El feminismo antipornografía está acostumbrado a los insultos de la izquierda. Una y otra vez se nos dice que estamos en contra del sexo, que somos remilgados, simplistas, políticamente naif, distrayentes, y cerrados de cabeza. Las críticas más crudas no dudan en sugerir que la cura para estos achaques se encuentra en, cómo diríamos, una […]
El feminismo antipornografía está acostumbrado a los insultos de la izquierda. Una y otra vez se nos dice que estamos en contra del sexo, que somos remilgados, simplistas, políticamente naif, distrayentes, y cerrados de cabeza. Las críticas más crudas no dudan en sugerir que la cura para estos achaques se encuentra en, cómo diríamos, una vida sexual plena.
Además de las calumnias, nos enfrentamos constantemente a una pregunta: ¿por qué «malgastamos» nuestro tiempo en el asunto de la pornografía? Puesto que somos anticapitalistas y antiimperialistas de izquierda así como feministas, ¿no deberíamos concentrarnos en las muchas crisis políticas, económicas y ecológicas (la guerra, la pobreza, el calentamiento global, etc.)? ¿Por qué gastaríamos parte de nuestras energías intelectuales y organizativas durante las últimas dos décadas fomentando la crítica feminista de la pornografía y de la industria de la explotación sexual?
La respuesta es simple: estamos contra la pornografía precisamente porque somos tanto izquierdistas como feministas.
Como izquierdistas, rechazamos el sexismo y el racismo que satura la pornografía comercializada en masa de hoy en día. Como izquierdistas, rechazamos la mercantilización capitalista de uno de los aspectos más básicos de nuestra humanidad. Como izquierdistas, rechazamos la dominación de los medios y la cultura por multinacionales. Los feministas antipornografía no piden a la izquierda que acepte una nueva manera de mirar al mundo sino que demandan consistencia en el análisis y en la aplicación de principios.
Siempre nos ha resultado extraño que tantos en la izquierda rechacen sistemáticamente comprometerse en una crítica antipornográfica sostenida y concienzuda. Todo esto resulta particularmente lamentable en un momento en el que la izquierda ansía conectar con el público; una crítica de la pornografía basada en un feminismo radical y un análisis de izquierda que se contraponga a la moralina de derechas sería parte de una efectiva estrategia organizativa.
Análisis izquierdista de los medios.
Los izquierdistas examinan los grandes medios de comunicación como un lugar en el que la clase dominante trata de crear e imponer definiciones y explicaciones del mundo. Sabemos que las noticias no son neutrales, que los programas de entretenimiento son algo más que diversión y juegos. Son lugares en los que se refuerza la ideología, donde se expresa el punto de vista de los poderosos. Ese proceso es siempre una lucha; a los intentos de las clases dominantes de definir el mundo se les pueden ofrecer, y se les ofrece, resistencia. El término «hegemonía» se usa típicamente para describir ese proceso del que siempre se protesta, el modo en el que la clase dominante trata de asegurar el control sobre la construcción de significado.
La crítica feminista de la pornografía es consistente con (y, para muchos de nosotros, emana de) un análisis ampliamente aceptado en la izquierda sobre ideología, hegemonía y medios de comunicación, lo que conduce a la observación de que la pornografía es al patriarcado lo que la televisión comercial es al capitalismo. Pero cuando se trata de pornografía, muchos en la izquierda parecen olvidar la teoría de la hegemonía de Gramsci y aceptan el argumento autocomplaciente de que la pornografía es mera fantasía.
Aparentemente, el lugar común que es la percepción por parte de la izquierda de que las imágenes de los medios pueden ser herramientas para legitimizar las desigualdades, es válida para un análisis de la CBS o la CNN, pero se evapora cuando la imagen es la de una mujer a la que le clavan un pene en su garganta con tanta fuerza que tiene arcadas. En ese caso, por motivos sin aclarar, se supone que no debemos tomarnos en serio las representaciones pornográficas o verlas como unos productos cuidadosamente producidos dentro de un sistema más amplio de desigualdades de género, raza y clase. Aparentemente el valioso trabajo llevado a cabo por los críticos de los medios sobre la política de producción no tiene peso para la pornografía.
La pornografía es una fantasía, hasta cierto punto. Igual que los programas de policías de la televisión, que aseveran la nobleza de los policías y los fiscales como protectores de la gente son fantasía. Igual que las historias de Horatio Alger sobre las recompensas al trabajo duro en el capitalismo son mera fantasía. Igual que las películas que representan a los árabes sólo como terroristas son fantasía.
Todos esos productos mediáticos son criticados por la gente de izquierda precisamente porque el mundo de fantasía que crean es una distorsión del mundo real en el que vivimos. La policía y los abogados a veces buscan la justicia, pero también hacen respetar la ley del poderoso. Hay personas que en el capitalismo prosperan como resultado de su duro trabajo, pero el sistema no proporciona una vida decente a todo el que trabaja duro. Un pequeño número de árabes son terroristas, pero eso oscurece tanto el terrorismo de los poderosos en la América blanca como la humanidad de la gran mayoría de los árabes.
Esas fantasías también reflejan cómo quieren que se sienta la gente subordinada los que están en el poder. Las imágenes de negros felices en las plantaciones hacían sentir a los blancos más seguros y pretenciosos en su opresión de los esclavos. Las imágenes de trabajadores contentos calman los miedos capitalistas hacia la revolución. Y los hombres atienden sus complejos sentimientos sobre la tóxica mezcla de sexo y agresividad de la masculinidad contemporánea buscando imágenes de mujeres a las que les gusta el dolor y la humillación.
¿Por qué tanta gente en la izquierda parece asumir que los pornógrafos operan en un universo diferente al del resto de los capitalistas? ¿Por qué ha de ser la pornografía la única vía de representación producida y distribuida por multinacionales que no sería un vehículo para legitimar las desigualdades? ¿Por qué los pornógrafos serían los únicos capitalistas de los medios de comunicación que son rebeldes que buscan subvertir sistemas hegemónicos?
¿Por qué los pornógrafos se ganan la vista gorda de tanta gente de izquierdas?
Después de años de enfrentarnos a la hostilidad de la izquierda en público y en la prensa, creemos que la repuesta es obvia. El deseo sexual puede restringir la capacidad de la gente para el razonamiento crítico (especialmente los hombres en el patriarcado, donde el sexo no va solo de placer sino de poder).
La gente de izquierda (en particular los hombres de izquierda) debe superar la obsesión con enrollarse.
Analicemos la pornografía no como sexo sino como medio de comunicación. ¿Adónde llegaremos?
Medios de comunicación comerciales
Las críticas hacia el poder de los medios de comunicación comerciales son omnipresentes en la izquierda. Gente de izquierda con proyectos políticos muy diferentes pueden unirse para censurar el control de los conglomerados sobre las noticias y la programación de entretenimiento. Por la estructura del sistema, se da por hecho que esas empresas crean una programación que responde a las necesidades de anunciantes y elites, no de la gente ordinaria.
Sin embargo cuando se habla de pornografía, este análisis sale volando por la ventana. Escuchando a tantos en la izquierda defender la pornografía, uno pensaría que el material está hecho por esforzados artistas trabajando sin descanso en solitarios desvanes para ayudarnos a entender los misterios de la sexualidad. No hay nada más lejos de la realidad; la industria de la pornografía es solo eso: una industria, dominada por las compañías de producción pornográfica que crean el material, con empresas mayoritarias lucrándose con su distribución.
Es fácil escuchar las conversaciones de los pornógrafos: tienen una revista del oficio, Adult Video News. Las conversaciones que se encuentran allí no tienden a concentrarse en el potencial transgresor de la pornografía o la naturaleza polisémica de los guiones sexualmente explícitos. Hablan de (qué sorpresa) beneficios. Las historias de la revista no reflejan una conciencia crítica sobre casi nada, en particular género, raza y sexo.
Andrew Edmond (presidente y ejecutivo de Flying Crocodile, una compañía de pornografía en Internet con un valor de 20 millones de dólares) lo dijo francamente: «Mucha gente se distrae del modelo empresarial por [el sexo]. Es un mercado tan sofisticado y variado como cualquier otro. Funcionamos como cualquier otra compañía de los 500 de Fortune«.
Las productoras (desde las grandes como Larry Flint Productions hasta las pequeñas productoras informales) actúan predeciblemente como grandes empresas del capitalismo, buscando maximizar la cuota de mercado y los beneficios. No tienen en cuenta las necesidades de la gente o los efectos de sus productos, no más que otros capitalistas. Dar un toque romántico a los productores pornográficos tiene tanto sentido como darle un toque romántico a los ejecutivos de Viacom o Disney.
Cada vez más, las grandes empresas de comunicación también obtienen beneficios. Hugh Hefner y Flint tuvieron que pelear para ganarse el respeto en los salones del capitalismo, pero hoy la mayoría de los beneficiarios de la pornográfía son grandes corporaciones. A través de la propiedad de las compañías de distribución por cable y de servicios de Internet, las grandes compañías que distribuyen pornografía también distribuyen programación comercial. Un ejemplo es News Corp. Propiedad de Rupert Murdoch.
News Corp. es un accionista mayoritario de DirecTV, que vende más películas pornográficas que Flint. En 2000, el New York Times informó de que los 8,7 millones de subscriptores de DirecTV gastan unos 200 millones de dólares al año. Entre los demás holdings de medios de comunicación propiedad de News Corp. están las redes de TV por cable y por emisión de la Fox, Twentieth Century Fox, el New York Post y TV Guide. Bienvenidos a la sinergia: Murdoch también es propietario de Harper Collins, que publicó el libro superventas de la estrella del porno Jenna Jameson How To Make Love Like A Porn Star [Cómo Hacer el Amor Como una Estrella del Porno, N. del T.].
Cuando Paul Thomas aceptó el premio al mejor director en la entrega de premios de la industria del porno de 2005, hizo un comentario sobre la corporativización de la industria bromeando: «Solían pagarme los italianos con dinero en efectivo. Ahora me paga un judío con un cheque». Sin fijarnos en la tosca referencia étnica (Thomas trabaja principalmente para Vivid, cuya cabeza es judía), quería decir que lo que una vez fue una empresa financiada en gran parte por la mafia ahora es otra corporación.
¿Qué piensa la gente de izquierda de las corporaciones? ¿Queremos que nuestra cultura la construyan ejecutivos de las corporaciones hambrientos de beneficios?
Mercantilización
Hace tiempo que se sabe en la izquierda que uno de los aspectos más insidiosos del capitalismo es la mercantilización de todo. No hay nada que no se pueda vender en el juego de acumulación sin fin del capitalismo.
En la pornografía, hay mucho más en juego, lo que se mercantiliza es crucial para nuestra percepción del ser. Sea cual sea la sexualidad o la visión de la sexualidad que tenga una persona, prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que es un aspecto importante de nuestra identidad. En la pornografía, y más en general en la industria del sexo, la sexualidad es un producto más para empaquetar y vender.
Cuando aparecen estás cuestiones, los izquierdistas pro-pornografía a menudo se apresuran a explicar que las mujeres en la pornografía han elegido ese trabajo. Aunque en toda discusión sobre elegir se tienen que tener en consideración las condiciones bajo las que uno elige, no discutimos que esas mujeres en efecto elijan, y como feministas respetamos esa elección y tratamos de comprenderla.
Pero, hasta donde nosotros sabemos, nadie de izquierdas defiende los medios de comunicación capitalistas (o cualquier otra empresa capitalista) señalando que los trabajadores consienten en hacer sus trabajos. La gente que produce contenidos para los medios de comunicación, o cualquier otro producto, consiente en trabajar en tales empresas, bajo diferentes obligaciones y oportunidades. ¿Y qué? La crítica no es hacia los trabajadores sin hacia los propietarios y la estructura.
Fíjense en la estrella más grande de la industria, Jenna Jameson, que parece controlar su vida de negocios. Sin embargo en su libro cuenta que fue violada de adolescente y describe las maneras en la que la prosituían hombres a lo largo de su vida. Su desesperación por dinero aparece también cuando intentó conseguir un trabajo como bailarina de strip-tease pero parecía demasiado joven: se metió en un baño y se arrancó la ortodoncia con unos alicates. También describe su abuso de las drogas y se lamenta de la cantidad de amigos de la industria que perdió con las drogas. Y esta es la mujer de la que se dice que es la más poderosa en la industria pornográfica.
Tal y como entendemos el análisis de izquierda, el interés no está en decisiones individuales sobre cómo sobrevivir en un sistema que mercantiliza todo y nos roba las oportunidades de controlar nuestra vidas. Se trata de luchar contra el sistema.
Racismo
Según han ido despareciendo de los medios de comunicación las formas más descaradas y desagradables de racismo, la gente de izquierda continúa señalando que aún perduran formas de racismo más sutiles, y que su constante reproducción a través de los medios es un problema. La raza importa, y la representación de la raza por parte de los medios de comunicación importa.
La pornografía es el único género en el que el racismo manifiesto se sigue aceptando. No es un racismo sutil, codificado, sino un racismo a la antigua usanza de los EEUU: representaciones estereotipadas del semental negro, la salvaje mujer negra, la latina caliente, la tímida geisha asiática. Los vendedores de pornografía tienen una categoría especial, «interracial», que permite a los consumidores encontrar las posibles combinaciones de personajes y escenarios racistas.
El racismo de la industria está tan generalizado que pasa en gran medida desapercibido. En una entrevista con el productor del DVD «Black Bros and Asian Ho’s» [Hermanos negros y putas asiáticas. N. del T.] uno de nosotros le preguntó si alguna vez le habían criticado por el racismo de tales películas. Dijo: «no, son muy populares». Repetimos la pregunta: populares, sí, pero, ¿la gente critica alguna vez el racismo? Nos miraba incrédulo; la pregunta aparentemente nunca se le había pasado por la cabeza.
Sin embargo dense una vuelta por una tienda de pornografía, y está claro que la justicia racial no es algo central para la industria. Se suelen pedir películas tipo «Black Attack Gang Bang» [Películas en las que una mujer es penetrada por un grupo de negros. N. del T.] «¡Mi misión es encontrar las nenas blancas más lindas para que unos negros con una buena polla le den fuerte y la follen en grupo hasta sacarla del pueblo!» Sería interesante ver a un izquierdista pro-pornografía argumentar a una audiencia no blanca que tales películas no están relacionadas con la política de la raza y la superioridad blanca.
Los productores más grandes como Vivid utilizan principalmente mujeres blancas; la cara oficial de la pornografía es abrumadoramente blanca. Sin embargo, paralelamente a este género existe un material más agresivo en el que aparecen con más frecuencia mujeres de color. Como nos dijo una mujer negra de la industria, «éste negocio es racista», desde cómo la tratan los productores para pagarle diferenciales hasta las conversaciones diarias que escucha por casualidad en el estudio.
Sexismo
La pornografía heterosexual comercializada en masa contemporánea (el grueso del mercado del material sexualmente explícito) es un lugar donde se crea y distribuye un significado particular del sexo y el género. El mensaje ideológico central de la pornografía no es difícil de discernir: las mujeres existen para dar placer sexual a los hombres, independientemente de la forma en que los hombres quieran ese placer, sin importar qué consecuencias tenga para las mujeres. No es sólo que las mujeres existan para el sexo, sino que existen para el sexo que quieren los hombres.
A pesar de las afirmaciones naif (o poco sinceras) de que la pornografía es un vehículo para la liberación sexual de la mujer, el grueso de la pornografía comercializada en masa es increíblemente sexista. Desde el feo lenguaje que se utiliza para describir a las mujeres, hasta las posturas de subordinación, hasta las propias prácticas sexuales: la pornografía es implacablemente misógina. A medida que la industria «madura» el género más popular de películas, llamadas «gonzo«, continúa rebasando los límites de degradación y crueldad hacia las mujeres. Los directores reconocen que no están seguros de adónde llevarlos desde el nivel actual.
Esta misoginia no es un rasgo idiosincrásico de unas cuantas películas marginales. Basándonos en tres estudios sobre el contenido de los vídeos y DVD pornográficos de la última década, concluimos que el odio hacia las mujeres es lo principal en la pornografía contemporánea. Si quitamos todos los vídeos en los que a una mujer se le llama puta, coño, guarra o zorra, los estantes quedarían desnudos. Quitemos cada DVD en el que una mujer se convierte en el objetivo del desprecio de un hombre, y no nos quedaríamos con muchas. La pornografía comercializada en masa no exalta a la mujer y a su sexualidad, sino que expresa desprecio hacia las mujeres y exalta el hecho de expresar ese desprecio sexualmente.
La gente de izquierda típicamente rechaza meras explicaciones biológicas de la desigualdad. Pero la historia del género en la pornografía es la historia del determinismo biológico. Un tema central en la pornografía es que las mujeres son diferentes de los hombres y disfrutan con el dolor, la humillación la degradación; no merecen la misma humanidad que los hombres porque son un tipo diferente de criatura. En la pornografía, no es sólo que las mujeres quieren que las follen de un modo degradante, sino que lo necesitan. La pornografía en el fondo cuenta historias sobre dónde deben estar las mujeres: bajo los hombres.
La mayoría de la gente de izquierda critica el patriarcado y se opone al sistema de dominación por parte del macho. La lucha de género es uno de esos campos de batalla contra la dominación, y por tanto un campo de batalla ideológica. Si se unen el conocimiento de los medios de comunicación con los argumentos feministas sobre igualdad sexual, se obtienen los argumentos antipornografía.
La necesidad de un análisis consistente del poder.
Los izquierdistas que por otro lado se sienten orgullosos de analizar los sistemas y estructuras del poder, se pueden transformar en individualistas libertarios extremos cuando se trata de la pornografía. El pensamiento sofisticado y crítico que sustenta lo mejor de la política de izquierda puede ceder a los análisis simplistas, políticamente naif y de diversión que deja a mucha gente de izquierda en el papel de animadores de una industria explotadora. En esos análisis, no se supone que debemos examinar la ideología de la cultura y cómo moldea la percepción que tiene la gente de sus opciones, y debemos ignorar las condiciones bajo las que vive la gente; todo va de libertad de elección individual.
Una crítica de la pornografía no implica que la libertad arraigada en la habilidad del individuo para elegir no sea importante, sino que argumenta en cambio que esos asuntos no se pueden reducir a un solo momento de elección por parte de un individuo. En su lugar, debemos preguntar: ¿Qué significa en realidad libertad dentro de un sistema capitalista que es racista y sexista?
La gente de izquierdas siempre se ha enfrentado a la opinión de los poderosos de que la libertad consiste en aceptar el lugar que ocupa uno en una jerarquía. Los feministas han remarcado que uno de los sistemas de poder que nos oprimen es el género.
Sostenemos que la gente de izquierda que se toma el feminismo en serio debe darse cuenta de que la pornografía, junto con otras formas capitalistas de explotación sexual, sobre todo de mujeres, niñas y niños, por parte de hombres, es inconsistente con un mundo que el que la gente común pueda tomar el control de su propio destino.
Ésta es la promesa de la izquierda, del feminismo, de la teoría crítica de la raza, del humanismo radical: de todo movimiento liberador de la historia moderna.
Gail Dines es profesor de estudios americanos en el Wheelock College de Boston. Se puede contactar con ella en [email protected]. Robert Jensen es profesor de periodismo en la universidad de Texas en Austin. Se le puede localizar en [email protected]. Son coautores junto a Ann Russo de Pornography: The Production and Consumption of Inequality. Además ambos son miembros del comité organizador provisional del Movimiento Nacional Feminista Antipornografía. Para más información póngase en contacto con [email protected] o entre a http://feministantipornographymovement.org/.