Hace dos décadas estuve un breve período de tiempo en México, concretamente en el D.F. y su entorno. Por aquel entonces (hablo de principios de los ’90) algo se decía acerca de los sucesos de Tlatelolco y de los movimientos revolucionarios ciudadanos y campesinos que ocurrían en casi todos los Estados en los que se […]
Hace dos décadas estuve un breve período de tiempo en México, concretamente en el D.F. y su entorno. Por aquel entonces (hablo de principios de los ’90) algo se decía acerca de los sucesos de Tlatelolco y de los movimientos revolucionarios ciudadanos y campesinos que ocurrían en casi todos los Estados en los que se organizaban y protestaban. Pero no era accesible toda la información y, de hecho, la gente de clase económica media o algo más elevada, apenas manejaba la información real de su propia historia. De esta manera, incluso ver los informativos significaba no comprender nada, o presenciar acampadas con banderas rojas en algunas plazas, cerca del Parlamento, no daban información alguna de lo que había detrás: «son los campesinos que quieren mejoras». Un día, estando yo a punto de partir para Managua, me enteré de que esos mismos campesinos acampados habían entrado en la sede parlamentaria y habían hecho algunos «destrozos», en protesta por la situación.
El año pasado, Marco Canale a través de su monólogo en el teatro LaGrada, nos ofrecía una visión de las vergüenzas que esconden los países occidentales en apoyo a estados criminales como el de Colombia, y de la manipulación mediática para ocultar la realidad. En esta nueva edición, también dentro de la programación de Escena Contemporánea, son los mexicanos de la compañía Lagartijas Tiradas al Sol quienes en la sala Cuarta Pared se encargan de dar un repaso a los recientes movimientos en su país, que significaron una convulsión especialmente importante entorno a las décadas de los ’60 y ’70. Aquellos sirvieron para la denuncia, aprovechando otros movimientos internacionales de la época, pero en su país, pese a ser reprimidos violentamente (como el caso de los 400 asesinados en Tlatelolco), apenas trascendió información, ni fueron particularmente criticados por la opinión internacional, ya que otros gobernantes ponían «sus barbas a remojar».
Si la excusa es la del repaso de la vida de Margarita Urías Herosillo, su participación en las guerrillas y movimientos rurales, estudiantiles y urbanos, hasta su fallecimiento en la década del 2000. La realidad que se muestra es un subterfugio para el discurso y la pregunta final, donde la protagonista se pregunta, tras exponer la intensidad de esos años, qué contará su joven generación acerca de lo que han hecho para transformar esta realidad. Seguramente, con su cuestionamiento ponen el dedo en la llaga, en el último término por tocar: ya no se trata de si hay que hacer esto o aquello, sino de poner el espejo ante los ojos y preguntarse ¿qué he hecho? o bien ¿qué estoy haciendo?
Al comienzo de la función, y viendo cómo se desarrollaban los primeros pasos, tuve la lejana idea de que aquello podía ser un auténtico «tostón». El proceso que siguen demuestra rápidamente lo contrario. En distintos formatos que incluyen la parte teatral más convencional, el juego con figuras y proyecciones en directo, la documentación videográfica de apoyo, las máscaras y el trabajo más corporal, la compañía lleva a cabo el desarrollo histórico de los acontecimientos. Este llega a incluir parte del proceso de investigación y documentación, así como un enfoque concluyente, en el que lo importante no son las opiniones propias de la compañía, dado que todo se enfoca a las preguntas finales, donde será el público quien deba posicionarse al respecto y hacia el futuro.
Consiguen enlazar las secuencias y los cambios de ritmo de una manera muy ágil, de manera que una obra que dura alrededor de dos horas, logra parecer abreviarse, como una historia convertida en relato, o en novela teatralizada, donde sus autores se identifican con los protagonistas para capturar la atención del público. La revolución se transforma en un juego con soldaditos de plástico, pequeños tanques, maquetas de trenes y de escenarios bélicos, que son ampliados en pantalla con los movimientos tácticos y estratégicos de cada combate. Este formato tiene mucho sentido para un planteamiento en el que la historia parece cuento, y no tiene continuidad efectiva en las generaciones que lo reciben o que, en este caso, lo cuentan, es como una revolución de juguetes, como si se tratase de la vida de Disney que nos ha tocado en suerte, en la que no cabe cambiar los argumentos.
Este proyecto parte de la necesidad de mirarnos reflejados en otras personas: de mirar nuestro tiempo en relación a otras generaciones. De crear coordenadas para ubicarnos en el México del año 2010. Partimos de la idea de contar una historia que no esté buscando validar un estado de cosas, queremos configurar un relato que nos permita situarnos, entendernos. Asentar el presente como un momento en un proceso que ni empieza ni acaba hoy.
Pensar que el mundo va mejorando inexorablemente, por el simple hecho de que el tiempo transcurre, es igual de ingenuo que pensar que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Puede una mirada crítica al pasado transformar el futuro? ¿Qué luchas se libraron antes de que naciéramos? ¿Cómo se configura la disidencia hoy? ¿Cómo procuramos nuestras libertades? ¿Se puede ser revolucionario e institucional al mismo tiempo? ¿Cómo recuperamos la esperanza?
Hay un momento donde ciertos hombres y mujeres consideran que no sólo sería preferible otra manera de estar en el mundo, sino que les resulta intolerable ser parte de una realidad ordenada de ese modo y entonces arriesgan la propia vida con tal de subvertirlo. ¿Cuánta voluntad y cuántas razones hacen falta para arriesgar la vida cuando la pasividad es tan fácil, tan natural? ¿Qué impulsó a esos hombres y mujeres a tomar las armas, abandonando el confort y la inercia cotidiana en pos de una transformación? Walter Benjamin afirmó que las revoluciones no son la locomotora de la historia hacia el futuro prometido, sino que «son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren».
Sentimos un enclaustramiento frente a la opinión muy generalizada de que el mundo está definitivamente cerrado y de que ya no existe más que un único sistema de gestión política, social y cultural. Sistema al que además resulta muy difícil criticar. La indignación, la resistencia, la protesta, el desvío, la revuelta y la insurrección se nos presentan como cosas del pasado.
Este proyecto está lejos de ser una arenga para tomar las armas. Es una tentativa por recuperar la idea de utopía y la posibilidad de crear nuevos pensamientos que nos permitan imaginar mundos más justos. Ver el dibujo en el esbozo y aventurar algunas ideas sobre el futuro. Esperemos que zarpen, ya sabremos después si llegaron a su destino. Las razones del corazón no se cuestionan, se acatan.
Sinopsis
No hay certezas ni paradigmas sobre qué es o debe ser un festival, qué es o debe ser la escena, o qué es o debe ser lo contemporáneo.
Pero sí el deseo de no dejar pasar los tiempos y espacios de encuentro.
De seguir participando del hecho escénico con conciencia renovada de la fuerza que le confiere su propia fragilidad.
De asistir a lo contemporáneo, más que como una suma de criterios, voluntades o decisiones, como algo que se teje en las sincronías de lo que nos inquieta y preocupa.