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La revuelta de octubre, tendencias y desafíos para la izquierda revolucionaria

Fuentes: Rebelión

«No se deben tener en cuenta las promesas, frases vacías y pequeñeces que confunden el pensamiento, y mirar lo fundamental, lo que determina todo en la vida social: la lucha de clases»  Lenin.  Los últimos días han estados marcados por la irrupción de una de las más grandes revueltas que hayan existido en el país […]

«No se deben tener en cuenta las promesas, frases vacías y pequeñeces que confunden el pensamiento, y mirar lo fundamental, lo que determina todo en la vida social: la lucha de clases»  Lenin. 

Los últimos días han estados marcados por la irrupción de una de las más grandes revueltas que hayan existido en el país desde el fin de la dictadura

Este acontecimiento, y las distintas manifestaciones que lo conforman hasta el momento, han ido revelando una serie de particularidades a las cuales se les debe tomar atención con el objetivo de ir develando sus reales alcances políticos y sociales. La idea es trazar una línea que permita entender el conflicto en el marco del desarrollo de la lucha de clases del país.

Durante buena parte del siglo XX la clase obrera chilena desarrolló importantes niveles de organización, los cuales le permitieron durante los 60 y comienzos de los años 70 llegar a desafiar, como nunca antes, el poder de la burguesía. La respuesta que la patronal tuvo fue la instauración de un régimen de contrarrevolución, el cual fue liderado por las Fuerzas Armadas. las consecuencias de dicho periodo fue la derrota política y material de las organizaciones que la clase obrera había levantado, lo que marcó el fin de un proceso de auge y maduración política de los trabajadores y trabajadoras.

De ahí en más, la historia del conflicto clasista en el país parecía ya estar escrita. La burguesía en tanto clase dirigente gobernaba sin mayores apuros un capitalismo que cada vez iba adquiriendo más dinamismo y maduración en comparación a los periodos anteriores. Se terminaba así, de forma definitiva, con el Chile que vio crecer a la izquierda y a la clase obrera durante buena parte del siglo XX.

Las transformaciones en la base del capitalismo chileno se dejaron sentir con fuerza en diversos ámbitos, especialmente en la estructura social. Precisamente una de los aspectos más relevantes guarda relación con la cristalización de aquella clase que surgió «en el medio» de las clases fundamentales (clase obrera y burguesía). Este es el caso de las actuales y modernas clases medias, las que si bien poseen diferencias con lo que fue el funcionariado público clásico y las clases medias surgidas al alero de la fase desarrollista de la primera mitad del siglo XX, también guardo puntos de contacto con estas. Son precisamente estas clases medias las que dejan entrever con mayor nitidez su peso político específico en la coyuntura, en especial el rol progresista que juegan hoy en Chile.

Así es que en los últimos años, al calor de las diferentes movilizaciones que se han vivido en el país, estas modernas clases medias han ido madurando política y orgánicamente en el país. De forma progresiva han marcado presencia en la escena política nacional como cuerpo cada vez más uniforme, con un programa capaz de encarnar sus propios intereses, distinto a los de uno baso e los intereses y perspectiva histórica los trabajadores.

Son, por tanto, los años de maduración material y política de las clases medias las que hoy parecen estar posicionándose políticamente (al calor de la revuelta de los últimos días) en la cara de las demás clases del capitalismo chileno, que miran desde lejos la crisis que sacude al país. Si bien no se puede minusvalorar el lugar que ocuparon las clases trabajadoras en el conflicto que tiene tomada la escena política chilena, y que justamente gracias a su radicalidad remeció al Estado burgués como hacía rato no lo hacía, el dinamismo del conflicto pareciera estar llevando el centro del mismo hacia el polo de las clases medias chilenas.

Hoy las salidas, y las principales tendencias, se ven marcadas por la aparición de reivindicaciones generales propias de las clases medias más que de un programa propio de las y los trabajadores y el resto de las clases populares del país.

Lo anterior se puede ver a través de todos aquellos llamados que logran cuajar en lo que hasta hoy se eleva como la única solución posible a ojos de las masas para calmar la situación: la realización de una Asamblea Constituyente que cambie «de raíz» el Chile heredado de la Dictadura, y con ello su Constitución.

En esta misma línea es que el manifiesto redactado por quien hasta ahora aparece como uno de los más «legítimos» representantes del movimiento, la mesa de Unidad Social, permite visualizar lo que la eventual nueva Constitución vendría a asegurar, como lo es «… una sociedad diferente con más libertad y democracia, con más igualdad y justicia, con más solidaridad y fraternidad.» A partir de la cual se puedan defender y recuperar «las libertades y derechos fundamentales» perdidos durante la dictadura y los años de la «transición».

A partir del desarrollo de los últimos días se puede empezar a vislumbrar eventuales salidas al escenario que «la revuelta de Octubre» instaló, las cuales sin duda vendrán a imponer modificaciones más o menos importante a la institucionalidad del período transicional, estas sin embargo quedan lejos de poner en el centro un programa articulado sobre los intereses de los trabajadores y el pueblo.

Nuevamente queda de manifiesto el hecho de que la participación de los sectores populares en un conflicto no es directamente proporcional con el programa que se desarrolla en el mismo, y mucho menos del que se impone posteriormente.

De esta forma, los sucesos de los últimos días ya parecen estar encaminados hacia una salida de corte progresista liderado por el proyecto político de las clases medias. Esta ha sido la única que en los últimos años ha podido cuajar de una forma más o menos compacta, de ahí su capacidad de poder posicionarse con relativa fuerza en un periodo de crisis de la burguesía y, a raíz de ello, abrirse paso en el esquema de dominación burgués.

La eventual constituyente «de los derechos sociales» vendría a encausar y materializar su posición ventajosa en el desarrollo de la lucha de clases.

Sin embargo, y pese a que todo indica que hacia allá se dirige el conflicto, todo esto se encuentra determinado por el desarrollo del mismo y las decisiones que tome cada una de los actores que se encuentra participando en él. Como todo, hasta ahora, la posición de las clases medias aparece como una victoria relativa.

En el contexto actual, el desafío más importante para la clase trabajadora y sus respectivas organizaciones radica en el hecho de saber identificar qué es lo que se encuentra en juego en la coyuntura misma, y a partir de dicha lectura tomar las opciones tácticas que resulten pertinentes.

Si bien la construcción del proyecto histórico de las y los trabajadores supera la mera reivindicación de derechos de corte burgués, sería un error no velar porque en el marco actual estos fueran aplicables en el país. Son los casos, por ejemplo, del derecho al aborto, la disminución de la jornada laboral y el derecho a la migración. Los cuales si bien son perfectamente aplicables en una sociedad capitalista y que bajo ninguna forma cuestionan el gobierno del capital y la propiedad privada, resultan importantes a lograr con el objetivo de cohesionar a las clases trabajadoras y dejarla en una mejor posición como actor político. Será tarea de las organizaciones reforzar dicha posición y prepararla para una eventual ofensiva.

En este mismo aspecto, y contemplando el actual grado de organización en que se encuentran los trabajadores como clase, es importante que las consignas y reivindicaciones a levantar sean preponderantemente de naturaleza política más que económicas. No todo se trata, y sobre todo en un contexto de derrota de la clase, de mejorar los niveles materiales de vida, sino de aportar al desarrollo de los niveles de conciencia de clase que se encuentran perdidos hace ya varios años. Solo este desarrollo es el que permitirá que los esfuerzos de los trabajadores y trabajadoras no sean fácilmente cooptados por la demagogia populista y fascistoide que el cuadro de descomposición burguesa actual podría generar en el país.

Por último, las y los militantes deben combatir cualquier tipo de «ilusión constitucionalista» que exista en las masas, y especialmente en la clase trabajadora. Habría que indicar que por más loables y bienintencionadas que sean sus pretensiones, es en realidad imposible que una Constitución pueda poner en cuestión el capitalismo en Chile, o asegurar el empleo de todos y todas las trabajadoras del país, por ejemplo. Es precisamente, en estas ilusiones, en las que descansa la política oportunista del Partido Comunista y el Frente Amplio.

Asimismo, las y los revolucionarios no deben descartar el hecho de que en caso de haber una Asamblea Constituyente en Chile, esta puede ser una buena palestra para desarrollar propaganda en torno a las reivindicaciones políticas que se consideran pertinentes a lograr en el periodo.

Dejar de lado los moralismos abstractos sobre las instituciones burguesas es también un desafío que tienen que enfrentar las organizaciones y militantes más conscientes del pueblo. Recordando a la vez que durante años la disputa por el sufragio universal y cargos de representación política en el parlamento fueron la principal política desplegada por las y los comunistas europeos, lo que les permitió educar a quienes se pretendía formaran parte de sus filas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.