El inmenso drama histórico sufrido por el PCUS y el sistema que dirigía, no fue la resultante de factores externos que, » desde fuera» y de manera ajena a la responsabilidad de los comunistas, condujeron a la derrota. Aquellos factores externos obviamente concurrieron, pero difícilmente hubieran concluido en el desmoronamiento del sistema socialista, si no […]
El inmenso drama histórico sufrido por el PCUS y el sistema que dirigía, no fue la resultante de factores externos que, » desde fuera» y de manera ajena a la responsabilidad de los comunistas, condujeron a la derrota. Aquellos factores externos obviamente concurrieron, pero difícilmente hubieran concluido en el desmoronamiento del sistema socialista, si no fuera por la receptividad que encontraron en una honda descomposición del régimen y, sobre todo, en agentes sociales que desde posiciones rectoras unían su interés de grupo a la destrucción del socialismo.
Para culminar en aquella situación de desmovilización social y bancarrota del régimen socialista, el factor decisivo, si no el único, parece residir en lo que atinadamente ha venido a denominarse «degeneración burocrática». La realización de lo que Marx consideraba «peligro permanente de la usurpación gubernamental de la dominación de clase».
Debe advertirse que aquel «peligro de usurpación» se presenta en la fase de construcción del socialismo con un crecido riesgo, como un auténtico tendón de Aquiles. Durante ese período – período de transición- , el aparato económico y todo el tejido de relaciones sociales, se va conformando compulsado por resortes político-administrativos, que cobran por lo mismo una importancia incrementada.
El poder de la burocracia y la alta amenaza de que el aparato funcionarial asfixiara al socialismo fueron, durante un tiempo ampliamente tratados en la literatura marxista. Sucedió así particularmente al hilo de la experiencia de la Comuna de París, de los episodios históricos protagonizados por Luis Bonaparte y del análisis del estado prusiano «el estado burocrático».
«…Para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene que precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos sin excepción revocables en cualquier momento «, señalaba Engels. Pocas cosas suscitaron más preocupación a Rosa Luxemburgo que las patologías burocráticas del movimiento obrero. Gramsci es igualmente expreso en este extremo en su artículo «Sobre el funcionarismo», escrito a comienzos de 1921. Para Otto Bauer la subordinación de la burocracia es cuestión esencial del socialismo: «Sólo si la burocracia se somete al control de las masas trabajadoras, y las masas de no privilegiados controlan los ingresos y los privilegios de los «electos», sólo en este caso, la totalidad del pueblo trabajador será propietaria de los medios y de los productos de su trabajo».
Toda la basta elaboración de Mao Tsetung sobre la «línea de masas» se inspira en el temor a las distorsiones burocráticas y al poder de esa burocracia. Excepcional significación reviste que el propio programa de los bolcheviques desde 1919 introdujera la expresión «Estado obrero con deformación burocrática» para referirse al proceso revolucionario en curso en Rusia. Al respecto Lenin indicaba: «En el programa de nuestro Partido vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática, hemos tenido que colgarle esa lamentable etiqueta, ahí tenéis la realidad».
En la obra de los máximos pensadores marxistas el burocratismo no aparece nunca trivializado al punto de reducirlo a un simple problema de malos hábitos y rutinas oficinescas, fue examinado como un sistema verticalista de administración , generador de privilegios, con alta dosis de violencia potencial por la debilidad estructural del grupo social en el que se sustenta, la alta burocracia.
En el capitalismo el poder burocrático-administrativo normalmente secunda, y en el peor de los casos traba, el desarrollo capitalista. En gran medida, bajo el capitalismo, las fuerzas productivas trabajan por su cuenta, el poder y los privilegios residen ante todo en la base económica, en la propiedad y en las posiciones rectoras en el mundo mercantil. Pese a ello, cuando en determinadas coyunturas las sociedades capitalistas se revisten con formas de gobierno autoritarias y sobredimensionan su cobertura burocrática, militar y represiva, ésta puede hacerse autosuficiente, o proponérselo con éxito y escapar durante un periodo de tiempo al control de la propia clase burguesa.
Contrariamente, en el socialismo, el desenvolvimiento de las nuevas relaciones viene indisolublemente ligado a la iniciativa político-administrativa. y por lo mismo el peligro de burocratización se presenta siempre como una amenaza tendencial en la fase de transición socialista. Una amenaza tendencial que se centuplica cuando las transformaciones socialistas se emprenden en sociedades con limitada articulación de la sociedad civil, donde entre el Estado y la masa de la población apenas no hay nada y sobre todo cuando el nuevo sistema se ha de edificar sobre una base débil de desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación socialista requiere entonces de enérgicas decisiones políticas, incrementándose, en consecuencia la propensión a la autosuficiencia del aparato administrativo.
Justamente advertido del peligro potencial de que la rama pudiera mas que el árbol , en el pensamiento marxista ocupó un lugar relevante -hasta su traumática amputación en la segunda mitad de los años veinte del pasado siglo- todo lo concerniente a la relación estado-partido -clase y al significado de la burocratización en el conjunto de la sociedad política -administración, partidos, sindicatos…-.
-II-
Por el lugar que ocupa en la sociedad y por el carácter de sus funciones, la alta burocracia percibe con temor el control y la participación social, siente en ello una cercenación de sus prerrogativas cuando no un peligro mortal para su posición dirigente.
A diferencia de las grandes clases sociales que descansan su poder en la base económica de la sociedad – y desde ahí construyen todo el entramado de consenso social- siendo el político, en lo esencial, un derivado de ello, para la burocracia, detentar el poder administrativo es , por definición, cuestión consustancial, sin ello carece de cualquier poder, no existe como grupo social o, en su caso se disuelve como tal. Por eso, por su carácter de casta parasitaria que solo sobrevive con el control del andamiaje político administrativo, la burocracia es particularmente beligerante contra cualquier línea de profundización democrática e intervención popular.
El mundo jerarquizado del habitat burocrático, y el poder de que dispone, se refleja en una singular concepción de la sociedad. Esta se les representa dividida entre administrados y administradores dentro de una fetichizada escala vertical de grados y categorías. Por sus propias condiciones de existencia en la psicología de este grupo social arraiga con facilidad una abstracción del poder político-administrativo que lo transforma en fetiche, con igual facilidad y por la misma razón les repugna toda idea de poder social. Justamente lo más opuesto a un sistema, como el socialista, que tiene que apelar a la iniciativa creadora del pueblo donde reside uno de los factores decisivos para su éxito y llegado el caso para su misma supervivencia.
Lenin manifestaba también su temor a que el nuevo cuerpo funcionarial surgido de la Revolución terminara contaminándose y asumiendo los métodos y la psicología del viejo aparato administrativo, que pasara así lo que a aquellos pueblos conquistadores que terminaban siendo dominados por la cultura de los conquistados «…aquí se podría tener la impresión de que los vencidos tienen una cultura elevada. Nada de esto. Su cultura es mezquina, insignificante, pero sin embargo, es más elaborada que la nuestra».
De cualquier manera, el problema de la eventual usurpación burocrática de la dominación de clase no se resuelve con fórmulas simplistas que tiendan a la negación o menosprecio del papel del partido y del Estado en la transición socialista.
La necesidad de apoyarse en un aparato de Estado para las transformaciones socialistas es una cuestión teóricamente ya resuelta desde la segunda mitad del siglo pasado, y la experiencia arrojada por el paso del tiempo no permite conclusión distinta, se trata de una necesidad objetiva hoy fuera de discusión.
Esa objetividad, lejos de minimizar, subraya el riesgo de usurpación burocrática del poder, revela que tal peligro cuenta para realizarse con un soporte ideológico-cultural, material y clasista, extremadamente poderoso.
Frente a esta amenaza se anticipaba Engels: «… la clase obrera que ha tomado el poder debe impedir que sus órganos de Estado se transformen de servidores de la sociedad en dueños de ésta».
Objetivamente determinado, resulta igualmente el papel central del partido. No ya la clase obrera, sino cualquier clase social, ejerce de hecho el poder en considerable medida a través de su parte políticamente más organizada y lúcida. Poco importa en este punto que se le llame o no partido, a esos destacamentos se les prepara para ello, y para ello se les organiza, para acceder y ejercer el poder.
Pero a la vez, el partido en su relación con la clase goza de una amplia autonomía, no existe un vínculo de subordinación orgánica de aquel con respecto a esta. Esa amplia autonomía no es el resultado de una decisión voluntaria, ni de una especulación téorica, es producto de una necesidad que está en la propia naturaleza del partido clasista como creación histórica. Sólo con esa autonomía puede el partido situarse por encima de la contradictoria realidad interna de la clase, homogeneizarla y representar el interés estratégico de esta en su conjunto.
Y es precisamente por todo ello, por la necesidad objetiva del poder estatal y del partido, por la objetiva autonomía de este último con respecto a la clase, y por consiguiente por la amplia autonomía del aparato burocrático estatal que se nutre del partido, por lo que resulta tan real, próxima y viva, la amenaza de usurpación burocrática del poder de la clase. Sobre este extremo Gramsci era muy enfático: «…si llega a constituir un cuerpo solidario y autosuficiente, si se siente independiente de la masa, la burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa…».
Y es que la comprensión de la autonomía objetiva de las instituciones políticas debe implicar la comprensión de que mientras mas se eleven estas instituciones por encima de las clases sociales a las cuales sirven, mas riesgo tienen de sucumbir, independientemente de su voluntad, a una tendencia hacia la autoperpetuación, y mas se aproximan a entrar en conflicto con los intereses de la clase a la que se deben.
-III-
La cristalización en la URSS de una casta parasitaria que terminó vinculando sus destinos con la restauración del capitalismo, fue precedida de un largo proceso de incubación y desarrollo, en el que sí que ejercieron una influencia determinante los factores externos a la propia lógica del desenvolvimiento de la sociedad socialista.
Contrariamente a lo que a primera vista resultaba previsible, fue justamente cuando la revolución soviética había superado sus inicios más críticos, la guerra civil y la intervención extranjera, cuando comenzaron a sentarse las bases de lo que devino después en una monstruosa deformación burocrática.
Particularmente desde 1921 Lenin se prodiga en advertencias sobre la «plaga» del burocratismo:
«El 5 de Mayo de 1918 todavía no se planteaba ante nosotros el problema del burocratismo (…) aún no sentíamos esa plaga:
Pasó un año, en Marzo de 1919, se aprueba un nuevo programa del Partido (…) hablamos ya del renacimiento parcial del burocratismo dentro del régimen soviético.
Pasaron dos años más. En la primavera de 1921 ya apreciamos esta plaga con mayor claridad y precisión, ya se alza más amenazante ante nosotros » .
V. I. Lenin, del» Impuesto en Especie» -Mayo 1921-
La enfermedad que dañó severamente la salud de Vladimir Ilich Lenin desde 1922 hasta su fallecimiento en Enero de 1924, le impidió desencadenar la «tormenta» contra el burocratismo que preparaba para el XII Congreso al que no pudo ni tan siquiera asistir. En todos los escritos de sus últimos años Lenin es reiterativo en el peligro que representaban las crecientes manifestaciones de burocratismo.
A partir de 1921, al tiempo que en Rusia se remontaba la primera y más angustiosa fase de supervivencia de la Revolución de Octubre, el sistema capitalista entraba en un período de relativa estabilización, y con ello se diluían las esperanzas de un triunfo generalizado de los procesos revolucionarios. Se debilitó entonces la tensión ideal con la que la sociedad soviética afrontaba las extremas exigencias del momento. A la vez la objetividad del agresivo cerco capitalista, por una parte, y el abrumador componente campesino y pequeño- burgués de la sociedad rusa, por la otra, conformaron el cuadro propicio para que se promoviera una fase de restricciones democráticas que tomó impulso y se fue extendiendo de una esfera a otra de la vida partidaria, de la estructura administrativa, y de la realidad social.
El cruce entre el reflujo revolucionario a escala internacional, la agravación de las contradicciones internas, y la agresión exterior, delimitó una situación extremadamente compleja proclive a saldarse con detrimento de la democracia socialista.
Se suprimieron las tendencias internas en el partido dirigente, desapareció violentamente aquella concepción del partido que permitía la convivencia en su Buró Político de Lenin y Trostky, Zinoviev, Radeck, Stalin, Kamenev, Bujarin, Piatakov, Rikov… un Buró Político que se podía permitir el «lujo» de dejar a Lenin, en minoría y en temas trascendentales como el del monopolio del comercio exterior o el reconocimiento de los derechos nacionales al pueblo de Georgia… y en situaciones cruciales, como los de la firma de la paz con Alemania. La dirección bolchevique no sólo desestimó la propuesta de Lenin de excluir a Kamenev y Zinoviev por su comportamiento en los momentos inmediatamente anteriores al levantamiento de Octubre, sino que poco después los mismos pasaron a desempeñar las mas altas responsabilidades en la Internacional Comunista y en las organizaciones del partido y del estado en Moscu y Petrogrado…Así era el partido que condujo el triunfo de la revolución, el d
e la guerra civil y el de uno de los mas grandes virajes en la historia de la humanidad .
Fue en los difíciles momentos derivados de la sublevación del Cronstadt en 1921, en la que participaron no pocos bolcheviques, cuando en el X Congreso se acordó la prohibición de las «fracciones internas». Esta medida iba a gravitar pesadamente sobre el futuro del partido y del país. Justo entonces, Lenin, que participaba de aquella prohibición y de otras restricciones de la democracia como medidas «temporales», ponía el énfasis en el derecho a las tendencias. Al punto fue de esa manera que no solo rechazó la dimisión de los miembros de la «oposición obrera», sino que propuso la incorporación de sus representantes más destacados a la dirección del partido, así como la publicación de su plataforma en el órgano central del partido con una tirada de 250.000 ejemplares.
Lenin se opuso expresamente a la propuesta de Riazanov de extender la prohibición de fracciones a las plataformas. El Congreso rechazó tal propuesta siguiendo el criterio de Lenin.
No obstante en los años inmediatos posteriores lo que era una prohibición de disciplinas paralelas se extendió a la restricción primero, y persecución después, de plataformas y tendencias internas, y de ahí se pasó a la degeneración del centralismo democrático y de toda la vida del partido. Al tiempo, de manera inevitable y en gran medida imperceptible, la estructura dominante del partido, del estado, de los sindicatos, de los soviets, de las fabricas, de las cooperativas… fue cambiando su naturaleza, sus conceptos, su psicología… se deslizaba de expresión de la revolución de Octubre a burocracia dirigente detentadora inatacable del poder.
Se volvió a evidenciar que toda estructura política autoritaria, incluso considerada como medida temporal, encierra el peligro real de enajenación del poder político respecto de la clase y capas cuyos intereses está llamado a interpretar.
Este fue el curso que siguieron las cosas en una escalada que alcanzó niveles de paroxismo: de los 1.956 delegados al XVII Congreso celebrado en 1934, 1.108 fueron detenidos posteriormente, la mayoría entre 1937 y 1938, bajo la acusación de actividades contrarrevolucionarias. Dos tercios de los miembros del Comité Central elegidos en aquel congreso fueron eliminados, condenados a penas de prisión o ejecutados.
Se inició en la segunda mitad de los años veinte, y se consolidó en los treinta , uno de los episodios mas perversos de los que sufrió el PCUS y por extensión el conjunto del movimiento comunista: la transformación de las divergencias y de la lucha de criterios en antagonismos con toda su fuerza destructiva. Lo que se manifestaba ahora era la natural propensión de la burocracia a antagonizarse frente a cualquier iniciativa que amenace su posición de privilegio, por mezquina que esta sea.
Sobrevino así una monstruosa corrupción de la teoría de la contradicción y de las políticas deducidas para su tratamiento. Los efectos de aquella deformación han sido devastadores para los comunistas hasta nuestros días.
Se fueron cercenando los mecanismos de fiscalización, de participación y de control social desde el ámbito de la empresa hasta la cúpula del poder estatal. Fueron singularmente restringidos los derechos y el papel de los sindicatos, y de los Soviets. Justamente todo lo contrario a lo previsto por Lenin:
«Cuando más resueltamente tengamos que afirmarnos en favor de un poder fuerte… tanto más variadas han de ser las formas y medios de control desde abajo, con objeto de extirpar una y otra vez la cizaña burocrática». (Lenin: «Las tareas inmediatas ~ del poder de los Soviets. «)
-IV-
El nombrado XX Congreso del PCUS -1956- no alteró la dirección que se había ido afirmando desde décadas atrás, difícilmente podía serlo, no es sólo ya que el partido y la sociedad se hallaban profundamente inhibidos y aplastados por la percepción de cualquier disidencia como antagonismo, por la atmósfera espesa de sospecha generalizada, purgas y represión política, sino que sus propios protagonistas se encontraban comprometidos plenamente con los antecedentes inmediatos e integrados en el vértice de la casta dominante. Y ocurrió que pasó el XX Congreso pero le sobrevivió el elemento decisivo del sistema que habia conducido a las deformaciones que denunciaba y que por lo visto era la enajenación del poder social.
Este Congreso tenía que poner fin a los aspectos más groseros que ejerció el poder, y en cierta medida así lo hizo. En su contexto se proclamó una amplia amnistia, se freno de alguna manera la rusificación , cesaron la incitaciones antisemitas, un buen numero de altos funcionarios fueron destituidos por abuso de poder y otros tantos procesados y condenados por falsas acusaciones en las purgas sangrientas de los años treinta y cuarenta.
Aquellos métodos que el XX Congreso denunciaba, pertenecían esencialmente a una fase muy inferior de la civilización, se habían convertido en un anacronismo insoportable para una sociedad altamente industrializada sobre la base de la propiedad pública, que abordaba con éxito la tecnología nuclear y aeroespacial, y que contaba con un alto nivel de instrucción, cultura y educación de las masas. Pero el mismo Congreso estaba incapacitado para promover, sin liquidarse así mismo, un giro radical hacia la democracia socialista, hacia «las más variadas formas y medios de control desde abajo».
Sucedió realmente que el XX Congreso ni supo ni pudo desentrañar los factores que condujeron a la Unión Soviética a la insostenible situación que el propio Congreso denunciaba. En el terreno decisivo para el inmediato porvenir y para toda la estrategia de construcción socialista, la luz del Congreso era incapaz de alumbrar otras causas de la degradación del sistema que a la perversidad moral de media docena de dirigentes, y eso resultó a la postre ser poco más que nada.
La gran contribución de Marx a la comprensión de la historia fue demostrar que no se puede explicar el proceso histórico como una simple suma de psicologías individuales, como un entramado de cuadros clinicos . Justamente lo que el XX Congreso ocultó es que aquellos fenómenos estaban imbricados en un determinado marco de relaciones sociales y políticas caracterizadas por la ausencia de autogestión, y de control social… por un régimen de director único en las empresas de privilegios para los altos funcionarios, por la omnipresente jerarquía y la planificación burocratizada.
-V-
Desde 1903 hasta las vísperas de la Revolución en 1917 Trotsky recelaba de la teoría leninista del partido como vanguardia dirigente. Por sí misma la clase obrera solo puede arribar a una conciencia «tradeunionista», la conciencia socialista le vendrá «desde fuera», desde el partido, sostenía Lenin.
En la formación social capitalista sólo existe la clase obrera como clase «en sí», la clase obrera «para sí» en el sistema burgués es sólo un proyecto. Ahí está la espina dorsal del fundamento leninista en materia de organización: la diferencia entre clase y partido. En aquel proyecto a madurar, organizar y realizar reside la insustituible tarea del partido.
Trotsky advertía el peligro que encerraba la conversión de aquel papel dirigente en tutelaje. Las prevenciones de Rosa Luxemburgo eran aún más acusadas porque más acusada era su confianza en la espontaneidad y en el ascenso de la lucha económica a la socialista: «Los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos y valiosos desde el punto de vista de la historia que la infalibilidad del mejor Comité Central», aseguraba ya en 1904 la dirigente espartaquista en las páginas de Iskra.
No obstante, Trotsky terminó dando la razón a Lenin. Su posición descansaba en una confianza desmedida en la conciencia socialista, espontánea de los obreros. Aceptó la teoría leninista del partido y los medios contra la amenaza de la burocratización que comprendía el programa bolchevique de desarrollo de la democracia socialista y de la lucha contra la burocracia, aspectos ambos que conformaban dos manifestaciones de un todo en la teoría de Lenin: el papel dirigente de lo más avanzado de la clase y la activa participación de toda la clase y del pueblo. En el pensamiento de Lenin era imposible realizar una planificación socialista armoniosa sin la democracia socialista y el control libre de las masas.
Bujarin en un texto emblemático reconocido en 1919 como básico para la educación comunista expresaba aquella posición partidaria en toda una síntesis de programa de participación y regeneración social:
«La burocracia es un peligro muy grave para el socialismo (…) nuestro partido debe hacer cuanto le sea posible para conjurar ese peligro (…) Es en primer término absolutamente indispensable que todo miembro de un soviet ocupe un lugar en el trabajo de la Administración del Estado. El siguiente punto esencial es que exista una rotación continua en estas funciones, no se debe permanecer años y años en el mismo puesto de trabajo administrativo (…) Toda la población trabajadora, paulatinamente ha de ser inducida a participar en la administración del Estado (…) Aquí se encuentra el verdadero fundamento de nuestro sistema político. Las organizaciones de masas se han convertido en los pilares de la autoridad del Estado. La democracia soviética no excluye del Gobierno a las organizaciones de masas, sino que hace de ellas los instrumentos de gobierno.
(…) De este modo, el poder soviético asegura el más amplio autogobierno en las distintas localidades y al mismo tiempo convoca a las amplias masas del pueblo a participar en el trabajo de gobierno.»
Y es que la estatización de los medios de producción, siendo condición para la nueva sociedad, no es suficiente, la estatización no es idéntica a la socialización, necesita de la gestión popular, «verdadero fundamento» del sistema político socialista.
Sin embargo, el sistema político soviético evolucionaba en dirección justamente opuesta a las propuestas bolcheviques. En lo fundamental, la propiedad quedó socializada, pero paulatinamente los trabajadores iban quedando al margen del proceso productivo.
-VI-
Por el carácter parcial de sus objetivos, sindicatos y soviets ocupan objetivamente un lugar subalterno en relación con el Partido, por independientes que sean orgánica y jurídicamente, y por amplias que resulten sus prerrogativas. En todo caso, la estrategia global donde se incardinan, con mejor o peor ajuste, las contradicciones sectoriales, la elabora y la organiza el Partido, no porque alguien lo haya decidido así de antemano y arbitrariamente, sino porque así viene determinado por las propias leyes de la confrontación clasista y de los distintos niveles en que ésta se despliega, expresa en cierto modo el condicionante que la parte sufre del todo, y de ahí la posición objetivamente hegemónica del Partido.
Sindicatos y Soviets se desenvuelven en base a exigencias ideológicas, políticas y orgánicas de menor entidad que el Partido en correspondencia con el distinto lugar y función que cada cual tiene en la lucha clasista. Resultan por eso particularmente sensibles a todo lo que ocurra en el Partido y más vulnerables ante los fenómenos de degeneración burocrática, entreguismo y liquidación.
Es verdad que nunca antes en la historia, en ningún país, fueron investidos los sindicatos, formalmente, del poder que les reconocía el ordenamiento soviético. Teóricamente en la URSS había que contar con el consenso de los sindicatos para el grueso de las cuestiones con relevancia social. Sin embargo, aquel poder formal no se proyectaba en la práctica social; la jerarquía sindical y buena parte de la escala intermedia estaba profundamente subordinada, cuando no fundida, en la malla burocrática que controlaba el Partido y el Estado, compartía con ella privilegios y prebendas, dispuesta antes a liquidar a las organizaciones sindicales que a exponer a riesgo alguno las ventajas que le reportaba su vinculación a la capa dominante. Todo muy distinto al papel que les reservaba ya desde 1919 Lenin:
«…Los sindicatos han perdido una base como la lucha económica de clase, pero no podrán perder, aún en muchos años, una base como la lucha económica en el sentido de lucha contra las deformaciones burocráticas de la administración soviética».
Mayor significación aún cabe atribuir al paralelo drenaje sufrido por los soviets. Lo que en el inicio del poder soviético era una extraordinaria y original expresión de intervención popular donde se combinaba la democracia directa con la representativa, donde se adoptaban decisiones a la vista de todos y bajo el abierto control de la base social, fue literalmente paralizado desde los años treinta por la misma camisa de fuerza que maniataba al Partido y a los sindicatos. No quedó absolutamente nada de aquel llamamiento de Lenin a «que cada comité de fábrica no solo se sienta dedicado a los asuntos de su empresa, sino que se considere también una célula organizativa llamada a estructurar la vida de todo el Estado».
Desde comienzos de los años setenta hasta la mitad de la década de los ochenta se aprobaron catorce grandes medidas orientadas a recuperar y dinamizar el papel de los soviets. Todas aquellas iniciativas nacieron ya hipotecadas, se estrellaron con un entorno político-administrativo cuyo interés de grupo no lo hacía nada propicio al fomento de la democracia socialista.
Como en una relación de vasos comunicantes, coexistiendo con una clase desorganizada, sin sindicatos, sin soviets, sin organizaciones autónomas y unitarias de masas, se potenciaba inevitablemente la conversión de Partido y Estado en instrumentos autoritarios y burocratizados, habitat necesario y natural para el desarrollo de una casta dominante, histórico embrión y antesala de la nueva burguesía.
-VII-
La curva descendente del movimiento revolucionario internacional subrayada con la derrota de la revolución alemana en 1923 y del levantamiento de Estonia en 1924, el fracaso de la huelga general inglesa en 1926 y de la insurrección búlgara, el aplastamiento de los comunistas chinos a manos del Koumitang en 1927, el triunfo de la reacción polaca de Pilsduski… modificó los horizontes y con ello creó circunstancias que acentuaban la deformación burocrática.
Cuanto más aumentaba la pasividad de una clase obrera en retirada más disminuía su intervención en el poder y más se concentraba este en manos del aparato burocrático-administrativo. Ya no se trataba sólo de los» excesos de papeleo y obstrucción», sino de que la «plaga» burocrática, potenciada por el debilitamiento de la perspectiva revolucionaria y del reflujo de la movilización social, movía los hilos del poder estatal y del aparato partidario en su propio beneficio, consolidando posiciones de poder y multiplicando los privilegios sociales y materiales que ello ofrecía. Lo que en paralelo exigía limitar los medios de participación y control social. La semilla de lo que terminaría demandando la restauración capitalista estaba sembrada.
El país y la construcción del socialismo empezaba a caer prisionero de las nuevas fuerzas que el declive revolucionario estaba desencadenando. La clase obrera soviética había quedado exhausta por la revolución, la guerra civil y la lucha contra la intervención extranjera, diezmada en su número y en sus cuadros, desmoralizada ante el hundimiento general de la economía. La depresión del «orgullo obrero» en una tendencia histórica de receso, tuvo como contrapartida un flujo de la psicología arribista y del utilitarismo.
Rusia estaba en la ruina, la guerra civil le había costado siete millones de muertos. El 6 de Marzo de 1921 «Pravda» escribía: «Las privaciones sufridas por los obreros son tales que su debilitamiento físico se ha convertido en el primer problema del día». La producción de fundición representaba el 2% de la de anteguerra, la de metales acabados el 4%, el conjunto de la producción industrial el 20%, el comercio no existía, lo había reemplazado la requisa o el trueque.
En las décadas posteriores el contexto en el que se desenvolvía la construcción del socialismo acentuó los factores que propendían a la degeneración burocrática. En esa dirección empujaban tanto las circunstancias exteriores dominadas primero por el pacto «anticominterm» Berlín-Roma-Tokio, la ulterior agresión nazi-fascista, y el desencadenamiento de la «guerra fría» después, como también exigencias de orden interno coherentes con lo que se llamó «comunismo de guerra».
Debe repararse en este punto que por «comunismo de guerra» se conocía en la Unión Soviética el periodo comprendido entre 1918-1920, cuando la revolución estaba prácticamente cercada en Petrogrado y Moscú por los ejércitos blancos y los intervencionistas extranjeros. En ningún caso, en aquellos años las restricciones democráticas en el Partido y en la sociedad alcanzaron los niveles de los años 30. Las diferencias eran siderales tanto en sus aspectos cuantitativos como en los cualitativos. Lo que en su momento se consideraba como una necesidad temporal vino a representarse después como una virtud, como una concepción de principios.
La inquietud por evitar que los «nuevos órganos del Estado se transformen de servidores a dueños de la sociedad» dejó de ocupar espacio alguno en la práctica y en las elaboraciones teóricas del movimiento comunista, salvo excepciones por lo general aisladas o de poca fortuna. Resulta ejemplar en este sentido que un texto de cabecera del movimiento comunista durante la década de los sesenta y setenta, el MANUAL de Otto Kousinen, personalidad, por lo demás muy relevante en la lucha del movimiento obrero y de los comunistas contra el fascismo, no hace la menor referencia a las cuestiones de la burocracia y de los peligros de la burocratización que tanto inquietaron a los clásicos en cuyas fuentes el mismo se hizo.
Refiriéndose a las medidas adoptadas por la Comuna de Paris sobre incompatibilidad en el desempeño de más de un cargo público, sobre el establecimiento del salario de los funcionarios en un máximo equivalente al de un obrero cualificado, sobre su obligatoria rotación… y la ignorancia que de todo ello hacía gala una parte importante de la socialdemocracia de la época, Lenin comentaba: «…precisamente en torno a estos puntos, las ideas fundamentales de Marx sobre el Estado se ignoran completamente… El procedimiento consiste en mantener silencio sobre ello, como si fuera un sencillo fragmento de una anticuada ingenuidad».
Lo que Lenin no pudo predecir es que aquella ignorancia de las ideas fundamentales de Marx se iba a reproducir en el movimiento comunista después de su muerte. El silencio venía esta vez de la mano de un grupo social con un cada vez más creciente interés clasista en amputar al marxismo de una parte sustancial de su estrategia que se les revolvía en su contra: la enfilada a la lucha contra la burocracia y por la democracia socialista.
-VIII-
Considerada la base económica desde la que se tenía que iniciar la construcción de la nueva sociedad, resultaba absolutamente insoslayable transferir el mayor esfuerzo hacia la producción de bienes de equipo. Y en este campo se obtuvieron éxitos realmente colosales. Mientras el mundo capitalista se debatía en una crisis extrema, en la URSS entre 1929 y 1940 la producción industrial se multiplicó por más de tres y su participación en la producción mundial de manufacturas pasó de15% en 1929 al 18% en 1938, durante el mismo periodo la cuota conjunta de los EE.UU., Gran Bretaña y Francia disminuyó del 59% al 52% del total mundial.
Con todos sus problemas sin resolver, Rusia a mitad del siglo era el prodigio de la história moderna. Un mundo incrédulo fue testigo de cómo Rusia rompia el monopolio de la energia atómica …mas impresionante resultó aún la recuperación de la URSS de la devastación de la guerra en la que 10.000 fabricas fueron destruidas, centenares de minas inundadas, cien ciudades arrasadas y sus tierras florecientes convertidas en desiertos
I. Deustscher.
Pero existía otro aspecto de la realidad, el conformado por las necesidades inaplazables del pueblo el cual sólo hasta cierto punto puede renunciar al consumo de hoy para el bienestar de mañana, y aquí se produjo una quiebra irreparable. La riqueza de la nación se levantaba en violento contraste con las exigencias primarias de consumo.
En la mitad de la década de los sesenta, de la suma total del producto nacional neto solamente el 55% se destina al consumo privado, incluyendo servicios sociales y educación. De toda la nueva inversión industrial el 15%, a lo sumo, se destina a las industrias de bienes de consumo.
Resultó, sin embargo, que la objetiva necesidad de priorizar el desarrollo de la industria pesada se absolutizó al punto de desatender, hasta extremos difíciles de comprender, la demanda de bienes de consumo. Quebró la necesidad de una expansión en cierto modo equilibrada de las industrias de producción y las de consumo para el mejoramiento continuado en el nivel de vida de la población.
Todavía en 1989 el 60% de los fondos productivos se emplean en las ramas básicas en tanto que a la industria ligera y alimentaria se destinaba apenas el 10%. El divorcio entre el poder estatal y la sociedad, facilitó sobremanera que se llegara a esta situación. «Como presidente del Consejo Superior de Economía Nacional -declaró Felix Dzerzhinski- estando a la cabeza de esta enorme escala burocrática yo no puedo hacer nada si no es por la crítica desde abajo, es decir, de donde late el pulso de la propia vida «.
El deterioro de los cauces de comunicación entre el aparato administrativo y el pueblo, y de los instrumentos de intervención social congeló el celo por los intereses inmediatos de las masas y liquidó las formas para hacerlos valer. No existe la piedra filosofal que permita a la vez satisfacer el interés de casta de la burocracia y las necesidades del desarrollo de una economía socialista planificada y socialmente gestionada.
Un episodio singularmente significativo de los métodos burocráticos, de una política trazada de espaldas al sentir social y al margen de la realidad, fue la de la colectivización forzosa de la agricultura iniciada en 1928 y culminada en 1933. Los resultados fueron catastróficos, la producción agrícola cayó en picado, en vísperas de la invasión alemana en 1941 todavía no se habían alcanzado los niveles anteriores a 1928. Las contradicciones se agudizaron en grado máximo, tanto con el campesinado en general como en el seno del partido, y se «resolvieron» con deportaciones y ejecuciones en masa.
En el partido se .promovió un nuevo rizo en la espiral de purgas. Le tocó esta vez a la llamada «desviación derechista», se liquidó a lo que aún quedaba de la vieja dirección bolchevique, a Bujarín y a Rikov y con ellos a decenas de miles de cuadros partidarios. Las consecuencias de aquella tragedia dejaron en herida profunda enel país, facilitó la agresión nazi y continúo supurando hasta los últimos días del poder soviético.
La Rusia de Rasputín y del Zar Nicolás se transformó en el país de los Sputniks, pero en el país de Gagarin no se podía adquirir una lavadora de calidad. La cantidad de la producción no iba de la mano de la calidad, y así las organizaciones comerciales estatales informaban en 1964 de excedentes invendibles de bienes de consumo duraderos de calidad inferior valorados en dos billones de rublos, cifra equivalente a la tercera parte de la inversión anual de capital en la industria ligera.
La penuria en el abasto de bienes de consumo de calidad desalentó interés por el trabajo y la productividad, y fomentó la inhibición social. Pero sobre todo, la demanda insatisfecha de aquellos bienes dio pié a la aparición del mercado negro y la corrupción. Así se fueron multiplicando y consolidándose situaciones de privilegios y de degradación de las relaciones socialistas cuya lógica interna fortalecía la restricción de la democracia y la generación de castas envilecidas en sectores determinantes del aparato partidario y administrativo.
La burocratización de la vida político-administrativa a la par que el colapso de una de las potencialidades más importantes del nuevo modo de producción, la participación creadora del pueblo, condujo al estancamiento, a la baja calidad de los productos, a la penuria del mercado, a la incapacidad para transferir los notables adelantos científico-técnicos de la industria militar y aerospacial a otros sectores de la producción. Esta realidad impulsa el crecimiento de valores mercantilistas opuestos al socialismo entre directores de empresa, ámbitos ministeriales y amplios sectores del andamiaje administrativo, quienes al tiempo monopolizaban el acceso a la limitada oferta de bienes de consumo de calidad ligada particularmente al comercio exterior y al mercado negro.
Una importante masa de la jerarquía administrativa vivía ya completamente ajena a las masas , en una sociedad segregada , con sus propias tiendas, restaurantes, lugares de ocio etc .
No podía ocurrir de otra manera, la función modifica al órgano, el ejercicio arbitrario , abusivo y en el propio provecho , cambia radicalmente la psicología de la casta burocrática. Ya ni objetiva ni subjetivamente , ni material ni moralmente, pertenecían de facto ni a la clase obrera ni al movimiento comunista.
-IX-
Durante un prolongado periodo histórico el poder burocrático y sus intereses independientes no sólo conviven sino que incluso coinciden con el desarrollo de la sociedad socialista, aunque introduciendo componentes de degradación económica, política y social.
Igual que la burocracia fascista no era nada sin el soporte del capitalismo, la burocracia «socialista» se hubiera volatilizado sin la propiedad social y con prematura restauración del capitalismo. La condición para que su liquidación no sobreviniera comportaba una notable acumulación de poder sobre la base de un importante desarrollo económico. Por tanto, durante un dilatado periodo histórico coexistían las tendencias contradictorias entre las iniciativas coherentes con el socialismo y las que conducían a la expropiación política por parte de la burocracia.
Esta coexistencia no podía menos que ser dotar al fenómeno de un carácter extremadamente complejo y contradictorio y por lo mismo fuente de máximas tensiones que en no pocas ocasiones se saldaron sangrientamente con la liquidación de lo más consecuente, lo más lúcido y de los que más méritos habían contraído con la causa del socialismo, pero que al tiempo se encontraban debilitados sobremanera en su capacidad de reacción por una realidad tan contradictoria y por su desplazamiento de los resortes decisivos del poder.
La acumulación de privilegios tropezaba sin embargo con límites poderosos, con buena parte del partido, con la memoria histórica y con la propia estructura básica de la sociedad socialista, que aún degradada no había abierto los cauces para que la casta burocrática diera el salto de grupo privilegiado a clase dominante propietaria de medios de producción y distribución.
La titularidad pública de la propiedad les impedía una auténtica acumulación privada de capital. Era posible la consecución de riquezas y de privilegios, pero no la reproducción capitalista. Por decirlo de otra manera, los privilegios estaban en la esfera del consumo pero no de la propiedad. En palabras de J. Petras: «Este estado social -la cúpula burocrática- con posibilidades de ascender, representaba una especie de clase protocapitalista que empezaba a romper y salir del cascarón colectivista».
La restauración del capitalismo en la URSS y la Europa del Este no fue por tanto producto de un plan premeditado durante decenios, sino ante todo fruto de la lógica interna de aquella usurpación del poder y de la acumulación de privilegios que implicaba. La propia burocracia, aún sin ser consciente de ello, estaba atrapada por una tendencia que en determinado nivel de desarrollo exigía romper con el socialismo. De hecho se conformó una nueva clase dominante que para elejercicio pleno de sus prerrogativas como tal necesitaba que sucediera lo que sucedió.
La propia desintegración de la URSS y la irrupción de los conflictos étnicos-nacionales marchó al compás de la súbita y radical introducción de mecanismos de mercado y autonomía de las empresas a partir de 1984. Allí empezaron lo que el Buró Político del PCUS llamaba «reivindicaciones regionales».
La burocracia dirigente de las empresas socialistas, en muchas regiones de la URSS, apoyándose en la objetiva diferenciación étnica y nacional, obteniendo consenso de ella, enarboló el nacionalismo como la ideología que se correspondía con su necesidad de autonomía política para proteger mercados, fijar precios, dominar presupuestos y liberarse de limitaciones ideológicas y económicas -la planificación central- que ahogaban su potencial como nueva burguesía.
Se comprende entonces porqué el grupo social decisivo en la restauración del capitalismo en Rusia, y núcleo duro de la actual clase dominante, proviene de buena parte del antiguo aparato partidario y administrativo del PCUS y la URSS, y es contra su propio partido contra el que dirigió sus golpes más demoledores. Boris Yeltsin y Victor Chernobirdin, exjefe de Estado y exprimer ministro respectivamente, personajes claves de la transición, son ejemplos paradigmáticos de la transformación de la cresta de la burocracia privilegiada en clase dominante. Vinculado el primero aun sin número de empresas capitalistas y el segundo al floreciente negocio de la extracción y comercio del petróleo y gas con base en la antigua industria soviética. Yeltsin fue miembro del Buró Político del PCUS y alcalde soviético de Moscú, y Chernobirdin ministro soviético del gas, ambos ostentaron estos altos cargos en la burocracia soviética prácticamente hasta los últimos días de Gorbachov.
Examinando a la actual oligarquía rusa y a la de sus estados segregados, incluso a su alta y mediana burguesía, rara vez se encuentra a alguien que no ostentara puestos de alta responsabilidad ya sea en el PCUS, en la administración o en las empresas soviéticas.
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La experiencia, en definitiva, a nuestro juicio, no ha puesto en cuestión la necesidad de un partido independiente marxista, de clase, pero sí ha colocado en un escenario de supervivencia el problema de las relaciones de ese partido con los trabajadores, de su capacidad para suscitar la organización y participación de las masas. Las cuestiones referentes a la participación y control popular y a la auto organización social están en carne viva. Igualmente cobra renovado valor todo lo relacionado con la destrucción del viejo estado y la extinción progresiva del nuevo.
Y todo esto hay que retomarlo y debatirlo al modo leninista, con su concepción de la democracia socialista, con el método marxista de tratar las contradicciones internas en el campo de la clase y tanto en el ámbito de la concepción amplia del partido, comprensiva de las fuerzas de la transformación social, como en el mas estricto de organización de vanguardia concebida como una asociación de comunistas libres que ejercen como tales.
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