Las filtraciones de los llamados «papeles de Panamá» demuestra, una vez más, el nivel de corrupción generalizado del sistema mundial actual. La corrupción campa a sus anchas por todos los rincones del planeta. No está uniformemente distribuida, en unos sitios hay más que en otros, pero de lo que no cabe duda es que es […]
Las filtraciones de los llamados «papeles de Panamá» demuestra, una vez más, el nivel de corrupción generalizado del sistema mundial actual. La corrupción campa a sus anchas por todos los rincones del planeta. No está uniformemente distribuida, en unos sitios hay más que en otros, pero de lo que no cabe duda es que es algo intrínseco al propio capitalismo global. Probablemente, a medida que pase el tiempo, se verá la verdadera dimensión del problema. Sin embargo, cada uno de nosotros, ciudadanos corrientes, puede también llegar a significativas conclusiones simplemente observando lo que pasa a su alrededor.
Y es que basta con analizar un poco lo que uno vive día a día para darse cuenta, al menos en sus líneas generales, de la sociedad en que vivimos. Porque, por ejemplo, cuando uno paga por algo y no recibe la correspondiente factura está de alguna manera contribuyendo a la sociedad corrupta de la que forma parte. Indudablemente, hay grados. Desde el punto de vista cuantitativo, no es lo mismo no pedir una factura para ahorrarse unos pocos euros que crear una sociedad fantasma en paraísos fiscales para evitar el pago de millones de euros en impuestos. Pero desde el punto de vista cualitativo no hay tanta diferencia. En el momento en que nosotros mismos nos corrompemos, o hacemos la vista gorda, contribuimos a la sociedad corrupta. El gran problema, según lo veo yo, no es tanto el volumen que alcanza la corrupción en nuestros tiempos, sino la mentalidad que tiene mucha gente de tolerar la corrupción, o incluso participar en ella, aunque sólo sea con un pequeño grano de arena. Y es que en verdad la sociedad entera está corrupta. No se trata sólo de unas ramas podridas, todo el árbol lo está, incluso sus raíces. La solución, por tanto, no consiste sólo en podar las ramas del árbol, sino en cambiarlo. La solución sólo puede consistir en una revolución mundial que implante un nuevo sistema que se rija por unas nuevas reglas, radicalmente distintas. No hay evolución sin revolución.
Porque no se trata sólo de un problema de unas cuantas manzanas podridas, el cesto entero lo está. Casi todos estamos, en mayor o menor medida, corruptos. Y es que si no olvidamos en qué consiste en verdad el capitalismo, nos daremos cuenta de que este sistema se basa en que unos pocos se apropien de gran parte de la riqueza generada por la sociedad en su conjunto. No es sólo corrupción lo que hacen algunos con el dinero público, sino también la apropiación de la mayor parte de la riqueza generada en las empresas privadas por sus dueños y sus ejecutivos. También es corrupción que los directivos de las empresas se suban los sueldos escandalosamente al mismo tiempo que los empleados ven año tras año disminuir los suyos, al mismo tiempo que se producen despidos masivos, incluso cuando las empresas van bien. Y es que el capitalismo es esencialmente la dictadura económica ejercida por los dueños de los medios de producción y sus cómplices. La corrupción masiva es un síntoma inequívoco de la escasa democracia que tenemos. Una democracia política bajo mínimos, aparente, cuyo principal fin es evitar que la democracia llegue al centro de gravedad de la sociedad: la economía.
Y es que la democracia consiste, entre otras muchas cosas, en la transparencia, en que quienes ostenten cargos de responsabilidad (en cualquier grupo social, sea éste un país o una empresa) respondan por sus actos, además de ser elegidos por los gestionados, además de poder ser revocados,… Cuando no hay transparencia, cuando quienes gestionan la riqueza generada por cierto grupo humano hacen lo que les da la gana, sin ningún control, o con un control muy escaso, entonces surge inevitablemente la corrupción. Si ya vamos viendo poco a poco la corrupción que se produce en el ámbito de lo público, ¿podemos imaginarnos la corrupción que habrá en las empresas privadas, donde la opacidad es absoluta? Nos escandalizamos cuando nos roban el dinero público, que proviene de nuestros impuestos, pero nos olvidamos del dinero que nos roban a los trabajadores en las empresas. Porque pagar un sueldo miserable es también robar. Porque despedir a un trabajador simplemente para aumentar la rentabilidad de la empresa, es decir, de sus propietarios, es robarle la posibilidad de ganarse el sustento.
Y es que uno de los grandes problemas que tenemos los ciudadanos de a pie está en nuestras mentes. Nos han comido el coco para aceptar, consciente o inconscientemente, el orden establecido. Nos parece normal que unos pocos acumulen riqueza porque nos parece normal que esos pocos posean las «máquinas» generadoras de riqueza. Nos parece normal que debamos obedecer sin rechistar las órdenes que vienen de arriba en las empresas, donde pasamos gran parte de nuestras vidas. Pero luego, incongruentemente, nos quejamos de las desigualdades, de que nos exploten cada vez más, de que nos despidan,… No entendemos cómo todo va degenerando a nuestro alrededor. Y es que nos olvidamos de la raíz de los problemas. El sistema está podrido de raíz porque no es realmente democrático. Por esto hace falta ser radical, en cuanto a que hay que ir a la raíz del problema. ¡Ah, pero es que nos han metido en la cabeza la idea de que «radical» es algo demoníaco! Y esto lo han hecho quienes atentan radicalmente contra la más elemental lógica y ética. Parece que es «radical» plantear la redistribución de la riqueza, pero no que unos pocos acumulen tanta como países enteros.
La solución a la corrupción, a las desigualdades sociales, a la pobreza, a la inestabilidad permanente,…, es la democracia real. Pero ésta no caerá del cielo. Deberemos, los ciudadanos corrientes, los trabajadores, luchar por ella. La Revolución será un largo y complejo proceso, cuyo éxito nunca está garantizado. Y para ello deberemos, en primer lugar, cuestionar el sistema establecido, incluso nuestros prejuicios, que tanto se han esmerado las élites mediante el control de los grandes medios de «comunicación» y la «educación» en incrustar en nuestros cerebros. Para liberarnos deberemos cortar las cadenas mentales que nos atan a un sistema que nos oprime, pero que también contribuimos a que exista, por activa o por pasiva. La corrupción está también en nuestras mentes. No somos todos igualmente responsables, pero nadie está totalmente libre de culpa.
José López es autor de los libros Rumbo a la democracia, Las falacias del capitalismo, La causa republicana, Manual de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así como de diversos artículos, publicados todos ellos en múltiples medios de la prensa alternativa y disponibles en su blog para su libre descarga y distribución.
Blog del autor: http://joselopezsanchez.
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