Considera que la literatura actual le resulta a menudo un tanto anodina, «pues está más centrada en contar una historia para el gran público que en innovar en la Literatura», pero también es consciente de que muchas veces el público no asume bien estas innovaciones. Es esta concepción sobre el proceso creativo lo que le […]
Considera que la literatura actual le resulta a menudo un tanto anodina, «pues está más centrada en contar una historia para el gran público que en innovar en la Literatura», pero también es consciente de que muchas veces el público no asume bien estas innovaciones.
Es esta concepción sobre el proceso creativo lo que le atrae de autores como los integrantes de la Generación Beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs), o de Ray Loriga (con obras como Héroes o Tokio ya no nos quiere), o incluso de Lucía Etxebarría y su primera novela, Amor, curiosidad, prozac y dudas. Quienes «trataron de alejarse de lo establecido para crear obras bellas y rompedoras, capaces de reflejar y analizar la sociedad moderna occidental. Y además les acompañó el éxito».
«Si algo me llevó a escribir Keith Landdon, memorias no autorizadas fue la necesidad de crear un personaje que mostrara su mundo interior sin tabúes», explica. «Vivimos en un mundo mediático donde creemos que ya hemos sido testigo de todo: no hay más que poner la televisión o consultar Internet para ver matanzas, sexo explícito y otros hechos que han menoscabado nuestra inocencia como espectadores. Sin embargo, no estamos acostumbrados a mirar y tratar de comprender el universo humano en toda su magnitud, sin juzgar al prójimo y tratando de entender sus virtudes y miserias. Eso es lo que hace Keith Landdon, mostrarnos sin medias tintas toda su propia destrucción como primer paso para reconstruirse».
¿A quién va dirigida entonces la novela? Parece tenerlo claro, el potencial lector es alguien que busca «no solo que le cuenten una historia, sino que se la cuenten de manera diferente y que le remuevan por dentro. Un público joven y de mediana edad, urbano, acostumbrado a la lectura y, quizá, a las series actuales como The Affair o películas valientes y honestas como Carmen y Lola, es decir, gente que sea capaz de resistir una historia de amor poco habitual y transgresora».
– En tu novela desmontas la almibarada imagen de Hollywood, que todo lo envuelve de glamour, ¿que buscas con ello?
Vivimos en una sociedad cada vez más centrada, enfocada y preocupada por la imagen exterior que transmite. Ahora la vida privada se ha convertido en pública a través de las redes sociales. Proyectar una vida llena de éxito y felicidad parece un fin en sí mismo, como vemos, por ejemplo en la serie de culto Black Mirror, en sus capítulos Caída en picado y 15 millones de méritos. Hollywood, hasta la fecha, había sido el mayor estandarte de esa metarrealidad. Quizá ahora está siendo sustituido por las redes sociales, que han democratizado la falacia de una existencia exenta de problemas y preocupaciones. Pero estamos olvidando lo esencial, lo que nos define como seres humanos, la autenticidad.
Mi principal intención era adentrarme en la mente de una persona de alto éxito social para explorarla sin tapujos ni cortapisas, sin estrecheces, sin hipocresías, sin caer en lo políticamente correcto ni en las buenas intenciones. ¿Qué nos queda del ser humano cuando todo es honestidad? ¿Seríamos capaces de seguir admirando a una persona si supiéramos todos sus pensamientos, todas sus miserias, todas aquellas imperfecciones que la hacen profundamente humana? Esas preguntas me impulsaron a escribir esta historia sobre un triunfador que en realidad es tan perdedor como los protagonistas de Charles Bukowski o de Henry Miller.
– Supongo que las recientes denuncias de abusos sexuales y los escándalos sobre los excesos de todo tipo de algunos de sus miembros habrán tenido también influencia a la hora de escribir la novela.
Escribí esta novela hace siete u ocho años, así que el movimiento Me too aún no había aparecido. Sin embargo, la situación de la mujer, de los miembros LGTB+ y de los más desfavorecidos me han preocupado desde que tengo uso de razón. Vivimos en una sociedad insufriblemente consumista: acumulamos objetos sin ton ni son, nos sentimos esclavizados por la publicidad y la imagen de satisfacción con que nos bombardea, adoptamos hábitos automatizados de consumo (como comprar en las rebajas, aunque no necesitemos nada; o renovar nuestro móvil, aunque el nuestro aún funcione perfectamente), permitimos que existan fábricas de trabajo esclavo en la otra parte del mundo para que podamos seguir consumiendo bienes baratos y de pésima calidad… El siguiente paso de esta sociedad que no reflexiona sobre sus actitudes consumistas y las repercusiones que estas tienen sobre otros seres humanos o sobre el medioambiente, no podía ser otro que el de consumir personas.
Keith Landdon vive profundamente insatisfecho, porque ha cumplido con todo lo que la sociedad le había exigido: tiene éxito social, económico y laboral, tiene un físico portentoso y aún es joven. Pero es víctima de una gran sensación de vacío que lo lleva a una ansiedad brutal. La necesidad de huir de esa ansiedad lo conduce al deporte extremo, al alcohol, a la cocaína, a los ansiolíticos, a la prostitución. Consume sin control hasta que empieza a consumir a Josh Crawford por algo que podríamos llamar amor. Ahí sus convicciones se tambalean y encuentra una posible salida a su angustia.
– Tu protagonista, Keith Landdon, tiene que esconder bajo la rígida dictadura de sus productores y su millonaria asignación sus deseos, excesos y aventuras ¿en una situación así, qué grado de libertad tiene, si podemos decirlo así?
Su libertad es mínima, porque no se puede escalar a lo más alto sin transigir con las decisiones que otros toman por él desde las sombras y el anonimato. Él ni siquiera elige sus dientes. Otros deciden cómo debe sonreír, cómo debe moverse, cómo debe peinarse, cómo debe vestirse, qué papeles debe escoger, le gusten o no. La plenitud se nos escapa cuando no somos totalmente libres para escoger nuestro camino, y cuando vivimos subyugados por la tiranía de la imagen pública: en su caso esa tiranía la experimenta desde medios de comunicación que podemos llamar tradicionales (cine, televisión, revistas…). Lo peor de hoy en día es que millones de personas deciden libremente esclavizarse en las redes sociales para transmitir una imagen de sí mismos que quizá dista mucho de la auténtica realidad.
– ¿El dinero lo compra todo? ¿Es ese el mensaje que nos traslada Keith?
El dinero debería ser un medio para lograr un bienestar que nos permita desarrollarnos ampliamente como personas, por ejemplo que nos permita acceder a una educación o una sanidad de calidad, que nos permita viajar y conocer otras culturas, que nos asegure un techo y comida para preservar nuestra salud. Pero en la actualidad el dinero se ha convertido en un fin per se. Grandes multimillonarios empeoran las condiciones salariales de sus empleados para acumular más riqueza aún y lo permitimos; gran parte de la sociedad respeta a Donald Trump porque es rico y lo votamos; aceptamos el comportamiento desmedido de muchas celebridades y las respetamos porque tienen dinero: ¿qué aportan a nuestra sociedad las Kardashian, muchas estrellas del deporte, los concursantes de Gran Hermano y de otros tantos reality shows…? Todos tenemos cabida, pero parece que algunas personas son relevantes por el único mérito de obtener dinero (y despilfarrarlo) de una forma fácil y simplona, no como resultado de una profesión y de un esfuerzo.
El verdadero mensaje de Keith Landdon, memorias no autorizadas es que somos libres para escoger. Quizá tendremos que renunciar a muchas cosas altamente valoradas por la sociedad, como la fama o la riqueza, pero seremos más plenos y felices.
– Llama la atención en algunos pasajes de la novela las descripciones sobre cuestiones técnicas del cine o apuntes en situaciones de carácter profesional ¿de dónde te vienen esos conocimientos?
Estoy licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Ahí estudié cine, televisión, radio y prensa, y tuve la suerte de que me diera clases Mirito Torreiro, un gran crítico de cine que aumentó aún más mi pasión por este arte. Además he tomado clases de interpretación con Josep Costa y he aprendido muchísimo de compañeros míos de teatro, como de Asunción Peña o mis compañeros del grupo Kaddish y de mi grupo actual, Autoscopia teatro. La interpretación siempre me ha parecido fascinante. La primera vez que me subí a un escenario tenía catorce años. Y he escrito varias obras teatrales. Además colaboro con www.andaluciaaldia.com como crítico teatral.
– A pesar de la crudeza de algunos fragmentos, y de ese perfil ‘amoral’ y tan poco empático de Keith, el desarrollo de la trama no resulta forzado y es creible y fácil de seguir una vez inmersos en ella ¿te resultó difícil construir unos personajes de estas características? ¿qué referencias usaste?
A mí siempre me resulta complicado construir los personajes. Me adentro en ellos como mucho tiento, con mucho cuidado, con mucho respeto. Cuando empiezo a escribir solo conozco el principio y el final de la historia, lo demás lo voy descubriendo al mismo tiempo que lo hacen los propios personajes. Tampoco sé cómo son exactamente esos personajes, sino que los escucho y los veo actuar. Trato de no juzgarlos, de dejarles libertad para decir lo que quieran y decidir lo que quieran. Me siento como una antena de radio, que capta señales y las pone sobre el papel, pero tengo la sensación de que intervengo poco.
Esta novela la escribí con poco más de treinta años. Puedo decir que es una novela de juventud, una especie de grito rebelde. En aquella época leía mucho a la generación Beat, que me fascina: Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, también, como he dicho antes, Charles Bukowski (aunque no siempre lo encasillan en esta generación) y Henry Miller con su Trópico de cáncer o El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Pero otros autores españoles también me han inspirado: Ray Loriga, especialmente con Tokio ya no nos quiere (Landdon sufre un percance en esta misma ciudad); Amor, curiosidad, prozac y dudas, de Lucía Etxebarría; o poetas como Jaime Gil de Biedma, tan transgresor.
– Hace poco leí un artículo de un escritor con varios libros publicados, por tanto supongo que conocedor de la mercado editorial, en el que equiparaba empezar desde cero una novela con la vista puesta en las modas literarias que mejor se venden, o hacerlo teniendo en cuenta únicamente las inclinaciones y preferencia del autor. ¿Cómo entiendes el proceso creativo en una situación tan hipermercantilizada como la actual? ¿Valen igual unas novelas y las otras, son todas ‘literatura’?
Como he dicho antes, el dinero parece hoy en día un fin en sí mismo. Internet ha democratizado el acceso a la literatura, lo cual a priori está muy bien, porque ha permitido que cualquier persona pueda leer y pueda escribir. Lo malo es que ahora se publica indiscriminadamente. Antes los editores eran un filtro fiable, apostaban por autores por su calidad literaria. Así surgieron escritores como Vargas Llosa, a quien apoyó Carme Balcells después de haber publicado sin éxito una primera novela; o Roberto Bolaño, quien tuvo muchas más dificultades para publicar, pero que acabó contando con el respaldo de editores que creían en su trabajo. Actualmente cualquier persona autoedita un libro y lo vende por Internet. Ya digo que es muy positivo, porque tenemos más posibilidades para elegir, pero es mucho más difícil discernir lo bueno de lo que no lo es. La capacidad de crítica ha decaído. Escucho a muchos lectores que solo buscan una historia entretenida, no la calidad literaria. Me pregunto si escritores como Carpentier disfrutarían de reconocimiento si empezaran a publicar ahora. La vanidad nos lleva a juzgar una obra solamente por el éxito de ventas que tiene. La sociedad consumista de la que hablaba anteriormente también consume literatura y la convierte en un bien de usar y tirar.
Personalmente he dejado de preocuparme en exceso por la repercusión de mi literatura. Soy consciente de lo difícil de la situación en el mercado actual y no me interesa escribir una saga para adolescentes o una novela de aventuras donde lo único interesante sea la trama. La verdadera satisfacción es disfrutar con aquello que haces. Y yo me lo paso muy bien escribiendo mis libros.
Gracias
Keith Landdon, memorias no autorizadas
Raül V. Rey
Edición 1.0. septiembre 2018
Prólogo de Patricia Terino
ISBN ebook: 978-84-09-05176-2
epub: 642 Kb.
mobi: 767 Kb.
pdf: 199 pág.
Página del libro: https://www.dyskolo.cc/cat%C3%A1logo/lib046/