Parado sobre una escalinata de mármol que fue construida por esclavos no hace demasiado tiempo, el primer presidente negro de los Estados Unidos dio al mundo un mensaje de esperanza en el contexto de una crisis económica descomunal. A través de un lenguaje cuidado y erudito, se remontó a la historia fundacional de su patria […]
Parado sobre una escalinata de mármol que fue construida por esclavos no hace demasiado tiempo, el primer presidente negro de los Estados Unidos dio al mundo un mensaje de esperanza en el contexto de una crisis económica descomunal. A través de un lenguaje cuidado y erudito, se remontó a la historia fundacional de su patria para definirse como un producto de esa gran idea fuerza que hace que diariamente miles de personas quieran cruzar sus fronteras desde los más remotos lugares de la tierra.
Una idea que provoca la admiración de muchos de los que viven fuera de ese país, e incentiva a luchar a otros tantos que ya forman parte por opción o por simple nacimiento. Esta idea que ha motorizado a lo largo de la historia logros de las más diversas especies es: El Sueño Americano. Este principio rector de un poder inconmensurable, que nos indica que todo aquél que se esfuerce y que dé todo de sí podrá ver realizados sus sueños, hoy más que nunca parece confirmarse. Y por pueril que nos parezca visto desde el sur, es algo que evidentemente tiene un anclaje en la realidad de la gran movilidad social que ha caracterizado a los Estados Unidos.
Con un gran despliegue simbólico y escénico, materias en las cuales son sin duda expertos, se ha hecho hincapié en la interculturalidad, interracialidad, internacionalismo y tolerancia, desplegada a través del discurso de Obama, de la alocución de varios oradores y de la actuación de artistas que, como en una película de Hallmark, nos demostraron que ese gran sueño no es de acceso exclusivo de los norteamericanos blancos y de clase media (la orquesta de cámara que tocó en la ceremonia estaba integrada por un judío, un negro, una latina y un asiático). El imperio norteamericano, aparentemente reconstruido por su democracia, da así un giro repentino para mostrar su rostro bondadoso, tolerante y abierto al mundo.
El escepticismo inocultable de quienes no formamos parte de ese sueño, no pone en duda las buenas intenciones del nuevo presidente y el evidente progreso de una sociedad atemorizada por las perspectivas frente a la crisis, que busca un foco de esperanza dándole el poder a un hombre que hace minutos, en términos históricos, hubieran obligado a ceder su asiento a un blanco sólo por su color de piel (en todo caso, esto reforzaría la idea de que todo es posible en América, esto reforzaría el sueño). Lo que es sin duda cuestionable es la capacidad real que este nuevo mandatario tenga de poner en acción medidas que abran el diálogo con otras naciones, que respeten las diferencias reales y que entiendan que este sueño no es compartido por todos los países. Es aquí donde se oculta la verdadera raíz del llamado imperialismo y lo que permite la ambivalencia imperio-democracia: el sueño americano es también un sueño imperial justamente porque aborda las diferencias desde un punto de vista etnocéntrico que entiende la tolerancia de manera consecuente con sus propios valores.
El Sueño Americano se cristaliza a través de lo que conocemos como el American Way of Life, y esta matriz de vida está íntimamente vinculada con el consumismo y el individualismo, dos principios que difícilmente puedan ser compatibilizados con la solidaridad; menos aún en un país en donde hace sólo meses un guardia de seguridad de Wall Mart murió aplastado por una horda de «buscadores de ofertas»; menos aún en un país que flameaba sus banderitas furiosas con el mismo énfasis para invadir Afganistán e Irak.
Presenciamos hoy un avance indudable en los derechos civiles de los Estados Unidos y es realmente sorprendente ver la capacidad de cambio que la sociedad norteamericana muestra al mundo; pero permítannos ser escépticos en cuanto a la capacidad de aprendizaje y transformación profunda de unos valores tan arraigados que los vemos repetirse hoy en la misma esencia del discurso del cambio. El adversario más imponente que enfrenta Obama para realizar su promesa, no es el aparato militar, el lobby empresario o el demonio de la especulación financiera; El gran adversario es el mismo Sueño Americano.