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La teoría de la involución social

Fuentes: Impresiones mías/Rebelión

El dicho popular «dinero llama a dinero» es algo que conocen muy bien los especuladores financieros, tal vez ellos mismos lo pronunciaron por primera vez entre grandes sonrisas a manos llenas. Es un dicho que funciona más allá incluso de las fórmulas de matemáticas comerciales y financieras que calculan intereses y rendimientos de capital. Funciona […]

El dicho popular «dinero llama a dinero» es algo que conocen muy bien los especuladores financieros, tal vez ellos mismos lo pronunciaron por primera vez entre grandes sonrisas a manos llenas. Es un dicho que funciona más allá incluso de las fórmulas de matemáticas comerciales y financieras que calculan intereses y rendimientos de capital. Funciona como una especie de fuerza de la gravedad gracias a la que dineros pequeños orbitan dineros más grandes, ansiosos tal vez de verse partícipes y beneficiarios de esa fuerza de la gravedad.

En el polo opuesto, lo que vendría a ser el negativo de ese dicho, tendríamos que «deuda llama a deuda». A juzgar por la última subasta de bonos españoles realizada ayer, 13 de enero de 2.011, este dicho alternativo se confirma. El tipo de interés aceptado ayer por el gobierno español para los 3.000 millones de euros que colocó, fue casi un punto superior (4,54%) al tipo que se alcanzó en la subasta de noviembre (3,58%). O lo que es lo mismo cuando uno tiene deudas, éstas tienen una fuerza de la gravedad tan grande que atrae más y más deudas, acumulándose tantas que se vienen abajo casas, posesiones…, vidas enteras se sacan a la venta a precio de saldo para satisfacer el pago de los intereses.

Algo parecido está ocurriendo en la economía española, cuyas heridas abiertas atraen todos los golpes con su incontrolable fuerza de la gravedad.

O quizás se trate de otra cosa.

En su libro «Manipulados», John Perkins, economista y activista estadounidense, dice:

«Por lo general, nuestras empresas identificaban un país que poseía algo que ellas codiciaban -recursos vitales generalmente-. Luego llegaban los ejecutivos para convencer a los dirigentes de ese país de que lo que necesitaban eran préstamos ingentes del Banco Mundial y sus organizaciones hermanas; sin embargo, el dinero, según se informaba a los dirigentes, no sería entregado directamente a su país, sino que sería entregado a las grandes empresas estadounidenses para que construyeran proyectos de infraestructura, tales como centrales eléctricas, puertos y parques industriales. «Todo ello les beneficiará a ustedes y a sus amigos», les decíamos. Lo que no les decíamos era que los principales beneficiarios serían nuestras propias compañías, las que construían los proyectos. Al cabo de pocos años, cuando los intereses de los préstamos estaban a punto de colapsar la economía de ese país, volvíamos y les decíamos, «parece que no podrán hacer frente al próximo pago de intereses»…, aunque quizás haya una solución, quizás sería buena idea que vendieran ustedes su petróleo [o el recurso que fuera] barato a nuestras empresas; que anularan las leyes laborales y medioambientales que nos plantean problemas; que aceptaran no imponer nunca aranceles a las mercancías de Estados Unidos; que aceptaran las barreras arancelarias que queremos aplicar a sus productos; que privatizaran sus servicios públicos, escuelas y otras instituciones públicas y venderlas a nuestras empresas; tampoco estaría de más que enviaran tropas para apoyar a las nuestras en lugares como Irak…»

La crisis financiera artificial que está asolando Europa en los últimos meses, ha puesto de manifiesto que las mecánicas expoliadoras del capitalismo utilizadas contra los países más pobres, también son válidas contra países más desarrollados. El acoso a que están siendo sometidos los llamados países periféricos de la Unión Europea, a manos de los desequilibrados cerebros de la especulación, no está basado en el valor tangible y presente de ricos yacimientos de estratégicos recursos naturales, sino en el valor futuro de un bienestar social que entre todos estábamos alimentando y que ahora pasará a ser propiedad, a precio de saldo, de los mayores criminales contra la humanidad que haya conocido la Historia, los especuladores financieros.

El razonamiento seguido por los mercados según el cuál se afirma que: si nuestra economía no es de fiar, deberemos pagar más intereses por la venta de bonos, guarda en su seno un aberrante contrasentido: si nuestra economía no es de fiar, ¿qué les hace pensar que podamos afrontar con garantías unos intereses todavía mayores? Esto me lleva a la conclusión que los mercados confían, y mucho, en aquellos países en los que invierten. La prueba la tenemos en la confianza que demostraron en Grecia o Irlanda prestándoles tantos miles de millones. El mantra financiero de «sin riesgo no hay negocio» se cumple solo a medias o ¿es que ustedes conocen a algún banco que preste un dinero sin la oportuna garantía, más un seguro de vida del prestatario, más hipotecas de bienes, más avales personales de personas solventes? Yo no conozco a ninguno. Es evidente, por tanto que los mercados solo le prestan dinero a aquellos países en los que tienen completamente asegurado el retorno de la inversión, por más que este retorno se produzca en especie, en el sangrado del bienestar social por el que los ciudadanos de un país llevan decenios luchando y apoquinando cabalmente sus impuestos.

Igual que describe con precisión y crudeza, John Perkins, en referencia a los países del tercer mundo, y tras conquistar éstos, los mercados se han lanzado ahora a la conquista, a la colonización de los siguientes países en la lista, aunque para cumplir sus objetivos tengan que apropiarse de los fondos destinados al bienestar social, que no es sino el mayor capital de que disponen las envejecidas economías europeas cuyo sector servicios destaque por encima del resto. Ayudándose de la teoría de los vasos comunicantes, los mercados contaminan cualquiera de las muchas piezas interconectadas del sistema financiero internacional hasta terminar con la mano en nuestra caja. Si tiramos de este hilo, en la otra punta encontraremos frecuentemente los paraísos financieros.

Decía Schopenhauer que «ningún dinero está mejor empleado que aquel que nos hemos dejado robar, porque nos ha servido para comprar prudencia», pero no calculó el filósofo que la codicia de los mercados es mucho mayor que su prudencia.

Dentro de la teoría de la involución social que están desarrollando al milímetro los mercados financieros, a la especie homo sintecho le ha surgido una especie hermana, el homo sinderechos, con la que deberá competir por el control absoluto de… las migajas del capitalismo.

Esta teoría de la involución social también tiene su eslabón perdido, el que falta en la cadena de pensamiento racional que hubiera impedido el desarrollo del capitalismo hasta esta su máxima expresión de inhumanidad y crueldad.

Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que a este ritmo de expolio, a las personas víctimas del capitalismo solo les van a quedar tres deseos: ver amanecer, comer y ver anochecer.

Fuente: http://impresionesmias.com/2011/01/14/la-teoria-de-la-involucion-social/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.