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La sociedad abierta y sus enemigos: la historia de Auschwitz

Fuentes: www.gilad.co.uk

Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Manuel Talens

Sesenta años después de la liberación, Auschwitz se ha convertido en un evento político internacional. No es una coincidencia y creo que deberíamos preguntarnos: ¿Por qué ahora, por qué Auschwitz?

Al vivir en un entorno tecnocientífico, es natural que la mayoría de los comentaristas juzguen cualquier discurso narrativo por su contenido positivo, es decir, por la historia que relata, por los hechos que implica y por el mensaje que transmite. Cuando se trata de Auschwitz, surgen siempre las cifras aterradoras, Mengele y la selección del frío asesinato en masa, las cámaras de gas, los trenes, el célebre Arbeit Macht Frei [El trabajo libera] sobre la entrada, la marcha de la muerte justo antes de la liberación, etc. Y, a pesar de todo, yo diría que sacar a la luz lo que se oculta mediante el discurso de Auschwitz es, por lo menos, igual de instructivo. Todo relato histórico puede servir como cortina de humo; los discursos narrativos son muy eficaces para alentar la ceguera colectiva. En este sentido, los de Auschwitz y el Holocausto no son diferentes.

Según parece, y sin entrar en discusiones sobre las numerosas cuestiones relativas a la validez del discurso generalmente aceptado sobre el Holocausto, podríamos preguntar sin temor a equivocarnos para qué sirve el discurso oficial de Auschwitz. ¿A quién beneficia dicha versión de Auschwitz? Tenemos derecho a preguntar por qué diferentes instituciones políticas opuestas apoyan con tanta insistencia el discurso oficial del Holocausto. ¿Se debe acaso a una propaganda judía sabiamente orquestada? Yo ya no estoy tan seguro.

A primera vista, la respuesta a tales preguntas es sencilla: la devastadora imagen de Auschwitz y del judeocidio nazi es un argumento autosuficiente contra el nacionalismo, el racismo y el totalitarismo. Dentro del estado de aceptación del relato del Holocausto, cualquiera de los tres está considerado como un enemigo de la humanidad. Pero, entonces, habrá que admitir que no fueron ni el nacionalismo ni el racismo ni el totalitarismo los que mataron a tantos seres humanos inocentes en Auschwitz. Las ideologías no matan, quienes lo hacen son siempre personas, sean cuáles sean sus ideologías.

Pero la cosa no se queda aquí, pues con la imagen de Auschwitz en mente, los pensadores y políticos liberales occidentales están mostrando de manera entusiasta una ingenua visión de nuestra realidad social, al presentarnos una simplista división binaria. Por una parte, tenemos la sociedad abierta y, por la otra, sus numerosos enemigos. De acuerdo con esta visión del mundo, sólo existe una sociedad abierta, pero muchos enemigos diferentes; y, sin embargo, importa mencionar que la sociedad abierta es un significante vacío, significa muy poco en la práctica, tal vez nada. Al parecer, para llegar a ser miembro del exclusivo club basta con sumarse a las guerras correctas. El presidente Bush, un hombre que está lejos de ser elocuente en lo relativo a sus capacidades verbales, se mostró inesperadamente expresivo al presentar este axioma occidental tan posauschwitziano: o estás con nosotros o contra nosotros.

Estar con nosotros, es decir, encontrarse entre los abiertos, significa que crees que fuimos nosotros quienes liberaron Europa y que fuimos nosotros quienes liberaron Auschwitz, que fuimos nosotros quienes salvaron a los judíos y que somos nosotros quienes seguimos llevando la noción de democracia a los rincones más remotos de este planeta en ebullición. Estar con nosotros significa que aceptas el hecho de que somos la voz del mundo libre. Significa también que sabes que eres incondicionalmente libre. Es, básicamente, una nueva forma de tautología: eres libre incluso si no lo eres. Estar con nosotros significa que crees que el mundo progresa rápidamente hacia una gran división, hacia un choque cultural en el que tú eres un judeocristiano iluminado, bueno e inocente y el resto son oscuros malvados fundamentalistas o, por lo menos, malvados en potencia. Estar con nosotros significa que se supone que no debes hacer demasiadas preguntas sobre nuestra propia conducta inmoral. Por ejemplo, no debes preguntar por qué Bomber Harris & Co. asesinaron a 850.000 civiles alemanes al atacar ciudades alemanas en lugar de la infraestructura industrial nazi.

Ser un individuo libre en una sociedad abierta significa que nunca deberías formular preguntas sobre Hiroshima. En caso de que seas lo suficientemente estúpido como para sacar a la luz el asunto, más vale que seas lo suficientemente listo como para aceptar la mentira oficial: fue la mejor manera de terminar con aquella horrible guerra. Como eres un ser libre, no harás preguntas sobre la moralidad de causar 2.000.000 de víctimas en Vietnam. Estar con nosotros significa que no tienes que hacer todas esas estúpidas preguntas enojosas, porque Auschwitz es el mal supremo. Auschwitz es la piedra angular de la maldad humana y no olvides jamás que fuimos nosotros quienes terminaron con ella.

Pongamos la verdad en su lugar: Auschwitz fue un lugar horrible por encima de cualquier duda, pero desgraciadamente no fue la maldad suprema, y ello únicamente porque el mal no tiene ni límite ni escala. Pero, para ser históricamente exactos, ni siquiera fuimos nosotros quienes liberaron Auschwitz. Según parece, fue Stalin, el otro malvado. Fue Stalin el que dio a tantos judíos, prisioneros de guerra, prisioneros políticos, gitanos y otros reclusos la posibilidad de ver la luz del día. Pero, de nuevo, como eres un ser libre en una sociedad abierta, no tienes que preocuparte realmente por detalles históricos insignificantes como éste.

Cualquiera diría que Auschwitz es esencial dentro de nuestra autoimagen occidental de superioridad moral. Cuando se necesita el petróleo iraquí, el presidente estadounidense compara a Sadam con Hitler. Después, se nos dice que el pueblo iraquí debe ser liberado de su «Auschwitz». Ya conocemos las inevitables consecuencias.

Ya que Auschwitz es tan crucial para los que formulan la política estadounidense, no causa sorpresa alguna que no muy lejos de la residencia del presidente estadounidense haya un inmenso museo del Holocausto dedicado a la memoria del pueblo judío y de sus heroicos liberadores. Dicho museo no trata de gente ni de crímenes contra la humanidad, sino de mantener la ilusión de la sociedad abierta. Trata del mantenimiento de un discurso narrativo muy específico. Trata de que tenemos razón y de que «ellos», cualesquiera que sean, están categóricamente equivocados.

Este museo no trata realmente del sufrimiento judío. Supongo que habrá algunos hechos básicos que el museo no compartirá con sus visitantes: por ejemplo, no le contará a la multitud que lo visita que el gobierno estadounidense adoptó una política de inmigración altamente restrictiva -que nunca fue modificada- entre 1933 y 1944 con el fin de detener la inmigración judía. Evitará el hecho de que el gobierno estadounidense se negó u obstruyó las ofertas alemanas de negociación para sacar a los judíos de los territorios controlados por los nazis. Y, lo que es más importante, ocultará el hecho evidente de que no se instruyó a la fuerza aérea de EE.UU. para que desbaratara la mortífera maquinaria nazi. Ni los ferrocarriles que llevaban a Auschwitz ni el propio Auschwitz fueron jamás bombardeados, ni por la RAF británica ni por la fuerza aérea estadounidense. Cualquiera diría que existió una auténtica negligencia asesina en las decisiones estadounidenses sobre el asunto, aparte de la guerra. Por ejemplo, el 20 de agosto de 1944, ciento veintisiete fortalezas volantes, escoltadas por cien cazas Mustang, lanzaron con éxito sus bombas sobre una fábrica a menos de 8 kilómetros de Auschwitz. Ni uno solo de los aviones fue desviado para que atacara el campo de la muerte.

Estas historias no aparecerán en el museo estadounidense del Holocausto. Simplemente no se ajustan a la autoimagen heroica de superioridad moral estadounidense. La historia de Auschwitz es, en realidad, una historia de brutal negligencia angloestadounidense. El discurso narrativo aceptable sobre Auschwitz es, básicamente, un mito que existe para apoyar la práctica expansionista de EE.UU. Auschwitz es el pilar moral de la ideología estadounidense.

El museo del Holocausto está ahí para decirles a los estadounidenses lo que podría ocurrir si todo va mal. Por triste que suene, en EE.UU. hoy todo va mal, a pesar del museo. La razón es simple: cuando se construye la imagen del mal dentro del propio patrimonio cultural como el discurso del Otro, no es difícil permanecer ciego frente al hecho de que uno mismo ya es el mal. Al igual que sus hermanos israelíes, los estadounidenses han olvidado cómo utilizar la introspección.

En el caso de EE.UU., el discurso narrativo del Holocausto está ahí para servir a la filosofía expansionista de derechas. A fin de impedir otro Auschwitz, los estadounidenses enviaron sus ejércitos a Vietnam, Corea e Irak. Siempre son los liberadores. Hasta el final de la guerra fría existían los comunistas contra quienes combatir, un mal real y concreto, pero ahora el mal es cada vez más abstracto. En realidad, la única manera de materializar al impreciso enemigo es compararlo con Hitler.

El caso de Europa es ligeramente distinto. Por extraño que pueda sonar, en Europa es la izquierda parlamentaria quien obtiene ventajas de Auschwitz. Mientras exista Auschwitz profundamente arraigado en el discurso diario, la derecha jamás podrá levantar cabeza. La izquierda europea dominante depende por completo del discurso narrativo del Holocausto y del relato de Auschwitz. Según parece, Auschwitz es la última barricada de la izquierda contra la posibilidad de un renacimiento derechista. En Europa, todo sentido de aspiración nacional o incluso una preocupación demográfica que pueda sonar como xenofobia queda marcada de inmediato como un renacimiento del nazismo. Dentro de esta visión opresiva del mundo no se le permite a la gente que exprese ningún afecto hacia su país. Además, al depender políticamente de la imagen de la inocente víctima judía, la izquierda dominante europea nunca puede apoyar del todo la causa palestina.

Parece que Auschwitz representa un símbolo de la asociación entre la izquierda parlamentaria europea y la derecha expansionista estadounidense. Para ambos, Auschwitz representa un icono de amenaza contra la imagen de la sociedad abierta; dentro de la perspectiva de este vínculo fatal, cualquier izquierda europea genuina está destinada a ser expulsada hacia los márgenes. Cualquier forma de izquierda genuina, inspirada por aspiraciones reales, está condenada a verse presentada como algo subversivo y radical.

En marzo de 1998 Robin Cook, el entonces ministro de exteriores británico, hizo una visita diplomática a Israel. Mientras estaba allí, se negó con todo derecho a visitar Yad Vashem y afirmó que le preocupaba más el futuro que el pasado. Cook no tardó mucho en perder su puesto. Su negativa a inclinarse ante el relato de Auschwitz le costó el trabajo. No fueron los judíos quienes lo privaron del ministerio. Fue el partido laborista, un instituto parlamentario europeo de izquierda, el que lo expulsó.

Así que Auschwitz existe para mantener el mito de la sociedad abierta; existe para presentar una ilusión de identidad occidental liberada. Mientras Auschwitz exista en el corazón de nuestro discurso, seremos cualquier cosa menos liberados. Hay vida después de Auschwitz y esa vida nos pertenece. Más vale que hagamos algo con ella. Si hay algo que jamás deberíamos hacer es quitar la vida a otros en nombre de Auschwitz. Y está claro que eso es exactamente lo que estamos haciendo.