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La tarea que viene

Fuentes: Punto Final

«Sentir…/ que es un soplo la vida, / que veinte años no es nada, /que febril la mirada / errante en las sombras, / te busca y te nombra./ Vivir… / con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez…». («Volver». Música: Carlos Gardel; letra: Alfredo Le Pera). Visto desde […]

«Sentir…/ que es un soplo la vida, / que veinte años no es nada, /que febril la mirada / errante en las sombras, / te busca y te nombra./ Vivir… / con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez…».

(«Volver». Música: Carlos Gardel; letra: Alfredo Le Pera).

Visto desde la distancia -veinte años después- es como si hubiera sido ayer cuando la dictadura cayó y se inició el retorno a la democracia. Un lerdo regreso que hoy, de pronto, se nos desvanece entre los dedos, como lo sólido que se disuelve en el aire. Mirados los hechos con más calma, sin embargo no es ese retorno lo que se ha desmoronado, puesto que el presidente electo y los partidos que lo apoyan responden a los cánones vigentes en Chile para este fenómeno llamado «transición democrática»; más aún, la verdad-verdad es que en el seno de la dictadura, cuando ellos eran parte del régimen, proyectaron con precisión matemática e inteligencia admirable lo que estamos viviendo. Es como haber diseñado un software (o programa de ingeniería política) con algunos componentes constantes: una estructura sólida e inamovible (como por ejemplo el sistema electoral binominal, la Ley Antiterrorista, etc.) que encierra un estrecho campo de maniobras. Y éste, compuesto de algunas variables, que sí pueden ser modificadas -con acciones como por ejemplo los famosos programas de protección social-, pero que no tienen capacidad de impacto sobre la estructura ni menos sobre los objetivos estratégicos del sistema.

Un ejemplo de los componentes constantes del sistema es el Banco Central, organismo autónomo cuya autonomía se concretó en 1989 mediante la ley Nº 18.840. Por lo tanto, no está sujeto a la fiscalización de la Contraloría General de la República ni de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras. Tampoco forma parte de la Administración del Estado. Su objetivo principal es velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos. Ejerce un rol fundamental para la estabilidad de la economía independientemente de quien gobierne.

El instrumento que creó estas bases estructurales (o «institucionalidad») fue la Constitución de la República aprobada en el plebiscito del 11 de septiembre de 1980 que entró en vigor el 11 de marzo de 1981 con cláusulas transitorias y, en forma plena, el 11 de marzo de 1990. Es por ello que, entre otros, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt ha sostenido que la dictadura se perpetúa en esta Constitución. De algún modo, el dictador Augusto Pinochet y su equipo (muchos de los cuales son hoy de la órbita del presidente electo) aplicaron la fórmula expuesta en la novela El gatopardo, del italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa: «Es necesario que todo cambie, para que todo siga igual».

Es por eso que Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet (los gobernantes de la Concertación desde 1990) fueron (y lo serán hasta el 11 de marzo próximo) sólo administradores (operadores) de esta institucionalidad cuyo objetivo estratégico es la perpetuación de un sistema económico (capitalista neoliberal) que hace posible que empresarios como Piñera amasen fortunas que los posicionen dentro de los 800 más ricos del planeta. Según Forbes, en 2007 Piñera era el 799 más rico, y el año pasado había subido al lugar 701, con mil millones de dólares. Es cierto, está lejos del Nº1, William Gates III (Bill Gates) y sus 40 mil millones de dólares. Pero está en el club o, mejor, entre los buenos muchachos de la burguesía planetaria, los dueños del planeta.

¡Excelente que al fin los propios diseñadores del engendro sean quienes lo administren!

La Concertación y sus sucesivos gobiernos no estaban sustentados en la conciencia del pueblo, sino en el clientelismo. Una suerte de feudalismo al interior de los partidos donde cada «señor» (y en este sentido Pinochet tenía razón cuando hablaba de «los señores políticos») controla una cantidad de «votos», siervos que reciben favores del señor y a cambio de estos favores pagan con su preferencia. Sin entrar en más detalles, este clientelismo o feudalismo genera relaciones políticas costo-beneficio (mercantilización de la política) y no de militancia. El militante adhiere a una causa, a un ideal, y actúa por convencimiento. La militancia implica una filosofía y una ética. El clientelismo funciona con la lógica del tú me das, yo te doy.

Una coalición u organización política que habiendo podido erigirse sobre, por, con y en la militancia y lo hizo conforme a la lógica clientelista, está condenada al fracaso. Y es lo que le pasó a la Concertación.

El desafío para los que hacemos parte de la otra mitad de Chile debe ser, por lo tanto, ponernos como meta estratégica ¡cambiar la Constitución! Y en el trabajo por conseguir esa meta, realizar aquello que durante veinte años la Concertación se farreó. Es la oportunidad de promover la organización, así como la formación teórica y la capacitación político-metodológica de las bases sociales.

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 703, 22 de enero 2010 – [email protected])