Estudiante de doctorado en el departamento de castellano de la Universidad de Yale, militante del sindicato de estudiantes de doctorado GESO, Luis Martín-Cabrera no pudo permanecer en Yale por su actividad sindical y por sus afinidades marxistas, y tuvo que finalizar su tesis en la Universidad de Michigan, donde, por supuesto, siguió siendo militante del […]
Estudiante de doctorado en el departamento de castellano de la Universidad de Yale, militante del sindicato de estudiantes de doctorado GESO, Luis Martín-Cabrera no pudo permanecer en Yale por su actividad sindical y por sus afinidades marxistas, y tuvo que finalizar su tesis en la Universidad de Michigan, donde, por supuesto, siguió siendo militante del sindicato de estudiantes, GEO, y del de profesores contratados, LEO.
Actualmente es profesor del departamento de Literatura la Universidad de California, San Diego, uno de los pocos focos de marxismo vivo en el país de Zinn. Como él mismo suele señalar, Martín-Cabrera tiene el inmenso privilegio de que allí, donde ahora trabaja, le hayan precedido Herbert Marcuse, Carlos Blanco Aguinaga o Angela Davis. Mejor atalaya para su visión crítica y libre no es concebible.
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Estábamos en Marx. Los Grundrisse, si no ando muy errado, más allá de su publicación en el siglo XX, son unos manuscritos inacabados previos a la edición del primer libro de El Capital. Por lo demás, como no podía ser de otra forma, el pensamiento de Marx (y también el de Engels) sobre estos asuntos fue variando con el tiempo. No toda su reflexión es equiparable al progresismo histórico, a las alabanzas parciales del capitalismo que podemos leer en el Manifiesto por ejemplo. El Marx tardío veía la comuna rusa, la pre-capitalista comuna rural rusa, como un medio de evitar los desmanes y barbaries de la irrupción del capitalismo.
Totalmente de acuerdo, Salvador, la idea del tiempo progresivo y lineal aparece en el Manifiesto y en el primer Marx, pero no en los textos más tardíos como El 18 de Brumario que se abre con el famoso la historia siempre se repite dos veces primero como tragedia después como farsa, pero tampoco podemos depurar a Marx de sus contradicciones ni de su tiempo, porque además a su pensamiento no le hace falta. Igual comparto contigo cierta irritación que producen los lugares comunes sobre Marx y el marxismo generalmente basados en una lectura rápida y superficial del manifiesto.
Vuelvo al hilo principal. ¿Said lo fue, Said fue un postmodernista?
En la medida que Said forma parte del canon de la teoría postcolonial puede decirse que tienen alguna conexión con el pensamiento postmoderno. Pero lo clave aquí no es si metemos o sacamos a Said de la Postmodernidad, sino entender el sentido radical de su obra y para ello hay que partir por afirmar que la publicación de Orientalismo fue un acontecimiento en el sentido estricto de la palabra que fundó una disciplina y cambió el modo de leer la cultura occidental dominante y las culturas colonizadas dominadas por los imperios. Said, que fue un intelectual palestino en el corazón del imperio, estudió literatura comparada en las universidades de élite norteamericanas y cómo tal seguramente fue testigo de la lectura hegemónica que se hacía del canon occidental como única literatura prestigiosa (recuérdese que la literatura comparada en su origen comparaba mayoritariamente literaturas europeas). A partir de la lectura de estos autores, la mayoría blancos y angloeuropeos, Said empezó a pensar por qué la cultura de Oriente Medio no podía surgir en toda su complejidad en Estados Unidos, por qué Oriente quedaba reducido a una cita a pie de página o a un motivo estético exotizante en estos libros. A partir de esa intuición inicial Said emprende una lectura crítica del Foucault de la Arqueología del saber y Las palabras y las cosas y se apropia de la noción foucaultiana de formación discursiva.
Said toma estos conceptos de Foucault para argumentar que el Orientalismo es una máquina discursiva construida por escritores e intelectuales occidentales para producir lo Oriental como una cultura exótica, hipersexualizada y subalterna. A partir de la lectura de El corazón de las tinieblas de Conrad o los escritos de Napoleón sobre Egipto, Said muestra como se van tejiendo distintos órdenes discursivos (literarios y no literarios) que tienen por objeto, no tanto justificar la dominación imperial, sino producirla. Pero a diferencia de Foucault que no admite la existencia de una realidad afuera del discurso o al menos la posibilidad de hablar de esa realidad sin lenguajes, Said postula que por debajo del Orientalismo esta el referente real, la verdad de las culturas y las gentes de carne y hueso de los territorios que occidente produce discursivamente como orientales. En otras palabras, el Oriente de verdad en toda su heterogeneidad cultural no pueden mostrarse porque el régimen discursivo del Orientalismo continuamente orientaliza Oriente, lo reduce a estereotipos que son simplemente el reverso dominado de la cultura occidental. El programa de Orientalismo consiste -si me puedo permitir el trabalenguas-en desorientalizar Oriente para liberarlo cultural, política y materialmente. Esta conclusión funda una práctica cultural de lectura anti-imperialista que, por cierto, tiene conexiones muy interesantes con el Calibán de Fernández Retamar en Cuba y con otros referentes del discurso cultural latinoamericano antiimperialista.
A los grandes popes del pensamiento postmoderno no les gustó para nada la lectura de Foucault que hizo Said.
¿Nos da alguna referencia?
Christopher Miller un profesor del departamento de Francés de Yale, me contó que a Paul De Man, Orientalismo le pareció un mal libro, un libro que pervertía el sentido original de la obra de Foucault. A veces una crítica puede ser el mejor elogio. Said no pidió permiso para apropiarse del discurso del Amo, lo utilizó, como Martí, para fundar una práctica antiimperialista en las entrañas del monstruo. A partir de ahí surgen otros libros y otras intervenciones a contracorriente del pensamiento hegemónico universitario. Cuando todo lo sólido se disolvía en el aire vacío de la postmodernidad, Said defendió la necesidad de intervenir en política desde la cultura en Representaciones intelectuales, se hizo fotos tirándole piedras a los tanques israelíes para escándalo de los sionistas bienpensantes neoyorquinos; fue, en suma, un modelo de conducta en una academia más interesada en mirarse el ombligo que en cambiar el mundo.
Unas fotos, las que citas, que muchos no olvidaremos nunca. Déjame insistir sobre Said. ¿Conoces a Ibn Warraq y un libro, supuestamente demoledor contra Said, Defending the West: A Critique of Edward Said’s Orientalism? ¿Qué te parece?
No lo conozco, pero mirando rápidamente que escribe con un pseudónimo y que dirige un instituto para la secularización del Islam me suena todo a parte de la operación islamofóbica de Occidente en general y de Estados Unidos en particular, ¿cómo le va a gustar Orientalismo? Creo que Santiago Alba ha insistido con muy buenos argumentos en que por ese camino nunca vamos a entender qué pasa en el mundo árabe.
Gabriel Andadre, un joven filósofo venezolano que tal vez conozcas, ha escrito un libro sobre el posmodernismo. Cito una reflexión suya: «Said reprochó justamente la distorsión de Oriente en los textos de los orientalistas. Pero se equivocó al afirmar que todo orientalista, por el mero hecho de serlo, estaba al servicio de los imperios y que la labor de los orientalistas era producir propaganda para justificar el dominio. El grave error de Said fue participar de la doctrina de Foucault, según la cual no hay representación objetiva posible y todo conocimiento es una forma de dominio». ¿Qué opinión te merece esta reflexión?
Creo que he contestado a muchas de estas cosas antes, pero en general decir que no todos los orientalistas son opresores es como pensar que hay capitalistas menos malos, o colonialismos benignos. Sé que no esta de moda hablar así, pero a mí me sucede que en esto soy intolerante, no tolero el orientalismo igual que no me da por tolerar el fascismo o el capitalismo. Además Said pilló literalmente a los orientalistas con las manos en la masa y la prueba es que después de la publicación de su libro cerraron todos los departamentos e institutos orientalistas en Estados Unidos y los movieron a otras unidades académicas o los cambiaron de nombre. Eso es tácitamente un reconocimiento a las tesis de Said.
Creo que las criticas que tu le hacías hace poco al libro de Andrade en rebelión.org son merecidas y, por mi parte, lo que he tratado de mostrar en esta entrevista es que desde la izquierda anticapitalista no podemos simplemente empezar a pensar con prejuicios e inferir que todo lo que inspiró Foucault es inservible o políticamente sospechoso a priori.
Cambio de tercio. Nos hablas un poco de universidad. ¿Cuáles son los autores de la denominada «French theory» que tienen más reconocimiento allí?
De partida, yo diría que a la teoría francesa le pasa un poco como a esos buenos vinos franceses que no viajan bien. En muchos casos el contexto original queda perdido en mitad del Atlántico y se reciben de acuerdo a cierta ideología liberal dominante. En el caso por ejemplo de Derrida la deconstrucción surge de cierto diálogo con el marxismo althusseriano y también con cierta crítica a la Unión Soviética. Al viajar a Estados Unidos este debate se filtra por el tamiz del final de las ideologías postmodernas y se transforma a estos teóricos en filósofos escépticos que no creen en nada, porque eso encaja bien con la Doxa de la postmodernidad.
Para responder a tu pregunta hay autores franceses como Derrida, Lacan, Deleuze, Guattari y Foucault que siguen siendo leídos y otros que tuvieron su momento de gloria como Baudrillard y de los que ya casi nadie se acuerda mucho. Hoy los dos pensadores franceses con más tirada son Alain Badiou y Jacques Ranciére, dos pensadores que mantienen una conexión mucho más estrecha con los marxismos, creo que es un signo de los tiempos de crisis que corren.
Sobre esto habría que cuestionar un poco el lugar de la teoría francesa como una forma de capital cultural sin la cual parece ser muy difícil hablar con autoridad en la academia norteamericana. Es evidente el interés de algunos de estos pensadores, pero también la insistencia en la teoría francesa opaca a otros pensadores de países periféricos que son igual o más importantes que los franceses. Por ejemplo, Fanon, el Che, Anibal Quijano o Aimé Césaire que para mí son fundamentales para entender el colonialismo y la colonialidad del poder.
Por último, habría que ver qué pensadores franceses no tienen éxito en la academia norteamericana. Daniel Bensaïd, hablábamos el otro día con el compañero Franck Gaudicheau, que es probablemente dueño de la lectura más original del Marx del Capital y los Grundrisse está traducido al inglés, pero no goza del mismo prestigio que Derrida o Foucault, porque su marxismo es un marxismo no sólo teórico sino también militante, escribió más panfletos que libros y artículos académicos y eso ya no es tan atractivo para el mercado académico norteamericano. Qué sé importa de Francia y cuándo se importa parece ser una cuestión fundamental.
Entiendo la importancia del punto que señalas. Jacques Bouveresse, por ejemplo, tiene predicamento actualmente en las universidades usamericanas?
No lo conozco, la verdad. Es posible que tenga más penetración por su trabajo en los departamentos de filosofía, donde la filosofía analítica es la única realmente existente, pero igual insisto en el punto anterior qué se importa, quién lo importa y cuándo se importa parecen cuestiones importantes para cualquiera que este interesado en la historia cultural.
Jameson, corrígeme si no es el caso, habló del postmodernismo como de una cosmovisión asociada a la actual etapa del capitalismo. ¿Nos puedes dar cuenta de esta correlación?
No tengo muy fresca mi lectura de Jameson en este momento, pero lo que recuerdo de su libro sobre el postmodernismo es que en ese momento en el que se abdicaba de casi todas las banderas de lucha que había inspirado el marxismo, Jameson hizo un esfuerzo teórico descomunal para explicar el postmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío. Es decir, asumía que ya no estábamos dentro del capitalismo industrial fordista, pero trataba de desnaturalizar el escepticismo postmoderno y hacerlo aparecer como la ideología del nuevo capitalismo financiero. Fue y es una intervención importante.
En un momento muy oscuro de los años noventa, el principio del subconsciente político, Always historicize!! (siempre historizar) nos servía mucho para no ahogarnos en el mar de la postmodernidad y el final de la historia
Insisto un poco en cosas ya comentadas. Te he leído en alguna ocasión una aproximación como la siguiente: «La postmodernidad, en general, es una engañifa malintencionada, pero hay que separar el polvo de la paja». ¿Nos ayudas en la separación?
Creo que en todas las otras preguntas he tratado de hacer esta separación, de mostrar que lo que llamamos «postmodernidad» es una abstracción gigantesca que ha engendrado cosas muy distintas, críticas válidas y otras no tanto, pensamiento crítico y rebelde y sumisión y dominación. Entendida en su sentido amplio la postmodernidad es inaceptable porque disuelve los antagonismos políticos en el final de la historia y el final de las ideologías y, por lo tanto, hace impensable una experiencia de la justicia y de la igualdad afuera de la mercantilización del mundo que impone el capitalismo en todas partes.
Por cierto, ¿quién fue De Man? ¿Se le sigue considerando? Ya sé que antes has hablado de él.
Paul De Man fue un profesor belga de Yale que introdujo el pensamiento de Derrida y la deconstrucción en la academia norteamericana. Escribió varios libros interesantes y dotó a la critica literaria de cierta altura filosófica de la que carecía hasta ese momento. Por ejemplo, en Visión y Ceguera arguye que todo texto literario para poder ser necesariamente tiene que opacar ciertos significados e iluminar otros para autorizarse a base de excluir o dar por sentadas ciertas cosas. Básicamente De Man llevó a la literatura la manera de leer filosofía de la deconstrucción derrideana. La deconstrucción según Derrida opera como un virus que se inserta dentro del texto y muestra sus aporías, sus implicaciones tácitas y sus límites, todo lo que tiene que excluir para poder «tener sentido». Como «teoría de lectura» la deconstrucción opera por negación, no afirma por ejemplo las implicaciones históricas de un texto, sino sus fallas, sus límites y ese es probablemente su mayor limitación, que no puede afirmar nada de un texto literario que no sea la afirmación contenida en la negación de sus estrategias retóricas.
En 1987 se descubre que De Man ha escrito unos textos antisemitas en su juventud que veladamente justifican la «solución final». Para el New York Times esta es la prueba irrefutable de que la deconstrucción es el «fascismo». Shoshana Feldmand, una de las alumnas más aventajadas de De Man, escribe un texto deslumbrante para explicar que las lecturas antiautoriatarias de De Man son el reconocimiento tácito de su error de juventud. En mi opinión ni una cosa ni la otra. Ni el colaboracionismo de De Man desautoriza toda la deconstrucción ni su obra justifica su silencio sobre sus actitudes políticas juveniles. Sea como fuere, hoy De Man está mayoritariamente olvidado.
Y en cuanto a Jacques Derrida, también hemos hablado de él, ¿sigue siendo un autor importante?
Empecemos por el final a responder a la pregunta sobre la importancia que tuvo y tiene Jacques Derrida en la academia norteamericana. Cuando fallece el 10 de octubre del 2004 el New York Times publica un obituario muy agresivo plagado de lugares comunes, irónico y realmente fuera de lugar, porque evidentemente el muerto no se podía defender. Para muestra un botón: «Para muchos americanos, en particular, [Derrida] era la personificación de la escuela francesa de pensamiento que, en su opinión, estaba minando los standards tradicionales de la educación clásica, un pensamiento que asociaban frecuentemente a causas políticas divisivas. Los críticos literarios rompían textos en párrafos y frases aisladas para encontrar significados ocultos. Los defensores del feminismo, los derechos de los gays y las causas del Tercer Mundo abrazaron su método como un instrumento para revelar los prejuicios e inconsistencias de Platón, Aristóteles, Shakespeare, Freud y otros «hombres blancos muertos» icónicos de la cultura occidental» [1]
¿Por qué hace esto el New York Times?
Te pregunto ahora por ello.
De acuerdo.
Notas:
[1] http://www.nytimes.com/2004/10/10/obituaries/10derrida.html?pagewanted=1&_r=0
[*] La primera parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179357. La segunda en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179681
Salvador López Arnal es nieto del cenetista asesinado en Barcelona en mayo de 1939 -delito: «rebelión»-: José Arnal Cerezuela.
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