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La reacción soberana

Fuentes: Quilombo

En las últimas semanas se ha producido un debate interesante en el seno de la izquierda francesa, a propósito de la crisis económica y de las políticas de ajuste que se están imponiendo en Europa. En una tribuna publicada en Mediapart los miembros del comité científico de ATTAC Francia (con autores como Michel Husson, Catherine […]

En las últimas semanas se ha producido un debate interesante en el seno de la izquierda francesa, a propósito de la crisis económica y de las políticas de ajuste que se están imponiendo en Europa. En una tribuna publicada en Mediapart los miembros del comité científico de ATTAC Francia (con autores como Michel Husson, Catherine Samary o Jean-Marie Harribey) denunciaban el concepto de «demundialización«, sobre el que se habían publicado diversos artículos en el mismo medio. Los partidarios de la lógica de la «demundialización» -entre los que se encuentra el Frente Nacional, subrayan los autores – sostendrían que la única alternativa a la crisis neoliberal pasa por reforzar la soberanía del Estado, recuperar la moneda nacional y por aplicar regulaciones puramente nacionales. Para estos miembros de ATTAC,

«La «demundialización» es un concepto a la vez superficial y simplista. Superficial, porque en la raíz de la financiarización globalizada se encuentran las decisiones de fuerzas sociales y gobiernos nacionales, decididos a cuestionar en todas partes los derechos sociales. La oligarquía no es extranjera, el enemigo no es el trabajador chino. Simplista, porque las respuestas a la crisis necesitan «más mundialización» en algunas materias y «menos mundialización» en otras, pero sobre todo exigen una mutación radical de la lógica misma de la mundialización (alter-mundialización)…«

(…)

«No creemos que el retorno a lo nacional resuelva la crisis de la democracia, porque ésta se encuentra profundamente arraigada en mecanismos que, también a nivel nacional, separan a los ciudadanos de las decisiones que les afectan. La democracia debe construirse en cualquier parte donde los poderes de decisiones determinen nuestra existencia, es decir, desde el nivel local al mundial, aunque evidentemente el nivel nacional mantenga toda su importancia

* * *

Poco después, el economista Frédéric Lordon publicaba un largo artículo en el blog que alberga la edición digital de Le Monde Diplomatique, en el que criticaba la postura adoptada por los citados autores. Para Lordon, solo caben dos definiciones posibles de mundialización o globalización. Una es la que se define por externalidades como el cambio climático y que hacen necesaria formas de gestión supranacional. La segunda es la que se define

» por la liberalización de los mercados: bajo esta otra definición, la mundialización se entiende como el proceso de desregulación del mayor número de mercados posible sobre una base internacional cada vez mayor. En esta relación, no hay ninguna diferencia entre «mundialización» y «mundialización neoliberal«.

Para Lordon, son las soluciones propuesta por esta segunda, y no las preguntas que plantea la primera, las que se deben atacar. Según él, no hay por qué temer usar el término, aunque el Frente Nacional -al que prefiere ignorar- se apropie de esta temática: «Demundializar es revertir las liberalizaciones generalizadas: en primer lugar, las de los mercados de bienes y servicios y las de las circulaciones de capitales.» La clave estaría en la soberanía:

«En efecto, no hay otra premisa posible al debate mundialización/demundialización que la que toma la soberanía del pueblo como el concepto clave de la época moderna.»

(…)

«La modernidad, en el sentido conceptual del término (…), significa que las comunidades humanas se declaran maestras de su destino, soberanas. He ahí el hecho constitutivo de nuestro horizonte histórico y político, el dato cardinal cuya ignorancia condena irremediablemente a la insignificancia. Ahora bien, (…) la mundialización es antimoderna precisamente en el sentido en que organiza la desposesión de las soberanías donde quiera que se encuentren, sin ofrecer la menor solución de recreación.«

Frente a las disquisiciones sobre la Europa política, como alternativa a la Europa neoliberal, Lordon responde que

«la solución de la reconstitución nacional de la soberanía impone su evidencia porque tiene, con respecto a todas las demás, el inmenso mérito práctico de estar ahí, inmediatamente disponible«

Es más, soberanía no es la del pueblo, sino la de un pueblo, que no tiene por qué ser una estructura fija sino que puede estar dotada de plasticidad al poder integrar elementos externos. El perímetro de este pueblo y de su soberanía pueden cambiar, nada excluye que en un futuro evolucione hacia la constitución de nuevas naciones, con un perímetro más amplio. Lo común queda supeditado a esta definición de soberanía:

«Más exactamente, maneras comunes. Maneras políticas, por supuesto, de pensar y de juzgar, de considerar la vida colectiva material en particular. Son las maneras comunes lo que vuelven posible la declaración de un común político, de una soberanía.«

Con esta pirueta teórica, Frédéric Lordon pretende situarse entre los mundialistas y los nacionalistas:

«» Mundialistas » y » nacionalistas » pecan entonces por desconocimientos simétricos. Los primeros, por intelectualismo idealista, desconocen la necesidad de la fabricación de un común antecedente como prerrequisito de toda constitución de soberanía política. Los segundos fijaron para siempre el único común posible en los límites eternos de las naciones de hoy. »

En medio, quienes proponen ámbitos regionales como el europeo como espacio político. Algo razonable, admite Lordon, aunque acto seguido considere que no se dan las condiciones para esta última posibilidad. Por ello concluye con la necesidad de un renovado concierto de naciones soberanas como alternativa a la mundialización. A su entender, las movilizaciones de protesta que proliferan en Europa no son «europeas», sino meramente nacionales, porque en el estado de cosas actual no puede ser de otra manera. «¿Quién va a manifestarse a Bruselas?«, remacha.

* * *

Resulta curioso que integrantes de la sección francesa de ATTAC, que originariamente se situaba en posiciones más cercanas a las que muestra Lordon, hayan evolucionado por otros derroteros en los últimos años. Lo cual se debe tal vez a la reapropiación de ciertas posiciones por parte de la derecha, especialmente tras el referéndum sobre la Constitución Europea de 2005 que derivó en una profunda crisis interna en aquella organización. Mientras, Frédéric Lordon -quien por cierto se autoproclama spinozista- parece retornar a los primeros años de la década de 1990 para hacer una apología de la nación y de la soberanía estatal, lo que indudablemente encontrará adeptos tanto a izquierda como a derecha. No obstante, fuera de Francia la cuestión del «perímetro» nacional es más espinosa: sin ir más lejos, el ex vicepresidente del gobierno catalán Josep-Lluís Carod-Rovira publicó el viernes 17 de junio una encendida diatriba contra los indignados, a su juicio «españoles» que fueron a manifestarse en un país que no era el suyo.

Frédéric Lordon omite en su argumentación elementos esenciales. En primer lugar, que la corriente dominante de la modernidad se desarrolló a costa de la autonomía de las comunidades humanas, en Europa y especialmente en los territorios colonizados. Lo que terminó por consolidar -y nunca del todo- fue la autonomía del Estado. En segundo lugar, que históricamente la construcción del Estado moderno y de su soberanía no fue contradictoria con el desarrollo de las finanzas, ni siquiera durante el período neoliberal. Ambos constituyen elementos indispensables en la conformación de eso que se llama capitalismo, palabra que Lordon no menciona en ningún momento. Tercero, la mundialización a la que se refiere Lordon no tiene nada de antimoderna: es la última de una serie de las oleadas mundializadoras que han caracterizado la modernidad, entre las que destaca la era de los imperialismos europeos. Cuarto, cuando menciona que el fordismo «demostró ampliamente la posibilidad de un orden económico de naciones soberanas«, parece ignorar el papel desempeñado por el motor estadounidense en el mundo occidental y la sustitución de los espacios coloniales por las comunidades europeas a finales de los años cincuenta. Finalmente, obvia por completo las transformaciones que se han producido en las últimas décadas en la producción y en el trabajo, lo que vuelve inviable una reedición del pacto fordista entre el capital industrial y el trabajo organizado en sindicatos obreros, pacto que nunca superó el capitalismo ni resolvió la cuestión de la coacción salarial.

Las dificultades políticas que Lordon encuentra en el ámbito europeo para cambiar el rumbo de las políticas de ajuste se reproducen en cada Estado miembro. Como responde Jean-Marie Harribey en su blog, una salida del euro no impediría por sí sola que un gobierno mantenga una orientación neoliberal y continúe aplicando políticas de rigor antisalarial y cuestionando los derechos sociales, compitiendo con otros países europeos en la captación de capitales y de inversión. La oposición entre parlamentos nacionales soberanos frente a los mercados internacionales y las tecnocracias supranacionales es, en última instancia, falsa. Los movimientos de protesta en Europa han puesto de relieve cómo existe un serio déficit democrático tanto en las administraciones centrales como en las autonómicas y municipales, así como una línea de continuidad entre todas ellas. Y, aunque los manifestantes no viajen a Bruselas para manifestarse, no les falta una perspectiva transnacional (protestas en todas las capitales europeas, vínculos entre Madrid, Barcelona y Atenas, movilizaciones del 19-J contra el pacto del euro). Tampoco pretenden constituirse como pueblo diferenciado de otros pueblos, sino como multidudes dinámicas y dispersas con múltiples centros y redes, que atraviesan territorios y que van desde las capitales árabes hasta Reikiavic.

La concepción de Lordon sobre la unidad del pueblo soberano parece confirmar los recelos del comité científico de ATTAC con respecto al Frente Nacional. El «pueblo», según Lordon, carece de la rigidez de la nación y de la raza pues permite la «integración «en su interior » de los extranjeros«. Pero la integración se plantea con respecto a una identidad predeterminada (¿por quién?). El riesgo, pues, no estriba en que el Frente Nacional o Nicolas Sarkozy pueda apropiarse de temas de la izquierda. Consiste en que amplios sectores de la izquierda francesa (y de otros países), que siempre han estado obsesionados con el Estado y la soberanía, acepten sin problemas razonamientos propios de lo que antes se llamaba extrema derecha. En este sentido, la reacción soberana acaba por convertirse en una alternativa reaccionaria. 

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/la-reaccion-soberana