«… la aportación de un Estado normal consiste sobre todo en producir dentro del Estado y su territorio una pacificación completa, esto es, en procurar la «paz, seguridad y orden» y crear así la situación normal que constituye el presupuesto necesario para que las normas jurídicas puedan tener vigencia en general, ya que toda norma […]
(Carl Schmitt, El concepto de lo político)
El último artículo de la Baronesa Ashton, Alta Representante de la UE para la política Exterior, publicado en El País resume bien los objetivos occidentales ante la crisis egipcia. De lo que se trata es de sentar las bases de una «democracia profunda» en Egipto, esto es, en palabras de la Sra. Ashton, de una democracia » q ue incluya el respeto al imperio de la ley, la libertad de expresión, un poder judicial independiente y una administración imparcial. Para eso es necesario proteger los derechos de propiedad y contar con unos sindicatos libres.» Cabe preguntarse por qué ahora plantea la Sra. Ashton esas exigencias a Egipto, pues la ausencia de libertades parecía no constituir problema alguno cuando el régimen de Mubarak mantenía a través de las detenciones masivas, el asesinato político y la tortura generalizada el orden que tan preciado le parece a las potencias occidentales. Por este orden manifiesta ahora gran inquietud José María Aznar, quien recientemente afirmaba a propósito de l o que está pasando en Egipto que no es «simplemente un juego de qué bonito es reclamar más libertad y más democracia , que lo es, o qué justo es reclamar más libertad y más democracia, que lo es», sino que hay que «tener en la cabeza cómo es posible ordenar procesos políticos de modernización del mundo con unas garantías de estabilidad para toda la humanidad, para todo el mundo, y a su vez también para los intereses del mundo occidental «. Esta estabilidad, como se sabe, consiste en el mantenimiento de un orden capitalista atento a las «recomendaciones del FMI» y fiel servidor de la sagrada «seguridad de Israel», esto es, de la perennización de la opresión del pueblo palestino y de la ocupación de su territorio por el último Estado colonial del Mediterraneo. Nada había de preocupante cuando la violencia servía para salvaguardar esos «valores» y esa «estabilidad», por los que Mubarak fue celebrado como un campeón de la «moderación». Hoy cuando una muy pacífica «violencia» cívica contra el orden establecido en Egipto amenaza dar al traste con esa «estabilidad», el objetivo común de la UE, de los Estados Unidos y de su satélite israelí es que no se hunda el Estado egipcio. En otros términos, que no se abra en Egipto un proceso constituyente que ponga en peligro la inscripción de Egipto en el capitalismo dependiente y en el dispositivo geoestratégico de control occidental del Oriente Medio.
Los países del centro capitalista tienen que evitar a toda costa que el Mediterraneo se convierta en una nueva América Latina. Por ello no pueden confiar en el resultado de las elecciones. En palabras de la Baronesa Ashton: » No se trata sólo de cambiar el gobierno, sino de construir las instituciones y las actitudes adecuadas. A largo plazo, la «democracia superficial» -que la gente emita su voto con libertad el día de las elecciones para escoger su gobierno- no puede sobrevivir si la «democracia profunda» no echa raíces.» En efecto, una «democracia superficial» es la que pudo llevar al gobierno a Chávez, Correa y Evo Morales, gobernantes que no están construyendo las instituciones de una «democracia profunda» y que no tienen tampoco las «actitudes adecuadas». Para que estas actitudes se den es necesaria por lo tanto una buena dosis de pedagogía que haga comprender a tunecinos, egipcios y otros pueblos tentados por la rebelión que la democracia es una y que es inseparable del capitalismo y de la fidelidad a la geoestrategia occidental. Tal es el verdadero sentido de la «democracia profunda» que la Sra Ashton presenta como » la mejor respuesta, probablemente la única, que puede darse a quienes temen que el final de las tiranías desemboque en el populismo del extremismo antioccidental.»
De lo que se trata es de impedir el «populismo», esto es cualquier política de transformación social radical que ponga en cuestión la dependencia de las poblaciones respecto del sistema globalizado de parasitismo financiero en que se ha convertido el capitalismo. El ministro italiano de Asuntos Exteriores afirmaba así tras el último Consejo Europeo que «La Unión está a favor de una transición ordenada y de que se reconozcan las aspiraciones legítimas del pueblo egipcio, al tiempo que está interesada en que el Estado no se hunda«. Que el Estado no se hunda significa que la máquina dictatorial profunda se perpetúe. La democracia profunda apunta al mantenimiento de la contraposición entre soberanía política y esa variante capitalista del «principio de realidad» que son los «imperativos económicos». La soberanía, en esta contraposición se ve reducida a la simple aceptación de lo ya decidido en la esfera «económica», esto es en la esfera en que se perpetúa en última instancia la dominación del capital, la esfera que la teoría marxista identifica con la dictadura de clase de la burguesía. La democracia profunda es la que coincide en su fundamento social, en su «constitución material» con la dictadura de la burguesía.
Desde el punto de vista del derecho constitucional, lo que la Sra Ashton denomina «democracia profunda» no es sino el viejo principio de «superlegalidad» que defendiera alguien tan poco sospechoso de simpatías democracias como el jurista ultracatólico y filonazi Carl Schmitt. La «superlegalidad» es como su nombre indica, un principio de legitimidad superior a la ley y a la propia constitución que, aunque no se exprese directamente en ellas, les sirve de fundamento último. En palabras de Schmitt:» La palabra [superlegalidad] significa una intensificación de la validez de determinadas normas respecto de las normas «simples» (o normas «ordinarias»), esto es normales.» (C. Schmitt, La revolución legal mundial). La superlegalidad es la «constitución profunda» de los viejos reaccionarios como Cánovas, es de hecho, la excepción de la dictadura de clase en el corazón mismo de la norma. La supralegalidad, en otros términos, es la garantía de que no se cuestionarán las condiciones sociales «normales» que posibilitan la aplicación de la ley, entre las que indica la Sra Ashton «los derechos de propiedad» y, para equilibrar un poco su formulación «unos sindicatos libres». Sabido es que los sindicatos libres no son incompatibles con el derecho de propiedad, pues su función -sin duda positiva para los trabajadores dentro del orden capitalista- no puede ir más allá de la defensa en el mercado del valor de la fuerza de trabajo. Los sindicatos, en otros términos, suponen el orden de mercado y la supeditación de la democracia a la propiedad. La democracia profunda es así la supuesta garantía de una perpetuación del orden hoy establecido, la continuación de Mubarak sin Mubarak o de Ben Alí sin Ben Alí. Lo que podemos agradecer a la Sra Ashton es que, por fin se ha acabado, merced a la «democracia profunda» con la diferencia entre metrópoli y colonia. Hoy, el sistema neoliberal de «acumulación por desposesión» (Harvey) y la rapiña financiera mundializada han convertido al mundo entero en espacio colonial para el capital y en metrópoli para las burguesías. Todo es colonia, todo es metrópoli: tal es la «globalización».
Blog del autor: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/02/democracia-profunda-o-superlegalidad-la.html
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.