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La política: actores y asesores

Fuentes: La Jornada

El quehacer de la política es resultado de la emergencia de sujetos y fuerzas antagónicas y complementarias. Sin el concepto de enemigo o adversario, la política se volatiza y pierde sentido. Las luchas por la democracia, la justicia y la libertad, así como los diques para frenar su desarrollo forman parte de un proceso donde […]

El quehacer de la política es resultado de la emergencia de sujetos y fuerzas antagónicas y complementarias. Sin el concepto de enemigo o adversario, la política se volatiza y pierde sentido. Las luchas por la democracia, la justicia y la libertad, así como los diques para frenar su desarrollo forman parte de un proceso donde se yuxtaponen estrategias y tácticas. Su diseño compromete de distinta manera a dirigentes, líderes de movimientos y partidos, como a los llamados asesores, que se vinculan de manera voluntaria o contratados a sus dinámicas internas.

Para entender la diferencia entre asesores y dirigentes baste señalar que en el campo de la política hay un amplio tipo de acciones posibles de ser diseñadas en cubículos académicos, despachos presidenciales, agencias de comunicación, sedes partidarias o movimientos sociales. Durante generaciones este espacio ha sido cubierto por los llamados consejeros, cuya función consiste en proveer de argumentos y estrategias para la acción política a líderes y organizaciones sociales. No olvidemos el honor o deshonra para personajes históricos que han sido los consejeros de príncipes o que han escrito discursos a dirigentes caídos en desgracia. Los asesores de Hitler o de Pinochet no han pasado inadvertidos.

Desde los comienzos de la ciencia política, primero filósofos y con posterioridad, una vez asentada la sociedad capitalista contemporánea, sociólogos, periodistas, juristas, empresarios, historiadores y antropólogos han unido su biografía a las trayectorias de estadistas y líderes políticos. Aristóteles y Maquiavelo, por citar dos en diferentes épocas. Es cierto que son pensadores cuya brillantez está por encima del éxito o fracaso en su papel de consejero. Sin embargo, en la actualidad los nombres de quienes ocupan estos cargos y de quienes pueden depender decisiones como invadir, matar o bombardear países responden a criterios prosaicos y, desde luego, poco comprometidos con sus empleadores. Ellos se eximen de cualquier responsabilidad política. Personajes grises, cuyos méritos son haber estado en el lugar oportuno en el momento adecuado. Gente sin escrúpulos y con sueños de grandeza. Les gusta estar cercanos al poder. Vivir el significado erótico de la decisión tomada frente a un vaso de whisky, en el dormitorio o la hamaca. Nunca están en el campo de batalla, miran los toros desde la barrera. Pueden ser Lula, Hugo Chávez, Vicente Fox, Zapatero, Bush, los sin tierra, el EZLN, o cualquier otro movimiento con proyección nacional e internacional. Da igual que da lo mismo. Donde dije digo digo, Diego; no hay compromiso. Siempre están anuentes a prestar sus servicios. Los casos son muchos y los nombres saltan sin complicaciones. Ni Durito de la Lacandona soportaría tal estrés.

Es propio de los actuales consejeros políticos señalar que todo se puede prever y controlar. Aquí radica su error. No todo se puede anticipar; incluso, de ser posible, la sorpresa y la contingencia juegan papel destacado. Es como una partida de ajedrez. Frente al tablero se encuentra el jugador, no sus colaboradores. Mover un peón o un caballo depende de valoraciones sólo comprensibles para él. El error o el acierto pende de esa capacidad intuitiva del jugador, no del grupo de asesores. Si gana o pierde, él se llevará la gloria o vivirá en el olvido. Lo mismo puede ejemplificarse en el deporte. Por mucho que un entrenador diga cómo se deben lanzar los pénaltis, quien tira, acierta o falla no es el preparador técnico: es el atleta. Puede darse la paradoja de que el entrenador nunca haya jugado futbol, ni sienta los colores del equipo. El se considera profesional, da consejos, imparte doctrina. Pero nunca se arriesga a tirar un pénalti en el entrenamiento, no sea que pueda errar su lanzamiento y quede desautorizado.

Si bien es cierto que los consejeros son necesarios, sobre todo cuando el grado de complejidad de lo social exige contar con un cuadro amplio de especialistas a la hora de proponer políticas, su procedencia externa a la organización termina por pervertir su función. Si hasta hace pocos años esta figura coincidía con los llamados intelectuales orgánicos, la crisis de militancia en los partidos tanto de derechas como de izquierdas, en las tres últimas décadas del siglo XX, abrió la puerta a profesionales sin compromiso político y con escasos vínculos organizativos. Ya no son dirigentes o cuadros provenientes de la organización los responsables de la estrategia a seguir. Las decisiones corresponden a personajes lejanos a la vida política cotidiana y, desde luego, poco comprometidos en lo personal con el programa aprobado en congresos o convenciones. Sus evaluaciones están por encima de ello. Se emiten como doctas explicaciones de gran nivel fuera del alcance de los mortales y comprensibles en exclusiva por mentes preclaras.

Estos nuevos asesores se ofrecen a sí mismos o son reclutados por su cercanía con la elite política. Su máxima consiste en obtener honor y prestigio social. Viajes, comitivas, reuniones, cenas, hoteles de lujo o ver aumentado su caché en los medios de comunicación social, en los foros internacionales y las mesas de debate. Personas de ego elevado, no tienen pudor ni decencia, aunque hay que hacer notar la diferencia que separa a los distintos grupos de asesores. No es lo mismo políticamente asesorar a dirigentes conservadores, liberales, socialdemócratas o socialistas y comunistas. Proponer la muerte y el asesinato de Zapata, o el exterminio del pueblo palestino, construir mentiras deliberadamente para invadir Irak son actos cuyas consecuencias nefastas afectan la dignidad de toda persona bien nacida. Menos graves, aunque igualmente criticables, son los miembros asesores de los movimientos populares que se jactan de poder estar junto a dirigentes históricos. Viven de lo que otros hacen y son verdaderos parásitos. Qué sería de ellos sin el alzamiento zapatista, la lucha de los cocaleros en Bolivia, el movimiento Quinta República en Venezuela, y tantos y tantos movimientos cuya realidad expresa años de lucha, de organización y de enfrentamientos.

Durante ese tiempo los nuevos asesores no se acercaron, se mantuvieron al margen. Posiblemente desconocían la existencia de los citados procesos de liberación, las luchas campesinas, sindicales, de género o culturales. Ellos están a la caza. Asesorar a los piqueteros argentinos es un grado de reconocimiento en la izquierda latinoamericana. Pero ya no son los guerrilleros románticos e intelectuales de los años 60. Régis Debray por ejemplo. Ahora no arriesgan su vida. Muertos en vida y a la espera de sus víctimas actúan como vampiros. Pueden seducir y ser excelentes comunicadores, nunca serán luchadores sociales ni líderes carismáticos, ni militantes cuya entrega los convierte en ejemplos de lucha. Son asesores y viven tranquilos. Ojalá no descansen en paz.