Introducción al libro Marx: política y enajenación (Editorial [email protected], 2017)
Marx: política y enajenación pretende volver a Marx para recuperar lo que fue quizá su mayor desafío: pensar la revolución desde la práctica proletaria. La irrupción del proletariado en la escena política, como fuerza de maniobra de los partidos burgueses y pequeñoburgueses primero, hasta protagonizar luego las nuevas revoluciones del siglo XIX, fue el gran acontecimiento histórico que debió afrontar.
Marx definió el comunismo como el movimiento real que aniquila y supera el orden social existente, e identificó al proletariado con el proceso mismo de su disolución efectiva. Tomó distancia así, muy temprano, de toda tendencia que disociaba la teoría de la práctica revolucionaria, sea en la forma de utopía doctrinaria o de sistema especulativo. Pero esta toma de partido no eliminó los problemas de la relación entre teoría y práctica, entre pensar y hacer la revolución: inauguró un proyecto que supuso una «vigilancia» y reelaboración permanentes, un trayecto accidentado y marcado, las más de las veces, por fracasos. En este sentido, el límite infranqueable para el pensamiento de Marx fue el grado de madurez real, la unidad e independencia del movimiento proletario de la Europa decimonónica, el alcance efectivo de su lucha por superar el orden social burgués.
El llamado «marxismo ortodoxo», elaborado a fines del siglo XIX (e institucionalizado por los partidos de Estado comunistas luego de 1931 y 1945), entendió por «filosofía marxista» dos cosas diferentes: la «concepción del mundo» del movimiento socialista, fundada en la idea del papel histórico de la clase obrera, y el sistema teórico atribuido a Marx [1]. Muchos entendían que no existía filosofía en Marx, sino que fue (o debía ser) creada a posteriori, como reflexión más general y abstracta sobre el sentido, los principios y el alcance universal de su obra. Otras veces, su teoría fue postulada como no filosófica o antifilosófica, con el argumento de que para Marx la filosofía tradicional no era más que una empresa individual de interpretación del mundo.[2]
Lo cierto es que sus análisis histórico-sociales y propuestas de acción política se hallan saturados de enunciados filosóficos. Sus categorías sociales y económicas son a un tiempo categorías dialécticas, al reconstituir la forma del discurso filosófico en confrontación con lo no filosófico. Las elaboraciones más técnicas de El Capital redefinen la lógica que preside las representaciones del individuo y del vínculo social, en función de las necesidades del análisis histórico. Los artículos más coyunturales, en ocasión de las experiencias revolucionarias de 1848 y de 1871, o para la discusión interna de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), son también el medio de invertir la relación tradicional entre sociedad y Estado y desarrollar la idea de una democracia radical (ya esbozada en sus notas a la Filosofía del Derecho de Hegel).
Pero su actividad teórica, tras romper con las formas y usos tradicionales de la filosofía, no lo condujo a elaborar un nuevo sistema, una «teoría dialéctico-materialista».
Ya en sus primeros escritos, Marx había rechazado la idea de una «filosofía eterna», idéntica a sí misma. Su ajuste de cuentas con el idealismo no le llevó a oponerle otra interpretación omnisciente del mundo. Más bien, esta ruptura le encaminó hacia una pluralidad que resiste toda clausura doctrinal, hacia un cuestionamiento permanente de la esencia de la actividad filosófica, de su contenido, estilo, método; de sus funciones intelectuales y políticas.
Más que tratarse de una nueva filosofía, de un cambio de método o de objeto en el terreno de las ideas, su obra impugna toda la práctica filosófica precedente (y la posterior, aun aquella que se pretendió «filosofía del proletariado»).[3] La división entre obras filosóficas, políticas o económicas ha conducido a malentender la relación crítica de Marx con toda la tradición filosófica y su efecto subversivo sobre ella. Su universo teórico puede tomarse como una síntesis de filosofía, teoría social y política, concebida siempre en proceso y sometida ella misma al principio de concreción histórica, pues Marx escribió en la coyuntura. Su toma de posición, conceptualmente rigurosa, era incompatible con la estabilidad de las conclusiones: deja así diversas obras en construcción y manuscritos inacabados.
Su método supone la continua revisión y modificación de sus ideas fundamentales, a la luz del conjunto cambiante de las relaciones que enuncian, cuya lógica interna, inherentemente contradictoria, pretenden captar.[4] El contenido de su pensamiento, por tanto, no puede ser separado de sus reelaboraciones.
En lugar de reconstruir abstractamente su sistema categorial es preciso volver a trazar su desarrollo, con sus cambios y bifurcaciones. Tales distinciones, no obstante, solo pueden ser tendenciales. Un sentido y un uso nuevos son introducidos por referencia a los precedentes, a veces bajo la forma de un «desarrollo» o un «retorno» a la propuesta inicial. Cada renovación es a la vez «respuesta» a una práctica histórica imprevista, y desarrollo de contradicciones implícitas en los momentos anteriores.
La perspectiva aquí asumida remite a la polémica desatada por Louis Althusser en el campo de los estudios marxistas de los años sesenta y setenta. Como es sabido, aquella fue iniciada al postular la existencia de una «ruptura epistemológica» en 1845, con la aparición de la «relación social» en Marx y el abandono creciente de lo que llamara «humanismo teórico».[5] Al pretender librar la obra teórica del autoritarismo partidista, Althusser operó una división del trabajo entre teoría y práctica contraria a lo más auténtico del proyecto de Marx. A su pesar, sus argumentos en pos de un estatuto científico del marxismo derivan con frecuencia en una réplica tardía de postulados estalinistas.[6]
Sin embargo, la atribución de una «continuidad esencial» a la obra de Marx, desde la crítica de la lógica especulativa hasta la disección de las relaciones capitalistas de producción, ha sido pasto continuo de dogmas y tergiversaciones. Este libro pretende extraer el beneficio de tales discusiones para el campo de la recepción de la obra de Marx, evitando ambos extremos. Argumenta, por tanto, la existencia de reformulaciones, de abandonos y «recuperaciones» de conceptos y proposiciones, vinculados al acaecer histórico del que su elaboración teórica procura dar cuenta.
La teoría de Marx no puede ser estudiada independientemente de la historia del movimiento obrero, cuyas etapas determinan sus problemas, sus demostraciones, la constitución de sus conceptos, sus transformaciones y rectificaciones. La reelaboración intelectual es evidente en sus llamadas «obras de la ruptura» (Tesis sobre Feuerbach y La ideología alemana),[7] y posee implicaciones fundamentales para sus posteriores trabajos. Sin duda, resultó de experiencias políticas inmediatas (con el proletariado alemán y francés, y de Engels con el inglés) y de la inserción activa en el desarrollo de las luchas sociales, así como de su ajuste de cuentas con los postulados del ambiente filosófico berlinés, al que una vez perteneciera.
Pueden advertirse otras dos grandes reformulaciones en su obra, ante acontecimientos que desafiaban una teoría que solo subsiste mediante continua refundación. En este sentido, el fracaso de las revoluciones de 1848, la guerra franco-prusiana de 1870 y el aplastamiento de la Comuna de París (1871) tuvieron que conmocionar su pensamiento.
El reflujo de la mayor oleada revolucionaria que conociera la Europa decimonónica cuestionó las convicciones del Manifiesto del Partido Comunista sobre la crisis inminente del capitalismo y la idea (sostenida desde los Anales Franco-Alemanes) de un tránsito revolucionario ininterrumpido a la sociedad sin clases, la «revolución permanente».[8] Las masacres de junio, la alineación de socialistas franceses con el bonapartismo y la «pasividad de los obreros» ante el golpe del 2 de diciembre hicieron vacilar su idea sobre el proletariado y su misión revolucionaria. La expansión capitalista que sucedió a estos fracasos indujo a Marx a reflexionar sobre la pauperización que radicalizaría políticamente a las masas proletarias.[9] De ahí el retorno al proyecto de una crítica de la economía política, a la determinación económica de las coyunturas políticas y de tendencias prolongadas del desarrollo social.
El último momento concluye con la decapitación del proletariado francés por segunda ocasión en un cuarto de siglo, que infunde terror al resto y cataliza las contradicciones de la AIT (1864–1873). Mientras que la guerra europea subsume la lucha de clases en beneficio aparente de otros intereses y determinaciones, el estallido de la revolución proletaria en Francia (y no en Inglaterra) se opone a la lógica de una crisis originada en el centro de la acumulación capitalista. El derrumbe de la Comuna evidencia, en fin, la asimetría de fuerzas y recursos de maniobra entre la burguesía y el proletariado. Sin embargo, en las iniciativas proletarias durante esta breve experiencia, Marx supo apreciar la invención del primer «gobierno de la clase obrera», carente solo de poder de organización. Reformula para los partidos socialistas en formación la dictadura del proletariado como desmantelamiento del aparato del Estado, durante una «fase de transición» en que se enfrentan el principio del comunismo y del derecho burgués.
El impacto de tales eventos ilustra el hecho de que para Marx pensar la revolución no podía consistir en ajustarla a modelos de futuro o prescripciones a priori.
Al contrario, se propuso expresar conceptualmente el movimiento real que socavaría el orden capitalista, esencialmente «invertido». Marx pensó la política revolucionaria no como nueva «tecnología institucional», sino como acontecimiento (guerras, crisis y revoluciones) e invención de formas, en particular por quienes son excluidos de la esfera estatal a la que el pensamiento burgués limitaba la política profesional.[10]
Una vez rechazada toda argumentación que sostiene la existencia de una teoría acabada y afirmada la continua reelaboración de su obra, hay que reparar en que el estudio de Marx debe aún enfrentar su manera propia de investigar y su estilo aforístico.[11] Ello, unido al hecho de que su pensamiento haya sido codificado y divulgado en ausencia de muchos de sus textos más significativos, ha podido autorizar interpretaciones divergentes y políticas opuestas que reclaman su inspiración.[12] Por demás, cada época histórica recompone la herencia de un autor (que nunca es algo dado), conforme la aborda con interrogantes propias.
Con todo, el mundo capitalista globalizado de este siglo XXI no dista mucho del que anticipara el Manifiesto del Partido Comunista.[13] De ahí la pertinencia de su crítica de la economía política, su comprensión de la lógica de reproducción a gran escala y de acumulación acelerada (no importa a qué costo social) del capital. Aun si las lecturas posmodernas le redujeran a «poeta de las mercancías», sus análisis de la dinámica capitalista son comúnmente reconocidos.[14] Por el contrario, tanto la vía (la expropiación de los expropiadores) como la necesidad inherente (desarrollo conexo de un proletariado cada vez más numeroso, concentrado, organizado y consciente) de superar la lógica del capital, no han cesado de ser impugnadas.[15] La teoría revolucionaria de Marx, en cuestión, ha sido considerada como lastrada por su «optimismo sociológico» en el proletariado, no sustentado en su riguroso análisis del mecanismo de reproducción capitalista, sino en deducciones filosóficas realizadas a priori y con independencia de aquel. Cuestionada la genuinidad y/o «cientificidad» del pensamiento político de Marx, desacreditada la imaginación política del comunismo en él inspirado,[16] ha sido común asumir que «el terreno más específico de desarrollo del marxismo es el socioeconómico».[17]
Ciertamente, la actual visibilidad de las determinaciones económicas, de sus múltiples efectos en la dinámica globalizadora en que vivimos, contribuye a reforzar una distinción que escinde la propia teoría revolucionaria de Marx; su análisis de los mecanismos de explotación capitalista queda desgajado y su crítica, desvirtuada. Ello facilita su asimilación academicista, a costa de desvirtuar la radicalidad de su propuesta de cambio. Por ello, esta escisión de la teoría revolucionaria que Marx inaugura urge ser reconsiderada. Pues si Marx parte de la expresión más acabada de la filosofía burguesa de su tiempo para elaborar su propia crítica, el movimiento proletario realiza un trayecto histórico análogo desde las formas políticas e ideológicas, desde los mecanismos propios de la pujante burguesía de entonces.
El concepto de enajenación, como principio de inversión de lo real, que Marx se apropia desde las primeras críticas a la filosofía del derecho hegeliana y al Estado político burgués, hasta desplegar su teoría histórica de las relaciones de producción capitalistas, representa para su propia labor teórica lo que para el proletariado la política burguesa en la impugnación práctica del sistema que legitima.
Este estudio asume que el concepto de enajenación, como esquema crítico general, articula la teoría revolucionaria de Marx en torno al análisis del modo de producción capitalista. Sin embargo, postula que el desarrollo desigual del aparato analítico-categorial de su crítica de la economía respecto a la del Estado y la política burguesas socava la eficacia de la unidad teórica de Marx. Esta asimetría procede de las condiciones de desarrollo desigual del movimiento obrero de su época: su activa resistencia a la explotación económica contrasta con la hegemonía de las formas y mecanismos políticos de dominación burguesa. Basada en la crítica de la enajenación, que expresa contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, lo político en Marx asume una forma derivada en la teoría y mediadora en la práctica revolucionaria. La teoría de la política y el Estado burgueses no logró constituirse al interior de su crítica de las relaciones capitalistas de producción y promover así una política proletaria alternativa e independiente, cuyo fin era instaurar una nueva sociedad mediante la superación de las formas de dominación burguesa.
¿Cómo pudo Marx concebir una política propiamente proletaria a partir de los fundamentos que la enajenación ofrece? Para responder esta interrogante, son retomados la evolución, el sentido y los límites del pensamiento político de Marx, acentuando los puntos sensibles (ambiguos, contradictorios) de su interpretación. Abordar la unidad de las «críticas» sucesivas de Marx (de la filosofía especulativa, de la política, de la economía política) supone considerar la unidad misma entre la teoría del modo de producción capitalista (tal como la expone en El Capital) y la teoría de la revolución proletaria. La historia de los conceptos políticos de Marx (Estado, sociedad civil burguesa, clase, partido, dictadura del proletariado…) debe sustentarse, a la vez, en las condiciones reales en que son formulados y en la perspectiva crítica que los rige (de modo predominante, la de la enajenación). Pues su «crítica de la política» es el punto en que se articulan su teoría y la práctica revolucionaria.
Los capítulos que conforman este libro se hallan estructurados de modo que transitan desde las rupturas y posibilidades que la reelaboración del concepto de enajenación supone, pasando por consideraciones de orden metodológico al interior de la crítica marxiana (en el nivel de la articulación de sus conceptos y proposiciones), hasta el análisis de modificaciones específicas en su concepción sobre las expresiones políticas del orden burgués y sobre la práctica revolucionaria.
El primer capítulo, «Enajenación, poder y subjetivación», expone el proceso de desarrollo del concepto de enajenación a través del tránsito de Marx desde una crítica a la lógica del aparato categorial que procura dar cuenta del orden social capitalista (la especulación hegeliana, la antropología de Feuerbach y la economía política), hasta una crítica del fundamento real de su inversión. En el transcurso de esta crítica, Marx elabora su matriz conceptual sobre la praxis revolucionaria (y el agente de la misma) y las relaciones sociales de producción. Este desarrollo le permite esbozar sucesivamente una teoría sobre la constitución del poder (ideología) y sobre el mecanismo de subjetivación propio del modo de producción capitalista (fetichismo mercantil).
«Sobre la unidad de las críticas en Marx», el siguiente capítulo, se ocupa del contenido mismo de la crítica de Marx, de los momentos y niveles de elaboración de las expresiones de la misma, generalmente distinguidas como escritos histórico-políticos o político-estratégicos y textos socioeconómicos. Se propone recorrer la evolución de ambos registros de la obra crítica de Marx, sus enlaces y disociaciones, en tres momentos en que se particulariza dicha relación (ya antes mencionados). Analiza el modo en que la asunción del Estado y la política como expresiones derivadas limitan una elaboración conceptual que no alcanza el desarrollo de su análisis de la «anatomía de la sociedad civil», de su crítica de las relaciones sociales capitalistas de producción.
Finalmente, en los «Problemas de la política proletaria» se emprende un balance crítico de las concepciones de Marx en relación con el Estado (como expresión derivada de relaciones antagónicas y como maquinaria dotada de una relativa autonomía) y con el partido revolucionario (consciencia teórica de la clase revolucionaria, modo de organización de esa clase). Analiza las razones de la reformulación de las concepciones de Marx respecto a estos temas, medulares para concebir una política propiamente proletaria. Da cuenta de las limitaciones que halla su articulación para ofrecer una alternativa a las formas institucionales dominantes de la política burguesa y a sus condicionamientos económicos, capaz de subvertir ese orden e inventar una nueva forma social sobre fundamentos anticapitalistas.
Hasta aquí me he referido a una cierta manera de operar con los conceptos elaborados por Marx, es decir, al modo en que su obra los pone en relación.
Esta investigación parte del principio de que el estudio del marxismo es a la vez el de los conocimientos que aporta y de su propia historia. En este sentido, tributa a la tradición que abrieran los textos de 1923 de Georg Lukács y Karl Korsch, al entender el marxismo como teoría materialista de la historia que debe dar cuenta de sí misma. Es decir, tornaron el estudio del marxismo el propio método que Marx (más que exponer) pusiera en práctica: el principio de unidad de lo histórico y lo lógico, de método y contenido. Pues no se trata, en el caso de la teoría de Marx, de un método general o particular, conocido como «dialéctico», desde el cual orientar o corregir una cierta disciplina, digamos la filosofía. En sentido preciso, ese método no existe más que en su puesta en obra, en el desarrollo y articulación de conceptos determinados. Estudiar a Marx es ante todo estudiar en el conjunto de sus determinaciones los problemas por él abordados, en un campo que se define por la unidad de los problemas de la explotación y de la lucha revolucionaria.[18]
Ello no supone ofrecer una genealogía exhaustiva de los problemas y conceptos abordados, sino que la totalidad concreta que supone su obra queda abierta a alternativas que el propio Marx no alcanzó a definir. Tales problemas son estudiados por la relación: a) entre la teoría y los discursos ideológicos que enfrenta para conformar su perspectiva revolucionaria; b) entre los conceptos y propuestas que conforman la teoría misma, según la dialéctica de una demostración en que se realiza por primera vez un punto de vista teórico de la clase proletaria; y c) entre la teoría y la práctica política del proletariado en las coyunturas históricas sucesivas. Pues los análisis de Marx sobre la coyuntura política (análisis políticos de situación del momento, resoluciones que fijan líneas partidistas, discursos políticos, etc.) conforman modos de asimilación e individuación de los efectos de la lucha de clases, particularmente en situaciones de crisis revolucionaria. Le permiten formular una teoría de la acción política que tiene en cuenta las condiciones reales de la práctica política que expresan su objeto (las relaciones de fuerzas de clases involucradas en la lucha del «momento actual»). En otras palabras, sitúan de manera concreta el problema de la unión de la teoría y de la práctica y su incidencia sobre el curso del pensamiento de Marx. Su obra, al tiempo que destaca la autonomía del análisis coyuntural con relación al conocimiento general abstracto, señala la unidad orgánica entre ambos. De modo que la elaboración de la teoría revolucionaria asume una relación compleja con el análisis coyuntural; en todo caso, este último contribuye a la formación y reformulación de la primera.[19]
Tratándose de coyunturas, una vez que el trabajo privilegia las referencias a la obra de Marx, debe explicitar tal decisión ante dos cuestiones: la relación entre las obras de Marx y Engels y la selección de obras y autores de referencia. Los impactos del XX Congreso del PCUS (1956) y del cisma del movimiento comunista internacional acentuaron la tendencia a entablar una nueva relación con la obra de Marx y Engels. El marxismo-leninismo, doctrina que legitimara por tres décadas el liderazgo mundial del PCUS (con su materialismo histórico como expresión y aplicación del materialismo dialéctico, sus leyes de la dialéctica, su sucesión de modos de producción), comenzó a resquebrajarse.
En lugar de un conjunto acabado de textos exponentes de la teoría marxista, los escritos de los clásicos fueron concebidos como expresiones de un proceso de desarrollo, en lo que respecta a la teoría y a su contexto histórico y práctico. A la visión de los trabajos de Marx y Engels como componentes indisociables del corpus del marxismo, se opuso el análisis de las diferencias e incluso divergencias de sus obras.[20] Este estudio no dirime al respecto, pero considera que el uso (y abuso ocasional) de tal distinción brinda motivos para no dar por sentada la uniformidad entre ambos autores.
El contexto de «desestalinización» evidenció además la diversidad de los marxismos. Los procesos de descolonización y los movimientos tercermundistas de liberación nacional, el conflicto sino-soviético y la «revolución cultural», las revueltas del 68, impactaron sobre la llamada «crisis del marxismo». Esta fue entendida como interdependencia de tres elementos: una crisis de desarrollo de los países del «socialismo real», de los partidos políticos y organizaciones obreras de los países capitalistas, y de la teoría misma.[21] En tales condiciones se radicaliza la tendencia, ya presente en el «marxismo occidental»,[22] de asumir a Marx como objeto explícito de análisis e interpelación. Solo que la escisión entre teoría y práctica revolucionarias teorizada desde los años veinte adquiere, cuatro o cinco décadas después, la forma de una revitalización de los análisis sobre la política y el Estado, devenidos campo de investigación y debate dentro del marxismo.
Contra el economicismo hasta entonces imperante, que no problematizaba el rol derivado y superestructural del Estado al servicio de la clase dominante, los años sesenta inician el énfasis sobre su «relativa autonomía» y su compleja relación con la sociedad.[23] A la interrogante sobre por qué y cómo el Estado (como institución separada de la clase o clases económicamente dominantes) cumple el papel de ofrecer nuevos medios de explotación, se opusieron dos tipos de respuesta. Una primera enfatizaba en factores ideológicos y políticos para dar cuenta de la presión de la clase económica dominante sobre el Estado y la sociedad, y la congruencia ideológica entre dicha clase y quienes detentan el poder del Estado (Estado de los capitalistas). La otra, argumentaba el «constreñimiento estructural» del Estado en la sociedad capitalista, su sujeción al aseguramiento de la acumulación y reproducción del capital (Estado del capital).[24] Agente o instrumento, ambas perspectivas podían reclamar la herencia de Marx, y este estudio muestra su común sustento, desde la formación histórico-lógica del concepto en su obra.
La difusión durante la segunda posguerra de muchos de los inéditos de Marx (y de los aportes originales de marxistas proscriptos, como Lukács, Korsch, Gramsci, etc.), así como el debate con una izquierda no marxista radicalizada, propició nuevas valoraciones sobre el significado y el alcance de su labor fundacional. Las divergencias en torno al status del concepto de enajenación, sobre la continuidad o cientificidad de la obra de Marx, coincidieron con las polémicas en torno a la relación entre socialismo y democracia y la pertinencia de la dictadura del proletariado como concepto central de la teoría y la política comunistas. Tales estudios, que marcaron las décadas de los sesenta a los ochenta, ofrecen el contexto de interpretaciones y problemáticas (en buena medida aún abiertas, en su doble resistencia a adecuarse a doctrina de organización o a filosofía universitaria) en que se apoya esta investigación para orientarse en una obra que es imposible desligar de su decurso posterior. Estudiar a Marx es tomar posición frente al marxismo histórico.
Por lo demás, es notorio que la enajenación o alienación[25] es el concepto que involucra las interpretaciones más disímiles sobre el pensamiento de Marx. Virtualmente ignorado hasta la publicación de sus escritos de juventud, en especial de los Manuscritos del 44 (1932), y muchas veces circunscrito a ellos, ha padecido una inflación de usos y debates que desdibujan su especificidad. El concepto se ha visto atrapado en conjuntos de oposiciones (antropológico-ideológico-ahistórico o bien socioeconómico-científico-histórico) que disputan tanto la identidad de su propuesta teórica como el alcance del concepto mismo (propio o no, y en qué sentido, del modo de producción capitalista).[26] Resultado de tales debates ha sido el argumento de la omnipresencia del concepto en Marx, si bien reelaborado y subsumido en el aparato analítico (división del trabajo, propiedad privada, producción mercantil) que desarrolla para dar cuenta de la génesis histórica del modo de producción capitalista.
La permanencia de la crítica de la enajenación, sin embargo, no es evidente en relación con la crítica de la política y el Estado, tras los escritos de 1843–1844. Menos aún, si esta crítica que sustenta el proceso de la revolución proletaria y de la lucha de clases es considerada como indisociable del análisis del proceso de explotación capitalista. Pero esta unidad del problema de la explotación y del problema de la lucha revolucionaria no está exenta de contradicciones.
Al evitar opciones excluyentes, me propongo mostrar el concepto de enajenación como: a) principio de la crítica marxiana del conjunto de la sociedad capitalista; b) como fundamento común y, a la vez, diferenciador entre su crítica de la política y el Estado, y su crítica de la economía política; y c) como marco problemático que limita la articulación de una estrategia política alternativa, propiamente proletaria.
Y es que la nueva fase de expansión capitalista que siguió al aplastamiento de las revoluciones de 1848 y al aniquilamiento de las organizaciones obreras revolucionarias fue el período en que la teoría revolucionaria de Marx enfrentó obstáculos para permanecer como expresión general «de las relaciones efectivas de una lucha de clases existente, del movimiento histórico».[27] La madurez de su crítica de la economía política es alcanzada al precio de una fisura en la relación inmediata con la práctica política, de un desequilibrio entre teoría y praxis que apenas puede ser compensado durante la organización de la Internacional y el breve alzamiento de los comuneros parisinos, y que será evidente durante la formación de los partidos socialistas de masas. Esta rotura del cordón umbilical entre teoría y praxis revolucionaria no pudo menos que incidir en el desarrollo desigual de su crítica de la enajenación.[28]
El problema histórico que enfrenta Marx es el de asumir la estrategia política de la revolución proletaria sobre la base de la crítica de las condiciones que la tornan posible y necesaria. Esta crítica, como el propio Marx afirmara, es realizada ante todo por el propio despliegue del movimiento histórico del proletariado, cuya consciencia teórica quiso expresar. Lo específico de este estudio es valorar el alcance de dicho objetivo, dadas las premisas y herramientas conceptuales que Marx desarrolla.
Notas:
[1] Dentro del marxismo, el término «ortodoxia», como bloque teórico y político y prerrogativa de los partidos socialistas de masa (liderados por la socialdemocracia alemana), maduró como respuesta a la crisis marcada por la propuesta revisionista de Bernstein en 1896. La ortodoxia marxista confirió, durante la Segunda Internacional, una relativa unidad ideológica a lo que no era más que una agrupación de partidos obreros nacionales, al precio de asumir las tesis de Marx como verdades eternas a aplicar mecánicamente. En sus sucesivas etapas (entre polémicas y contradicciones) esta ortodoxia se presentó como un discurso de lo universal, al erigir al partido como la universalidad de la clase y al Estado como la universalidad de la sociedad.
[2] Véase el estudio clásico de Karl Korsch: Marxismo y filosofía. Una valoración en las antípodas de aquel, en particular en lo que respecta a la relación entre teoría y práctica durante la Segunda Internacional, la ofrece Leszek Kolakowski en Las principales corrientes del marxismo. Los fundadores, vol. 1.
[3] Herbert Marcuse: Reason and Revolution. Hegel and the Rise of Social Theory, p. 258.
[4] Cfr. Etienne Balibar: La filosofía de Marx, pp. 6–10; e István Meszaros: Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición, p. 590.
[5] Cfr. Louis Althusser: La revolución teórica de Marx.
[6] Raya Dunayevskaya advierte que el antihegelianismo de Althusser le conduce a paradójicas analogías con las prescripciones de Stalin. Por ejemplo, en su prefacio a la edición francesa de El Capital sugiere «poner entre paréntesis» el capítulo I, considerando la teoría del fetichismo como un resabio hegeliano, y comenzar por el capítulo II («La transformación del dinero en capital»). Cfr. Raya Dunayevskaya: «Filosofía y Revolución: de Hegel a Sartre y de Marx a Mao», pp. 466–467, n. 109; y Louis Althusser: «Guía para leer El Capital». Véase también Adolfo Sánchez Vázquez: Ciencia y Revolución (el marxismo de Althusser).
[7] Cfr. Louis Althusser: La revolución teórica de Marx, pp. 27–32.
[8] Cfr. Michael Löwy: The Theory of Revolution in the Young Marx, pp. 55–56, 141 y 149–150.
[9] Tras el fracaso de las revoluciones de 1848 y del modelo de la revolución permanente (o sea, la revolución minoritaria), que sostenía su plausibilidad, Marx tiende a dar prioridad a otra concepción de la transición del capitalismo al comunismo, asentada sobre el «incremento progresivo de la miseria». Cfr. Stanley Moore: Three Tactics. The Background in Marx, pp. 37 y ss.
[10] Cfr. Daniel Bensaid: Marx ha vuelto, pp. 81–82.
[11] Ludovico Silva analiza cómo, dada la peculiaridad del «sistema expresivo» de Marx, lo conceptual adquiere un valor perceptual y, a la inversa, muchas metáforas han podido ser interpretadas como explicaciones teóricas. Cfr. Ludovico Silva: El estilo literario de Marx.
[12] No es ocioso insistir en que Marx publicó en vida, en ediciones muy limitadas, solo un puñado de las obras consideradas hoy esenciales para comprender su pensamiento. Varios proyectos de edición crítica de las obras completas de Marx y Engels, por razones diversas, han permanecido inacabados. Las consecuencias sobre el modo en que ha sido comprendido y sistematizado son innegables. Cfr. Eric Hobsbawm: «The Fortunes of Marx’s and Engel’s Writings»; y Nicolás González Varela: Marx desconocido. Sobre «La ideología alemana».
[13] Cfr. Georges Labica: «Las lecciones del Manifiesto»; y Eric Hobsbawm: «Marx Today».
[14] Cfr. Slavoj Žižek: Repetir Lenin. Trece tentativas sobre Lenin, p. 7.
[15] Como es sabido, desde los años ochenta la crisis, y luego el fin de las experiencias históricas del «socialismo real» y el desprestigio de los «ismos» erigidos en su nombre, cargaron la obra de Marx con la pesada hipoteca de dicho pasado. Cfr. Horacio Tarcus: «Leer a Marx en el siglo XXI».
[16] Cfr. Ágnes Heller y Ferenc Feher: «¿Tiene futuro el socialismo?».
[17] Lucio Colletti: «Introducción a los primeros escritos de Marx», p. 150.
[18] Cfr. Etienne Balibar: Cinq études du matérialsime historique, pp. 11–13.
[19] Cfr. Trinh Van Thao: «Conjoncture», en Gérard Bensussan y Georges Labica: Dictionnaire critique du marxisme, pp. 220–225.
[20] Uno de los primeros en enjuiciar la influencia del Engels tardío sobre la formación del canon ortodoxo durante la Segunda Internacional fue Georg Lukács en su Historia y conciencia de clase. Véanse asimismo Antonio Gramsci: «Cuestiones de método», en Antología; Maximiliem Rubel: «Friedrich Engels: Marxism’s Founding Father»; Alfred Schmidt: El concepto de naturaleza en Marx; Lucio Colletti: ob. cit.; y Terrell Carver: Marx and Engels: The Intellectual Relationship.
[21] Cfr. Georges Labica: «Marx marxisme philosophie: (quant au statut de la philosophie marxiste)».
[22] Expresión acuñada por Merleau-Ponty en Las aventuras de la dialéctica, de 1955, pero solo generalizada en 1976 tras las Consideraciones sobre el marxismo occidental, de Perry Anderson, para designar una tradición intelectual que, bajo un criterio geográfico y generacional, aglutinaba a disímiles autores que compartían ciertos rasgos comunes (desplazamiento del interés sobre la economía y la política hacia la filosofía, ruptura entre la teoría y la práctica, concepción pesimista de la historia, análisis novedosos sobre el arte y la cultura, etc.).
[23] Por solo referir algunos de los textos que presidieron las polémicas en torno al tema, véanse Ralph Miliband: «Marx and the State»; Ralph Miliband: The State in Capitalist Society; Shlomo Avineri: The Social and Political Thought of Karl Marx; Henri Lefebvre: De l’État; Hal Draper: Karl Marx’s Theory of Revolution I: State and Bureaucracy; Etienne Balibar: Sobre la dictadura del proletariado; Nicos Poulantzas: Estado, poder y socialismo; y Göran Therborn: What Does The Ruling Class When They Rules?
[24] Cfr. Ralph Miliband: «State».
[25] De acuerdo con la traducción de Pedro Scaron, emplearé en el trabajo el término «enajenación», a fin de conservar en español la relación que existe entre fremd (ajeno) y Entfremdung (enajenación), oscurecida cuando se traduce esta última palabra alemana por «alienación». Cfr. Carlos Marx: El Capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El proceso de producción del capital, vol. 1, p. XIX.
[26] Cfr. Herbert Marcuse: ob. cit.; Georg Lukács: El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista; István Meszaros: Marx’s Theory of Alienation; Gajo Petrovic: «El hombre, la libertad, la alienación»; Ernest Mandel: La formación del pensamiento económico de Marx; Ágnes Heller: Teoría de las necesidades en Marx; Adolfo Sánchez Vázquez: Filosof ía y economía en el joven Marx (los Manuscritos de 1844); y Ludovico Silva: La alienación como sistema. La teoría de la alienación en la obra de Marx.
[27] Carlos Marx y Federico Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», p. 596.
[28] Esta idea preside la periodización que establece Karl Korsch y que tanta polémica suscitara entre los portavoces de la Segunda y Tercera Internacional. Cfr. Karl Korsch: ob. cit., pp. 29–31.