Es harto significativo que en el relato inicial de la Biblia la primera reseña sobre la rebeldía humana se asocie a la adquisición de conocimiento. Queda así registrado que la inquietud y la búsqueda del conocimiento del bien y del mal provino, primeramente, de Eva, lo cual es doblemente un elemento relevante por las consecuencias […]
Es harto significativo que en el relato inicial de la Biblia la primera reseña sobre la rebeldía humana se asocie a la adquisición de conocimiento. Queda así registrado que la inquietud y la búsqueda del conocimiento del bien y del mal provino, primeramente, de Eva, lo cual es doblemente un elemento relevante por las consecuencias derivadas de su acción, lo que acarreó no únicamente sus dolores de parto sino su subordinación como cónyuge de Adán, sentándose el precedente sagrado y, por consiguiente, totalmente «incuestionable» respecto al rol que les correspondería asumir, desde entonces hasta nuestros días, a las mujeres en la sociedad patriarcal. En el mismo relato queda en evidencia, por otra parte, que «el Dios de la cristiandad -como lo enuncia José Romero Lossaco en La invención de la exclusión- no dialoga con nadie, no necesita el acuerdo creador, él es uno, es la verdad y la verdad no dialoga, es única»; un rasgo que se extenderá a la colonialidad, desde el arribo de Colón y sus huestes a lo que sería América hasta el siglo presente, conformando un modelo civilizatorio basado en el racismo y el eurocentrismo, lo que, redundando, hará ver como inferior ante Europa la cultura de los demás pueblos del mundo.
La noción de rebeldía sería entonces algo condenable, si atendemos a tal relato, al igual que el mito griego referido al titán Prometeo, especialmente por lo que ella representa -no sólo en el plano estrictamente teológico- también para las clases gobernantes y el orden establecido. Sean cuales sean las épocas y el espacio geográfico donde ésta se haga sentir y adquiera fisonomía. El cuestionamiento resultante es reprimido, generalmente de un modo cruento y, en otras ocasiones, de un modo sutil, apenas percibido por la mayoría de las personas. En todo caso, desde las alturas del poder se pretende que los rebeldes reparen y se convenzan por sí mismos de la inutilidad de su esfuerzo por transformar lo existente. De no prosperar tal propósito, se le somete a la misma suerte padecida por Eva y Adán al expulsárseles del Paraíso, sólo que en los tiempos modernos esta medida puede entrañar la persecución y el encarcelamiento de los involucrados (con su respectiva dosis de aislamiento y torturas) y, en situaciones extremas, asesinatos y desapariciones; como acaece de manera cotidiana en nuestra América; sin mucho escándalo de la gente de «bien». Además de tales medidas, las clases dominantes han conseguido que los mismos sectores populares (a favor de los cuales está dirigida la acción liberadora de quienes encarnan la rebeldía, sobre todo, de carácter político) se hagan eco de la condena en contra de todo aquel que intente deslegitimar su régimen de dominación; aún en las circunstancias más inocuas.
Por eso la rebeldía (con causa, dirán algunos) debe entenderse en un plano que supere la mera reivindicación de lo individual. Ella está llamada a generar una reacción general que permita cambiar no sólo el factor que la desencadena sino todo el sistema vigente. Al plantearse tal situación, hay que reflexionar (sin ser cosa nada novedosa) que toda rebeldía tiene un punto de partida. Cada gesto, cada acción y cada pensamiento. No es casual, por tanto, que ésta se manifieste contraria a un orden injusto, ya sea político, económico, social, cultural o religioso; extendiéndose tanto en el ámbito familiar como al resto de los ámbitos en que se desenvuelve cada ser humano. Pero, esta rebeldía carecerá de una base de sustentación sólida si no desentraña a profundidad el dónde, cuándo, cómo, porqué y para qué de todo aquello que llegue a cuestionar. Ello facilitaría que mucha de esta rebeldía se canalice apropiadamente -sin consentir en la coptación de los poderes fácticos, como ocurre en muchas ocasiones, de forma que su accionar contribuya al logro de una verdadera emancipación social de la humanidad-.
No fueron los conformistas quienes abrieron, por cierto, los caminos de la evolución social. Tampoco las minorías dominantes (al menos, no de una manera del todo desinteresada). Fueron los rebeldes. Cada uno de un modo distinto, pero efectivo; a pesar del tiempo que pudo mediar entre su momento inicial y el resultado final, como ocurriera con Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela, aplicando métodos de lucha similares. De igual forma, podrán citarse como ejemplos aquellos que recurrieron al uso de las armas o a quienes -desde el campo científico, artístico e intelectual- contribuyeron a modelar, de uno u otro modo, la sociedad presente. La rebeldía, por tanto, no se limita a un orden, una edad, una nacionalidad, una religión o un grupo social específicos.
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