que los socios atlantistas dicen estar defendiendo.
Por otra parte, usar el bloqueo económico con fines políticos no es algo que haya inventado Yemen, es exactamente lo que buscan las sanciones occidentales contra múltiples países en el mundo. Porque la otra cosa en común que suelen tener los países que son sancionados es que han implementado políticas autónomas a los intereses de los socios del Atlántico Norte, y esas medidas –no por casualidad llamadas «coercitivas»– buscan revertir estas políticas para que beneficien los intereses de EE.UU. y sus aliados.
Una vez planteada la hipocresía de denunciar el medio que han decidido utilizar los yemeníes en sus acciones de respuesta ante el genocidio en Gaza, quizás nos debamos centrar en buscar las diferencias en la finalidad. Y aquí adelanto que las diferencias son notables.
Como era de prever, EE.UU. usó la aprobación de la resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de condena a las acciones de Yemen contra los buques vinculados con Israel en el Mar Rojo para justificar el inicio de una Operación militar de carácter internacional en la zona. En un primer momento se unieron a esta causa Reino Unido, Australia, Países Bajos y Bahréin.
No es la primera vez que la libre interpretación de una resolución del Consejo de Seguridad acaba por suponer el inicio de una operación internacional occidental contra otro país. Recordemos, por ejemplo, lo ocurrido en 2011 en Libia.
La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas autorizaba la adopción de «todas las medidas necesarias […] para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles que estén bajo amenaza de ataque»; en este caso, Francia interpretó directamente que tenía permiso para iniciar una operación militar en el país, con apoyo de la OTAN, que tuvo como consecuencia la destrucción por completo del que fue el país más desarrollado y próspero del norte de África.
Aunque la resolución, presentada por Francia al Consejo de Seguridad, contemplaba llevar a cabo «todas las medidas necesarias», incluida la acción militar, rechazaba la ocupación extranjera y destacaba la prohibición de todos los vuelos en el espacio aéreo de Libia «con el fin de ayudar a proteger a los civiles». Este último punto fue claramente vulnerado y solo hasta octubre de 2011, la coalición liderada por Francia fue responsable de la muerte de 30.000 personas por las consecuencias derivadas de sus bombardeos.
El medio elegido por la OTAN siempre será la guerra, porque esto es política, pero también es negocio y hay que seguir alimentando al poder financiero y su complejo militar industrial. Sobre todo, cuando los muertos y el terreno los ponen otros.
Francia, usando el más que cuestionado R2P (Responsabilidad de Proteger), buscaba realmente favorecer un cambio de régimen en el país, ya que el gobierno de Muamar Gadafi se había convertido en una piedra en el zapato para sus planes de mantener el control sobre el continente africano.
Entre las múltiples consecuencias específicas de esta operación se encuentra el aumento del tráfico de armas y de seres humanos, así como una crisis migratoria sin precedentes. Además, la situación produjo la llegada masiva de grupos integristas takfirís, que han tenido un papel destacado en la desestabilización de la región del Sahel, lo que ha servido a Francia para justificar nuevas operaciones de intervención en otros países como Níger o Mali.
Viendo el desarrollo de estos acontecimientos recientes se comprende mejor la razón por la que las nuevas autoridades creadas en los países del Sahel han centrado parte de sus esfuerzos en expulsar a las tropas francesas. No pueden ser parte de la solución cuando han sido en gran medida una parte fundamental del problema.
Algo similar ocurre con EE.UU. en Oriente Medio. Su papel desestabilizador para primar por intereses particulares ha sido una constante en esta región, por eso no es extraño el sentimiento de rechazo compartido por distintos movimientos políticos, e incluso algunos Estados, en esta parte del mundo.
Las dos guerras del golfo –incluida la invasión de Irak en 2003–, el rol de EE.UU. en el conflicto armado en Siria, su papel de apoyo fundamental a Israel y, por tanto, su corresponsabilidad manifiesta en el genocidio contra el pueblo palestino, así como sus maniobras para forzar enfrentamientos entre países vecinos como la guerra impuesta entre Irak e Irán, que aún causa un profundo dolor en ambos países, o el intento por utilizar su alianza con Arabia Saudita en sus planes por doblegar a Teherán, son solo algunos, entre muchos otros acontecimientos de esta índole.
Mientras las alianzas regionales, como el autoproclamado Eje de la Resistencia, se unen bajo la premisa de expulsar definitivamente a estas fuerzas desestabilizadoras de la región y, por tanto, como un conglomerado por la paz y la defensa de la soberanía de los pueblos, las alianzas propuestas por los socios atlantistas se basan una y otra vez en enfrentarse a la soberanía de naciones e incluso regiones enteras para garantizar una hegemonía sostenida por la dominación, la dependencia y la anulación de los derechos de soberanía de las naciones.
Además, el medio elegido por la OTAN siempre será la guerra, porque esto es política, pero también es negocio y hay que seguir alimentando al poder financiero y su complejo militar industrial. Sobre todo, cuando los muertos y el terreno los ponen otros.
Lamentablemente, aunque Naciones Unidas es actualmente el foro multilateral donde está representada la mayor parte del planeta, vemos que el desequilibrio de las relaciones internacionales también se manifiesta a través de un uso perverso de este foro.
Mientras que más de setenta resoluciones de Naciones Unidas han denunciado y corroborado el apartheid y la ocupación que sufre el pueblo palestino, han declarado ilegal los asentamientos de colonos de Israel y la construcción de muros de la vergüenza, la UE –en medio del actual contexto– decidió emprender sanciones contra el líder de Hamás por las acciones llevadas a cabo el 7 de octubre de 2023.
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Sin embargo, si la resistencia palestina tuviese representación real en Naciones Unidas y el poder que tienen los Estados occidentales dentro de este organismo y, en concreto, dentro de su Consejo de Seguridad, con solo una de esas setenta resoluciones se podría haber justificado sin lugar a dudas la operación Tormenta de Al-Aqsa, bajo un supuesto «mandato de la ONU», como lo hacen los socios occidentales.
Naciones Unidas nació tras la Segunda Guerra mundial con el fin de servir para promover la paz y evitar la guerra, pregonando como uno de sus hitos fundacionales la defensa de los principios descolonizadores y de la soberanía de los pueblos. Desgraciadamente, no ha servido para este fin y actualmente solo es un espejo donde se manifiestan las desigualdades existentes entre los Estados.
Ojalá el mundo multipolar que está en gestación sirva también para reconfigurar este foro y que sea de verdad una herramienta de paz y para todos los pueblos del mundo, en vez de un instrumento susceptible de ser utilizado por los poderosos para imponer sus interesadas guerras y agendas.
Fuente: https://esrt.space/opinion/carmen-parejo/496048-operacion-mar-rojo-nuevo-uso