*Tercera parte de la intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. (Marianao, La Habana), en el marco de un análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha Asociación y las redes que anima.
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Entro en el sistema político. Hay mucho que decir del sistema político, porque todos lo vivimos —políticamente hablando—. Yo quería mencionar algunos problemas que son decisivos en este intervalo que va del escenario actual al año 2025, es decir, el imaginario año 2025.
Primero, doy por sentado que lo que llamamos la sucesión política habrá avanzado de manera considerable. En seis años se mueren los que tienen más de 80; pero los que tienen 70 ahora, tendrán 80. La sucesión política es algo que tiene que ser resuelto políticamente. Actualmente eso transcurre bajo reglas naturales: «fulano» envejece, muere, y lo sustituye uno que tiene 5 o 10 años menos que él, y así sucesivamente. No hay política de que se vaya para su casa, no hay política de retiro, como estamos viendo, como estamos viendo de manera correcta.
Hay un cierto grado de sucesión con el presidente de la República, que agarró con 56, tiene 60 años, y se supone que él arrastre consigo una mayor sucesión generacional. Uno dice: la generación histórica va a desaparecer en este intervalo. Pero no sabemos cuándo, por cuánto tiempo. Voy a decirlo de una manera rápida: es verdad que el compañero presidente tiene 60, pero es verdad que el vicepresidente tiene 80 años; es verdad que Raúl tiene 90, es verdad que Machado tiene 91; es verdad que el jefe de la Fuerzas Armadas tiene 78… Hay una renovación que transcurre ahora por vía natural. No está claro que haya una política, aunque hay un potencial: las investigaciones que yo conozco dan que la edad promedio, por ejemplo, de los cuadros a nivel de provincia de Partido y Gobierno está entre 50 y 55 años. De hecho, el Comité Central quedó en 52 años y la Asamblea Nacional quedó en 53 años como promedio, con todos esos viejos.
Hay un potencial de renovación, pero no hay una política de renovación todavía… eso que tú y yo esperamos que en los próximos seis años se desencadene. Es más, yo quiero creerlo. Pensé que iba a suceder en el 6to. Congreso del Partido, pensé que iba a suceder en el 7mo. Congreso del Partido y me quiero creer ahora que va a suceder en el 8vo. Congreso del Partido.
Ahora fíjate… Estamos en la sucesión política generacional. No que quitaron a Pedro y pusieron a Pablo… porque tenemos el sistema de generación.
El primer problema que tenemos es que las generaciones más jóvenes no tienen representación alguna en el poder político, es decir, aquí el que está por debajo de 30 años… —salvo que tú me quieras decir que el secretario de la Juventud está en el poder—. Tenemos un problema de representación generacional. No hemos logrado tener una representación de todas esas generaciones en las estructuras del poder político. Ese es el problema, que introduce una disfunción. No tengo eso estudiado, no puedo medirlo, pero lo advierto como un problema.
Segundo problema, como decía [un] amigo que era un sabio: el problema en política es por dónde me van a cortar el pescado —se decía: el bacalao—. ¿Qué quiere decir eso? Que cuando tú dices «voy a meter renovación», la pregunta implícita es ¿por dónde vas a cortar? Porque los de 80 se van a morir, pero el que tiene 70 ahora y es director, ministro o viceministro, dice: «me toca a mí, yo llevo aquí de viceministro 30 años, y ahora quiero ser ministro», o vicepresidente del Consejo de Ministros. Hay un problema ahí: ¿por dónde vas a cortar el pescado? Porque cuando cortes el pescado, los que están por arriba de ese corte sobran. Demorará «X» tiempo, pero tu política es que se vayan para su casa. Y, también, le pone un límite a los grupos etarios más jóvenes; porque si la media está en 60 y tú tienes 30, dirás: «¡¡¡cooo… treinta años más!!!». Esa es la problemática que está implícita, que no está definida y, por tanto, advierto que tiene esa contradicción.
Hay otra contradicción, que es la limitación del mandato. En algunos cargos —muchos menos de lo que se pensó— han puesto un límite de edad para acceder, un límite de edad para estar y un límite de periodo de ejercicio. ¿Qué introduce eso en un sistema político? Porque sí introduce una cosa que no hemos vivido… nosotros no hemos vivido eso…
Esta Revolución tiene 60 años con dos cosas claras: la dirigió 50 años Fidel Castro y la ha dirigido y dirige, los últimos 10 años, Raúl Castro Ruz. Un sistema político donde rotan las élites, porque hay reglas de rotación… porque, al final, los límites de edad son reglas de rotación, que podrían ser más. Si tú dijeras, una regla: incompatibilidad de cargos: el que sea dirigente del Partido no puede ser dirigente del Estado, el que sea dirigente del Estado no puede ser dirigente de una organización de masas; supón que dijeras eso, otra dinámica se desataría. Lo que estoy tratando es de transmitirles la idea de que en la medida en que ponemos nosotros reglas, se crean dinámicas con las que no hemos vivido. Y te voy a decir más: no tenemos cultura política para eso.
Otra, si quieres que te hable de contradicciones que debe tener en cuenta el Luther King: no hemos vivido con eso, no sabemos vivir con eso. Te voy a poner dos ejemplos, dos consecuencias probables. Ya estamos viviendo parte de eso, déjame decirte que parte de eso ya se está viviendo, pero no quiero entrar en eso, porque a lo mejor yo soy más pesimista que ustedes.
Te voy a exponer dos problemas implicados.
Primer problema: no va a existir árbitro. Este es un partido de fútbol que tenía un compañero llamado Fidel Castro con un silbato, que cantaba las jugadas. No es que no hayan existido contradicciones, porque yo he sido funcionario 20 años y sé que se matan todos entre ellos: el ministro «A» con el «B», el ministro «B» con el «C» y así sucesivamente, el de arriba con el de abajo… Había un árbitro que tocaba el silbato y se acababa la bronca. Raúl no es el mismo árbitro, pero sigue con el silbato… Hay más gente inconforme, pero cantó la jugada. Ya no habrá quien cante la jugada. ¿Qué dijo el compañero Raúl Castro? Él mismo dijo: no hay quien pueda sustituir a Fidel, yo no puedo, en el futuro el sustituto histórico es el Partido… sin comentarios. Tú me dirás si el Partido va a ser en el futuro el árbitro. Bien, lo dejo ahí.
Voy para la segunda contradicción.
Otra condición de esta experiencia histórica que hemos transcurrido es, y muy notable, la unidad de la clase política; porque el arbitraje, una de las cosas fuertes que imponía era la unidad de la clase política: «esta es la política, esta es la línea… y andando». Todo el mundo sabía: «tengo opiniones, pero esto es lo que hay que hacer».
Ahora, el compañero Joel [Suárez], que sabe, que tiene sus calladas intenciones y sabe que el compañero Díaz-Canel solo podrá ser presidente 10 años, puede decir: ¿por qué no? ¿Por qué no yo después? ¿Por qué no me toca a mí después? Digo Joel porque sé que Joel no está pensando en eso, pero hay mucha gente pensando en eso… o ya estamos, como dice el poeta, en el centro de las almas. Si no estamos en el centro de las almas, hay quien está ya barajando su futuro. ¿Qué sucede cuando tú piensas que tienes tu propia carrera? El presidente tiene su carrera, yo tengo la mía. Tengo que empezar a preparar a mis amigos, a mi clientela, a mi grupo, mis socios, mis ecobios, y ya la unidad política, esa que hemos vivido, se comienza a resquebrajar, quieras o no. Yo no voy a ir diciendo esto por todas las esquinas, porque te podrás imaginar que pongo un petardo. Si me lo preguntan lo digo, pero aquí estamos en confianza… Lo dejo ahí, porque me parecen bastantes los desafíos.
[Joel Suárez]: Había un término más elegante que era la circularidad…
La circulación de las élites, ese era un término acuñado, sobre todo, por los italianos Mosca, Michels, Pareto, que crearon la teoría. Incluso Pareto creó una teoría que se llamó así: la circulación de las élites. Es más, reducía toda la política a eso, lo cual ya era una exageración, pues dejaba por fuera las masas, la población; pero no dejaba de tener un cierto viso de verdad: que en las élites políticas hay ciertas reglas de circulación, y nosotros vamos a entrar en eso. Eso tiene su propia objetividad. Bueno, lo dejo ahí, la sucesión política generacional.
Quiero llamar la atención acerca de que parece que estamos haciendo una reforma económica, y no hemos reparado lo suficiente en que, con la nueva Constitución, hemos hecho la reforma política. Todas estas cosas que estoy diciendo están en la Constitución ya, es decir, hay que mantener un ojo sobre la implementación de la Constitución, porque la nueva Constitución modifica el sistema político cubano de manera sustancial y le introduce nuevas dinámicas, como he tratado de explicar.
Dicho eso, quiero detenerme un momentico en algunos de los cambios de las instituciones políticas que están implicados. Hay muchas más, cosas gruesas que quiero mencionar que están resueltas institucionalmente. Está la separación de funciones que todos queríamos, que era un presidente o un jefe de Estado y un jefe de Gobierno (…) Quiero recordar que en el socialismo real —menos en el cubano—, siempre han estado separadas las jefaturas de Estado y de Gobierno.
Se hizo un sistema político ad hoc para el compañero Fidel, perfecto, no tengo problemas con que lo hayan hecho para él; pero, era para él. Cuando el compañero Fidel desapareció y empezamos a hablar de reformas, todo el mundo entendió que se tenía que producir una separación de las jefaturas de Estado y de Gobierno, y había algunas preguntas y propuestas de qué se debía hacer con el Consejo de Estado —que a todo el mundo le suena como la quinta rueda del carro, y lo que es peor, el carro gira con esa rueda—. Ustedes recordarán: por cada ley que hizo la Asamblea [Nacional del Poder Popular] el Consejo de Estado emitió 24 Decretos-Ley, es decir, que estamos gobernados por el Consejo de Estado.
Ahora, con los cambios institucionales políticos planteados por la Constitución hay dogmas. Se han separado las estructuras del Estado y el Gobierno, pero se le dio al jefe de Estado la atribución de presidir el Consejo de Ministros cuando lo estimara. ¿Qué hemos visto, por ejemplo, con el coronavirus? El primer ministro es un amanuense, el presidente preside todos los Consejos de Ministros. Es decir, que eso, que parecía ser una regla de excepción, pues se ha convertido en la práctica cotidiana. Cuando, como ya dijo el compañero Raúl, le demos la condición de primer secretario del Partido a Díaz-Canel, habremos reproducido en gran medida una concentración enorme de poderes en una sola persona, que no está en el espíritu de la reforma y que tampoco está en la Constitución. La Constitución dice que el Partido es el dirigente superior de la sociedad y del Estado. Entonces, cuando sea secretario general, está claro, que es bastante más que jefe de Estado. Ahí está esa pequeña incongruencia.
Pero hay una segunda incongruencia no declarada, que es la siguiente: sin decirlo, hemos creado un poder Ejecutivo, porque si tú miras bien que hay un jefe de Estado, que subordina al primer ministro… el primer ministro lo que tiene ahora en provincias son gobernadores, y los gobernadores lo que tienen en los municipios son intendentes. Se ha creado, sin decirlo, un poder Ejecutivo, una línea ejecutiva completa, directa y autónoma. No sé si lo pensaron así o no, pero no era lo que esperábamos. Lo que esperábamos era la única virtud que tenía el esquema anterior: todas las decisiones eran colegiadas. Es decir, la única virtud que tenía aquella maraña [de] nosotros era que el Consejo de Ministros nada más que tomaba decisiones colegiadas, el Consejo de Estado tenía que tomar decisiones colegiadas, la Asamblea tomaba decisiones colegiadas, y así era gobernado el país.
Sabemos que nadie iba a decir lo contrario de lo que dijera Fidel Castro, ya sabemos eso, pero el poder era colegiado. Fidel Castro decía: «…pero yo no sé por qué dicen que yo, si yo no puedo nombrar ni un embajador». Lo cual es verdad, lo nombraba el Consejo de Estado, es decir, que la virtud que tenía aquello era que estaba diseñado sobre la base de la decisión colegiada. Ya no, ya tenemos una línea ejecutiva que rendirá cuentas y todo lo que tú quieras —y tú me dirás qué quiere decir rendir cuentas en Cuba—, está bien, está puesta ahí como un derecho de tales o mascuales de la Asamblea que le rindan cuentas, ya veremos cómo se hace, pero los distintos poderes están adscriptos no al primer ministro, sino al comandante en jefe que ahora es jefe de Estado.
En fin, yo creo que hemos tenido una reforma política que resuelve algunos de los problemas que teníamos, pero nos deja otros; porque hay que hacer abstracción de las personas —hoy está Pedro, y mañana está Pablo—, y hay que pensar institucionalmente cuál es el potencial de conflictos que puede haber.
Un logro que yo creo tiene la reforma política implicada en la Constitución es que define mejor lo que en todas partes se llama la Administración Pública, porque el Estado tiene entre sus instituciones la jefatura de Estado, está el Gobierno y está la Administración Pública. En realidad, lo que hemos hecho es definir, de los ministros para abajo —pasando por los gobernadores y los intendentes—, una Administración Pública; es decir, la parte del Estado que ejecuta, que implementa las políticas que se deciden en los niveles decisores de las políticas: la Asamblea, la Presidencia, el Gobierno. El Gobierno es una institución, los Ministerios son parte de la Administración Pública, pero cuando el ministro se constituye como miembro de un órgano colectivo que es el Gobierno, es el Gobierno. Por eso, no solamente es lamentable que, por ejemplo, el ministro de la Industria Alimentaria haya dado ese espectáculo que dio, con lo cual demuestra no solo que no sirve como parte de la administración pública; sino lo que es peor: pensar que es miembro de un órgano de Gobierno (…) Fíjense que en los regímenes parlamentarios está el ministro y están después los secretarios, que son los que llevan la ejecución política, pero lo importante del ministro es que está formando parte del Gobierno y que, por tanto, forma parte de los que deciden las políticas que se implementan. Entonces, ahí tenemos ese potencial de contradicciones.
Tenemos un problema con las Fuerzas Armadas que, en el escenario de conflictos que tenemos, habrá que volver a reforzar las Fuerzas Armadas, modernizarlas. No queda más remedio que volver a destinar recursos para las Fuerzas Armadas, a los institutos armados, sea las FAR, sea el Ministerio del Interior. No cabe duda. Habrá que tecnificarlas, todo eso deberá ocurrir. Hay que tratar de que vuelva a ser una fuerza mínimamente disuasiva, tanto para el enemigo externo como para el interno. Yo creo que entre las cosas que hay que resolver para que eso ocurra es que hay que liberar a las Fuerzas Armadas de todo lo que no sea una función propia, rápidamente.
En ese sentido, me refiero a Gaesa. En mi opinión, Gaesa es un cáncer institucional. Yo no tengo opinión sobre Gaesa porque no sé cómo funciona. Lo mío es un juicio institucional: tener comprometidas a las Fuerzas Armadas con los monopolios estos que tienen el 30 por ciento de la economía del país. Comprometer a las Fuerzas Armadas con ese tipo de función y actividad que es, eventualmente, una fuente de corrupción: porque si eres un militar de carrera tú preferirías terminar en Gaesa, que terminar en un Cuerpo de Ejército y, eventualmente, tirando tiros. La introducción en las Fuerzas Armadas de esa expectativa es muy peligrosa. Entonces, más todas las explicaciones económicas y de otros tipos, pero a mí lo que me interesa ahora es la expectativa de que hay que devolverle a las Fuerzas Armadas su perfil propio, liberarlas de lo que no es una función defensiva y, por tanto, uno de los problemas gruesos que ya estoy planteando que hay que resolver, sobre el cual martilla el enemigo constantemente: las tres cuartas partes de las prohibiciones que ha dictado Trump son para las empresas de las Fuerzas Armadas. Eso es Gaesa. Entonces, yo creo que ese es uno de los problemas que hay que resolver. Pero, como de todo lo importante, no se habla, no se menciona, la palabra Gaesa no existe; es decir, que le estamos tocando, como dicen los campesinos, los huevos al toro.
No caben dudas de que es un problema institucional, político, con muchas implicaciones que hay que resolver, que hay que sanear. Hay que civilizar eso. Yo mismo me he puesto muchas metas: he pensado ahora sí, ahora sí, ahora sí… Incluso me he querido creer que lo iban a resolver trayendo a Gaesa entera a la vida civil y poniendo a su presidente de vicepresidente del Consejo de Ministros, para darle a eso una transición, pero no ocurrió. He pensado que nuestro primer ministro, que viene de ese mundo, es una solución confiable para que eso ocurra. No sé, quién sabe, pero no deja de ser un problema a resolver y que tiene costos políticos y de imagen, y consecuencias económicas, y desafíos para la autoridad de la jefatura de Estado enormes, porque no tengo que decirte que uno de los problemas que está por resolverse en esa historia es unas Fuerzas Armadas, unos institutos armados que nunca han estado subordinados a un no militar.
Para ponerlo en criollo: «a mí nunca me ha mandado no solo un no militar, sino tampoco uno que haya nacido después que triunfó la Revolución». No tiene precedentes, no hay ni una historia. Siempre sucede en política, muchos problemas implicados de subordinación real, lealtades políticas, etcétera, que hay que favorecer institucionalmente. Si tú complicas el orden institucional de manera que no favorezcas eso, el gobierno civil sobre el militar, la subordinación de los militares al poder civil, si tú no resuelves institucionalmente eso, arriesgas toda clase de cosas. Lo dejo ahí porque me parece que algo de eso se va a manifestar de aquí al 2025. Y yo espero, una vez más —debe ser porque es el último Congreso que voy a ver en vida— que en el 8vo. Congreso a ver si arreglan esas cositas que estoy diciendo, o algunas de ellas.
Me detengo en algo que les importa mucho a ustedes, de lo cual se ha dado un gran avance en la reforma política —vuelvo a decir— implicada en la nueva Carta Constitucional, que es el tema de la municipalización, que mejoró mucho su reconocimiento constitucional, aunque yo creo que de manera insuficiente. Yo creo que le tenía que haber dado la Constitución más líneas, más definiciones, más condiciones a la futura Ley del municipio, que dejó demasiadas cosas indefinidas, pero bueno, avanzó. Ya se habla de lo local, se habla de lo municipal, se espera una Ley municipal, se empieza a hablar de qué hay que resolver, qué hay que descentralizar en el municipio, etcétera.
Eso tiene un largo recorrido, porque cuando le empiecen a echar cosas al municipio van a descubrir que en el municipio no hay nadie. Eso lo digo con sobrada experiencia personal. El primero que habló de municipalización fue Raúl Castro, hablando de la municipalización de la agricultura, que nunca ha ocurrido, pero crearon delegaciones municipales del Ministerio y yo dije: «coñoooo, ahora sí lo que van a mandar para allá es a los viceministros, los cuadros, los directores, todo lo provincial, los carros, las computadoras…». Como me tocó pasear por algunos municipios acompañando [al Ministerio] y sus proyectos, empecé a ver a los delegados municipales de la Agricultura y lo que te daban eran ganas de llorar, de llorar. Lo digo ahora porque ustedes, como consultan esta realidad, creen que tienen que volver a hacer el recorrido de regular todo, de volverlos a formar. Todo eso hay que hacerlo, pero mi hermano, lo primero que hay que hacer es una política de cuadros que mande para los municipios.
Si vas a virar la pirámide, tienes que mandar para los municipios los cuadros fundamentales del país, porque si no, es de mentiritas. Si no mandas los cuadros que están hoy en los organismos centrales, disuelves los organismos centrales, disuelves las OSDE esas que inventaron y mandas toda esa reciedumbre de cuadros —que en Cuba ser cuadro es llegar a vivir en La Habana, no hay nadie que piense que su destino va a transcurrir en los límites del municipio donde nació, nadie cree eso en Cuba— … El ascenso, entre otras cosas, es salir del municipio. Esa es la ideología que acompaña la dinámica existente. Para cambiar esa dinámica, para cambiar ese imaginario, convertir realmente al municipio en lo que se dice que va a ser, hay que hacer muchas cosas; y uno de los gestos que hay que hacer es redistribuir los cuadros y los recursos en los municipios, si no, todo es violín. No hay municipalización.
[Joel Suárez]: Y no pudiera ser que, en los municipios, en vez de redistribuir los cuadros se creen potencialidades y capacidades que creen una base comunitaria que le suba el paraguas a…
De hecho, eso existe. Es que lo tienes que hacer, necesitas, seguramente, un segundo tiempo. El municipio tiene que crear sus cuadros, pero ahora, de inmediato, en la primera fase, para que haya un municipio que pueda asumir la descentralización de la economía, la descentralización de la política, ¿dónde están los cuadros? ¿Tú quieres ver los presidentes, los gobernadores? No voy a hablar ya de los municipios: ¿quieres que te hable de los gobernadores que tenemos, de los gobernadores realmente existentes?
Entonces, yo creo que de aquí al 2025, que es lo que estoy planteando, hace falta una política que haga realidad, que le dé una dimensión real a eso de la municipalización. Puede ser que la educación popular, las capacidades que creemos, el desarrollo local, todo lo otro que hasta ahora hemos inventado quede lidiando a largo plazo, juegue su papel, y algún día los municipios creen sus propios cuadros y sus propios actores. Pero eso es de mediano a largo plazo, y no está acompañado de ninguna cultura política que diga que tú naciste para quedarte en tu municipio, que tú consideres que es tu status —vamos a usar la imagen del estatus, recuerden que el estatus es la estructura que es la valoración que frente a la sociedad tiene el lugar que tú ocupas; por tanto, un maestro puede tener más estatus que un tipo lleno de dinero, porque la sociedad le reconoce esa instancia—.
Bueno, ¿qué lugar tienen aquí las empresas? Es más, ahora están inventando empresas filiales y todo eso, porque hasta las pocas empresas que existían las convertimos en empresas básicas. Hicimos horrores al respecto, que no hemos resuelto, y yo estoy oyendo hablar de reforzamiento empresarial. No disuelven las OSDE, han inventado una nueva complicación que son las llamadas empresas filiales para acallar el escándalo. ¿Quieres que te cuente un ejemplo del escándalo? Estoy en una reunión de balance del Centro de Estudios de la Economía Cubana que estaba dedicada a las empresas, ahí estaban los investigadores diciendo horrores y se les ocurrió invitar a la presidenta de Holguín, del Poder Popular, un cuadro. Cuando cogió la palabra dijo: «lo primero que voy a decir es que Holguín no tiene empresas». ¿Cómo no va a tener empresas? Y la empresa que fabrica las combinadas de caña, y la empresa que fabrica las cosas de riego, y los centrales… no hay (…) todas fueron convertidas en unidades básicas, unidades económicas básicas, las famosas UEB, fueron degradadas.
Primero, es un horror organizativo, pero fueron degradadas social y hasta laboralmente. Si tú quieres ser director de empresa, vendrás para La Habana. Todo eso es un lío, no me voy a meter en eso, pero no veo que van a resolverlo. Entre paréntesis, [eso lo] resolvió Humberto Pérez en 1976, para darle ese crédito, que disolvió todo el sistema empresarial que había en el país y reconstruyó y creó 4.000 empresas estatales, expediente empresa por empresa: qué tenía que cumplirse, etcétera (…)
Lo que quiero decir, es que todo eso crea un imaginario. ¿Cómo se asienta socialmente? ¿Cómo se asienta laboralmente? ¿Cómo se asienta en una política de cuadros? ¿Por qué hay que salir del municipio? Vas a tener un drenaje permanente. Esto que estoy diciendo no se resuelve si tú creas capacidades, creas cuadros y se te van del municipio. Produjiste al león de Andrak, descubriste que tenías en el municipio «X» al león de Andrak… se te va a ir del municipio, te lo van a promover. ¿Por qué se te va? Porque como es más complejo estar en la provincia que en el municipio, te lo van a llevar para la provincia, y como es más complejo estar en La Habana que estar en [otra] provincia…
Tienes que cambiar porque, como tenemos una pirámide invertida para todos los frentes, todas las facultades están arriba, y abajo no hay nada. Si tú me dices, están los cuadros más importantes arriba… si tú no distribuyes las facultades, no distribuyes las funciones, no distribuyes… no habrá un cambio de imaginario, no habrá un cambio de asociaciones jerárquicas, no habrá un cambio en la política de cuadros, no habrá un cambio para el municipio. A lo mejor ustedes crean capacidades que se van a desaparecer, etcétera.
Yo creo que tenemos un problema: aunque yo creo que hemos avanzado mucho en el tema de la municipalización, no tenemos una filosofía de la municipalización. Nos hace falta una filosofía, un imaginario, una ideología de la municipalización, porque está tan atrasado.
Pero, además, nos hemos movido al contrario en la historia de Cuba, que es lo peor. Este era el país más municipalista de América Latina: en Cuba un político lo que quería ser era o alcalde o presidente. Nadie quería ser gobernador. Alcalde o presidente de la República, porque estaba repartido todo el pastel en esos dos lugares. Nos hemos movido, durante 60 años, en sentido inverso. Hemos liquidado las jerarquías, los lugares, los poderes locales. Hay que reconstruir todo eso. Yo lo veo como una obra inmensa. Cada vez que hablo de esto, y me visitan en mi casa, abro las puertas de uno de mis libreros y les digo: «esos dos tomos que tú ves ahí, de papel biblia, de 1.500 páginas cada uno, es la Legislación municipal de Cuba», que te decía no solamente todo, sino, por ejemplo, que tú no podías estar a más de 100 metros de la playa, de la costa, sin pantalones; que tú no podías estar sin camisa en ningún lugar. Cuando triunfó la Revolución yo me acuerdo que fue un suceso que hubo que dictar una nueva Resolución municipal, ¡municipal!, para autorizar a andar en short en La Habana… Dime tú cómo estaría el preso ahora… Yo mismo ando en short, yo no me he movido en pantalones todavía en La Víbora y, como siempre sucede, la manera de vestir, la manera de comportarte, una cierta educación, una cierta manera de hablar, todo eso está engranado. Bien, nosotros invertimos, liquidamos todo eso, y creo que todo eso hay que crearlo. Yo te acabo de poner el ejemplo de los dos tomos, y de pronto te digo, ya no es que no haya los dos tomos, es que no hay ni una Ley municipal. Tú coges la Constitución del 40 y un tercio está dedicada a los municipios. En fin, lo dejo ahí como que este es un gran problema en el que yo creo que nos tenemos que mover de aquí al 2025.
[Joel Suárez]: Pero es importante, porque hay un relato, una expectativa de que todo eso funcione, que se acerque la gente a la gestión, pero hay un mesianismo con el tema del municipio.
Bueno, pero es mejor… A ver, es como todo… El mesianismo de Fidel Castro estaba a favor de la Revolución, entonces, el mesianismo posible del municipalismo ¡qué bien si va a crear a los municipios! Hay que admitir la ideología, este es un país ideológico. Nosotros vivimos con la Caridad del Cobre en el fondo, entonces, si no le metemos a eso ideología, mesianismo — tú le llamaste así, como te dé la gana — la idea de que se van a resolver todos los problemas, porque no, no tenemos solución.
[Joel Suárez]: Cuando hay un problema, voy a usar tus mismos instrumentos en la zona de análisis, cuando ahí coinciden un problema institucional, la circularidad de las élites, el peor lugar es el municipio como lugar topográfico de estar social y políticamente. En la circulación de las élites, lo peor es el cargo del gobierno del municipio, es mejor ser director de KTP…
Al no estar jerarquizado el municipio, este compañero que llegó a ministro de la Industria Alimentaria, a lo mejor sería un formidable dirigente en el municipio, puede ser su techo…
Por eso yo empleé el término filosofía. No tenemos todavía una concepción clara de lo que es un municipio ni de lo que queremos como un municipio y, como no tenemos eso claro, hacemos cosas, avanzamos un poco, hay una sed de institucionalidad que se supone que permite más participación, etcétera, pero sabemos que eso no funciona. Cuando tú le des al municipio, cuando pongas el centro de gravedad del sistema político en el municipio, se deben crear dinámicas y se debe crear una institucionalidad nueva y distinta para esa idea distinta, porque la institucionalidad que hay ahora es una institucionalidad subordinada, está subordinada a la provincia, es una réplica en el municipio, es una homología de lo que se decidió centralmente, se homologa cada vez con menos facultades y recursos hasta que llega al municipio donde no hay nada.
[Joel Suárez]: ¿Cómo queda la municipalidad con ese poder ejecutivo directo y autónomo que tú hablaste ahorita?
Puede echar a funcionar mejor, puede suceder que, al tener cierta autonomía administrativa, lo que es en la administración pública pueda funcionar mejor. Ahora, tú has dicho, que rinda [cuentas] a la Asamblea; si eso es mentira, volvemos a que el pájaro que está pintado no vuela. Ahora, en la institucionalidad que hay —y me anticipo a algo que iba a decir después— en la actualidad, como ha sido diseñada no hay espacio para el movimiento comunitario.
Un movimiento comunitario no es [solo] algo que ocurre en el marco territorial de un Consejo Popular, o en el marco de la Circunscripción, o en el marco del municipio. Eso es una acción comunitaria, una actividad comunitaria, un proyecto comunitario, nunca un movimiento comunitario. La autonomía, la espontaneidad que se le supone sociológicamente a lo comunitario no tiene lugar, no tiene espacio en la institucionalidad esa de la que estamos hablando. Entonces, tú tienes que persuadir, porque si no convences al del Consejo Popular no vas a hacer nada, olvídate… y por ahí para arriba. Entonces, una cierta concepción del municipio, de lo local, una cierta concepción del poder político local crea una cierta institucionalidad y cierra otra.
Por ejemplo, ustedes, que giran sobre la concepción implícita de lo comunitario, tienen que emplear las tres cuartas partes de su energía en conciliar con el poder político real, y que no te cierren… por no hablar de los poderes fácticos que no ves, porque tú vas a terminar discutiendo con el Consejo Popular, pero tú y yo sabemos que, antes de que tú llegaras vino la Contrainteligencia o la Seguridad del Estado a ver al del Poder Popular, y «esto aquí no puede ser». Es decir, que hay poderes fácticos que no están sentados ahí contigo, pero que están diciendo si va a haber un proyecto comunitario o no va a haberlo. Entonces, todo eso hay que pensarlo, por dónde puede romper. Yo creo que cuando la Revolución se compromete con un mayor desarrollo de lo municipal, crea una dinámica que queremos conquistar, es como todo, que tenemos que conquistar… Bueno, eso no es la reforma, pero vamos a ver cómo le pedimos más al ámbito comunitario y ese negocio.
Ahora, si aquí no funciona el Estado central qué tú me vas a decir de cómo funcionan los municipios, ¿qué me vas a contar? Eso ha empeorado, porque en casi todos los municipios de Cuba —te voy a dar un dato—, casi todos los municipios de Cuba tenían un central azucarero y muchos, más de uno, y una de las fuentes de cuadros de un municipio eran los cuadros que se formaban allí. Porque, bueno, un administrador de un central azucarero era siempre una tarea de envergadura y de prioridad central. Desaparecieron la mitad o las tres cuartas partes de los centrales del país.
Quería agregar una complicación más. En teoría, en este país la Revolución ha transcurrido y transcurre con dos corrientes políticas muy claras: los revolucionarios y los contrarrevolucionarios; y el consenso de apoyo a la Revolución es ese mismo: todos los revolucionarios, y los que no están en el consenso son los contrarrevolucionarios. Ya eso no es así, y se va a complicar más, en mi opinión, de aquí al 2025. Estamos conviviendo con lo que podríamos llamar una diversificación de las corrientes políticas, político ideológicas, una diversificación que hoy no tiene tantas figuras políticas como figuras intelectuales. Estamos en la fase en que los representantes de esas corrientes tienden a ser voces intelectuales más que políticas, aunque también hay algunas que son políticas.
Bueno, yo creo que la Revolución no está preparada, el sistema político cubano no está preparado para lidiar con esa diversidad, y su reacción frente a esa diversidad —que es diversidad de discurso, que es incremento de la crítica, son diversidades de propuestas— es, por el momento, una respuesta visceral. Reaccionamos mal, no podemos lidiar con eso. Ese es un problema que yo creo llevaría mucho tiempo entre nosotros, porque es muy atractivo, nada más que quería enunciarlo.
Voy a decir algunas figuras. Por ejemplo, entre los socialistas, los que están por el socialismo: están los fidelistas y guevaristas, que no es lo mismo, pero los voy a meter en el mismo saco; están los socialistas convencionales, digamos pesepistas y soviéticos; están los socialistas críticos, que tienen una marca generacional muy fuerte, que le pasan a la Revolución por la izquierda —aunque la Revolución no los reconozca— porque la critican porque no es suficientemente socialista, suficientemente revolucionaria, suficientemente igualitaria, suficientemente participativa, la critican, usan el discurso socialista para confrontar la Revolución.
Eso me lo dijo a mí un compañero proveniente de la Contrainteligencia, me lo definió de la siguiente manera: «ponen el indicador para la izquierda, pero giran para la derecha»; al cual yo le dije, pero ustedes ¿clasifican a la gente por la intencionalidad? La clasificación de ustedes de la gente ¿es por intencionalidad? Un panel que había propuesto yo en la UNEAC —con tu amigo Julito [Fernández Estrada], con tu amigo Ariel [Dacal]— y no lo querían. Si te sabes esa parte de la historia no te la cuento, pero me vinieron a ver y a dar explicaciones. Para que vean con qué estamos tratando.
Después tenemos lo que podríamos llamar, creo yo, los libertarios, que son anárquicos, anarcoides, anarcobolcheviques, cuyo carácter principal… para ellos lo atractivo es que un socialismo y una sociedad tan estatizada como la cubana es una contradicción, y aspiran a una sociedad no estatizada. ¿Cuáles son las doctrinas que critican el Estado? El anarquismo, entonces son filoanarquistas, anarcosindicalistas, pero hay un componente ahí antiestatista que, en Cuba, es darle una patada en los cojones al régimen. Vamos a estar claros de cómo es la cosa. Bajo el umbral del socialismo, hay esa diversificación, y se va a agudizar. No hablo de proporciones, porque es muy difícil estimar eso.
Tenemos después una franja que son lo que el régimen ha llamado «los centristas», que quieren ser políticamente leales, pero no están de acuerdo con el socialismo, no están de acuerdo con el socialismo real que tenemos, y no están de acuerdo ni con el socialismo porque «eso es una mierda que fracasó». Ahí, en ese grupo, en esa corriente, tenemos los que son socialdemócratas, que se colocan en esa tradición socialdemócrata, de Estado capitalista para que sea eficiente, de redistribución de los ingresos para que la gente tenga un Estado de bienestar, etcétera, cosas a las cuales ya la socialdemocracia realmente existente ha renunciado, ya, se fueron por el capitalismo.
Tenemos los socioliberales, es decir, los que son liberales, pero no quieren ser neoliberales, sino liberales que para fines del siglo XIX entienden que debe haber un componente social en la gestión económica, habría que ayudar a los pobres y los abandonados que están en los callejones del hambre y después hay que redistribuir un poco la riqueza. Esa es una franja.
Y hay otra franja que son francamente anexionistas, con distintos matices que van desde «yo quiero ser un estado de la Unión» hasta que «los gringos no son tan malos», o «¿por qué no somos realistas?», o «¿por qué no aceptamos que ellos son los grandes y los fuertes?»
No sé si ustedes conocen un libro que se llama El idiota latinoamericano escrito por el hijo de Vargas Llosa, Montaner y el colombiano este, Apuleyo. Se llama El manual del perfecto idiota latinoamericano: aspirar a la soberanía, la independencia económica, etcétera, por fuera de Estados Unidos, es el signo supremo de la idiotez. Pero tenemos una franja de eso aquí, esa corriente está instalada aquí y tiene una expresión también entre los medios intelectuales ya, no quiero decir que entre los medios políticos porque todavía hay algún mecanismo de depuración, pero, «Cosa veréis Mío Cid», porque la transición del socialismo al capitalismo en Europa la hizo, en todos los casos, la mitad del Partido Comunista; de manera que hay que curarse en salud.
Por supuesto, hay dos tipos de reacción. La reacción brutal, que es cargarle a eso la Seguridad del Estado, la Contrainteligencia y que ponga orden; y otra, que es la que se supone que le toca al Partido, que es ver cómo va a administrar esas contradicciones. Y administrar las contradicciones es admitir que va a existir, en el seno de la Revolución y del país, un sector crítico que le pasa a la política del Partido y del Gobierno por la izquierda y otro que le pasa por la derecha, y que están aquí, y que son leales, y que aceptan la Constitución.
No tenemos ni psicología ni cultura política para digerir eso, pero de aquí al 2025 esto es un problema. Y, quiero decir que, cuando lo vemos por grupos etarios, tiene una creciente presencia en los sectores más jóvenes, en las nuevas generaciones. Lo dejo ahí, no quiero extenderme en eso porque querría hacer, antes de terminar el tema político y entrar en el económico, cuatro comentarios muy rápidos.
Hay una nueva Ley electoral, no voy a comentarla. Voy a decir que en este proceso de reforma apareció, con más fuerza que nunca antes, el componente plebiscitario del sistema político, es decir, la idea de que hay políticas, decisiones y leyes que deben ser sometidas a plebiscito. Hay que echarle aire a eso, hay que echarle aire, no podemos dejar en una representación exclusivamente electoral que tiene todas las limitaciones que sabemos. Baste decir que el que manda, que es el Partido, no es elegido por la sociedad, para saber todos los problemas que eso implica.
Todo lo que sea plebiscitario o todo lo que podamos poner bajo plebiscito, en mi opinión, reforzaría la condición socialista o movería al socialismo real cubano en el sentido de un mayor desarrollo democrático. Llamo la atención sobre ese problema que, por supuesto, tiene muchas implicaciones. Cuando plebiscitemos, ahí todas las fuerzas y todas esas corrientes enemigas entran al juego; pero obliga al poder revolucionario a debatir y a enfrentar a la opinión pública a su favor para todas sus políticas.
El otro comentario que quería hacer acerca del sistema político es que pongamos a revisión lo que voy a llamar la evolución del consenso.
Yo creo que la Revolución ha transitado con un consenso mayoritario, creo que ese consenso se ha estrechado, pero que sigue siendo un consenso mayoritario a favor de la Revolución. Ahora ese consenso tiene, en mi opinión, en lo que he podido estudiar, dos manifestaciones nuevas: no es un consenso total, no es —como era para la primera generación— un consenso sobre todo lo que dice, sobre todas las políticas, sobre todas las manifestaciones de la Revolución. Es más selectivo.
Hay consenso sobre «A», pero no sobre «B»; sobre «A» y sobre «B», pero no sobre «C». Empieza a ser selectivo (…) Entonces, el consenso —que para los más viejos no tenía ninguna diversidad ni grieta, ni diferenciación durante los casi primeros 40 años— ahora entra en una dinámica de un consenso más selectivo, primer problema.
Y, segundo problema, el consenso… la definición de consenso es los que aprueban y los que no se oponen: cuando Joel en la reunión te dice «bueno, como tenemos consenso» es que nada más que hablaron dos, como los demás no se opusieron, tenemos consenso. Así funciona en política el término, por eso gran parte de la dinámica real es que me calle, de manera que se cumplió el consenso con los que no se oponen. Ahora, este es un tema de proporciones. Creo que la Revolución ha transitado por lo que pudiéramos llamar un consenso pasivo pequeño y un gran consenso activo. Yo tengo la impresión de que, aún en el seno de ese consenso mayoritario, se están produciendo variaciones en esas proporciones y que se está llevando el consenso pasivo, el componente pasivo del consenso, es decir, los que no se oponen. ¿Me explico? Pero, evidentemente, eso es una debilidad del consenso, un debilitamiento del consenso, lo que debemos apuntar como una problemática que, en mi opinión, se va a hacer manifiesta a la altura del 2025. Esto, por supuesto, tendría que ser reforzado por las muchas vías que solemos emplear, pero que no las asociamos a este fenómeno: más participación, más representación, más debate, en fin, hay una serie de instrumentos que existen, que nosotros usamos muy limitadamente y que son los que permiten reproducir el consenso. Lo dejo ahí con ese comentario.
Apunto otro problema para el 2025: la legitimidad. Un concepto que tiene muchas escuelas, pero que es muy importante en la perspectiva gramsciana porque la hegemonía lo que tiene de contrapartida en política es la legitimidad y yo asiento frente al poder porque me parece legítimo, si no me pareciera legítimo no asentiría. Entonces, el tema de la legitimidad, que nunca se ha puesto en discusión, porque es obvio: «la Revolución es fuente de poder, es legítima, representa los intereses de las grandes mayorías, trabaja para ellas». Hasta a Marino Murillo no le queda más remedio que decir: «esto es en favor de las grandes mayorías, esto es en favor del pueblo». No le queda más remedio que decir y repetir eso, y al otro, y al otro, y yo creo que es verdad, no creo que están mintiendo, pero es una de las fuentes de la legitimidad.
Ahora, en mi libro [La evolución del poder en la Revolución cubana] que tú has visto, yo me di el trabajo de descomponer lo que llamé las fuentes de legitimidad, para quitarle la subjetividad. La legitimidad era algo subjetivo que nos ocurría corazón adentro, no, no, no, debía también haber algunas razones objetivas para que yo me enamorara de la Revolución y la siguiera y la defendiera. Lo que llamé después fuentes de legitimidad: identifiqué la fuente histórica, identifiqué las obras de la Revolución, las expectativas que la Revolución había creado y que hoy son, la jurisdicidad —que la Revolución era legítima jurídicamente—, el liderazgo —el liderazgo es cardinal como fuente de legitimidad—, etcétera.
Yo no quiero decir que hay que estar de acuerdo con esa propuesta mía, lo que quiero es llamar la atención sobre que hay fuentes objetivas de legitimidad, que la legitimidad no es solamente el discurso, aunque también el discurso. El discurso va a incidir en esa legitimidad, pero no solo. Hay otras fuentes de legitimidad, y yo advierto que algunas de esas fuentes se están estrechando, y que otras fuentes están ganado cada vez más peso.
Voy a poner un ejemplo: con la desaparición de la generación histórica, la legitimidad histórica —la Revolución, la Sierra Maestra, se encaramó, se comió un león en la esquina—, todo eso se va minimizando, no desaparece nunca, pero va perdiendo peso en la construcción de esa legitimidad.
Por supuesto, la obra de la Revolución sigue teniendo gran peso, pero como hemos advertido, estamos de crisis en crisis. De manera que, para un sector importante de la población —a veces nosotros mismos, los viejos—, porque esto es transversal, estoy cansado de ver gente de mi generación que están cansados y hasta me han dicho: «pero yo, empecé por aquí y ¿voy a terminar por aquí? ¿Cómo es esto? Se me fue la vida». Y si estoy de dirigente a lo mejor no me he dado cuenta, pero si pasé a jubilado, me acabo de dar cuenta de que dejé el carro, la gasolina, el comedor, el viaje al extranjero y la playa en el verano. Es decir, a lo mejor estoy dispuesto porque soy un duro, un «comecandela», un guevarista como José Luis y estoy dispuesto a renunciar a todo, pero la mujer ¿qué dice?: «¿Qué tú estás diciendo? ¿Qué te vas a jubilar?» Y los hijos le dicen: «¿cómo? ¿Papi? ¿Y yo, que estoy terminando la carrera, cómo me vas a dejar colgado a mí aquí?». Todas esas artimañas están transitando en el escenario real.
Bueno, pero lo que quería decir es que observemos, de cara al 2025, que la fuente que va ganando más peso, en mi opinión, es la jurisdicidad. Cada vez será más fuente de legitimidad lo que se atiene a la ley, lo que se atiene a la Constitución, lo que se atiene a la norma, el cumplimiento de la ley y «te voy a reclamar a los tribunales», y la independencia del poder judicial, etcétera. Todo eso va a ganar peso en la legitimidad de la Revolución.
Y dos, el desarrollo democrático. Nosotros somos de una generación y de otras generaciones que, bueno, tenemos la democracia imperfecta, hemos puesto el acento en otros aspectos de la democracia: la igualdad, la cuestión social, la cuestión económica. En fin, hemos tenido que soslayar otros aspectos: los derechos civiles y políticos o les hemos tenido que poner algunas barreras porque los enemigos se aprovechan de eso.
Sobran las explicaciones, pero cada vez más esos son problemas que hay que resolver. Es un problema internacional, forman parte de los derechos humanos, etcétera. Estamos comprometidos con eso, y cada vez más el tema de la jurisdicidad y del desarrollo democrático van a pesar en la legitimidad del régimen. Yo creo que a la altura del 2025 van a pesar mucho, pero bueno, yo hoy estoy aquí. Pero, advierto que tenemos un problema en esta proyección que estamos haciendo sobre el tema de la legitimidad política.
[Joel Suárez]: Para mí hay otro componente, me parece que es un modelo en transición, y una reforma constitucional en cinco o seis años sería terrible, que es la legitimidad que se gana o se pierde en la administración pública, al tú desnudar ahí, clarito.
A eso le llamé la eficiencia, la obra de la Revolución. Bueno, lo están diciendo ellos, ya están confesando en la televisión que no funciona nada. Está claro, y por eso dije antes que uno de los problemas del orden institucional es su ineficiencia. Después tu averiguarás por qué son ineficientes: el jefe es incapaz, el burócrata es un maligno, no tienen recursos, después analicemos eso, pero que el orden institucional cubano —incluida la administración pública— es de una ineficiencia abismal está claro y, por tanto, efectivamente, estoy de acuerdo contigo: es una fuente de ilegitimidad. Afectará la legitimidad, estoy de acuerdo contigo absolutamente.
Está bien que lo digan todo. Lo que pasa es que, curiosamente, ¿qué está ocurriendo?, ¿qué ha ocurrido? Ese burócrata existe desde el sesenta y estaba la película La muerte de un burócrata y estaba 44 luchas contra la burocracia, etcétera. Ya no hacemos ninguna, ya lo peor es que no hacemos ninguna, no hay una campaña contra la burocracia. Hay quejas, nos quejamos, nos quejamos, pero en los sesenta ya eso era un problema. En 1964 se publicó un artículo en Granma, el Che habló de eso varias veces, Fidel también se pronunció, de eso hablan el capitalismo, las ciencias sociales, pero antes, como yo lo he percibido en esta historia —y yo soy un observador participante de esta historia—: este es un burócrata, y un cabrón que estaba afectando a la Revolución, pero la Revolución se separaba de ese burócrata. El burócrata era una perversión local, personal, casuística, que no afectaba la imagen, el compromiso, la grandeza de la Revolución. Ya no es tanto, ya el tipo que no le dan el pan, y tiene un problema en la Oficoda, y choca con la burocracia, y ahí mismo se caga en la Revolución.
Hay una evolución de apreciación del costo que tiene, efectivamente, este encuentro con la burocracia, pero, otra cosa que he dicho en mi libro —y que voy después a escribir un ensayo sobre el asunto— es que el problema es de un tipo o de otro según la definición que tú des de burocracia. Si tú dices que la burocracia se refiere a los supernumerarios, es decir, que hay demasiada gente, hay un tipo de solución. Si tú dices que la burocracia es el funcionariado que funciona de manera deficiente, hay otra definición y hay otro enemigo. Pero si tú llegas a decir —que es como dicen los trotskos— que la burocracia es la capacidad de tomar decisiones sin control democrático, entonces puede ser un burócrata el presidente de la República, todos los dirigentes entran en la posible burocratización de su gestión y de su manera de dirigir, porque toman decisiones discrecionales que la sociedad no puede controlar, que no tienen control democrático, etcétera. Es decir, que también [es importante] la definición de la que tú partes cuando se hace la crítica.
Y se dice que el socialismo es un régimen burocrático. Están apuntando a esta última definición del problema: que la dirección del poder político se hace burocrática en el sentido de que la sociedad pierde todo control sobre ella. Eso es lo burocrático del poder, además de los funcionarios. Están todas las otras excrecencias. Yo creo que esta dimensión del problema burocrático va a hacerse más clara en los años por venir: «no me jodas más, y dame cuentas». Además, ese poder Ejecutivo que hemos creado ahora hasta el intendente, si no le ponemos control democrático, si, por ejemplo, en primera instancia la Asamblea no lo controla, y después los ciudadanos no tienen voz… prepárate. Bueno, eso lo dejo ahí.
Y el último problema que quería mencionar, solamente voy a mencionar, aunque yo sé que ustedes querrían que les hablara de eso, pero no… es el papel del Partido. Porque desde el punto de vista del sistema político, el Partido, el Partido de vanguardia, se ha convertido históricamente en Partido dirigente, que hay muchos problemas sobre cómo ejerce esa dirección, la posición que tiene con el Estado, todo eso. El socialismo histórico se la pasó diciendo que iba a separar el Partido y el Estado y nadie lo cumplió. Aquí lo hemos dicho, no lo hemos cumplido. No hay ninguna regla de separación, etcétera.
Por tanto, ese es un problema que está por resolverse: cómo realmente el Partido se separa del Estado, equidista del Estado, equidista de la sociedad y, como dice la fórmula de los clásicos, representa a la sociedad frente al Estado y legitima al Estado frente a la sociedad. Esa es su función.
Todo eso está resumido en la fórmula de dirigente superior de la sociedad y el Estado, pero la fórmula sugiere una equidistancia que en la realidad no existe, como ustedes saben. Para que el Partido juegue su papel de vanguardia, de dirigente superior, tiene que resolver esa colusión, esa articulación con el Estado. Y yo quiero decir que aquí, a nivel central, es patente; pero cuando usted llega a Baracoa, no tenga ninguna duda de que el primer secretario de Baracoa es un señor feudal. Es inapelable. No tengo ninguna duda.
Es decir, que este es un problema que, cuando tú vas bajando y cuando nos metamos en la municipalización, corremos un riesgo. Es uno de los problemas que me preocupaban a mí con esta separación de poderes entre la administración de los órganos representativos: es que corremos el riesgo ahora de que el Partido colisione con el gobernador, o colisione con el intendente y vuelva mierda en la práctica los poderes representativos. Este es un peligro que no descarto porque ahora, en el coronavirus, el que está en la televisión es el primer secretario del Partido en La Habana y el gobernador, es decir, que esa es una dinámica complicada.
El Partido pudiera arrastrar en algunos lugares el papel en que se le percibe y como no hay problemas, como esto no lo discutimos, yo nunca he discutido esto en el Partido, el Partido nunca me ha preguntado mi opinión de esto que yo estoy diciendo aquí, ni me lo va a preguntar, está de más que lo diga. Yo creo que este problema del papel que va a jugar el Partido, y un grupo de estos problemas que he mencionado, o el Partido los asume en el próximo 8vo. Congreso, se los plantea, o el Partido va a quedar muy mal parado en esta historia de aquí al 2025. Porque, al final, el Partido es una institución que necesita no solamente que la letra diga que él manda, sino que sea legítimo, que tenga ascendencia, que sea hegemónico, etcétera.
Dicho eso, ya después habría que referirse a la vida interna partidaria. En fin, me preocupa mucho la relevancia del 8vo. Congreso, del cual, desgraciadamente, por el coronavirus, ni hemos hablado todavía. Es más, le estamos pasando al 8vo. Congreso la agenda incumplida del sexto, la agenda incumplida del séptimo y, de las 270 leyes que implementaron para su ejecución, no menos de 250. Y es el Congreso en que se supone que la generación histórica se despide… se supone y se ha dicho, y desarmará todas las dinámicas correspondientes.
Como decían los antiguos, la naturaleza tiene horror al vacío. Bueno, les voy a decir, con más razón de la política: quien sí le tiene horror al vacío es la política. En política sí no hay vacío. Cuando la generación histórica diga «me voy», entonces, me parece, que ustedes deben contemplar muy atentos a las tendencias. Porque, bueno, ustedes son una brizna de paja en la tormenta, son una hoja en el viento en medio de un vendaval en el país. El 8vo. Congreso: eso se va a poner con mucho ruido de aquí a allá, y ustedes tienen que ver cuál es la corriente más favorable al proyecto del Centro Martin Luther King.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/la-pol%C3%ADtica-tiene-horror-al-vac%C3%ADo-448746d452aa
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