Todo gran acontecimiento histórico es interpretado de muchas formas diferentes, lo cual no quiere decir que todas esas posibles lecturas sean igualmente válidas o se aproximen en el mismo grado a una reconstrucción lo más objetiva posible de los hechos, con todas las dificultades que esto tiene. Esto, que es válido para cualquier acontecimiento histórico […]
Todo gran acontecimiento histórico es interpretado de muchas formas diferentes, lo cual no quiere decir que todas esas posibles lecturas sean igualmente válidas o se aproximen en el mismo grado a una reconstrucción lo más objetiva posible de los hechos, con todas las dificultades que esto tiene. Esto, que es válido para cualquier acontecimiento histórico significativo, lo es más profundamente aun para un acontecimiento y un proceso histórico como fue la Revolución Socialista de Octubre, que es uno de los que más polémicas ha generado en el siglo XX y en lo que va del XXI.
Lo que me propongo en este artículo es señalar una serie de mitos, medias verdades y ocultamientos en base a los cuales se ha construido una especie de «historia oficial» de la Revolución Rusa, reproducido por los grandes medios, gran parte del espectro político y una parte significativa de la academia. Esta «historia» se asemeja mucho a las «leyendas negras» que los sectores dominantes suelen imponer sobre los procesos revolucionarios, no sólo socialistas, sino, incluso, los democrático-radicales, como lo hicieron las clases terratenientes de la «provincia oriental» del siglo XIX -aliadas a los imperios del momento- con el proceso revolucionario artiguista.
Uno de los principales mitos o medias verdades, sobre el cual se construye esta historia oficial/leyenda negra, es considerar a Stalin como una consecuencia «necesaria» de Lenin. Hipótesis más que cuestionable y que debería ser probada con argumentos, los cuales muchas veces son débiles o están ausentes. Una sucesión histórica no convalida una relación de causa-efecto necesaria entre ambos sucesos; para citar una cuestión fundamental: Lenin siempre rechazó la colectivización forzosa que más tarde llevaría adelante Stalin, para Lenin este tipo de transformaciones sólo podían ser realizadas consensuando con el campesinado y no imponiéndolas coactivamente. Tampoco se desarrolló, durante el período de Lenin, la dogmatización estética que supuso el realismo socialista como doctrina y receta, siendo los tiempos de Lenin, al frente del gobierno bolchevique, un momento de eclosión de las artes. Otras cuestiones menos conocidas del gobierno soviético en sus primeros años, fueron la abolición de las leyes zaristas contra los homosexuales y los importantes pasos dados a favor de la emancipación femenina: el voto femenino, la legalización del aborto y la ley de divorcio entre otras medidas1, además del importante papel que muchas mujeres jugaron como dirigentes bolcheviques, entre ellas Nadia Krupskaia y Alexandra Kollontai. Lenin sostenía al respecto: «…no dejamos un solo ladrillo de las leyes despreciables que colocaban a las mujeres en un estado de inferioridad en comparación con los hombres…»2. En todos esos aspectos, se retrocedió sustantivamente en el período de Stalin, en el cual se restablecieron leyes contra los homosexuales y se retornó a viejos modelos que idealizaban la familia patriarcal, también, por otro lado, se optó por la rusificación, a pesar de toda la defensa que hizo Lenin en vida del principio de autodeterminación de los pueblos y de su lucha para que Rusia dejara de ser «cárcel de los pueblos».
No es mi intención negar los errores, desviaciones y hasta horrores cometidos durante todo el proceso histórico de la revolución, es más, considero que su conocimiento y análisis en profundidad es fundamental para extraer las necesarias lecciones históricas a la hora de pensar una alternativa al mundo capitalista presente, donde millones padecen y mueren en las peores condiciones, cuando existirían posibilidades para construir una realidad mucho más justa. Pero también es imprescindible analizar en profundidad este proceso histórico, contextuando y tomando en cuenta la diversidad de aspectos y complejidades del mismo, siendo capaces de visualizar, además de los errores y limitaciones, los aciertos, los avances y las importantísimas contribuciones a la humanidad que fue capaz de dar la Revolución Soviética, lo cual resulta difícil, y a veces puede parecer casi imposible, cuando predomina un fuerte pesimismo que evalúa con un profundo escepticismo el pasado, y que se proyecta también hacia el futuro, expresándose en la idea de que no hay alternativas, que el capitalismo es el único camino posible; además, el capitalismo en su peor versión, la más deshumanizada y brutal, que solemos llamar neoliberalismo, ante el cual el sentido común dominante nos dice que debemos resignarnos.
Entre los avances conquistados por la Revolución Soviética, no se puede soslayar ni dejar de lado el mejoramiento sustantivo de las condiciones de vida para millones de seres humanos, en el marco de un estado que se propuso -por primera vez en la historia de la humanidad, tras ese gran intento que fue la Comuna de París- superar las relaciones de explotación entre los seres humanos, con sus innegables logros en salud y educación, que permitieron universalizar el acceso a las mismas, el importantísimo desarrollo económico-industrial que pudo sacar a Rusia y los países de la Unión Soviética de un atraso milenario y ponerlos en los primeros lugares de desarrollo en muchos aspectos, además de las contribuciones en el ámbito científico-tecnológico, a pesar de la guerra civil promovida por los llamados rusos blancos, de las agresiones internacionales y de las consecuencias devastadoras de la invasión alemana y todo el esfuerzo de guerra soviético. También se puede visualizar un desarrollo muy importante en muchas expresiones culturales, en las artes y en el deporte. Alan Woods nos recuerda:
«Los resultados no tienen precedentes en la historia económica. En el espacio de dos décadas, Rusia estableció una poderosa base industrial, desarrolló la industria, la ciencia y la tecnología y abolió el analfabetismo. Logró avances notables en los ámbitos de la salud, la cultura y la educación. Esto sucedió en un momento, en la Gran Depresión, en que el mundo occidental se sumergía en un estado de desempleo masivo y colapso económico.»3
Muchas veces se suele citar, en la prensa uruguaya, la visión fuertemente crítica del militante, pensador y fundador del Partido Socialista del Uruguay Emilio Frugoni sobre la Unión Soviética, en la cual cumplió funciones diplomáticas por nuestro país, y su visión parece bastar para todo tipo de juicios lapidarios contra el proceso revolucionario soviético. Menos conocida y citada es la visión de quien fue su secretario en dicha misión, Mario Jaunarena, quien también fue militante y dirigente del Partido Socialista, además de fundador del Frente Amplio en 1971. Su valoración de la Unión soviética contrasta fuertemente con la del fundador del Partido Socialista. En su ensayo «¿Por qué se malogró el socialismo soviético?», nos dice sobre los primeros años de la Revolución Soviética:
«Desmoronado el sueño de la revolución en Europa, Rusia hizo un esfuerzo gigantesco en la industrialización, la educación popular, la ciencia, la cultura de masas, consiguiendo progresos no previstos. Logró hacer desaparecer la miseria. Estaba lejos de ser una sociedad rica, pero demostró dignidad. Y las realizaciones sociales fueron impresionantes. En 1930 se había logrado poner fin a la plaga del desempleo, en el año 40 no había más analfabetos, se afirmaban los servicios sociales, toda la medicina, la preventiva, la de tratamiento curativo y la de recuperación eran gratuitas.»4
A todo esto habría que sumar el papel fundamental en la derrota del nazismo, donde murieron más de 20 millones de soviéticos, liberando a millones de seres humanos del terror nazi, entre ellos a los del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz. También fue esencial la contribución de la URSS al movimiento de liberación de las colonias, al Congo de Patrice Lumumba, asesinado y desaparecido por la CIA, a Vietnam, la solidaridad con la naciente Revolución Cubana, el apoyo a la lucha contra el apartheid, régimen apoyado por potencias capitalistas como el Reino Unido y EEUU. ¿Qué hubiera pasado en el mundo con el nazismo si el mismo no hubiera encontrado la firme oposición del Ejército Rojo y el pueblo soviético? ¿Qué habría sido del movimiento anticolonial en Asia y África sin el apoyo fundamental de la Unión Soviética?
Señala Boaventura de Souza Santos en un artículo publicado este año, que no puede ser calificado ni de acrítico ni de complaciente con el proceso de la Revolución Soviética:
«La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario.»5
Todo esto no justifica, ni es la intención de este escrito, el renunciar a analizar críticamente el proceso soviético. Es necesaria una crítica radical que no debe dejar de condenar todo lo que sea condenable, hechos y elementos en su mayor parte -o siempre- contradictorios con la ideología socialista y comunista que busca concretar la igualdad, libertad y fraternidad proclamadas ya por la Revolución Francesa y los pensadores de la ilustración, pero nunca concretadas en el marco del capitalismo. Es necesario ser profundos y rigurosos en el análisis del proceso que se desarrolló bajo la presidencia de Stalin, como así también del proceso de burocratización que culminó con la transformación de gran parte de esa burocracia en una nueva burguesía que condujo a la restauración capitalista, o con las violaciones al principio de autodeterminación, defendido por Lenin tanto teórica como prácticamente. Pero no debemos olvidar los aportes fundamentales de la Unión Soviética a la conquista de derechos y al avance de los procesos emancipadores a nivel mundial, a los procesos de liberación nacional y anticoloniales, a la lucha por la democracia contra las dictaduras apoyadas por EEUU y otras potencias occidentalles y a la derrota del eje nazifascista, en la cual la Unión Soviética fue el que incomparablemente más esfuerzo y más víctimas puso de «Los aliados» con sus 27 millones de muertos estimados, lo cual es necesario repetir todas las veces que sea necesario, para reparar una visión absolutamente distorsionada y parcial, que olvida este gigantesco esfuerzo y magnifica el papel de los otros aliados, particularmente de EEUU. Señala Jaunarena al respecto: «Los aliados habían enviado ayuda material y en armas y víveres, pero el segundo frente se abrió solo en el año 44, cuando el ejército rojo ya estaba en Rumania y había atravesado el río Bug.»6
¿Pero hubiera sido pensable, además, el desarrollo del denominado estado de bienestar en Europa Occidental de no mediar la «amenaza soviética»? Muchos investigadores coinciden en que la existencia del campo socialista fue fundamental para que las clases dominantes de Europa Occidental y el capitalismo desarrollado aceptaran, en mayor o menor medida, políticas intervencionistas que permitieron un mayor bienestar para los trabajadores y gran parte de la población, lo cual podría ser extensivo, en cierta medida, a ciertos avances conquistados por las clases subalternas en los países capitalistas dependientes. Al respecto señala Boaventura de Souza Santos en su artículo ya citado:
«Los últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de supervivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social) para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para, en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa riqueza, especialmente humana.»
Dos grandes mitos sobre la Revolución de Octubre
Otra de las hipótesis de esta «historia negra» de la Unión Soviética es sostener que la misma no fue una revolución sino un «golpe de estado», extraño golpe de estado que resiste el levantamiento contrarrevolucionario y la intervención de más de una decena de potencias extranjeras, y pocos años después a la maquinaria de guerra nazi, a la cual logra derrotar, reconstruyéndose desde sus cenizas. Sólo una revolución con un gran respaldo popular es capaz de esos milagros históricos, ningún gobierno se hubiera sostenido en condiciones tan adversas si el mismo hubiera sido producto de un golpe de estado y no de una revolución.
Al contrario de esta visión histórica, la Revolución Rusa fue, como afirma Ernest Mandel7, el producto de un prolongado movimiento de masas, que se manifestó durante décadas, y en forma particularmente clara en las revoluciones de1905 y de febrero del 1917, donde se instauró una situación de doble poder: el gobierno provisional presidido por Kerensky por un lado y los soviets por otro. El gobierno provisional incumple su promesa de terminar con una guerra criminal impulsada por el reparto del mundo por parte de las grandes potencias europeas, sólo la Revolución de Octubre y los bolcheviques pusieron fin a la participación en la guerra por parte de Rusia. Una guerra que desangraba al pueblo ruso y a muchos pueblos europeos, por causas que no eran más que los afanes hegemonistas de las diferentes clases dominantes. La Revolución de Octubre nace, entre otras cosas, como un movimiento a favor de la paz y de la autodeterminación de las naciones, lo cual lleva a la práctica el gobierno presidido por Lenin, cosa que nunca hizo el gobierno de Kerensky. Los bolcheviques fueron absolutamente coherentes con su prédica a favor de la paz, contra un guerrrerismo que se ha demostrado, a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI, intrínseco al capitalismo. También repartirá las tierras entre los campesinos, nacionalizará los grandes medios de producción y emprenderá un proceso de transformaciones económicas, sociales y culturales sin precedentes en la historia, a no ser la breve Comuna de París, orientado a la construcción de una nueva sociedad, que emancipara a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre y de diversas formas de dominación.
Sostiene Ernest Mandel respecto a este mito del golpe de estado:
«La verdad es otra. La Revolución de Octubre fue el punto culminante de uno de los más profundos movimientos de masas jamás conocido. En la Europa de esa época, sólo el levantamiento de los obreros alemanes de 1920, en reacción a la intentona golpista de Kapp-von Luttwitz, y la insurrección catalana de julio de 1936, frente a la toma del poder militar-fascista de los franquistas, tuvieron una amplitud comparable que, con todo, resultó más reducida y menos duradera.»8
Muchos de los adversarios y críticos de la Revolución Rusa han criticado esta mistificación histórica, Mandel cita una diversidad de fuentes e historiadores que refutan en forma clara ese mito. Uno de ellos es N.N. Sujanov, el cual era un dirigente eserista muy lejano a los bolcheviques:
«…los bolcheviques trabajaban tesoneramente y sin descanso. Todo el día estaban con las masas, en los talleres. Todo el santo día, decenas de oradores, menores y mayores, hablaban en las fábricas y los cuarteles de Petrogrado. Para las masas, los bolcheviques se habían convertido en elementos de su propia comunidad, porque siempre estaban presentes, tomando la iniciativa tanto en los más mínimos detalles como en los asuntos más importantes de la empresa o el barrio militar…Resulta totalmente absurdo hablar de una conspiración militar en lugar de una insurrección nacional, cuando el partido era seguido por la gran mayoría del pueblo y cuando, de facto, ya había conquistado el poder real y la autoridad»9
Otra de las hipótesis que nos plantea esta suerte de «historia oficial» es que el derrumbe de a Unión Soviética fue producido por el colapso de la economía planificada, lo cual cada vez es más cuestionado por algunas investigaciones de historia económica. David Korz10 y Fred Weir11 investigan esta hipótesis, concluyendo que, si bien había dificultades en la economía soviética, de ninguna forma se puede hablar de un colapso de la misma. La misma no dejó de crecer ininterrumpidamente desde el 75 hasta principios de los 90. El decrecimiento recién se da a mediados del año 1990, cuando los procapitalistas, liderados por Boris Yeltsin, toman el control del poder y desarman las instituciones de planificación económica, lo cual produce un retroceso económico de 2,4 en 1990 y de 12,8 en 1991, siendo el promedio de crecimiento de 1985 a 1989 de 2,2, lo cual puede ser modesto si lo comparamos con períodos anteriores, pero lejos del colapso económico que plantea la historia oficial, y una cifra nada despreciable si pensamos en los promedios actuales de la mayoría de los países capitalistas, sean centrales o periféricos. Para los autores, las causas de la restauración capitalista no las debemos buscar en el supuesto colapso de la economía planificada, sino en una elite de poder que buscaba acumular riquezas y que veía en la restauración del capitalismo la posibilidad de transformarse en la clase privilegiada, asimismo, la despolitización de la mayoría de la población y la ausencia de una real democracia socialista impidieron que el pueblo resistiera una restauración capitalista con la cual, en su gran mayoría, no estaba de acuerdo.
Otra investigación plantea la siguiente estimación sobre los niveles de crecimiento en la URSS desde 1917 hasta 198612:
-
Período
Variación media anual (%)
1917-1925
8,44
1925- 1937
6,34
1937- 1950
3,70
1950-1965
6,57
1965- 1980
4,72
1980- 1986
3,44
Al respecto Alan Woods plantea los fundamentales avances de la «economía nacionalizada y planificada» en estos términos:
«En un periodo de 50 años, la URSS multiplicó su producto interior bruto (PIB) por nueve. A pesar de la terrible destrucción de la Segunda Guerra Mundial, su PIB se multiplicó por cinco entre 1945 y 1979. En 1950, el PIB de la URSS era sólo el 33% del de los EEUU. Ya en el año 1979 alcanzó el 58%. A finales de la década de los 70, la Unión Soviética se había convertido en una potencia industrial formidable que en términos absolutos ya había superado al resto del mundo en toda una serie de sectores clave. La URSS era el mayor productor de petróleo, acero, cemento, asbestos, tractores y muchos bienes de equipo. La producción industrial de la URSS era la segunda después de la de EEUU…Pero el alcance de estos logros no se expresa sólo en estas cifras. Todo esto se consiguió prácticamente sin inflación ni paro. El desempleo como el que existía en Occidente era desconocido en la Unión Soviética.»13
A partir de la caída del socialismo real, y la gran ofensiva neoliberal a nivel mundial, se impuso como un verdadero dogma el libre mercado, impulsándose un gran ciclo de privatizaciones con consecuencias sociales y económicas desastrosas, sobre todo para los países dependientes. Ese dogma sigue vigente hoy. La vulgata neoliberal es el credo de la mayoría de los grandes medios y de las fuerzas políticas hegemónicas a nivel mundial. El mercado libre es un principio de fe incluso para algunos sectores que se consideran progresistas, los cuales admiten, a lo sumo, pequeñas intervenciones de carácter parcial y fragmentario. La reflexión sobre los grandes avances que alcanzó la Unión Soviética en un breve lapso de tiempo -considerado en términos históricos- con la economía planificada, así como la deconstrucción del mito del colapso de la misma, debería aportarnos elementos para pensar una nueva sociedad, siendo capaces de reconocer sus virtudes así como sus defectos, sobre todo aquellos que llevaron a un proceso de burocratización tal que entró en contradicción con la propiedad social de los medios de producción.
Sintetizando, la «historia oficial» parte de la idea que la Revolución de Octubre fue un golpe de estado, oculta su papel fundamental en la derrota del nazismo, así como haber logrado resolver mucho de los grandes males que afectan a cientos de millones en las sociedades capitalistas; el fin de la Unión Soviética, nos dicen, se produjo por un colapso económico de la economía planificada, la cual, según las lecturas neoliberales, va contra las leyes naturales de la economía. Pero el análisis más profundo de los hechos históricos nos muestra que está es una historia basada en mitos y ocultamientos: el mito del golpe de estado, cuando la Revolución Rusa fue producto de uno de los más grandes movimientos de masas de la historia de la humanidad, el mito del colapso de la economía planificada, cuando esta, si bien con dificultades y una significativa perdida de dinamismo a partir de la década del 60, permitió, hasta principios de los 90, niveles de crecimiento nada despreciables, y el ocultamiento del papel histórico fundamental de la URSS en la derrota del nazismo, así como en la resolución de muchos de los problemas que afectan a la mayoría de las personas en las sociedades capitalistas.
La Unión Soviética llega a su fin con un acuerdo entre tres presidentes que deciden disolver la URSS, aunque en un plebiscito reciente la población soviética se había pronunciado en forma absolutamente mayoritaria por su mantenimiento. El gran experimento socialista no comenzó con un golpe de estado, sino con una revolución, pero si terminó con un golpe de estado presidido por Boris Yeltsin y los restauradores del capitalismo, como nos recuerda Mario Jaunarena14, un golpe que el pensamiento hegemónico aplaudió como un elemento fundamental en la constitución del entonces llamado «nuevo orden mundial» y el «fin de la historia».
Las enseñanzas de Octubre y algunas reflexiones
No se puede negar, por todo lo que hemos venido desarrollando, el aporte fundamental de la Revolución Soviética a diversos procesos emancipadores así como importantes niveles de desarrollo económico y social que permitieron sociedades con muchos de los problemas básicos resueltos (esos que aun no resuelven siquiera la mayoría de los países capitalistas más desarrollados), como salud, educación universal, vivienda, empleo, etc. Ser capaces de valorar todos estos elementos, con una mirada lo más objetiva posible, que no soslaye los errores y tragedias que se cometieron, es fundamental para el aprendizaje histórico, y para que éste nos permita construir una sociedad futura más justa, en la cual la Revolución Soviética mucho tendrá que enseñarnos, aunque su principal enseñanza sea tal vez habernos demostrado que es posible transformar radicalmente la realidad y que no estamos condenados a que se repita eternamente la misma historia.
La acción de los bolcheviques fue coherente en forma consecuente con la dialéctica materialista desarrollada por Marx y Engels, para la cual el ser humano es producto de determinadas circunstancias históricas y sociales, a las cuales, a su vez, ese mismo ser humano puede transformar. Fue una rebelión no sólo contra las concretas formas de dominación y explotación de la Rusia presoviética, sino también contra las concepciones que interpretaban en forma absolutamente mecanicista el legado de Marx, y para las cuales los procesos de transformación histórica no podían ser producto de la acción organizada y consciente de los seres humanos, sino una fatalidad determinada por la evolución de la economía. La Revolución Rusa supuso la refutación práctica de un fatalismo histórico alienado y alienante, el cual considera a la «realidad» intransformable, porque no la concibe como un producto de la actividad humana. Fue una rebelión contra ese espíritu de resignación que siempre intenta convencernos de que no hay alternativas, que dejemos todo como está, que no hay nada para hacer y que sólo podemos buscar salidas individuales porque las colectivas están condenadas de antemano al fracaso, aunque la historia y la experiencia práctica nos enseñen que las salidas individuales son, en términos generales, irrealizables y que las únicas salidas realmente posibles son aquellas que son producto del esfuerzo colectivo consciente.
Esa voluntad transformadora de los bolcheviques se expresaba muy claramente en la frase de Lenin: «¡Tanto peor para la realidad!»15, con la que el revolucionario ruso respondía a los «realismos» políticos que ponían peros a las propuestas de cambio que iban contra la «realidad». Esta frase expresaba un espíritu «quijotesco» propio de los revolucionarios, contrapuesto al espíritu «sanchopancesco»16, al decir de Mariátegui, como aquél en que desembocó la II internacional, que no sólo renunció a la revolución, sino que se alineó, en su absoluta mayoría, con la clase dominante de sus respectivos países para desatar esa carnicería llamada Primera Guerra Mundial.
Hoy parece ser muy difícil, en el mundo en general y para los latinoamericanos en particular, trascender ciertos límites que nos lleven a pensar y actuar más allá del capital, dando pasos efectivos hacia un horizonte socialista. Un objetivo que, claro está, no está a la vuelta de la esquina, pero que es necesario e imprescindible plantearse como horizonte estratégico. Se han dado pasos importantes en estos años en el marco de los gobiernos progresistas y de izquierda (aunque en algunos procesos más que en otros), pero es necesario tomar esos avances como puntos de partida y no como estaciones terminales, como algunos parecen considerarlos, más cuando la derecha revive con nuevos bríos ante un contexto internacional en el que ya no parece viable, desde el punto de vista económico, realizar concesiones en el marco de las actuales estructuras a los trabajadores y sectores subalternos, y donde la retórica del ‘necesario ajuste’ (la cual no es ajena tampoco a un amplio sector del progresismo y de la izquierda más moderada que propone versiones más tolerables de los ajustes, las cuales afectarían un poco menos negativamente a los sectores populares) se impone como la única alternativa en el marco de un capitalismo que no es cuestionado en forma radical. La Revolución Rusa, si algo nos enseña, es que hay alternativas a las dos grandes utopías capitalistas predominantes en América Latina: la desarrollista y la neoliberal.
Pero para poder desarrollar una estrategia decididamente socialista, habrá que vencer ese espíritu de resignación profundo existente en nuestras sociedades, al cual no es ajeno gran parte de la izquierda, incluso entre muchos de aquellos que apuestan a un futuro socialista. Resignación que es un fenómeno complejo y de carácter mundial, pero que en nuestra región parece tener fuertes raíces en el sentimiento de derrota que produjeron las dictaduras preventivas contrarrevolucionarias del plan Cóndor, a lo cual se suman causas de carácter más universal como la caída del socialismo real (que afecto no sólo a comunistas), el impresionante bombardeo ideológico del neoliberalismo y su concomitante creación de un sentido común individualista al extremo y radicalmente fetichizador del mercado como punto culminante de la evolución humana, consagrado como orden natural e institución perfecta, a pesar de su historicidad y de que no cumple jamás sus promesas de bienestar generalizado y felicidad, que los portavoces de este Dios pagano suelen anunciar.
Ser capaces de aprender de la audacia de los bolcheviques es esencial, así como también su lección de que la política revolucionaria exige firmeza estratégica pero también flexibilidad táctica y capacidad de improvisación, virtudes políticas que se expresaron en que fueron capaces no sólo de realizar una revolución donde todos los dogmas teóricos decían que era imposible, sino que siguieron adelante con su radical proceso transformador, aunque la esperada revolución alemana nunca triunfara. Ser capaces de dar pasos más allá de lo «normal», de lo «establecido» y «esperable», es decir, dar un salto hacia lo nuevo, así como también realizar un «análisis concreto de la situación concreta», yendo más allá de las previsiones teóricas establecidas, produciendo teoría a partir de las realidades existentes, es un aprendizaje que deberíamos reeditar cada día de los bolcheviques, como su capacidad de crítica y autocrítica que les permitía reconocer los errores, los cambios a nivel social y en las correlaciones de fuerza, como así también los cambios en las condiciones, que habilitaban un tipo de vía u otro, un tipo de metodología u otro. Al decir de Lenin, ser capaces de «soñar pero con los pies en la tierra». Como en Nuestra América lo hicieron Fidel, el Che, Camilo, Vilma y el pueblo cubano.
También debemos aprender del tesón militante de los bolcheviques, de esa tarea gris y cotidiana que afrontaron miles de sencillos revolucionarios anónimos, debatiendo, organizando y convenciendo a otros compañeros en las fábricas, en los sindicatos, en la aldea o los soviets, o, dicho de otra forma, creciendo y transformando «desde el pie» -al decir de nuestro trovador Alfredo Zitarrosa- la realidad, lo cual los llevo de ser una minoría a ser la fuerza mayoritaria y hegemónica en los soviets y en la sociedad rusa. En estas sociedades capitalistas postmodernas, donde Narciso ha desplazado a Edipo, como analizara Lipovetski17, estas humildes tareas que pasan desapercibidas, que implican sacrificios cotidianos, parecen no ser del gusto de muchos militantes que apuestan a actividades que preconciben como más «importantes», o a ocupar cargos que les otorguen visibilidad. Pero estas tareas , que podríamos llamar gramscianas, de lenta acumulación de fuerzas, de labor cotidiana y gris, son las que crean, como fruto de procesos de acumulación, esos otros momentos trascendentes: los de ruptura, los de quiebre revolucionario. Sólo trabajando día a día en esta tierra, es que podremos, tarde o temprano, tomar el cielo por asalto.
También la Revolución Rusa nos puede brindar importantes lecciones para superar falsas oposiciones, entre transformaciones culturales y estructurales, opresiones de clase y opresiones de género u otras que no son de clase, entre internacionalismo y defensa de la liberación nacional, particularmente relevante para nosotros como pueblos latinoamericanos, sometidos al imperialismo de las potencias centrales y a oligarquías que han ido construyendo todo tipo de lazos con los diversos centros imperiales, que hace que sus intereses se identifiquen entre sí. Ante los discursos contrapuestos de la «nueva» izquierda «culturalista» por un lado y de la «vieja» izquierda «estructuralista» por otro (por lo menos de algunos sectores e individualidades relevantes), que parten de falsas oposiciones, promoviéndolas y reproduciéndolas, debemos ser capaces de desarrollar un discurso superador de esas contraposiciones metafísicas, al decir de Engels, y analizar los mecanismos por los cuales las opresiones de género y raciales, por ejemplo, ayudan a perpetuar las estructuras de explotación y dominación de clase, y como estas últimas contribuyen a la reproducción de las opresiones de género y raciales, y sus respectivas construcciones ideológico culturales: el machismo, el racismo, etc. Debemos ser capaces de desarrollar un discurso que muestre la solidaridad entre todas las luchas emancipadoras, y como un avance en cada una de ellas contribuye al avance de todas las demás, como las diversas conquistas son pasos efectivos hacia la conquista de la democracia. A esto debemos agregar otras cuestiones como el desafío ecológico, ante un capitalismo que acentúa sus características destructivas de las fuentes de toda riqueza: «la naturaleza y el ser humano». Los bolcheviques fueron capaces de realizar avances fundamentales, como hemos visto más arriba, para los trabajadores y campesinos, pero no por ello dejaron de lado toda una impresionante serie de conquistas legales con el objetivo de la emancipación femenina, ni se olvidaron de abolir todas las leyes zaristas contra los homosexuales.
Mención aparte merece el carácter internacionalista del bolchevismo, pero combinado con la estricta defensa de la autodeterminación de los pueblos, que Lenin fundamentó y promovió como una principio esencial de los revolucionarios. Esto adquiere particular relevancia en momentos que ese principio parece encontrarse muy devaluado, no sólo por la derecha, que promueve invasiones y tratados de libre comercio que concentran cada vez más poder en las grandes transnacionales, las tecnoburocracias y los estados imperialistas, sino por gran parte de la izquierda, la cual ha aceptado, en mayor o menor medida, lo que Bricmont llama «imperialismo humanitario»18, que ha llevado a intervenciones de devastadoras consecuencias en países como Libia o Siria, o a no poder comprender -o comprender muy limitadamente- ciertos procesos de lucha por la autodeterminación, a los cuales contraponen al internacionalismo en forma mecánica, porque razonan a partir de un universalismo abstracto, opuesto al universalismo concreto y dialéctico de Lenin, que bregó siempre porque Rusia dejara de ser una «cárcel de los pueblos» y por la adhesión voluntaria de los pueblos a la Unión Soviética.
También los aportes teóricos de los bolcheviques, en particular de Lenin, han sido fundamentales. Empezando por concebir a la economía capitalista como una estructura económica mundial imperialista, donde algunos países tienen un carácter central y explotador y otros periférico y dependiente, siendo explotados de diversas formas por los países centrales. Imperialismo que supone, también, estructuras políticas, militares y culturales, que hoy vemos cada vez más desarrolladas.
Otro aporte esencial es su teoría del estado, que explicita y desarrolla los planteamientos de Karl Marx y Friedrich Engels. Los estados hoy son órganos mucho más complejos que en la rusia zarista, como bien atisbaba y señalaba Lenin en «occidente», y como brillantemente investigo y teorizó Antonio Gramsci, pero los mismos no dejan de tener un núcleo duro de aparato burocrático-represivo de las clases dominantes, el cual será necesario destruir -de una u otra forma- para avanzar en los procesos de transformación revolucionaria. No obstante lo cual, otros elementos del estado pueden ser transformados radicalmente sin ser destruidos, como las instituciones educativas para citar un ejemplo. No aprender esta lección política y teórica, puede conducir a errores tales como los que cometió Salvador Allende, que confió en los aparatos represivos que terminaron destruyendo el proceso revolucionario chileno.
La necesidad de crear organizaciones revolucionarias, capaces de impulsar y conducir la lucha, es otra cuestión insoslayable, aunque existan sobre este punto muchas preguntas a realizarse y muchas prácticas y dogmas a cuestionar, para evitar las tendencias burocratizadoras, que terminan emprobreciendo y, muchas veces, osificando o destruyendo el movimiento revolucionario. Esas organizaciones deben ser disciplinadas, si, pero una disciplina que deber ser más bien autodisciplina, y donde la formula centralismo democrático sea comprendida más en sentido democrático que centralista, sin negar los necesarios momentos y niveles de centralidad y en que la lógica dinámica que va de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, sea capaz de desarrollarse como alternativa a las tendencias autoritarias que terminan imponiendo lógicas verticalistas. Es decir, un centralismo democrático inductivo, como proponía Gramsci, y no uno de carácter deductivo.
Por último, quería mencionar en esta lista parcial e incompleta, los aportes filosóficos de Lenin. En particular, su desarrollo de la dialéctica materialista en el campo de la teoría del conocimiento, que lo llevó a criticar duramente las tendencias subjetivistas, escépticas y relativistas. El ser humano, para Lenin, es capaz de conocer en forma aproximada la realidad, y profundizar en su conocimiento a través de la investigación, tarea que no es de un solo individuo ni de una sola generación. Y ese conocimiento es fundamental para transformar la realidad ¿cómo poder transformar algo si no lo podemos conocer?, ¿cuál es la premisa de la libertad, además, sino el conocimiento de los mecanismos más profundos de las leyes y mecanismos de la sociedad y la naturaleza? Su pasión transformadora estaba intrínsecamente unida a su pasión por la verdad. Lo cual no lo llevaba a un autoritarismo epistémico iluminista, porque el conocimiento es una elaboración colectiva y siempre aproximativa, porque el error es parte de todo proceso cognitivo (también de los revolucionarios en sus intentos de comprender la realidad, por eso la siempre necesaria crítica y autocrítica), y porque el criterio para determinar lo verdadero y lo falso es la práctica o la experimentación, que también tiene sus limitaciones, y no una razón escindida del mundo. Hoy el relativismo y diversas formas de subjetivismo o escepticismo han tomado mucha fuerza o se han transformado en hegemónicas, actuando en gran medida como premisas «teóricas» del inmovilismo y la resignación, del dejar «todo como está». Paradójicamente, cuanto más avanza el conocimiento científico y los desarrollos tecnológicos, más fuerte se hace una filosofía que sostiene la imposibilidad de conocer la realidad, e incluso algunas corrientes ponen en duda o cuestionan la existencia de la misma. Pero negar la posibilidad de conocer la realidad, es negar también la posibilidad de conocer los mecanismos de explotación y dominación existentes en nuestras sociedades, como así también su posible transformación. Por eso Lenin optó por demostrar que no es sólo posible conocer el mundo sino también transformarlo, y que lo conocemos transformándolo y que lo transformamos conociéndolo.
El gran debe de todo el proceso iniciado con la Revolución de Octubre es el de la construcción de una democracia socialista, que abarcara no sólo las instituciones políticas sino la gestión económica, posibilitando la superación de los procesos de alienación. Se avanzó en forma sustantiva en la universalización del derecho a la educación y en un importante nivel de igualdad económico-social que permitía el acceso a la salud, alimentación, vivienda, etc., condiciones fundamentales -y elementos constituyentes podríamos decir- para la construcción de una democracia sustantiva o real (cuestiones que las sociedades capitalistas no resuelven o resuelven solo muy parcialmente). Pero la consigna «todo el poder a los soviets», que suponía una forma de democracia más profunda con el protagonismo del pueblo, y no con el mero papel pasivo al cual apuestan las clases dominantes en las democracias representativas de las sociedades capitalistas (que tienden a reducir al ciudadano a un elector despolitizado), no se concretó como construcción de una democracia que fuera realmente el gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», lo cual abrió los caminos para los procesos de burocratización y restauración capitalista. Construir un proyecto socialista donde se pueda aprender de todos los errores y deformaciones, sobre todo de la deformación burocrática, pero también de los aciertos, entre ellos todos los elementos positivos de la planificación económica, es el gran desafío para que el proyecto de la Revolución de Octubre termine triunfando, permitiendo una alternativa a una barbarie capitalista que puede terminar en tragedias mayores, incluso un ecocidio, para lo cual será necesario seguir pensando y ensayando los caminos para que los trabajadores y el pueblo ejerzan todo el poder, o, como dijeron Marx y Engels en el «Manifiesto Comunista», para la «conquista de la democracia».
Notas
1 Para ampliar sobre estos aspectos de la Revolución Rusa, recomiendo el artículo publicado en la revista digital «Hemisferio Izquierdo»: «La revolución rusa y las mujeres: una revolución dentro de la revolución.», Espacio de Mujeres de Movimiento Liberación, en «https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/10/23/La-Revoluci%C3%B3n-Rusa-y-las-mujeres-una-revoluci%C3%B3n-dentro-de-otra
2 Vladimir Lenin, citado por Woods, Alan, «¿Qué consiguió la revolución rusa y por qué degeneró?», 2017 en «El militante» http://argentina.elmilitante.org/teora-othermenu-54/7286-2017-02-24-01-28-33.html
3 Woods, Alan, op, cit.
4 Jaunarena, Mario, ¿Por qué se malogró el socialismo soviético?, Ed. Nordan, Montevideo, 1994, p. 202.
5 De Souza Santos, Boaventura, «El problema del pasado es que no pasa. A cien años de la revolución rusa.», 2017, En Rebelion http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222772
6 Jaunarena, Mario, op. Cit., p. 202.
7 Mandel, Ernest, «Octubre de 1917: ¿Golpe de estado o revolución social?» en «Viento sur» https://vientosur.info/IMG/pdf/octubre-mandel.pdf
8 Ibid, p. 2.
9 Ibid, pp. 2-3.
10 Kotz, David, «Socialism and Capitalism. Lessons from the Demise of State Socialism in the Soviet Union and China», 1999, University of Massachussets en http://people.umass.edu/dmkotz/Soc_and_Cap_Lessons_00.pdf
11 También se puede acceder a un resumen en español de un artículo donde los autores sintetizan sus principales planteamientos sobre la caída del socialismo en el siguiente artículo «La caída de la URSS: el mito del colapso económico.» en https://vientosdeleste.wordpress.com/2011/02/28/la-caida-de-la-urss-el-mito-del-colapso-economico/
12 Informe del Servicio de Estudios la Fundación Joaquín Costa, en «Anales de la fundación Joaquín Costa», España, 1992, en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=105084
13 Woods, Alan, op. Cit. En http://argentina.elmilitante.org/teora-othermenu-54/7286-2017-02-24-01-28-33.html
14 Jaunarena, Mario, op. Cit., pp. 207-211.
15 Mariátegui, José Carlos, «El determinismo marxista» en Mariátegui, José Carlos, Textos Básicos, Ed. Fondo de Cultura Económica, Lima, 1991, p. 27.
16 Mariátegui, José Carlos, «Mensaje al consejo obrero» en Mariátegui, José Carlos, Ideología y política. Obras completas. Tomo 13, Ed. Amauta. Lima en https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/ideologia_y_politica/paginas/mensaje%20al%20congreso.htm
17 Lipovetsky, Gilles, La era del vacío, Ed. Anagrama, Barcelona, 2002.
18 Cattori, Silvia, «Imperialismo humanitario. Entrevista a Jean Bricmont». 2005 en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=23761
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