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La tan esperada justicia para Víctor Jara

Fuentes: Rebelión

«Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel. La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con él…». Gracias a la presión ejercida por numerosos grupos de artistas como Illapu, Inti Illimani, Conmoción, Sol y Lluvia, Preludio, Francesca Ancarola y José Seves, entre otros, […]

«Te recuerdo Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo,

no importaba nada, ibas a encontrarte con él…».

Gracias a la presión ejercida por numerosos grupos de artistas como Illapu, Inti Illimani, Conmoción, Sol y Lluvia, Preludio, Francesca Ancarola y José Seves, entre otros, un juez chileno, en una acción largamente esperada, reactivó en 2005 la investigación judicial en el caso del crimen del cantautor chileno Víctor Jara, asesinado el 16 de septiembre de 1973 en un estadio de Santiago al que fue remitido junto a 5 mil personas por las fuerzas represivas de la dictadura militar de Augusto Pinochet que venían de derrocar al gobierno de Salvador Allende apenas cinco días atrás.

Aparentemente, y según testigos, un oficial del Ejército al que llamaban «El Príncipe», luego de torturarlo le habría dado muerte. Sin embargo, durante todos estos años no se sabía con certeza de la identidad de la soldadesca que participó en aquella brutal carnicería humana, pero todos los chilenos saben hoy, sí, que el nombre actual de aquel estadio al que fuera arrojado para darle muerte lleva su nombre. Y que, por fin, gracias a una nueva acción de la justicia, aquellos militares asesinos, para vergüenza de la humanidad, también tienen el suyo.

En cuanto a sus manos, que a partir de su muerte pasaron a ser leyenda, existen dos versiones. De un lado, la de quienes afirman que tras recibir fuertes golpizas y soportar diversos métodos de tortura, estas manos que alegremente rasgaban la guitarra para distraer el miedo mientras animaban el descontento, le fueron trituradas con las culatas de los fusiles hasta dejarlas desechas, y del otro, la de quienes se aventuran a asegurar que ambas le fueron amputadas. Lo cierto es que inmediatamente después, como lo estableció en 1990 la Comisión de Verdad y Reconciliación, su cuerpo fue arrojado a unos matorrales cerca del Cementerio Metropolitano para ser llevado más tarde a la morgue como NN, en donde sería reconocido por su esposa, la bailarina inglesa Joan Turner:

«Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen; las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas; pero era Víctor, mi marido, mi amor».

Pero veamos quién fue Víctor Jara, aquel joven campesino que solía repetir que su canto era «una cadena sin comienzo ni final», y que, no obstante, terminó componiendo desde sus propias entrañas sangrantes un himno al sacrificio por defender la democracia y resistirse al fascismo.

Indiscutible referente de la música contestataria latinoamericana y fiel testimonio artístico de expresiones populares de protesta, había nacido el 28 de septiembre de 1932. Músico, cantautor y director de teatro, era hijo de Manuel Jara, un «parcelero de alquiler», y de Amanda Martínez, lavandera, guitarrista y cantante a quien le heredó su pasión musical determinada por la tarea de interpretación y compilación folclórica que ella cumplía, y quien a causa de las ásperas relaciones de Víctor con su padre, se constituyó en la impulsora y mentora de su vocación.

En 1944 se trasladó desde su pueblo natal a Santiago. Allí, estudió contabilidad, ingresó al Seminario devastado por la muerte de su madre, y cumplió con el servicio militar obligatorio. En el 53, hizo parte del coro de la Universidad de Chile para interesarse luego por la actuación y la dirección en la Escuela de Teatro de la misma Universidad. Gracias a la crítica especializada, a numerosos premios y a un público que lo enalteció, pronto se convertiría en una figura sobresaliente de la escena chilena, afianzándose durante la década del 60 como uno de los más importantes directores del teatro chileno de su tiempo.

Por la misma época, y consciente de que la música era la esencia de su existencia social, participa con el grupo Cuncumén, es director artístico del conjunto Quilapayún, colabora con Inti Illimani y hace parte de la célebre Peña de los Parra. Él y ellos, iluminados todos por el contenido cultural y político de su actividad artística.

Solista y compositor, sus canciones se expandieron rápidamente en el sur del Continente y gozó de una discografía considerable. Con frecuencia artistas de la talla de Serrat, Sabina, Silvio Rodríguez y Víctor Manuel dan testimonio con sus voces de su presencia más allá del tiempo.

En todo caso, pienso que la mejor manera de recordar a Víctor Jara ahora que sabemos que la justicia chilena parece haber encontrado la manera de aplicar castigo y fallar sobre la verdad definitiva frente a su crimen ordenando la detención por homicidio calificado de ocho exoficiales del Ejército bajo el cargo de autores unos y cómplices los otros, es volviendo a las hermosas palabras que le escribiera Ángel Parra en 1987 desde París:

«Querido Víctor: …Me acuerdo perfectamente de tu claridad y seguridad en tus pasos, aventuras y destinos… Me acuerdo que la Viola (Violeta Parra) me decía, aprende, aprende. Espero haber aprendido algo. Por ejemplo, la humildad, el heroísmo no se vende ni se compra, que la amistad es el amor en desarrollo, que los hombres son libres solamente cuando cantan, flojean o trabajan, chutean el domingo la pelota o se toman sus vinitos en las tardes, le cambien los pañales a su guaguas, distinguen las ortigas del cilantro, cuando rezan en silencio porque creen y son fieles a su pueblo eternamente como tú… También quiero decirte al despedirme que París está bello en este invierno, que mi patria la contengo en una lágrima, que vendré a visitarte en primavera, que saludes a mis padres cuando puedas, que tengo la memoria de la historia y que todo crimen que se haya cometido deberá ser juzgado sin demora, que la dignidad es esencial al ser humano, que el año que comienza será ancho de emociones, esperanzas y trabajos sobre todo para ustedes, Víctor Jara, que siembran trigo y paz en nuestros campos».

*Escritor colombiano

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.