«El hambre no tiene ley sino hambre». José Adán Castelar, poeta hondureño. En Queens, Nueva York, en el restaurante de un hotel, me comentaba -ante una pregunta mía sobre el futuro de América Latina pos-Prestroika- con nostalgia y tristeza, sin ningún atisbo de esperanza, en una tarde marcada por una copiosa aguanieve, el cantautor y […]
«El hambre no tiene ley sino hambre».
José Adán Castelar, poeta hondureño.
En Queens, Nueva York, en el restaurante de un hotel, me comentaba -ante una pregunta mía sobre el futuro de América Latina pos-Prestroika- con nostalgia y tristeza, sin ningún atisbo de esperanza, en una tarde marcada por una copiosa aguanieve, el cantautor y director de cine argentino, Leonardo Favio: » Yo creo que en la perplejidad hemos quedado todos. Desde hace rato ya, inclusive, con lo que ahora ha ocurrido en el Este. Que era previsible por otro lado, esto se había venido desde hace cuarenta años. Ahora, después de esto, nos están quitando hasta las banderas del nacionalismo. Creo que vamos a convertirnos en computadoras. Creo que la cosa no va a pasar por la dignidad, ni por el amor ni por la solidaridad sino por la computadora». Y yo insistí: » ¿Pero para América Latina es la peor parte? Favio fue contundente: «Y Africa, imaginate, contamos con la ventaja de no ser africanos».
La entrevista completa fue publicada por la revista La Semana (año 1, #5, 13 octubre de 1990), dirigida por Herman Allan Padgett. Y Favio tenía toda la razón «en la perplejidad habíamos quedado todos». Aun pensadores de la talla de Eduardo Galeano quedaron mudos ante el espectaculo dantesco de verse desbaratar las montañas de sueños de quienes creían que la utopía era posible. No había nada que decir. Yo pensé que esa caída vertiginosa nos ponía en algo que yo llamo neoexistencialismo: un legajo de cuestionarios esperando por alguien que comenzara a llenarlo con respuestas.
La derecha se ultraderechizó triunfalista por haber desbaratado el equilibrio y tener el planeta en su estilo unilateral. La desesperanza fue tal que algunos medios adjudicaron el suicidio en México del periodista, escritor, pensador, Gregorio Selser, a su frustración por ser testigo de que el humanismo por el que luchó toda su vida, de un día a otro se había ido a pique.
En Honduras los dirigentes de izquierda o simplemente simpatizantes de un mundo mejor eran vistos por los antes intelectuales del cambio con miedo. Se evitaba a esta gente como a un leproso. Recuerdo que una vez vi a muchos de los antes autodenominados intelectuales de izquierda «chainianditos» con sus mejores galas para una fiestecita que les hacía la embajada estadounidense. Ya todos giraban a la derecha, el menos que más pues entonces danzaba en el centro.
Lo que son las cosas, 16 años después de aquella gris conversación con Favio, quien seguramente precibirá esto como yo, vuelve a sentirse un nuevo amanecer para América Latina. No es la misma izquierda aquella de que el climax de sus aspiraciones era la lucha armada, pero no deja de ser esa izquierda cimentada en la búsqueda de un mundo más justo, en donde la prioridad no se ha perdido de vista: el combate a la pobreza.
A lo largo y ancho de América Latina el proceso de descolonización, pues es realmente la lucha que tiene América Latina desde que fue invadida por primera vez, ha tenido y tiene y quizá seguirá teniendo un alto precio en sangre, dolor, caídas y ascensos. Esa lucha de descolonización que debe comenzar por casa cazando a los capataces que están al servicio de intereses extranjeros en total detrimento de los sentimientos nacionales.
La lentitud de obtener conciencia de los pueblos de América Latina para que no sean avasallados por políticas económicas decoradas con el lenguaje de la confusión que no es sino otra forma de sustituir el vil saqueo (¿trueque?) de oro por espejitos, se debe en gran parte a los mencionados capataces, terranientes, acaudalados con fortunas de dudosa procedencia, que en complicidad con los nuevos piratas han mantenido a estos pueblos en el más oscuro subdesarrollo mental.
Ese atraso, increíblemente, se ha visto en muchas de las contiendas electorales de América Latina. Se le ha metido susto a los electores como a niños de pueblo (los de ciudad no creen en esas cosas) y prácticamente se les ha susurrado si no votas por mí te come el ‘coco’, te sale la ‘sucia, te lleva el ‘sincabeza’. Por gracioso que parezca es realidad y su equivalente es: «No seas amigo de Hugo Chávez», «No hagas licitaciones», «Cuidado con Evo», «Desconfía de Ortega». Y cualquier otra variante de la que pueda sacarse provecho de la ingenuidad e ignorancia de nuestros pueblos, que son los primeros inconscientes de su propia desventaja debido a la ignorancia a que involuntariamente han sido sometidos. Hay quienes acusan de analfabetas a nuestros pueblos hasta con alegría, para mí no, es algo muy serio y dañino para la dignidad humana.
Hay otras izquierdas, unas más radicales, otras segurísimas de tener la patente de la verdad absoluta, algunas ingenuas. Muchas de esta se agrupan en la izquierda virtual, la izquierda de la internet, en donde estos timoratos, anónimamente (desde luego) despotrican contra quienes aun no sólo creen sino que hacen lo que tienen que hacer porque nuestros pueblos puedan saborear los frutos de sus propias cosechas. Mientras haya hambre en este mundo habrá izquierda, salvo que la derecha se izquierdice.
Constantemente leo artículos de quienes aún no han entendido que la izquierda es otra, no la de ayer. Esta, por imperante requisito de los cambios mundiales, debe ser conciliadora sin bajar la guardia de luchar por sus objetivos. Atractiva sin causar el mínimo temor pues volvería a quedarse sola. Y, sobre todo, vigilar permanentemente a su derecha para evitar que la ola de la corruptela no se infiltre en sus filas y estanque el proceso de descolonización.
Nueva York 3 diciembre 2006. Día del cumpleaños de mi hijo Carlos Roberto. Felicidades!
* Roberto Quesada: Escritor y diplomático hondureño, autor de varios libros, entre los que destacan Big Banana (Seix Barral), Nunca entres por Miami (Mondadori) Los barcos (Baktun), y es Consejero de la Misión de Honduras ante las Naciones Unidas.