Para explicarnos lo que vivimos diariamente en el mundo de la civilización occidental recurrimos a paradigmas conocidos de su historia, aprendidos o no, conscientes o inconscientes. La civilización occidental parte de la base de que es la elegida, nos cuenta la historia de la humanidad para imponérsenos como la única verdadera, para imponerse a otras […]
Para explicarnos lo que vivimos diariamente en el mundo de la civilización occidental recurrimos a paradigmas conocidos de su historia, aprendidos o no, conscientes o inconscientes. La civilización occidental parte de la base de que es la elegida, nos cuenta la historia de la humanidad para imponérsenos como la única verdadera, para imponerse a otras civilizaciones, a otros pueblos del mundo. Para ello ha recurrido a todo tipo de recursos, invasiones y crímenes, que le han servido en su esfuerzo dominador y han influenciado cada rincón del planeta.
Desde aquellos tiempos en que los habitantes de la antigua Mesopotamia dejaron de ser pastores, cazadores y recolectores de frutos para darle nacimiento a la primera civilización, inventaron un sistema de poder monárquico que junto a la civilización egipcia llevarían a lo que hoy es Europa y el resto de Occidente.
Norman Canton, uno de los más prolíficos estudiosos de ese proceso histórico, en su popular trabajo La civilización de la Edad Media («The civilization of the Middle Ages») explica: «El sistema político monárquico que existió en Mesopotamia y Egipto 3000 años antes de Cristo no cambió sustancialmente durante la Edad Media, por lo que la teocracia fue un factor esencial en la historia occidental hasta el siglo 18.»
Sin embargo otros sistemas existieron en la antigüedad, como es el caso de Atenas del siglo 5 A.C. o de la república de los romanos del siglo 1A.C., pero ninguno perduró por mucho tiempo ni sirvió de modelo al mundo medieval que a su vez serviría de modelo al mundo moderno. Este sistema político y económico aristocrático, con dueños absolutos de la tierra, continuó dominando los recursos y la política aún al comienzo de la modernidad entre el 1500 y el 1700. Para muchos historiadores este sistema estuvo basado solamente en una clase, que incluyendo a un séquito de administradores, autoridades religiosas y militares, no sumaba más del cinco por ciento de la población total. El resto estaba formado por campesinos, servidumbre, artesanos e incluso por comerciantes -estos últimos aunque tenían importancia en la economía no tenían ningún poder y no podían crear el mundo a su elección. La clase dominante sabía y decidía sobre todo y era la que tenía consciencia como grupo en la sociedad.
El mundo occidental comienza su revolución industrial el siglo18 con esta herencia y mueve enormes cantidades de gentes desde los campos, donde habían vivido por generaciones, a las ciudades, donde serían la mano de obra barata para la manufactura, la minería, el transporte y los servicios. Las grandes mayorías en Europa y Norteamérica, y todas sus colonias y semi-colonias, comienzan a vivir una gran odisea de opresión y sufrimientos. Esta incluye desde jornadas de 16 horas de trabajo diario, a castigo físico, falta de sanitarios y horrendos abusos a los que no escaparon ni las mujeres ni los niños, reclutados estos como esclavos durante este «milagro de la modernidad» en que la ciencia, tecnología y teoría económica eran ajenas por completo al ser humano productor de plusvalía acumulada en manos de las nuevas clases dominantes.
Durante la revolución industrial la producción agrícola continuó en las colonias y semi-colonias, en los estados del sur de Estados Unidos se usa la esclavitud y explotación extrema de las poblaciones de africanos y sus descendientes. Sin duda en medio de esta situación de abuso y crimen aflora la rebeldía, los reclamos y levantamientos, a veces en condiciones extremadamente difíciles.
Aunque el mundo de la ciencia se hizo relevante, con los aportes pilares de Aristóteles, Newton y Darwin, el poder político y económico no era sustancialmente diferente de los tiempos en que la ciencia no era tan relevante. Las expresiones creativas en la historia, a través del arte, la ciencia, la tecnología y del mismo trabajo productivo de los seres humanos, no son intrínsecamente injustas. Pero, la civilización continúa siendo arrastrada a bajezas y colapsos muchas veces por hombres antisociales, que han sido y son venerados en el pasado y el presente, lo que nos muestra que ha existido y existe un espacio donde por variadas circunstancias los enemigos de la humanidad y de la vida se han desarrollado, y se continúan desarrollando y dominando.
Es para enfrentar la opresión «civilizada» de los ricos industriales, que los trabajadores se organizan como otros sectores de la sociedad buscando soluciones y mejoras básicas. Se encuentran en las ciudades y en los centros de trabajo. El lenguaje dominante habla de progreso y con el lenguaje emerge el liberalismo, ideología o filosofía que pronto se ve limitada en su capacidad de desarrollarse y adaptarse. Emerge también el marxismo, un conjunto sistemático de pensamientos, que se transforma en un increíble instrumento para la lucha, que definió el sistema imperante mostrando nuevas ideas, teorías y datos, con entendimiento histórico, de la naturaleza humana y de la realidad que rodeaba al mundo industrial. Emerge también el anarquismo, que con raíces en el siglo 17 organiza a los trabajadores.
El siglo 19 va tomando forma de campo de batalla, pues incluye por un lado a quienes producen riqueza y por otros a los dueños o usurpadores de esta riqueza. Muchas veces las luchas de los productores de riqueza no consiguieron más que represión y crimen, otras tuvieron logros históricos que hasta hoy nos benefician a nosotros, los productores descendientes. Como resultado de estas batallas se fueron creando estructuras de defensa y de lucha, como los sindicatos, los movimientos políticos y sociales y una tradición de sujetos de acción rebeldes. Muchos sujetos de dirección y acción de estas organizaciones traían consigo gérmenes del autoritarismo dominante también, algunos pecaban de la misma arrogancia que peca la civilización occidental toda.
Sin duda las luchas de los pueblos explotados desencadenaron revoluciones y reformas. Entre las revoluciones la más transcendental fué la Revolucion Rusa de 1917, un hecho histórico único pues en el nombre de los trabajadores se involucró un titánico esfuerzo de hombres y mujeres en la práctica y en la teoría. Si bien es cierto que apenas pasados 10 años las organizaciones de trabajadores ya no tomaban ninguna decisión relevante y casi todos los dirigentes revolucionarios habían sido asesinados o escapado al exilio responsabilidad de la nueva dirección de la revolución. Los ricos y burgueses del mundo perciben que además de las luchas reivindicativas que enfrenta, existe ahora, por primera vez en la historia, un estado constituido sobre bases contrarias a lo que ellos representan como clase dominante, a su acumulación y su divinidad milenaria de clase privilegiada.
Es por esto que a la represión habitual contra los trabajadores y la amenaza de fascismo se suma entonces una opción nueva, la posibilidad de reformas mínimas que se implementa más tarde particularmente en Europa Occidental. Se trata del principio del Estado de Bienestar que ya a fines del siglo 19 Otto Von Bismarck había implantado rudimentariamente en Alemania. Más tarde, a principios del siglo 20, ambos, el Reino Unido y Uruguay (el único país de lo que es hoy el tercer mundo que lo implementara) lo implementarían. Y para los años treinta otros países, como Suecia, Holanda y Nueva Zelandia, siguen el ejemplo de similares reformas.
Con la continuación de las crisis sistémicas las luchas aumentan. El fascismo es derrotado en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y se consolida el poder y la influencia de la Unión Soviética, que acelera la implementación del proyecto de bienestar social, adoptado por la mayoría de los países europeos, Canadá y Estados Unidos durante los cuarenta. En Europa ese estado de bienestar tendió a ser más universal mientras que los partidos, movimientos y organizaciones laborales de izquierda continuaron siendo importantes. En Estados Unidos el «Fair Deal» del Harry Truman, quien tuvo fuerte oposición de parte de los conservadores, se impuso con beneficios sociales y económicos que no llegaron a todo el pueblo norteamericano, pues continuó la discriminación y opresión de los afroamericanos, de muchos inmigrantes de origen latinoamericano, de chicanos, de blancos pobres y aborígenes. En Canadá, la implantación del estado de bienestar fue por consenso, pero tampoco benefició a las naciones originarias ni a otras minorías. En ambos, Canadà y EEUU, se trató de atraer a liberales para aislar a la izquierda, lo que permitió que gracias a la ideología de la «Guerra Fría» se persiguiera y reprimiera a miles de activistas y simpatizantes de izqquierda como taqmbién pacifistas y a quienes continuaron luchando por los derechos de la mujer, de los afroamericanos, y de los pueblos aborígenes.
La implementación del estado de bienestar no modificó el enriquecimiento de las clases dominantes ni que continuara su poder milenario, pero si aumentó significantemente la clase media. Esto hizo la vida diaria más llevadera pero a la vez confundió la realidad de la pirámide social, e hizo olvidar a la mayoría de la población que el 90 por ciento de ella vive de su trabajo, aún cuando este sea bien remunerado y prestigioso. Los trabajadores también se confundieron mucho, pensando que viven en un mundo «naturalmente» menos opresor, y no que los beneficios que disfrutan son resultado de años de lucha y de contratos colectivos.
Hace ya más de treinta años que el estado de bienestar viene deteriorándose, porque está siendo desmantelado aunque no al mismo ritmo en todas partes. En Noruega, por ejemplo, es donde se lo ataca menos, en los EEUU se lo ha atacado tanto que es prácticamente inexistente. Vale decir, el recreo está terminando y este importante paréntesis en la historia del mundo «desarrollado» viene cerrándose definitivamente. Es que para los ricos tiene poco sentido mantenerlo, confiados como están en que su ideología de «arribismo y consumismo universal» ha llegado a todas partes, incluso al rinconcito más olvidado. Se sienten seguros. Ya nada queda al este de Europa que aunque sea ideológicamente los amenace, existe si, una clara posibilidad de fascismo.
La clase política y muchas organizaciones sindicales, mayormente en el mundo «desarrollado,» se han vendido y están hoy al servicio de los poderosos. Hoy como antes todo depende de la capacidad y energía de los trabajadores y pueblos para volver a luchar; sin grandes luchas las clases dominantes no han de compartir absolutamente nada. Hoy politiqueros baratos (muchos de ellos ex-izquierdistas) y sus administradores se jactan hasta en tribunas públicas de los derechos que existen, de la justicia y del desarrollo humano alcanzado. Olvidan que estos se lograron en base a sacrificios pagados por otros luchadores, sindicalistas y políticos -y ellos mismos, tanto como sus amos ricos, son enemigos acérrimos de esos derechos aunque se disfracen de hombres y mujeres avanzados cuando hablan. Por ejemplo, el 28 de marzo de este año el presidente Obama, hablando de los últimos bombardeos de la OTAN en Libia que sabemos han causado muchas muertes civiles, decía: «Desde hace generaciones, EEUU juega un papel único de punto de anclaje de la seguridad mundial y defensor de la libertad.»
Aunque las clases dominantes en los países desarrollados aceptaron el estado de bienestar han sido enemigas acérrimas de reformas similares y hasta mucho menos pretensiosas en los nuestros. Su cultura racista y colonialista, encubierta por la cultura judeocristiana, les ha permitido oponerse a toda liberación de los pueblos del tercer mundo e incluso conspirar contra ellos, tramar y ejecutar crímenes y genocidios hasta cuando estábamos simplemente enfrascados en proyectos económicos y sociales reformadores poco ambiciosos. Puede que llegue el día en que los ricos europeos estén listos a ejecutar similares crímenes en países de Europa y Grecia viene a la mente particularmente por el lenguaje despectivo con que se la trata. Me hace pensar que si el pueblo griego pusiera en peligro los arreglos del poder podría enfrentar un golpe de estado a la usanza de los que se implementan en nuestros países o que Grecia fuera invadida por la OTAN.
Es imposible que confiemos en los ricos del mundo sabiendo lo que han hecho en la historia; han destruido gran parte del planeta, denigrado pueblos enteros, causado todas las guerras e invasiones, carnicerías humanas que nos aterrorizan y paralizan, frustrado los sueños de millones de seres humanos, dejado sin aliento y sin futuro a millones y millones de niños y niñas. ¿Donde está la civilización racional y dialéctica de los juristas, sociólogos, sicólogos, científicos, humanistas, filósofos, y supuestos piadosos? La civilización de la tecnología de las comunicaciones, de las Naciones Unidas…Si el destino de la humanidad está en manos de delincuentes, antisociales, absolutistas a quienes no les queda mas espacio en el mundo para destruirlo.
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