Nos hemos acostumbrado a atribuir a los combustibles fósiles la más privilegiada, si no única, condición de «oscuro objeto del deseo» imperial, olvidando -al menos, no prestándole debida atención- el importante móvil de las ubicuas embestidas constituido por el agua. Sí, por el elemento donde nació la vida, hace más de tres mil 500 millones […]
Nos hemos acostumbrado a atribuir a los combustibles fósiles la más privilegiada, si no única, condición de «oscuro objeto del deseo» imperial, olvidando -al menos, no prestándole debida atención- el importante móvil de las ubicuas embestidas constituido por el agua.
Sí, por el elemento donde nació la vida, hace más de tres mil 500 millones de años, el cual, «domesticado» por natura en ríos y lagos, propició el esplendor de civilizaciones todavía paradigmáticas, y se despliega en el 71 por ciento de la superficie del orbe como para volver loco a cualquiera a golpe de paradojas: solo el tres por ciento es dulce, y el uno por ciento adecuado para uso humano.
No en vano, nos recuerda Tatiana Martínez, de Prensa Latina, la guerra contra Irak tuvo el «aliciente» adicional del control del Tigris y el Éufrates, «torrentes caudalosos en una de las zonas más áridas del planeta», devenidos también manzana de la discordia entre la antigua Mesopotamia, Turquía y Siria. No por gusto el Nilo encrespa entre sí a Etiopía, Sudán y Egipto, y el Jordán y el Litani resultan puntos fijos en las conversaciones israelo-palestinas. Según expertos, Jordania, el Estado sionista y los enclaves ocupados por este han agotado los recursos acuíferos al extremo de que sin un apartado sobre los remanentes se tornaría imposible un acuerdo de paz. ¿Por qué Tel Aviv no se aviene a soltar la meseta del Golán, arrebatada a Siria?
Por si no bastara, «muchos países importantes para Estados Unidos seguramente experimentarán problemas de agua, como escasez, mala calidad o inundaciones, que alimentarán riesgos de inestabilidad y de fracasos (en el funcionamiento de) los Estados, incrementando las tensiones regionales», de acuerdo con la inteligencia gringa, que vaticina más rispidez interétnica, hasta matanzas.
Sin duda, doquiera el mismo factor, de necesidad aguijoneada por las industrias farmacéutica, cosmética, alimentaria, textil, entre muchas de un mundo cada vez más chico, dado el ensanchamiento de su población, calculada hoy en alrededor de siete mil millones. Mundo regido por un sistema empecinado en dividendos que, conforme al Banco Mundial, en 2001 rondaban el billón de dólares, verdadera «fiebre de oro azul», al decir del analista Edmundo Fayanás, citado por Tatiana.
Porque semeja fuego el anhelo de las multinacionales que ofrecen servicios hídricos o venden el producto embotellado, ciscándose olímpicamente en el reconocimiento por la Asamblea General de la ONU (2010) del líquido potable y el saneamiento básico como derechos esenciales para el pleno disfrute de la vida, a iniciativa de Bolivia y tras ¡15 años de debates!
Haciendo pasar por sitiadores de molinos de viento a quienes defienden el bien social, el neoliberalismo lo asume como comercial, a la par de los hidrocarburos, los autos, las prendas de vestir, y se resiste a las políticas racionales, por puro hedonismo, egoísmo impar. Tengamos en cuenta que mientras en España algunos hoteles consumen diariamente entre 300 y 500 litros por habitación -pálido ejemplo tomado del diario El País-, unos 300 millones de africanos no tienen el menor acceso. En tanto algunas industrias se permiten volúmenes ingentes -para un kilogramo de oro se requieren 716 mil litros-, incluso extensas zonas del reino borbón reciben entre tres y diez veces menos que la demanda. Y qué decir del llamado continente negro, en 35 de cuyas naciones el gasto diario individual está por debajo del mínimo, de 50 litros, establecido por la Organización Mundial de la Salud.
A estas alturas, se impone alertar sobre lo contraproducente, peligroso, de que el subsuelo de África esconda 660 mil kilómetros cúbicos de agua, equivalentes a cien veces la superficie de todo el territorio. Amén de las advertencias ecologistas de que el líquido de las profundidades mantiene la humedad de la tierra situada encima de él -por consiguiente, esta puede secarse si aquel se extrae-, sobre la región se cierne la sombra nada difusa de los monopolios, y del ariete configurado por fuerzas como el Africom: el Comando yanqui para ese recodo del globo.
Así que, si no se resuelven las dimensiones geopolítica y clasista del fenómeno, supondrá mera utopía la meta del Milenio de la ONU de reducir en 50 por ciento el número de personas (unos mil millones) carentes del servicio, con lo que, por cierto, aún quedarían 500 millones por proveer y más de mil millones sin acceso a un adecuado saneamiento.
¿Suspicacia enraizada, vitando pesimismo? Nada de paranoia. Basta con enfocar la atención en la evidente disparidad del sistema. Y en la diversidad alucinante de «oscuros objetos del deseo». Que no solo de petróleo viven los imperios.
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