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La recuperación de un gran dramaturgo republicano, Francisco Martínez Allende

Fuentes: Crónica Popular

Juan Antonio Hormigón ha logrado sacarlo a flote y rescatarlo de las tinieblas del olvido con la edición de su obra dramática de mayor calado, «Camino leal«, y del riguroso estudio que la precede, escrito en torno a su peripecia humana, intelectual y política. Todo ello le ha permitido, además, escribir unas espléndidas reflexiones en […]

Juan Antonio Hormigón ha logrado sacarlo a flote y rescatarlo de las tinieblas del olvido con la edición de su obra dramática de mayor calado, «Camino leal«, y del riguroso estudio que la precede, escrito en torno a su peripecia humana, intelectual y política. Todo ello le ha permitido, además, escribir unas espléndidas reflexiones en torno al teatro que se desarrolló en España durante la guerra provocada por el golpe de Estado contra la segunda República, el alcance y los límites del teatro político y sus diferencias con la agit prop, y, en fin, sobre el teatro en la URSS en los años treinta del pasado siglo veinte.

Tal como confiesa en las primeras páginas del libro, su encuentro con Francisco Martínez Allende tuvo «algo de aventura y un poquito de misterio». Una pregunta acerca de él, formulada en 2001 por Pedro Simón, intelectual cubano, director de la revista Cuba en el ballet y esposo de la gran bailarina y coreógrafa Alicia Alonso, directora del Ballet Nacional de Cuba, le puso en la pista de este personaje. Y a partir de ese momento, se zambulló de lleno en una investigación que le permitió sacar a flote la biografía de un hombre de teatro con profundas convicciones políticas, completamente ignorado en su propio país.

Durante muchos años el nombre de Francisco Martínez Allende aparecía únicamente en las referencias insertas en dos obras editadas a finales de los años setenta: la escrita por el hispanista francés Robert Marrats, «El teatre durant la guerra civil espanyola» (Institut del Teatre, Barcelona, 1978) y el capítulo debido a Carlos Sanz de la Calzada integrado en el libro colectivo dirigido y coordinado por el filósofo y escritor José Luis Abellán «El exilio español de 1939» (Taurus, Madrid, 1976-1978). Sin embargo, dos años después del interrogante hecho por Pedro Simón, Juan Antonio Hormigón presentó en 2003 a los lectores de ADE, la revista de la Asociación de Directores de Escena de España, una primera aproximación biográfica de Francisco Martínez Allende. Lo hizo en un excelente número monográfico dedicado al Teatro del Exilio Español, en el que se reprodujeron las ponencias presentadas a las jornadas que, con el mismo título, se habían celebrado en Madrid, en diciembre de 2002, organizadas por ADE, la RESAD y la Fundación Pablo Iglesias, así como otras contribuciones pedidas al efecto. Los textos del propio Juan Antonio Hormigón, Pedro Simón, Ana Seoane y la actriz argentina Mecha Ortiz lo sacaron entonces del anonimato. Y en ese mismo número de esta revista creada en 1985, se dio a conocer su obra «El chaval«, una obra de un solo acto cuya trama Francisco Martínez Allende sitúa en Madrid, «a los pocos días de iniciada la salvaje agresión nazi a los pueblos libre de la URSS» y escrita, quizás, en 1942, «con la forma de un sainete pero con un claro contenido político: propiciar en los espectadores que se opongan al envío de recursos humanos y económicos a la Alemania nazi para atacar a la Unión Soviética«.

Ahora, Juan Antonio Hormigón acaba de sacar a la luz un libro completamente dedicado al autor asturiano y a una de sus obras, «Camino leal«, que le da título. Un magnífico libro que fue presentado el día 3 de abril en la sede de la AISGE, en un acto en el que intervinieron el presidente de la mencionada sociedad, el actor Fernando Marín, el catedrático de Literatura de la Universidad Carlos III, de Madrid, Jorge Urrutia, Juan Antonio Hormigón, y quien escribe estas líneas.

La biografía de un trasterrado por partida doble
El libro resultado de su investigación es, realmente, espléndido. En él rescata la verdadera dimensión de Francisco Martínez Allende, un hombre de teatro comprometido con las ideas revolucionarias, con una rica y valiosa peripecia humana, intelectual y política; un trasterrado, si se nos permite utilizar ese concepto tan sugerente y expresivo acuñado por el filósofo republicano José Gaos, hermano de la recordada actriz Lola Gaos y del poeta Vicente Gaos, Rector de la Universidad de Madrid entre 1936 y 1939, exiliado en el México del presidente Cárdenas, junto a otros intelectuales españoles de primera línea como Wenceslao Roces, catedrático de Derecho Romano, traductor al español de El Capital de Carlos Marx, y subsecretario de.Instrucción Pública y Bellas Artes.

Pero, además, Francisco Martínez Allende, fue un trasterrado muy sui generis. Esa singularidad se deriva de que fue un trasterrado por partida doble. Fueron dos sus salidas de España y éstas tuvieron lugar en momentos y circunstancias muy diferentes. La primera vez que abandonó nuestro país lo hizo siendo un niño de muy pocos años, con sus padres y sus dos hermanos, para viajar a la Argentina y establecerse en la provincia de Tucumán. Se trataba del viaje a las Américas de una familia de escasos recursos económicos que se aventuraba a cruzar el charco para trabajar en un país lejano donde quizás antes se habían asentado algunos parientes o vecinos de Sirviella, una aldea próxima a Cangas de Onís, la primera capital del antiguo Reino de Asturias, en las faldas de las míticas montañas de Covadonga. Era, pues, el viaje de una familia que se insertaba en la oleada de la emigración asturiana que se desarrolló en los primeros años del siglo XX. Las circunstancias de la segunda travesía fueron totalmente diferentes. Realmente, mucho más penosas. En esta ocasión, se vió obligado a dejar atrás la tierra española para, literalmente, salvar su vida cuando las tropas golpistas de los generales Mola y Franco, ayudados por los ejércitos de la Alemania nazi y la Italia fascista, derrotaron al ejército leal a la República, en 1939…

En Argentina permaneció hasta 1935. Y cuando volvió de nuevo a España no regresó fracasado. Muy al contrario. En aquel entonces, con 29 años, era ya un actor y director de teatro realmente cotizado y se había granjeado un amplio reconocimiento en el mundo del arte escénico argentino. Había trabajado duro para alcanzarlo. Nadie le había regalado nada, sin embargo, desde el momento en que, con 13 años, con apenas estudios y dejando a sus padres en Tucumán, se trasladó a la vecina provincia de Salta. En la capital salteña trabajó primero como dependiente en la proveeduría de un ingenio y luego logró entrar en la Compañía Artística Nacional del Teatro de Güemes de la que terminó siendo integrante de su elenco artístico. Entonces era menor de edad y utilizaba el seudónimo de Francisco Martell para que sus progenitores no se percataran de su trabajo en el teatro. Más tarde, se convierte en actor profesional, trabaja en tres nuevas compañías, la de Angela Tesada, la de Fanny Brenna y Pablo Achiardi, y la de Concepción Olona, y concluye creando la suya propia. Finalmente, da el salto a la categoría de primer actor en la compañía de Enrique de Rosas, y después, en 1933, se dedica por completo a la dirección escénica en el Teatro Odeón de Buenos Aires.

En 1934 realiza un largo viaje de estudios por Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania y la URSS, en los que investiga las nuevas formas de hacer teatro en cada uno de estos países. Sin embargo, cuando regresa a la Argentina, abandona todo lo que había cosechado para viajar de nuevo a España. No se trataba solo de volver a sus orígenes. Podía haber continuado su exitosa carrera en el mundo de la escena en Argentina y saborear con su familia su triunfo como emigrante. Realmente, podía haber permanecido inmerso en el espléndido aislamiento que la proporcionaba su éxito en las tablas. y continuar viviendo ajeno a los acontecimientos políticos que se desarrollaban en su país de origen. Sin embargo, regresó con su mujer, la actriz Paquita Martínez Peiró, para sumarse al esfuerzo de los intelectuales progresistas españoles en la tarea de regeneración democrática y cultural que, desde su proclamación en 1931, estaba impulsando la II República. Una esperanzadora labor en cuyo marco se había puesto en marcha ya en 1932 el Teatro del pueblo o Teatro ambulante, inspirado por el Patronato de las Misiones Pedagógicas presidido por el institucionista Manuel Bartolomé Cossío- el resdescubridor del Greco de Toledo al que ahora se conmemora-y dirigido por otro dramaturgo asturiano, Alejandro Casona, y La Barraca, creada por el gran poeta Federico García Lorca y Federico Ugarte, con decoraciones del pintor José Caballero.

Cuando llega a Madrid, funda una academia de arte dramático y el teatro infantil El Tiribín». Y poco después, el 5 de abril de 1936, La Tribuna, en cuyo Manifiesto declaraba su vocación de hacer un «teatro para el pueblo» Con La Tribuna, una vez producido el golpe de Estado, lleva representaciones teatrales a las plazas de los pueblos, a los locales sindicales, a las Casas del Pueblo, a los talleres y fábricas y a los hospitales. Entre otras, escenifica su obra «La farsa del patrono», de la que Juan Antonio Hormigón reproduce fotografías publicadas en el ABC Republicano, que ha rescatado de las hemerotecas. Con La Tribuna, comienza a hacer entonces un teatro adecuado a las circunstancias, un teatro de combate, en la primera línea de la despiadada guerra en la que los leales a la segunda República se vieron inmersos tras el golpe de los generales y la banca. Inicia en estos años, por tanto, una andadura de teatro popular en la que aprovecha todos los recursos escénicos desarrollados en sus años de actos y director en la Argentina y aplica sin descanso y en el fragor de la guerra su concepto del «arte integral» a través del teatro

Posteriormente, en enero de 1937, es designado director de Retablo Rojo, el grupo teatral del Altavoz del Frente creado en septiembre de 1936 por iniciativa del periódico del PCE, Mundo Obrero, para emitir desde la Unión Radio de Madrid, y del que fue director César Falcón. Sobre Retablo Rojo Francisco Martínez Allende hablaba el 3 de febrero de 1937 para Nuestra lucha, órgano de las Juventudes Socialistas Unificadas de Murcia en los siguientes términos: «Tenemos el teatro como arma de combate en el terreno cultural, de orientación y propaganda, con el fin de servir de un modo eficaz a la guerra…Su campo de acción serán los sitios más concurridos por las masas populares, pues entendemos que no se debe esperar a que el pueblo vaya en busca del teatro, sino que es el teatro el que debe buscar al pueblo. Vamos a dar representaciones breves, de trazo llano y viril, despojadas de todo elemento accesorio que pueda quitar relieve a la expresión. Queremos un teatro de contenido. En una palabra, trabajaremos para la guerra de hoy y la revolución de mañana, tanto en el sentido político y social como en el artístico-teatral«.

Más tarde, en agosto de 1937, es nombrado vocal del Consejo Central de Teatro, creado por el director general de Bellas Artes, el pintor valenciano Josep Renau, e inegrada también por el director teatral Cipriano Rivas Charif, cuñado del presidente de la República, el gran ateneísta Manuel Azaña, Antonio Machado, Margarita Xirgu, Alejandro Casona, Max Aub, Jacinto Benavente, María Teresa León y Rafael Alberti. Y a principios de septiembre de 1937, dos meses después de haberse celebrado en Valencia el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas por la Cultura, viaja a la URSS como miembro de la delegación española invitada al V Festival de Teatro Soviético; una delegación que preside Cipriano Rivas Charif, y de la que forman parte, junto a ambos, el poeta Miguel Hernández, la actriz Gloria Álvarez Santullano y el pintor Miguel Prieto. Con estos tres aparecerá fotografiado en el periódico Izvestia, junto a la amplia entrevista que publica. Aunque no se tiene noticia fehaciente, es muy probable que en estos años milite en las filas del PCE o, al menos, se encuentre muy próximo a él. En cualquier caso, su compromiso político es pleno. En las páginas de Izvestia, afirma: «Hemos venido a la URSS para aprender a poner el arte al servicio del pueblo».

Un teatro en los frentes de combate
Y en diciembre del mismo año, es designado responsable de las llamadas Guerrillas del Teatro, creadas por el Ministerio de Instrucción Pública, a propuesta del Consejo Central del Teatro. Un paso más para «poner a las masas populares en contacto con las realidades del momento». Con ellas intervendrá en los mismos frentes de combate y en las poblaciones próximas a ellos, primero en Valencia y después en Barcelona, con un elenco formado ya no por profesionales del teatro sino por soldados que se encuentran luchando en las trincheras. En torno a los objetivos de las Guerrillas del Teatro, se explaya Francisco Martínez Allende meses después en unas declaraciones realizadas al periódico La Noche: «Representarán pequeñas farsas todas ellas de candente actualidad, en las que se exaltarán las virtudes del pueblo español antifascista y también se pondrán de relieve las flaquezas y monstruosidades de los que han traicionado a su patria, vendiéndola al extranjero invasor«.

Francisco Martínez Allende permanece en España hasta el final de la guerra. Y, al igual que tantos otros intelectuales españoles, la derrota de la República le condujo al exilio. De nuevo se convirtió en un trasterrado. Pero en este caso, un trasterrado derrotado que vivió los primeros meses de exilio preso, junto a otros 400 españoles, en el campo de concentración francés de Montolieu, en el área de Carcassonne; uno de los llamados «estacionamientos temporales» en los que el Gobierno del radical Eduard Daladier, tras haber cerrado durante un tiempo la frontera con España, recluyó a comienzos de 1939 a 550.000 refugiados republicanos, a los que recibió con la misma hostilidad con la que meses antes había dictado un Decreto- Ley en el que hablaba de los «extranjeros indeseables«.

Y de Francia viaja otra vez a América, a bordo del vapor Cuba, con su mujer Paquita Martínez Peyró. En la relación de pasajeros figuran como «director escénico y autor teatral» y «actriz teatral«. Tenía entonces 34 años y su esposa 21. Muy pocos años para llevar a sus espaldas tanta experiencia teatral desarrollada en tan dramáticas circunstancias y, con ella, el amargo sabor de la derrota infringida por quienes habían perpetrado el asalto a la razón republicana… Recala por poco tiempo en Santo Domingo y luego se asienta en Cuba, de 1940 a 1947, un período en que la llamada perla de las Antillas tenía como Presidente a Fulgencio Batista primero, de 1940 a 1944) y a Ramón Grau San Martín después, de 1944 a 1948. En La Habana coincide con el dirigente comunista Julián Grimau, asesinado dos décadas después, en 1963, en Madrid, en lo que, sin duda alguna, fue un crimen de Estado, tal como lo calificó siempre el magistrado juez Juan José del Águila, así como con el escritor y después diplomático Luis Amado- Blanco, asturiano como él, que llegaría a ser embajador de Cuba ante la Santa Sede.

En Cuba escribe artículos, pronuncia conferencias y no deja nunca su quehacer como hombre de teatro. Juan Antonio Hormigón recoge el testimonio de Pedro Simón, según el cual el autor asturiano escribe veinte comedias de un solo acto, dirige la representación de varias obras, algunas escritas por él mismo, como La compañera Dina y El Chaval, cuyo texto reproduce la revista cubana Nosotros, forma parte de la Comisión Pro Teatro Popular y, junto a Alicia Alonso, Alejo Carpentier y otros artistas cubanos, crea la Asociación de Teatro y Danza en la que estrena obras que protagoniza Alicia Alonso. Entre otras, la titulada La Silva, en la que combina teatro, poesía, música y danza, y escribe el libreto de Antes del alba, una obra ésta que se representará en La Habana sin su presencia, ya en 1947. Asimismo, en 1941, dirige en el Teatro de los Torcedores de La Habana- creado en los años veinte por el Gremio de Torcedores de Tabaco- la obra en un acto titulada «Carta de América«, un homenaje al secretario general del PCE, el andaluz José Díaz, en aquel momento aquejado de la grave enfermedad que le conduciría al suicidio pocos meses después, en 1942. Yen 1943 desempeña el cargo de director de la Academia de Artes Dramáticas de la Escuela Libre de La Habana, fundada por otros tres exiliados

Siete años después, en 1947, regresa a la Argentina, su segunda patria, donde continua su exitosa carrera en el mundo de la escena que había forjado años antes. Forma parte del elenco oficial del Teatro Nacional Cervantes, llamado en la época peronista Comedia Nacional, es primer actor en teatro, cine, radio y televisión y protagoniza once películas, entre ellas «Café cantante» (1951), con la actriz española Imperio Argentina, y «Facundo» (1952), sobre el caudillo riojano, con cuya interpretación alcanza el Premio como Mejor Actor otorgado por la Academia Cinematográfica y por la Asociación de Cronistas Argentinos. Francisco Martínez Allende puede recuperar entonces el gran reconocimiento del público y de la crítica argentina que le había aplaudido antes de volver a España en 1935. Y él éxito le acompaña hasta su prematura muerte, en 1954, con 47 años.

Camino leal, epopeya de los republicanos asturianos
El completo estudio de Juan Antonio Hormigón introduce al texto completo de la mejor obra conocida escrita por Francisco Martínez Allende, «El camino leal» que el autor data en 1939 en el campo de concentración de Montolieu. Se trata de una obra de tres actos y catorce cuadros, cuya trama discurre en su Asturias natal, entre 1935 y 1939. Inicialmente titulada por su autor «La sangre atiza la hoguera (La vuelta)», aparece editada en 1941 por la editorial Séneca, de México, aunque, sin embargo, había sido impresa en La Habana por el escritor, poeta y editor Manuel Altolaguirre.

En ella Francisco Martínez Allende escribe un canto a los asturianos combatientes en defensa de la República, tras la traición del coronel Aranda, que, inesperadamente y mediante engaños, se sumó al golpe de Estado de Franco. Una epopeya la de los republicanos asturianos que el escritor José Bergamín resalta en el prólogo. En él, José Bergamín destaca que «El camino leal» evoca «la grandeza heroica de la lucha sostenida por los asturianos contra la opresión y la injusticia de que fueron víctimas; lucha que rompe en octubre del treinta y cuatro con hazañoso ímpetu y que, en el treinta y seis, se suma al levantamiento total del pueblo español contra esos mismos explotadores, sus verdugos de siempre, amparados ahora en una bárbara invasión de nuestra patria».

En su introducción, Juan Antonio Hormigón escribe unos comentarios muy atinados que merece la pena reproducir. Porque, tras señalar que «está escrita con hondura y esmero», subraya que «tiene una tonalidad costumbrista en pátina, pero, en profundidad, se trata de teatro político en su pleno sentido. Digo político en su acepción precisa para diferenciarlo del agit-prop. Es como si su autor quisiera abandonar la urgencia, la coyuntura inmediata y el esquematismo, para con toda una historia con todas sus complejidades«. Y, yendo más al fondo del asunto, trascendiendo incluso tanto el marco donde el drama se desarrolla y sus tintes costumbristas, Juan Antonio Hormigón subraya que «detrás de los personajes de un entorno rural asturiano, con un lenguaje rico en expresiones del habla popular, existe una estructura dramática que desmonta el costumbrismo superficial y lo convierte en un episodio de la lucha de clases en España, así como de la resistencia al fascismo y la explotación».

En tiempos de reivindicación de la Memoria histórica como los que vivimos, resulta de justicia agradecer sobremanera la labor investigadora desarrollada por Juan Antonio Hormigón, gracias a la cual rescata la obra y la figura tan atractiva de un dramaturgo y actor de la altura de Francisco Martínez Allende. Un hombre de teatro y de compromiso político del que el cubano Pedro Simón dijo de él había sido «un revolucionario y un extraordinario ser humano«, y su mujer, la bailarina Alicia Alonso reconoció que había dejado una huella muy profunda en ella y que «fue la persona que más y mejor me enseñó el marxismo».

Después de haber rastreado sobre él paciente, discreta y exitosamente, Juan Antonio Hormigón percibe en Francisco Martínez Allende su «discreto encanto». Y, a partir de las fotografías que encontró a lo largo de su investigación, lo retrata como «un hombre muy atractivo, de gesto elegante y posiblemente pausado» que, para él, «fue, sobre todo, un gran animador del teatro, pero con un concepto muy combativo del mismo».». En el acto de presentación de su libro, Juan Antonio Hormigón se lamentaba, no obstante, de que, quizás, nos quede todavía mucha memoria por recuperar: «Hemos rescatado a Francisco Martínez Allende pero cuántos Franciscos Martínez Allende se habrán quedado sin rescatar…»

Juan Antonio Hormigón, teatro y compromiso

Nacido en Zaragoza en 1943, Juan Antonio Hormigón posee una amplia, rica y potente biografía de hombre comprometido hasta los tuétanos con el teatro y las ideas de progreso. Una biografía de un intelectual que se licenció en Medicina en 1965 y que, después de ejercerla durante dos años, se volcó por completo en el teatro, tras haberse integrado en sus tiempos de estudiante en el Teatro Español Universitario (TEU), que le otorgó su Premio Nacional en 1963, estudiar arte dramático en Francia, en el Centre Universitaire International de Formation et Recherches Dramatiques, de la Universidad de Nancy.Su dedicación por completo al teatro la viene ejerciendo desde hace ya cuatro décadas, tanto desde su magisterio docente, primero, en 1976, como profesor de Dramaturgia y Estética Teatral, y luego, desde 1989, como catedrático de Dirección de Escena en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, y director del Aula de Teatro de la Universidad Complutense de Madrid, como desde su vertiente de autor dramático, director de escena, actor, adaptador y ensayista especializado en la obra de grandes de la teoría y práctica del arte de Talía, con Bertold Brecht a la cabeza de todos ellos, cuya obra La excepción y la regla dirigió en 1970 y sobre el que ha escrito con rigor y profundidad Brecht teórico (1979) y otros numerosos textos, integrados en su obra «El legado de Bertold Brecht» (2012).Entre otras cosas, y aparte de haber impartido cursos en numerosas universidades, de 1966 a 1969, fue Co director, del Teatro de Cámara de Zaragoza, en 1975, fundador de la Compañía de Acción Teatral, de 1973 a 1978, director del Seminario de Teatro del Instituto Alemán de Madrid, de 1977 a 1985, Director del Aula de Teatro de la Universidad Complutense de Madrid, en 1982, director de las Jornadas de Teatro Clásico de Almagro, a cuyo Patronato perteneció desde 1983 a 1990, en 1984 miembro del Consejo de Teatro de la Comunidad de Madrid, , en 1985, Comisario General del Cincuentenario Valle Inclán, promovido por el INAEM del Ministerio de Cultura, en 1991 miembro del Consejo de Teatro del Ministerio de Cultura, en 1993 Coordinador General del Bicentenario Goldoni, desde 1996 vocal, del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Críticos de Teatro (AICT), en 2000 coordinador de la Sección de Teatro del I Encuentro Mundial de las Artes celebrado en Valencia, y en 2002, coordinador de la misma sección en el II Encuentro Mundial, celebrado en la misma ciudad.Es autor de nueve obras de teatro, entre ellas Judith contra Holofernes(1973), Excluida del Paraíso (1991), Esto es amor y lo demás…(1992) y La comida (2011); cinco adaptaciones, como La dama del olivar, de Tirso de Molina (1970), Julio César, de W. Shakespeare (1977), La Mojigata, de Moratín (1982), La vengadora de las mujeres, de Lope de Vega (1986) y El trueno dorado, de Valle-Inclán (2010); ocho ensayos, entre ellos Ramón del Valle Inclán: La política, la cultura, el realismo y el pueblo (1972), Teatro, realismo y cultura de masas (1974), Brecht teórico (1979), Trabajo dramatúrgico y puesta en escena (1991; 2002 y 2008), El sentido actual del teatro (1995), Autoras en la Historia del Teatro Español (1500-2000), 4 volúmenes (1996, 1997 y 2000), Directoras en la Historia del Teatro Español, 3 volúmenes, (2003-2005) y Valle Inclán: Biografía cronológica y epistolario, 3 volúmenes (2006-2007); dos novelas, He conocido a Zaubrek (1994), y Un otoño en Venecia (2009); y dos poemarios, Ser Memoria de ti (1991) e Interludio Habanero, éste último todavía sin editar.

En 1982, participó en la creación de la Asociación de Directores de Escena de España de la que ha sido desde entonces Secretario General, excepto un breve lapso de algunos meses. Y desde 1985, dirige la Revista ADE-Teatro.. Sobre teatro, cultura en general y cuestiones políticas e históricas ha escrito, asimismo, en publicaciones de primera línea como la revista Triunfo, Argumentos, Andalán, Cuadernos Hispanoamericanos» y Crónica Popular, de cuyo Consejo de Redacción forma parte.

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