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«La revuelta permanente»: Memorias de Joan Ferrer Farriol recogidas por Baltasar Porcel

Fuentes: Rebelión

En el año 1970, el escritor mallorquín Baltasar Porcel (1937-2009) graba en París en torno a cincuenta cintas magnetofónicas en las que Joan Ferrer, viejo militante anarquista, le va relatando su vida: sus experiencias de la Cataluña de principios del siglo XX y las luchas obreras y de la guerra civil, de la resistencia contra […]

En el año 1970, el escritor mallorquín Baltasar Porcel (1937-2009) graba en París en torno a cincuenta cintas magnetofónicas en las que Joan Ferrer, viejo militante anarquista, le va relatando su vida: sus experiencias de la Cataluña de principios del siglo XX y las luchas obreras y de la guerra civil, de la resistencia contra Franco y su largo exilio en Francia. Estas conversaciones sirven a Porcel para elaborar un volumen titulado La revuelta permanente, que será publicado por Planeta y recibirá el premio Espejo de España en 1978. El libro contiene el testimonio palpitante de un tiempo de enorme movilización y conciencia social en el que todo llegó a ser posible.

Joan Ferrer Farriol nace en 1896 en una familia pobre de Igualada. Su padre, jornalero, muere cuando él tiene sólo seis años, aplastado por un fardo de ciento veinte kilos. En sus vivencias infantiles, el ambiente y las circunstancias de la vida miserable y repetida como una maldición son trascendidos por la Idea libertaria que conoce en seguida y le trae promesas luminosas. Va un año a la escuela racionalista, pero pronto ha de dejarla para llevar un jornal a casa. Desgrana sus recuerdos de aquellos días en los que llegó a ver al mismo Ferrer i Guàrdia: «Un hombre de estatura media, con el pelo al rape, y un aspecto afirmativo, lleno de seguridad, dominador.»

Con once años, trabaja en una tenería, curtiendo pieles, y recibe seis pesetas a la semana por once horas diarias de faena. La violencia física y moral lo encorajina. Es una sociedad segregada entre ricos y pobres, mundos que pretenden ignorarse. La religión le pareció siempre un artificio que no aportaba nada a la solución del conflicto esencial. En esa época ya se reúne con otros chicuelos sediciosos como él y lee la prensa libertaria. En 1911 se afilia a la CNT, fundada el año anterior, y en seguida es elegido para la junta. Cambia mucho de trabajo, pues no soporta impertinencias y vive para la lucha sindical. Conoce también a algunos burgueses que simpatizan con los objetivos emancipadores y se acercan a él más o menos en secreto, tratando de ayudar.

Hay un relato estremecedor de la revolución de 1909 en Barcelona. La rebelión de los reservistas y sus mujeres en el puerto, el toque a rebato en toda la ciudad, las barricadas… Sigue la represión, pero también el ejemplo, en 1912 las escenas se repiten en Ancona, con Malatesta a la cabeza, contra el envío de tropas a Libia. Joan Ferrer recuerda a Anselmo Lorenzo, patriarca del anarquismo ibérico, al que escuchó en Barcelona en una conferencia; falleció en 1914. Y también del Noi del sucre, alma de las luchas obreras en Cataluña hasta su asesinato en 1923.

Se repasa la historia del sindicalismo en Igualada. Expulsados del local que tenían alquilado en el pueblo, no se resignan y con el trabajo de todos construyen un edificio magnífico con un lugar amplio para las reuniones y otros para las secretarías de los sindicatos; había además una biblioteca. El proyecto fue admirado y copiado. La conciencia llegaba poco a poco al proletariado y se batallaba de firme por mejorar las condiciones de trabajo, con huelgas bien trabadas y coscorrones a los esquiroles. En 1913 se consigue la sindicación de las mujeres, organizando una charla con compañeras que vienen de Barcelona acompañadas del propio Noi. Después resultan ser auténticas leonas en la lucha obrera. En 1915, los del ramo de la piel se lanzan a por las ocho horas, el viejo anhelo. Con unidad, decisión y tiros de aviso para los esquiroles, se logra el objetivo en muchos talleres. En 1916 Joan Ferrer es detenido a consecuencia de una huelga y termina en la cárcel Modelo de Barcelona, donde pasa cuatro semanas.

Son recordados después tres igualadinos de origen burgués pero que hallaron el sentido de su existencia en la Idea libertaria. Josep Gené, que trabajó en la organización confederal en Barcelona en la época más difícil de lucha contra los pistoleros del Libre, cuando la vida de los sindicalistas no valía una perrona; exiliado en México tras la guerra. Codina, de vida errante y azarosa; establecido en Orán, con el golpe de Franco regresa a España y sobrevive a las balas fascistas, consiguiendo escabullirse de la represión; fallece en Barcelona. Josep Viadiu, lector infatigable y notable escritor; dirigió Solidaridad Obrera en los años más duros y fue un puntal de la CNT; cuando heredó, gastó su parte en ayudar a los compañeros que tenían que huir del Libre. «Los tres honraron a un pueblo que vegetaba en lo gris.»

Joan nos cuenta su experiencia en la gran huelga general de agosto de 1917, gestada mientras la guerra mundial enriquecía cada vez más a los ricos y la explotación se hacía más transparente. La unión de fuerzas proletarias lograda fue un aldabonazo en las conciencias. En Igualada, los revolucionarios toman la población por unas horas, sin que haya víctimas. Después, Joan viaja con algunos compañeros a Barcelona, donde los anarquistas siguen la lucha casi solos y al fin son derrotados. Ha de huir y trabaja de incógnito en Martorell, Mataró y El Poble Nou. La huelga sirvió para que la CNT alcanzara un gran auge en los años siguientes. Mucha gente iba comprendiendo dónde estaba la alternativa para la podrida sociedad burguesa. A finales todavía de 1917, se ganan dos importantes huelgas, de fideeros y ebanistas. El año 18 es el del congreso de Sants, en el que se ratifican los Sindicatos Únicos. Estos suponían un esfuerzo de solidaridad, al englobar cada uno a diversos gremios sectoriales que hasta entonces habían trabajado separadamente.

Los años de 1917 a 1923 son de duras luchas obreras, pero para Joan es también el momento en que su vida cambia cuando conoce a Elvira en un baile de Carnaval en Igualada y se enamora de ella hasta los huesos. Se entienden bien, aunque no faltan los que la tratan de ponerla contra «un culo de cárcel, que no trabaja nunca». Ella sabe ver la nobleza del muchacho sin vicios que vive para un ideal. Se casan por lo civil y tienen pronto un niño, mientras la economía anda justa y él vende mercancías por los pueblos. Después regresa al taller. Elvira Trull Ventura será la compañera de toda su vida.

Es en esa época cuando, con el conflicto social enconado, la patronal impone un lockout y exige la entrega de todos los carnets del Único. El sindicato replica con piquetes armados y huelgas que se extienden; la CNT es ilegalizada en 1918. Joan es detenido y tras ser liberado, viaja a Barcelona, donde participa activamente en las luchas de aquellos años. La espiral de violencia acumulaba muertos y pronto empezaron las expropiaciones. La tesis de Joan Ferrer es que el pistolerismo del Único fue sólo la respuesta a la represión salvaje desencadenada por la burguesía. En otro capítulo se repasan los hitos más importantes hasta la destitución de Martínez Anido y Arlegui en 1922 por el gobierno de José Sánchez Guerra.

En esos tiempos, arribaban a Barcelona, Meca de la anarquía, muchos extranjeros interesantes, como un exiliado ruso apellidado Maksímov, que es deportado luego en un barco que naufraga en Turquía. Nada volvió a saber de él Joan. Otro ruso que también anduvo una temporada por Barcelona fue Víctor Serge ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=66655 ), anarquista individualista por entonces; venía de Francia, donde había colaborado con el grupo de Bonnot y viajará después a Rusia, apoyará a los bolcheviques y sufrirá la represión estalinista. Josep Gardenyes llegaba de un periplo por Francia y Argentina y escribió en la prensa libertaria, pero era sobre todo un hombre de acción, ducho en atentados, atracos y cárceles. El 19 de julio del 36 lucha en las barricadas y es fusilado luego por sus compañeros anarquistas tras apoderarse de joyas en un domicilio particular. Trulloles fue otro desgarrado que venía de América; culto y desastrado, no soportaba la mediocridad ni la explotación; cantaba ópera.

1919 es el año de la huelga de la Canadiense, la empresa que había electrificado Cataluña. La carencia de energía acabó provocando una extensa huelga que al fin se gana. Se pide después la liberación de los detenidos y se consigue también cuando gracias al Noi el proletariado habla con una sola voz. El sindicalismo catalán, poderoso y combativo, se observa con interés desde Madrid y Pestaña, y luego el Noi, son invitados a pasar por el Ateneo a explicar en qué consiste aquello. No obstante, en la capital existía ya un grupo muy activo de la CNT, en el que destacaba Mauro Bajatierra.

Solidaridad Obrera, » la Soli», había nacido como semanario en 1907 y en 1915 pasó a ser un diario. En 1910, Joan comienza a colaborar como corresponsal en Igualada y en los años siguientes se implicará cada vez más. Se recuerda a los principales colaboradores de la publicación y se repasan también las que aparecían por entonces en otros lugares, como Acción Libertaria de Gijón. En ellas se reflejaba el espíritu crítico, ético y multiforme del anarquismo español.

En 1923, la CNT vuelve a la legalidad y se origina una gran conflictividad social, que es uno de los factores, junto a los desastres que se estaban produciendo en Marruecos, que lleva a Primo de Rivera a proclamar su dictadura en septiembre. Siguen años duros en los que los libertarios promueven algún intento revolucionario, como el que es abortado en Vera de Bidasoa en 1924. En 1927 nace la FAI, tratando de integrar a los grupos anarquistas. Joan la contempla con simpatía, aunque él, como tantos otros, continuó manteniendo en solitario la militancia en la CNT. En el fin de la dictadura, en 1930, ve sobre todo un juego de políticos más liberales o simplemente enemistados con el impresentable Alfonso XIII. Malamente representaban los intereses del proletariado, como la historia se encargaría de demostrar.

Con la explotación sigue la lucha en los años de la república y Joan participa activamente en ella. La FAI plantea una estrategia de insurrección que fuerza la situación al límite y a finales de 1931 llega el manifiesto de los treintistas que provoca expulsiones y una profunda división entre los libertarios. Joan vivió con dolor estos conflictos y su postura conciliadora y crítica con los más radicales de ambos bandos le valió múltiples ataques. Nos cuenta la historia de aquellos años como un forcejeo desesperado: la conmoción por la masacre de Casas Viejas y el descrédito de Azaña, el triunfo de las derechas y el estallido de octubre del 34, épico en Asturias y tragicómico en Cataluña. Las cárceles se llenan de militantes obreros, que son liberados tras las elecciones de febrero del 36, aunque Joan confiesa que ni siquiera en esta ocasión se acercó a las urnas. En el congreso de la CNT en Zaragoza en mayo se oye un clamor de lucha. Con Largo Caballero receptivo, el proletariado está unido. Donde el golpe fascista de julio es aplastado, provoca, de rebote, la revolución.

En Igualada, la izquierda se hace fuerte en el ayuntamiento y hay una escalada verbal con la Guardia Civil, acuartelada, pero cuando llegan noticias de lo ocurrido en Barcelona, la situación se resuelve sin necesidad de lucha. Joan viaja al frente de Aragón, donde ve muchos ánimos y pocas armas y luego trabaja en Igualada en la organización de la nueva vida. Un comité revolucionario con representación de todos los partidos y sindicatos toma el control y el predominio libertario permite experimentos de colectivización que resultan exitosos. En ramos como construcción, transporte o madera se consiguió que todos los estamentos colaboraran con una estructura autogestionada. En otros, sin embargo, algunos talleres aceptaron la colectivización y otros no lo hicieron y siguieron funcionando como hasta entonces; se originó así una competencia que no dio malos resultados. Se cuidaron las escuelas y se crearon comedores, una biblioteca con los libros requisados a los burgueses huidos, una sala de música y un asilo para los ancianos. Joan viajó por Aragón, donde el movimiento colectivista tuvo mayor desarrollo y describe hermosas experiencias que contempló allí.

Durante los primeros meses de la guerra se produjeron en Igualada ejecuciones de elementos derechistas de una forma bastante incontrolada, en el contexto de la eliminación de fascistas peligrosos, pero también de respuesta y venganza ante las atrocidades del bando que había desencadenado la guerra. Joan reconoce los excesos, que disculpa en parte por las terribles circunstancias. Las iglesias fueron vaciadas de imágenes y la mayor transformada en mercado; las monjas fueron invitadas a trabajar de enfermeras y vestir normalmente. A esto siguieron dos años y medio inusitadamente tranquilos.

Joan Ferrer nos da su visión sobre los hechos de mayo, una sublevación popular en respuesta a la claudicación continua en la que la gota que colmó el vaso fue el intento de la Generalitat de tomar el edificio de la Telefónica, en Barcelona. Cuando los ministros anarquistas Joan García Oliver y Federica Montseny abortan la resistencia, ya no hay marcha atrás; todo está perdido. Y lo sorprendente es que en Igualada, como en muchos otros sitios, en ausencia de conspiraciones reaccionarias y fuerzas foráneas, la CNT siguió controlando la situación a nivel local después de mayo.

Es también en 1937 cuando la CNT emprende la publicación de un periódico en catalán, Catalunya, del que en breve se encarga de la dirección a Joan Peiró. Joan Ferrer es reclutado en Igualada para incorporarse a la redacción en la capital. Describe a Peiró como un hombre de una bondad sin límites que no ejercía de jefe, sino que estimulaba la iniciativa de cada uno. En unos meses, Ferrer asume la dirección y trata de subir el nivel del diario haciendo trabajar más a los redactores y buscando colaboradores de prestigio, que en muchos casos había que traducir porque no escribían bien en catalán. Duró en ello unos ocho meses y se fue luego al frente de corresponsal de la Soli. Catalunya desaparece poco después, a mediados de 1938.

La partida de Joan para el frente la explica como resultado de lo desmoralizadora que se iba haciendo la vida en Barcelona. Se incorpora a la división XXVI, la antigua columna Durruti y además de la corresponsalía, se encarga de dirigir la revista El frente. Paradójicamente, allí la moral era alta, aunque se retrocedía ya bastante de forma controlada. En mayo del 38, participa en la batalla por la Conca de Tremp, pero al poco sigue ya la retirada sin remedio. En Artesa de Segre está a punto de morir en un ataque aéreo. A fin de año, viaja a la retaguardia para avisar de lo que ya es inevitable. No obstante, cuando se reincorpora a la división, esta combate aún, replegándose hacia la Seo d’Urgell.

Tras la caída de Barcelona y en cuanto es obvio que ninguna resistencia militar se opone ya, Joan Ferrer se une al gentío que huye hacia Francia. Va en compañía de su esposa y su hijo Marcel, un muchacho ya de diecisiete años. A ella la perderán en el camino y no volverán a verla hasta 1947. Doscientas mil personas aguardaban en los bosques próximos a La Jonquera a que la frontera se abriese. Bajo la intensa lluvia de la noche la montaña resonaba con la desesperación de los hombres que dejaban su patria.

Pasada la frontera, tras andar varios días son internados en el campo de Argèles. Corre ya febrero y allí permanecerán hasta junio. La vida estos meses fue tranquila, aunque sobraban piojos y enfermedades y faltaban medicinas. Una epidemia se llevó a muchos niños. Mientras algunos conservaban la organización militar, los cenetistas constituyeron un «campo civil» menos jerarquizado. Se ofrecía la posibilidad de salir del encierro para ir a realizar diversos trabajos, pero Joan y su hijo rehusaron. En junio son enviados al campo de Barcarès, provisto de barracones, y en el otoño vuelven al de Argèles, reorganizado, donde pasan el invierno. Joan relata muchas anécdotas de la vida allí, dominada por las noticias de represión sin medida que llegaban de España.

Con el estallido de la guerra, los franceses trabajan a los refugiados españoles para que se alisten a luchar por Francia, pero la farsa trágica de la «no intervención» pesa en el ánimo de muchos, entre ellos Joan. Después gana el sustento en la campiña, cuidando caballos y vides. En la época ya de la ocupación alemana, otoño de 1940, Joan viaja con su hijo a Marsella donde esperan un barco para México. Sabe entonces de Elvira, su mujer, que ha sido devuelta a España. Tras unos meses en la cárcel, se establecerá en Barcelona donde conseguirá un trabajo de tejedora con el que logrará salir adelante.

Aunque el barco a México al fin no tuvo suficientes plazas, en Marsella al menos consiguen papeles de residencia y se libran de la amenaza de los campos. Además con la ayuda mexicana, la vida no era mala. Luego van a trabajar cerca de Carcasona y ven entrar 1942 talando árboles en los bellos bosques del Aude. Siguen a Burdeos, un centro de la ocupación nazi y son enrolados para construir fortificaciones en la costa, donde sabotean todo lo que pueden.

En 1944 los alemanes se retiran. Se respiraba el fin de la guerra, y las expectativas eran buenas. ¿Podría resistir Franco la caída de todos sus aliados y valedores? Entre los libertarios había esperanza que se volcó en una actividad febril. Joan está esa época en Pau, en el Pirineo: escribe en la prensa y coordina a los grupos existentes; gente indomable: Ramón Vila, Massana, Wenceslao, Facerías, los hermanos Sabaté, Raúl Carballeira, argentino, que un día dijo a su chica: «Mira, sin ti y sin dinero puedo vivir, pero sin ideas, no.» Se recuerdan luego hechos de Josep y Quico Sabaté, episodios de lucha que hay que entender como el final heroico de la guerra civil, extinguiéndose en impulsos desesperados.

En 1947 Joan consigue sacar a Elvira de España y la familia se reúne al fin. Es el mismo año que deja la montaña para ir a Toulouse y trabajar en una emisora de radio que debía montarse. Asume además la dirección de CNT. El 54 lo abandona todo. El ambiente de la dirección se había enrarecido. En París, donde estaba su hijo, logra trabajo de vigilante en una fábrica, pero lo deja para hacerse cargo de Solidaridad Obrera. En 1962, Franco mueve sus hilos y el periódico es prohibido; se cambia la cabecera, pero al final no hay más solución que incorporarse al periódico de la CNT francesa, Le combat syndicaliste, que con dirección de Joan Ferrer comienza a salir en parte en castellano. Es el momento de recordar los folletos y libros que Joan da a la imprenta a lo largo de todos estos años, historia social y sindical, pero también una novela y poemas recogidos en Garbuix poètic, de 1956.

Las últimas páginas evocan las tristes luchas del exilio libertario, la división y la decadencia. En Francia permanecerá Joan con su mujer y su hijo tras la muerte de Franco, aunque volverá unas semanas a Igualada y Barcelona. En el final del relato, con ochenta y dos años, se declara orgulloso de su vida de lucha. Joan Ferrer Farriol falleció en París el 11 de septiembre de 1978.

La revuelta permanente nos trae la visión y el testimonio de alguien que vivió intensamente la agitación social de la Cataluña de las primeras décadas del siglo XX, que participó de sus luchas y hubo de padecer todas sus derrotas. Por él desfilan personajes centrales de aquel tiempo a los que vemos desde perspectivas inéditas, de Salvador Seguí a Ángel Pestaña, y de Joan Peiró a Quico Sabaté. La protagonista esencial, no obstante, es sólo aquella época insólita, un tiempo que quedará marcado por su incesante movilización y su estallido de conciencia. A él debemos acudir con ojos y mente abiertos para conocerlo mejor, para tratar de contagiarnos y, cómo no, para aprender de sus errores.

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