Al plantearse la revolución socialista, los revolucionarios están obligados, ciertamente, a mancomunar esfuerzos tendentes a garantizar su construcción y continuidad, pero los mismos deben respaldarse con una visión y una metodología totalmente diferentes al tareísmo electoral que frecuentemente se apodera de las organizaciones políticas, de manera que se activen los mecanismos de participación y […]
Al plantearse la revolución socialista, los revolucionarios están obligados, ciertamente, a mancomunar esfuerzos tendentes a garantizar su construcción y continuidad, pero los mismos deben respaldarse con una visión y una metodología totalmente diferentes al tareísmo electoral que frecuentemente se apodera de las organizaciones políticas, de manera que se activen los mecanismos de participación y protagonismo por parte del pueblo y puedan crearse las condiciones ideales para que se constituya realmente el poder popular en toda su dimensión creadora.
Sin embargo, es necesario aclarar que este ejercicio unitario entre revolucionarios no debe limitarse exclusivamente al ámbito político. El mismo debe extenderse a todos los campos de la vida social e influir decisivamente en la transformación de todas las instancias del poder constituido en vista que, generalmente, son éstas las grandes responsables del freno y de las desviaciones que experimentan los sectores populares a la hora de organizarse y reclamar los espacios que le corresponden. Esta situación tiene que confrontarse abiertamente, sin atender a intereses partidistas determinados que secuestren y ahoguen la independencia y las iniciativas organizativas y reivindicativas de sindicatos, movimientos campesinos, consejos comunales, centros estudiantiles y grupos culturales, entre otros, que estarían llamados a darle sustentabilidad al socialismo revolucionario.
Así, los revolucionarios estaríamos obligados a emprender acciones que estén dirigidas, básicamente, a desestructurar el viejo Estado burgués vigente, el cual tiene que ser erradicado en función de la nueva práctica democrática participativa, ya que el mismo fue diseñado para que al pueblo no se le dé cabida alguna en la toma de decisiones y en la supervisión de la gestión pública, limitado éste a ser un espectador pasivo de los acontecimientos que ocurren a su alrededor mientras una clase dominante obtiene todas las prebendas al usufructuar el poder en nombre de una democracia consensual, excluyente y autoritaria que no le ofrece posibilidad a la disidencia, aun la más inofensiva.
Dicha desestructuración del Estado tiene que generarse en la misma medida que los sectores populares vayan adquiriendo un mayor nivel de conciencia respecto a las metas todavía por alcanzar en la transición hacia el socialismo. Así, se le incorporaría efectivamente en la construcción del poder popular, obligando al Estado a despojarse de algunas de sus atribuciones tradicionales para traspasarlas a los sectores sociales organizados. De esta manera, se iniciaría la desconstrucción del Estado burgués-liberal que hemos conocido hasta ahora, pero esto tendría que acompañarse ineludiblemente de una formación teórica sostenida, sin caer en el dogmatismo irreflexivo de algunos, y ajustada en todo momento al desarrollo de los diversos acontecimientos que tengan lugar, incluso aquellos propiciados por la actividad desestabilizadora de la contrarrevolución, pues de lo que se trata es de acelerar y de profundizar los cambios que nos conduzcan al socialismo, partiendo de una acción conscientemente concebida y ejecutada por el pueblo revolucionario, haciendo -en consecuencia- que dicho proceso resulte algo totalmente irreversible, no obstante los convencionalismos e intereses de quienes detenten el poder establecido, así sea en nombre de la revolución.-
*Maestro ambulante.