Nos estamos convirtiendo en una sociedad mascota. La expresión tiene mayor sentido cuando analizamos nuestros patrones de producción, intercambio y consumo alimenticio. Así como las mascotas dependen de sus amos para alimentarse, cada vez más a través de comida enlatada y empacada, así también nosotros, los ciudadanos urbanos, dependemos de «alguien» que nos produzca, provea […]
Nos estamos convirtiendo en una sociedad mascota. La expresión tiene mayor sentido cuando analizamos nuestros patrones de producción, intercambio y consumo alimenticio. Así como las mascotas dependen de sus amos para alimentarse, cada vez más a través de comida enlatada y empacada, así también nosotros, los ciudadanos urbanos, dependemos de «alguien» que nos produzca, provea y prepare alimento. Ahora nos dominan los hábitos y rutinas de abrir latas y paquetes, agregar agua caliente al alimento, calentarlo brevemente o consumirlo tal cual es presentado.
La aparición del ciudadano ‘mascota’ a gran escala es reciente. En México de los 1980s era común ver que las madres urbanas comprando frutas para hacer un jugo con sus manos. Hoy día, estas mamás se han vuelto una especie en peligro de extinción. En el hogar, los jugos y bebidas se unen a una gran cantidad de alimentos procesados que van ganando espacio en las dietas de clases populares. Estudios realizados en Filipinas, México, Brasil, entre otros países con grandes urbes, demuestran que hogares humildes, económicamente pobres, están incrementando el consumo de comida procesada y es frecuente encontrar familias donde más del 60 por ciento de su dieta proviene de dichos alimentos. Desde luego, en Estados Unidos, Canadá e incluso en Japón, se han observado estos patrones de consumo desde hace décadas, pero no se han detenido, sus formas de consumo siguen evolucionando.
En Japón, por ejemplo, se vende «comida» en tubos como los de las pastas de dientes. Son productos que proveen los nutrientes necesarios para una jornada laboral y su consumo requiere pocos minutos. También hay disponible pastillas o capsulas que eliminan el apetito por varias horas. Al respecto, la película Blade Runner 2049, inspirada en una sociedad altamente alienada y fetichizada como la japonesa, hace una crítica a la excesiva dependencia de la tecnología, del mundo virtual y del consumo de alimento sintético.
La emergencia de la sociedad mascota tiene múltiples repercusiones a nivel psicológico, antropológico, social, ambiental, económico y político. Entre ellas, podemos resaltar dos dinámicas sociales que ya conviven entre sí. Por un lado, la existencia del humano ‘mascota dócil,’ con una subjetividad acrítica y/o con sentimientos de auto-culpa. Por ejemplo, ante la obesidad, presentan actitudes de auto-aceptación expresadas en frases como «sí estoy gordito (a) y que, así soy feliz,» o actitudes de auto-culpa manifestadas en depresión y ansiedad o en buscar refugio en dietas vanas, libros de autoayuda, productos milagro, etc. en lugar de reflexionar individual o colectivamente en: qué estoy comiendo, dónde viene está comida, quién la hace, en qué condiciones sociales y ambientales se está produciendo.
Por otro lado, la existencia del humano ‘mascota feroz’ que gusta y desea valores de uso nocivos y canaliza su energía de manera destructiva. Esto me hace recordar similitudes entre los barrios estudiados en Manila y a mi barrio en Cd. Netzahualcóyotl. En Neza, después del temblor de 1985, las tomas de agua fueron controladas con arma de fuego en mano y los asaltos a casas y pequeños negocio se dispararon entre la obscuridad y el caos. Ahora, que el número de armas circulando se ha multiplicado de manera incalculable, el riesgo de una escalada de violencia por agua y por comida es alto y no podrá ser controlada ni por las fuerzas militarizadas. En Manila, la violencia y control de recursos básicos en los barrios pobres es conocida y la intervención represiva sólo ha agravado los problemas.
En Argentina, Brasil, Sudáfrica por mencionar casos más difundidos, han ocurrido eventos caóticos de saqueo, violencia y represión. En México, en zonas semi-urbanas se están incrementando los asaltos de trailers y camiones torton con frijoles, maíz y comida empacada. Para las metrópolis, el panorama es nebuloso, no sólo por la desconexión campo-ciudad, acelerada con el neoliberalismo; la denigración del trabajo del campesino; la falta de interés en ser soberanos alimentarios; la falta de crítica hacia las corporaciones procesadoras de alimentos y de comercio como Oxxo, Walmart (principales empleadores de México). Además hay desinterés de los jóvenes por estudiar y dedicarse al campo, el bosque y el mar. Carreras relacionadas con estos temas están en los últimos lugares como primera opción a nivel universitario.
La salida al problema no está visible para todos. Por ahora sabemos que hay comunidades rurales con conocimiento ancestral, haciendo y planteando alternativas, pero los lazos solidarios con grandes ciudades son débiles y tendrán que fortalecerse rápidamente antes de que el caos sea incontrolable. También existen grupos de científicos comprometidos con la agroecología, la alimentación urbana sustentable, pero aislados de los principales medios de comunicación. Por último, sabemos que existen grupos urbanos organizados ante tragedias de diversa índole, en ellos se encuentran semillas de solidaridad necesarias para construir soluciones incluyentes.
Heriberto Ruiz Tafoya. Oficina de Investigación Económica, Universidad de Kioto. Miembro de la Red de Talento Mexicano en Japón.
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