Existen una especie de pautas generales para muchos de los procesos revolucionarios o radicales que se han dado en la historia reciente. Con diferentes matices aparecen en muchos de ellos. Veamos algunas de las experiencias históricas, de manera no exhaustiva por supuesto, y comparemos con la realidad europea actual, intentando extraer alguna enseñanza sobre los […]
Existen una especie de pautas generales para muchos de los procesos revolucionarios o radicales que se han dado en la historia reciente. Con diferentes matices aparecen en muchos de ellos. Veamos algunas de las experiencias históricas, de manera no exhaustiva por supuesto, y comparemos con la realidad europea actual, intentando extraer alguna enseñanza sobre los posibles desarrollos inmediatos.
Primera pauta. Los pueblos empiezan a movilizarse de diferentes maneras contra situaciones de miseria, injusticia u opresión insoportables. Para ello deben darse ciertas condiciones, porque otras muchas veces ante situaciones similares los pueblos permanecen en la pasividad. Estas condiciones pueden ser la presencia de un pensamiento crítico y un programa de acción y la existencia de organizaciones que agiten el descontento, u otro tipo de circunstancias.
Las miserias y el sufrimiento producidos por la primera guerra mundial y la presencia de organizaciones de izquierda revolucionaria ocasionaron intensas movilizaciones de masas en el período final de la guerra y, finalmente, el triunfo de la revolución en la Rusia zarista. El espectáculo de la debilidad mostrada por las potencias coloniales europeas durante la segunda guerra mundial, y un fuerte sentimiento de autodeterminación, llevaron al gran proceso descolonizador en la segunda post-guerra con algunos grandes éxitos que permanecieron en el tiempo, como en China, Vietnam, Argelia, etc. Las agresiones del neoliberalismo y la presencia de importantes movimientos sociales llevaron al ascenso de gobiernos populares y progresistas en América Latina a principios del siglo XXI. En otros muchos ejemplos históricos los intentos revolucionarios fueron derrotados por las fuerzas reaccionarias o imperialistas y no son tomados aquí en cuenta, a los efectos del análisis de este artículo.
Segunda pauta. Después del triunfo, las fuerzas políticas que representaban a esos movimientos de masas se encontraron, generalmente, gobernando países en situaciones muy difíciles porque, por definición, si la situación no hubiese llegado a esos extremos conflictivos no se hubiesen producido las revoluciones. Esas situaciones de graves dificultades podían proceder de que el período precedente hubiese estado marcado por una guerra exterior (Rusia), una guerra contra un invasor (Yugoslavia) e incluso con el añadido de guerra civil (China), o por una situación de profundo subdesarrollo junto a una guerra de independencia (países descolonizados en África o Asia), o una guerra de guerrillas (Cuba). En este sentido las rebeliones recientes en América Latina se apartan ciertamente de esta pauta, porque aunque se trata de países poco desarrollados, y el neoliberalismo les había sobreexplotado a favor de los países desarrollados y de su propia oligarquía, no habían sufrido una destrucción y, además, gozaban de importantes riquezas naturales (petróleo, gas, minerales) en las que poder apoyarse para ofrecer unas mejoras rápidas a sus poblaciones.
Estas dificultades aumentaron inmediatamente después del triunfo revolucionario porque dichos países fueron agredidos por las potencias imperialistas de diferentes maneras, promocionando guerras civiles, creando grupos armados (Rusia, Nicaragua), utilizando el bloqueo económico (Cuba), utilizando las FFAA del mismo país para acabar con la revolución en marcha (Chile) o utilizando a la burguesía colaboradora de esos países para revertir el proceso descolonizador (África).
Una variante de esta segunda pauta, de la que forman parte muchas revoluciones, consiste en que, a pesar de dichas dificultades, pudieron contar con algún tipo de ayuda exterior proveniente de revoluciones ya consolidadas en otras partes. La gran excepción, evidentemente, fue Rusia por ser la primera. Pero también el Chile de Allende podría incluirse entre las excepciones.
Tercera pauta. La gran mayoría de esas revoluciones desaparecieron. Algunas debido a la intervención directa o indirecta del imperialismo, como en Chile, Nicaragua o algunos países descolonizados. Un segundo grupo colapsó por la descomposición interna de la revolución como en la Unión Soviética y el este europeo. Finalmente están los países donde se mantuvieron los partidos comunistas en el poder pero con una práctica que no tiene nada que ver con sus ideales originales (Corea del Norte), o que se dirigen rápidamente al capitalismo (China, Vietnam).
De esta tercera pauta se han salvado, por ahora, Cuba y los países donde triunfaron las rebeliones anti-neoliberales en América Latina.
Ahora intentemos aplicar estas pautas a la situación europea actual. La primera pauta lleva produciéndose en Europa desde el desencadenamiento de la actual crisis económica. Las movilizaciones han sido desiguales y su principal expresión ha tenido lugar en Grecia debido a la intensidad de la agresión sufrida por el pueblo griego. Pero, incluso en este caso, aún se encuentra en esta fase.
Ahora pasamos a hacer un ejercicio hipotético en base a la situación actual. La segunda fase se podría abrir si en junio, como apuntan la mayoría de los pronósticos, triunfase en las elecciones y formase gobierno la izquierda transformadora y mantuviese su programa actual. Llegados a ese punto existen tres posibles desenlaces al pulso entre ese posible gobierno griego de izquierdas y las exigencias neoliberales de Bruselas. Un acuerdo que permitiese la permanencia de Grecia en el euro a la vez que la mayor parte del programa de la izquierda griega; se trata de una situación nada realista dada la correlación de fuerzas en Europa. Un acuerdo para mantener a Grecia en el euro, pero implicando la renuncia a gran parte del programa de la izquierda griega y alguna concesión de Bruselas; en ese caso no habría ruptura con el neoliberalismo en Europa; se trata de una situación poco probable, pero no descartable, condicionada por las tensiones que pueda producir el pulso en el seno de la propia izquierda. Una postura de firmeza de la izquierda griega y la salida de este país del euro, y seguramente de la UE.
En este último caso, Grecia sería un ejemplo más de la segunda pauta. El gobierno de izquierdas se encontraría con un país en condiciones muy difíciles, como son las que atraviesa en estos momentos, y con una segura actitud de agresiva hostilidad por parte de algunos países europeos (con la Alemania de Merkel a la cabeza) y de toda las organizaciones internacionales de la burguesía mundial. Grecia no se encontraría con la ayuda de recursos naturales en los que apoyarse, como en el caso de Venezuela, Bolivia o Ecuador, para cambiar rápidamente la situación de su población. Pero seguramente podría contar con la ayuda de los países mencionados, más Cuba, Nicaragua y muchos otros más (y por supuesto los movimientos sociales y la izquierda internacional) que simpatizarían con su actitud de dignidad y enfrentamiento a esa Santa Alianza (Bruselas, el BCE y el FMI) que la mantiene en una situación de protectorado.
De abrirse esta fase, el proceso griego tendría grandes similitudes con el actual proceso latinoamericano, en cuanto que la manera en que se abre la posibilidad de un gobierno que represente el programa de las clases populares es a través de una previa movilización de masas intensa. Pero se asemejaría también al Chile de la UP en cuanto que serían fuerzas políticas de izquierda de corte clásico las que gestionarían el proceso en lugar de líderes carismáticos (Chávez, Evo, Correa) apoyados por fuerzas políticas débiles. En cualquier caso, ambos ejemplos históricos tienen muchas enseñanzas que ofrecer para que Grecia fuese también una excepción a la tercera pauta indicada.
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