En estos días pasados, el mundo parece haberse puesto al revés o, tal vez, empieza a enderezarse. El gobierno de Estados Unidos se unió a su contraparte de la Unión Europea, en particular al Reino Unido, para anunciar una masiva nacionalización parcial de su banca privada. De esa manera han decidido canalizar la inversión de […]
En estos días pasados, el mundo parece haberse puesto al revés o, tal vez, empieza a enderezarse. El gobierno de Estados Unidos se unió a su contraparte de la Unión Europea, en particular al Reino Unido, para anunciar una masiva nacionalización parcial de su banca privada. De esa manera han decidido canalizar la inversión de miles de millones de dólares y euros para devolverle la estabilidad a sus respectivos sistemas financieros.
«Este no es el momento para el pensamiento convencional o dogmas anticuados, sino para nuevas e innovadoras intervenciones que alcancen el corazón del problema», señaló el primer ministro británico, el laborista Gordon Brown. Sin embargo, el mandatario estadounidense George W. Bush fue más franco: «No queremos controlar el libre mercado sino protegerlo». En nada le interesa ir al corazón del problema: ¡el capitalismo, estúpidos! Y es que el diseño e implantación del anunciado plan de rescate financiero está esencialmente en manos de los mismos fundamentalistas del mercado que ocasionaron la crisis y las soluciones están mediadas por los mismos intereses egoístas de la clase capitalista cuyo poder pretenden salvar.
Si hay algo que debemos comprender de una vez por todas es que en el marco de la crisis más reciente del capitalismo, al Estado, en su expresión (neo)liberal-capitalista, sea estadounidense, británico o brasileño, sólo le preocupa cómo estabilizar nuevamente el mercado, cuando de lo que se trata es de superar ya y por siempre las grandes contradicciones históricas de este modo de producción y relaciones sociales.
Estoy convencido de que se ha arribado a una determinada fase de desarrollo en que la forma como producimos y repartimos los frutos de dicha producción bajo nuestro modo de vida actual, choca ineludiblemente con las relaciones sociales existentes, sobre todo a partir de sus expresiones políticas y jurídicas que privilegian crecientemente a una exigua minoría de la humanidad. Las formas actuales de la propiedad privada de los medios de producción, incluyendo los financieros, se han convertido en trabas para seguir potenciando el propio desarrollo de las fuerzas productivas y, lo que es peor, para atender el interés común de que el progreso resultante abone a avances concretos para todos. No tiene ya sentido -si acaso alguna vez realmente lo tuvo- que un modo de producción como el actual, cuya naturaleza es crecientemente social, incluyente y común, resulte en una repartición privada y excluyente de sus beneficios. Este acto de despojo y violencia estructural ya no consigue como seguirse legitimando.
Según Immanuel Wallerstein el futuro de la civilización capitalista está ya seriamente comprometido. En primer lugar, está el problema del proceso de acumulación capitalista y las tensiones insuperables que le acompañan, sobre todo la creciente segmentación social entre, por ejemplo, ricos y pobres. En segundo lugar, está el problema de la legitimación política ante el hecho de que el capitalismo parece haber llegado a los límites de su capacidad de redistribución de la riqueza, tanto a nivel nacional como mundial, sin tener que reducir significativamente la tajada de plusvalía que se llevan los dueños del capital, así como los cuadros gerenciales a cargo de la reproducción del sistema. En tercer lugar, está el hecho de que si bien, por un lado, el capitalismo universalizó formalmente la aspiración del progreso humano por medio del trabajo productivo, por otro lado, dicha promesa se ha hecho agua para una parte significativa de la humanidad para la cual se le ha achicado en la práctica las posibilidades de materializarla. Es por ello que Wallerstein entiende que el capitalismo está históricamente en un callejón sin salida.
Mediante el plan de rescate de este orden capitalista irracional e injusto, los representantes de los principales estados capitalistas pretenden corregir tan sólo la forma de este funesto sistema, en particular sus expresiones más salvajes bajo el prevaleciente modelo político-económico neoliberal. Si hay algo que ha caracterizado al capital en estos tiempos es el hecho de haber pretendido subsumirnos a todos y a todos los aspectos de nuestras vidas, bajo sus dictados. De esa manera pretende hacernos creer, como Sam Walton, que somos todos asociados del capital y, por ende, su destino es también el nuestro. Sin embargo, en la calle la gente -la multitud dispersa aunque rebelde o el pueblo en ciernes como verdadero soberano- cuestiona hasta dónde corresponde esto con la realidad.
Existen dos maneras de concebir la crisis actual: (1) como oportunidad para reformar el mercado, aunque aún dentro del marco de intereses estrechos y excluyentes de la clase capitalista; o (2) como oportunidad para una reestructuración antisistémica de las relaciones sociales existentes, que represente una toma de conciencia definitiva de que el bien común ya no tiene salida bajo el capitalismo. Es por ello que está a la orden del día la construcción de una respuesta alternativa, de índole poscapitalista.
Al respecto se pronunció Naomi Klein en una visita reciente a España para hablar de la urgente necesidad de una respuesta social a la más reciente crisis de un capitalismo para el cual el desastre le es consustancial al adelanto de sus fines. Las crisis, según la prominente escritora canadiense, son para la clase capitalista tan sólo nuevas oportunidades para reorganizarse con el objetivo de seguir haciendo negocios. Detrás de de esta «economía del desastre» hay en el fondo una estrategia renovada de reestructuración del sistema capitalista y para ello necesita someter, por temor, a la gente a sus nuevos dictados bajo la amenaza de que, de no hacerlo, vendrá una hecatombe.
El capitalismo es así un orden de batalla entre clases, por medio del cual los de arriba pretenden conseguir que los de abajo carguen con todos los costos sociales de sus desvaríos. Ello incluye el incremento exponencial de la deuda pública para que los menos sigan ganando exponencialmente más, al precio de que los más tengan que aceptar reducciones significativas a las inversiones y gastos sociales en detrimento de su bienestar general. De ahí el gran desafío del momento.
Puntualiza al respecto Naomi Klein: «La crisis no puede cerrase sin más mediante una expropiación masiva de recursos públicos, un recorte de salarios y derechos laborales y un encarecimiento del coste de la vida. La respuesta desde la izquierda a la crisis económica tiene que pasar por una exigencia de revisión crítica de todo el proceso que nos he traído hasta aquí». Y abunda: «Difícilmente erradicaremos el capitalismo de las calles, ni siquiera seremos capaces de poner ciertos límites mínimos a sus consecuencias, si no lo arrancamos previamente del interior de nuestras cabezas». Para ello, «la izquierda política y la sociedad civil organizada debe presentar un proyecto de descolonización de la vida respecto del capitalismo» que vaya desconectando, emancipando efectivamente «retazos del mundo material» de la vida.
Desde esta perspectiva, habría que proponerse la nacionalización o, mejor aún, la efectiva socialización de todo el crédito y no sólo de los bancos en quiebra. Hay que reconceptualizar los servicios financieros como servicios que cumplen un fin público. Según expresa el líder del movimiento francés ATTAC Jean-Marie Haribey, no vamos a superar la crisis con meras regulaciones, sino que se requiere «una urgente nacionalización. «Se necesita controlar la circulación monetaria y financiera en el mundo…controlar los flujos de capitales que no tienen nada que ver con la economía real…, las necesidades de la economía productiva y del comercio de mercancías».
Por su parte, los asistentes a una Conferencia Internacional sobre Economía Política que sesionó en estos días en Caracas para definir respuestas desde el Sur a la crisis actual del capitalismo, señalan en su Declaración Final: «Ni el intervencionismo estatal gigantesco que se ha observado en las últimas semanas para salvar entidades desarticuladas y vaciadas por la especulación, ni el endeudamiento público masivo son alternativas plausibles para la salida de la crisis. La dinámica actual anima a nuevas rondas de concentración del capital y, de no existir una firme oposición de los pueblos, se enfatizará aún más y en forma perversa la perspectiva de reestructuración sólo para salvar sectores privilegiados. Ello podría significar también el peligro de la vuelta de una tendencia al autoritarismo en el funcionamiento del capitalismo…De mantenerse las actuales tendencias de reestructuración del sistema capitalista habrá enormes costos productivos y sociales».
De ahí que coincida plenamente con la conclusión de la Conferencia de que existe la necesidad ineludible de «reconformar la arquitectura económica y financiera internacional», dentro de la perspectiva de «una salida post-capitalista».
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».