Sin duda uno de los temas que más llama la atención es la postura del papa Benedicto XVI frente a una de las corrientes teológicas y pastorales más importantes en América Latina: nos referimos a la teología de la liberación. Esta floreció después del Concilio Vaticano II, convirtiéndose en uno de los fenómenos sociales y […]
Sin duda uno de los temas que más llama la atención es la postura del papa Benedicto XVI frente a una de las corrientes teológicas y pastorales más importantes en América Latina: nos referimos a la teología de la liberación. Esta floreció después del Concilio Vaticano II, convirtiéndose en uno de los fenómenos sociales y religiosos más importantes de la región, que convivió entre los años 60 y 80 con las dictaduras militares. Posicionó, en cierto sentido, a las iglesias católicas latinoamericanas en la defensa de los derechos humanos, la opción preferencial por los pobres y la confrontación contra las injusticias sociales. En este ciclo, el compromiso social de los cristianos y sus organizaciones, como las comunidades de base, alienta a ciertos actores religiosos para adquirir peso social y relevancia, entre otros muchos destacamos las figuras de Hélder Cámara, Oscar Arnulfo Romero, Leonidas Proaño, José María Pires, Raúl Silva Enríquez. Bajo el pontificado de Juan Pablo II, el Vaticano confirmó un nuevo tipo de centralidad romana, imponiendo disciplinas internas, realineando las fuerzas centrífugas que podrían llegar a amenazar la identidad. En América Latina es conocido ampliamente cómo operó un proceso de represión interna marginando a los teólogos, nombrando obispo conservadores, y se minaron los ensayos pastorales. La confrontación entre Roma y los teólogos ha sido otro signo característico de la mancuerna Wojtyla-Ratzinger. Juan Pablo II manifiestó serias dudas sobre el papel del teólogo, y le exigió una función de obediencia y sumisión, en detrimento del discernimiento y la búsqueda de nuevas fronteras. Durante el Sínodo Romano de 1990, el Papa expresó en la apertura solemne que «el teólogo ejerce su ministerio por mandato de la Iglesia y colabora con el obispo en su deber como maestro».
En 1984 intervino el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Reconoció en un documento de observaciones preliminares que la teología de la liberación es un «fenómeno extraordinariamente complejo» y un problema manifiesto para la fe de la Iglesia. Admitió la creciente y preocupante influencia de la teología de la liberación en otras regiones del mundo, principalmente en Asia y Africa, a través de la liga de los «Teólogos del Tercer Mundo». Como resultado, el cardenal Ratzinger castigó a Leonardo Boff, en medio de un inusitada burbuja mediática a escala internacional, y el 23 de noviembre de ese mismo año se hizo pública una «instrucción» sobre los aspectos condenables de la teología de la liberación, que exaltaba básicamente la contaminación marxista en el pensamiento teológico latinoamericano. Hoy Leonardo Boff reconoce que su profesor Ratzinger, más que un conservador es un nostálgico. «El Papa -declara Boff a la BBC- tiene la imagen de una Iglesia de mucha liturgia, mucho latín, mucho incienso, mucha piedad. No es la imagen de una Iglesia de compromiso en la sociedad y en el mundo, sino de una Iglesia-fortaleza que se defiende contra los riesgos del mundo… es una nostalgia de una Iglesia que ya no existe más».
En la víspera del viaje del Papa a Brasil, el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena y miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo durante la presentación del nuevo libro de Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, que durante el viaje el Papa «nos va a esclarecer respecto de una verdadera teología de la liberación. Jesucristo no es ningún portador de algún nuevo orden social -continúa-, ni tampoco ofrecía una salvación terrena, pues él rechazó la tentación y al tentador».
Por su parte en Brasil, el arzobispo de Sao Paulo, Odilo Scherer, expresó que la teología de la liberación «já passou». Dichas declaraciones han provocado reacciones de analistas, quienes interpretan que tanto la condena y señalamientos al teólogo Jon Sobrino, como la insistencia confusa de Roma por excomulgar o excluir de la comunión a los asambleístas mexicanos que aprobaron la despenalización del embarazo no deseado, son señales que afianzan a los sectores más conservadores de la Iglesia en el continente, de cara a la quinta conferencia general, que se iniciará este domingo en Aparecida.
El discurso de Benedicto XVI ante el Celam se espera con interés, porque el emitido frente a los obispos locales no alcanzó a ser más que un mensaje de aliento. Para muchos actores, ya no inquieta la aceptación o rechazo de la Iglesia por la teología de los pobres; ésta puede situarse en la frontera de la autoridad católica, forma parte de un amplio movimiento ecuménico y ha nutrido los movimientos sociales como las ONG, los grupos ambientalistas, indígenas, de género, altermundistas y demás demandas sobre los derechos humanos.
Ha ido más allá de la Iglesia, dice Boff. Sin embargo, Gustavo Gutiérrez, uno de sus mayores representantes, responde diferente a la pregunta de si la teología de la liberación ha muerto, de la siguiente manera: «por supuesto que no, la presencia de una teología no se mide por sus repercusiones en los medios, sino por su capacidad de inspirar comportamientos cristianos, fieles a las exigencias actuales del Evangelio. Se trata de algo cotidiano y, muchas veces, callado. Además, una menor presencia pública de las discusiones sobre la teología de la liberación nos ha permitido trabajar con profundidad en estos años».
En cambio, el recorrido del Papa en Brasil sigue sin tener fuerza ni novedad; pese al entusiasmo popular, Ratzinger ha estado previsible. Ayer ante la Conferencia Episcopal Brasileña, una de las más progresistas del continente, Benedicto XVI siguió firme en sus obsesiones disciplinarias, como el celibato, el rechazo a la homosexualidad dentro de la Iglesia, freno a toda reforma y experimento litúrgico, formar elites políticas, presionar el poder político. Frente al compromiso social, el Papa afirmó: «Tenemos que ser fieles servidores de la Palabra, sin visión simplificadora, ni confusiones. No basta observar la realidad a partir de la fe, es necesario trabajar con el Evangelio en la mano y anclados en la auténtica herencia de la tradición apostólica, sin interpretaciones motivadas por ideologías racionalistas». Para el Papa, siguiendo a San Agustín, la Iglesia seguirá intacta hasta el fin de los tiempos.