El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero según el calendario juliano vigente en la Rusia zarista en ese momento), a pesar de que había motivos de sobra para salir a las calles en rebelión, ninguna de las organizaciones socialdemócratas o socialrevolucionarias activas en la ciudad de Petrogrado durante esos años de la I […]
El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero según el calendario juliano vigente en la Rusia zarista en ese momento), a pesar de que había motivos de sobra para salir a las calles en rebelión, ninguna de las organizaciones socialdemócratas o socialrevolucionarias activas en la ciudad de Petrogrado durante esos años de la I Guerra Mundial (1914-1918) convocó a las obreras a una manifestación para celebrar el Día de la Mujer. No obstante, ese día, 90.000 mujeres de las fábricas de tejidos de Petrogrado tomaron las calles espontáneamente para reivindicar sus derechos; ese día, como antes habían hecho miles de mujeres en otros lugares de Europa y América, se echaron a la calle exigiendo ‘pan, paz y república’. Ese día, en contra del criterio del partido socialdemócrata ruso, mayoritario entre el proletariado industrial de la ciudad de Petrogrado, las mujeres de Petrogrado iniciaron la revolución.
Efectivamente, en contra de lo esperado, ya que el día siguiente no tenía un significado especial, el 9 de marzo los obreros del barrio de Viborg, el más combativo de la ciudad, decidieron mantener las movilizaciones junto a las mujeres obreras. El 10 de marzo, contra todo pronóstico, 240.000 obreros y obreras de la ciudad de Petrogrado estaban en huelga. En apenas unos días, de manera espontánea, el proletariado de Petrogrado había puesto uno marcha un nuevo proceso revolucionario desde abajo.
El día 11 de marzo fue un momento decisivo: de un lado el proletariado; en frente, la burocracia imperial y la burguesía liberal. Avanzar hacia lo desconocido o desmovilizarse, sin garantías de que no hubiera represalias. ¿Qué hacer en esa situación? Paradójicamente, quien debería ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario iba a remolque: cuando las organizaciones obreras más comprometidas con la huelga animaban a los soldados a sumarse al movimiento revolucionario, la cuarta compañía del regimiento imperial de Pavlovski ya se había sublevado la noche anterior… Así, en respuesta a las exigencias de un pueblo que se había autoorganizado en soviets (asambleas) el 14 de marzo, el día 15 de marzo el zar Nicolás II abdicaba y se proclamaba la República, constituyéndose un gobierno provisional presidido por el príncipe Lvov. ¡La revolución había triunfado!
De nuevo, como ya había pasado en la Revolución francesa, el pueblo, por carecer -en palabras de Lenin- «del grado preciso de conciencia y de organización» le había entregado el poder a la burguesía, pues el nuevo gobierno provisional ruso estaba integrado casi exclusivamente por representantes de la burguesía, pues lo único que les recordaba a los nuevos ministros que estaban allí gracias a la lucha del pueblo era la solitaria presencia del menchevique Kerenski.
El nuevo gobierno, a pesar de que convocó elecciones para una asamblea constituyente, decretó la amnistía de presos políticos y la libertad de prensa y expresión, reconoció la igualdad de todos los ciudadanos sin distinción de sexo o raza.., no generó muchas simpatías entre el pueblo, ya que mantuvo a Rusia en guerra y se mostraba reticente a aprobar reformas sociales, como la reducción de la jornada de trabajo o la reforma agraria. Quizás por eso, aunque fuera de una manera intuitiva, los soviets no se autodisolveron, por lo que a partir de ese momento coexistirán dos poderes paralelos: el del gobierno provisional y el de los soviets, que en un primer momento dieron su apoyo al gobierno provisional, principalmente en aquellas medidas que se consideraban revolucionarias. En este sentido, como señalaría años más tarde Trotski en su Historia de la revolución rusa (1929 – 1932), el soviet de Petrogrado se contentaba con que el gobierno provisional aprobara mediante decretos algunas de las demandas de los obreros y de las obreras y de los soldados.
En ese contexto, el 17 (4) de abril Lenin, que acababa de regresar del exilio suizo el 16 (3) de abril, defendió ante el comité del partido bolchevique que la única forma de gobierno revolucionario era el gobierno de los soviets, por lo que el soviet de Petrogrado debería de dejar de apoyar al gobierno provisional y el partido debería de luchar para que se transfiriese «todo lo poder del Estado a los Soviets de diputados obreros». Obviamente, esa postura tan opuesta a lo que venía haciendo el soviet y el partido, no contó con el apoyo del partido -de hecho única contó con el apoyo de Alexandra Kollontai-; no obstante, Lenin publico ese documento, las Tesis de abril, en el periódico Pravda, en ese momento vinculado al soviet de Petrogrado, el día 20 (7) de abril.
En un momento en que Rusia, según el análisis de Lenin, avanzaba por la primera fase de la revolución, que le había dado el poder a la burguesía, era necesario, para pasar a la segunda fase: la que diera el poder al pueblo una acción revolucionaria que el soviet de Petrogrado y el partido todavía no estaban en condiciones de dar. De hecho, cuando tras las jornadas de los días 3 y 4 de mayo (20 y 21 de abril), dirigidas de forma espontánea por el pueblo de Petrogrado contra el gobierno de Lvov, se produjo una crisis ministerial, fue el soviet de Petrogrado quien acudió en apoyo del gobierno provisional, apoyando la inclusión en el gobierno de seis socialistas y el nombramiento de Kerenski como ministro de Guerra. ¡Cuánto camino quedaba aún por recorrer para que la aspiración del soviet de Petrogrado dejase de ser la formación de un gobierno de coalición! No obstante, ese largo camino se recorrió en apenas unos meses.
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