El nuevo Papa inicialmente fue subestimado como un «papa transicional», pero cada vez está más claro que es mucho más que una persona de poco peso. El objetivo de Joseph Alois Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, está dado una redirección conservadora a la política de la Iglesia Católica. Las ideas de Ratzinger manifiestan una versión […]
Las ideas de Ratzinger manifiestan una versión católica del fundamentalismo, una tendencia presente en todas las religiones importantes hoy. Después del ascenso del seguidor de la línea dura baptista, George W. Bush, con el resurgimiento del fundamentalismo islámico y judío, ahora el mundo católico tiene su fundamentalista: el bulldog Ratzinger, un nombre que le dieron los medios de comunicación antes de convertirse en papa.
Durante el papado de Juan Pablo II, el entonces cardenal Ratzinger era el jefe de la Congregación por la Doctrina de la Fe (CDF) que, en el aparato del Vaticano, hoy ocupa el mismo papel que la Santa Inquisición para acabar con la herejía. En este papel Ratzinger sirvió como el ideólogo responsable para la elaboración de la línea oficial política y espiritual del Vaticano.
Esta tarea, comenzaba con Juan Pablo II, ahora puede ser terminada con el propio Ratzinger como Papa. Ratzinger no es una copia débil de Juan Pablo II, como muchos periodistas burgueses malinterpretan. Tiene su propia personalidad, en ese sentido, es Juan Pablo II, no Ratzinger, el que puede ser visto como un Papa transicional. Juan Pablo II introdujo un nuevo conservadurismo en el viejo marco de su predecesor Juan XXIII, la continuación de este proceso hasta la ruptura total y la perfección del fundamentalismo ha llegado con el Papa Ratzinger.
Ratzinger es, en todas las apariencias, el «gran inquisidor» que parece ser la vieja consigna conservadora: «habla suavemente y lleva un gran palo». No es un místico, no es carismático, más bien es un escolástico inteligente. El Papa actual es capaz de argumentar contra cada nueva línea teológica y crítica aplicando sus propias ideas. Precisamente porque él es el que ha formulado sus posiciones basadas en una profundización del trabajo preliminar realizado durante el mandato de su predecesor.
Ratzinger también es un táctico astuto y escurridizo, que calcula por adelantado, con detalle, las consecuencias prácticas y políticas de sus giros teológicos. Incluso cuando se da un baño sonriente de multitudes aún así está calculando su apariencia. Quizás esta es la razón por la que se ganó el apoyo de «la rata» entre sus colegas universitarios.
Nos viene rápidamente a la mente el «gran inquisidor» del clásico de Fyodor Dostoevsky, Los hermanos Karamazov, el que arrestó al resurgente Jesús en la España feudal del siglo XVI y después le visitó en prisión. Sin duda Ratzinger no dudaría dar esa misma orden si apareciese ese Jesús comunista revolucionario y no fuera esa construcción abstracta del «hijo de Dios».
Nomen est omen
Ratzinger ha calculado todo por adelantado. Como teólogo de algo rango en el Vaticano ha tenido más de veinte años para preparar su mandato. Sólo el príncipe Carlos de Inglaterra ha tenido más tiempo para prepararse para el trono.
Algunos de estos preparativos son evidentes en la elección de su nombre: Benedicto. Continúa una tradición vaticana en la que el nombre del Papa refleja algo de su programa. El sagrado Benedicto de Nursia (480-547) fue el adalid del movimiento de monjes de la Europa cristianizada. Esta elección del nombre expresa una perspectiva de que los pueblos de Europa han perdido la fe, sobre todo durante la época del comunismo y la revolución cultural de 1968, y por tanto, deben ser «re-cristianizada». De esta manera, la elección del nombre «Benedicto es un grito de batalla por la «re-cristianización» de Europa. A esta respecto es importante comprender que Ratzinger también prevé la «re-cristianización» de la propia Iglesia Católica.
Ratzinger opina que la mayoría de los cristianos lo son «sólo sobre el papel» (como a él le gusta decir) y no verdaderos cristianos. La Iglesia Católica en ese sentido debe ser purificada y regresar a sus fundamentos básicos. Para conseguirlo debe revertirse la secularización y suavización que comenzó tras el Concilio Vaticano Segundo bajo Juan XXIII. Si este hecho significa la pérdida de muchos de los fieles de la Iglesia, bien sólo son «cristianos sobre el papel», la pérdida no es demasiado grande.
En el panteón católico Benedicto de Nursia es al santo patrón de Europa. La elección del nombre por parte de Ratzinger también parece un reflejo de su deseo de integrar la Iglesia Católica con la política del proyecto de unificación de Europa, con la intención de poner el sello católico sobre su político. En contradicción con el anterior papa, Ratzinger se ha opuesto a la entrada de Turquía en la Unión Europea. Este hecho junto con su posición (afirmada en su reciente visita a Austria) de que la Unión Europea debe jugar un papel dirigente en la lucha por la paz y contra la pobreza, le sitúa de manera clara y táctica como un seguidor del imperialismo franco-alemán.
La elección del nombre pontificio también refleja las prioridades del nuevo papa. Ratzinger elige Benedicto en honor a la obra de Benedicto de Nursia (cuyo papel ha sido discutido) y también por Benedicto XV. Como ya hemos dicho su hombre indica sus prioridades y éstas requieren un análisis más estrecho de su más reciente predecesor en la línea benedictina.
Benedicto XV: el Papa de la guerra, de la revolución y la contrarrevolución
Benedicto XV, predecesor de Benedicto XVI, fue papa entre 1914 y 1922, en el momento de la guerra, de la revolución y la contrarrevolución. Desarrolló la idea original de una necesario «re-cristianización» de Europa. Hizo un llamamiento a una cruzada contra la Revolución Rusa que fue respondida por el ataque brutal del autoritario clero polaco contra la joven república obrera soviética.
La visión política de Benedicto XV fue una superpotencia europea católica. Si Francia y Alemania estaban en paz entonces se podría formar un bloque contra el bolchevismo ruso y contra el protestantismo anglosajón. Al menos en un sentido puede ser visto como una especie de genio para una futura unificación europea reaccionaria.
Benedicto XV describió la teología moderna como una «plaga perversa» y se posicionó en contra de cualquier forma de democracia. Veía en la apostasía de la Cristiandad como la razón que estaba detrás de todos los grandes demonios de la época: guerra, revolución, socialismo, democracia. La apostasía cristiana era, para él, responsable del declive de la civilización burguesa.
Como en la época de Benedicto XV, hoy también nos encontramos en un tiempo de guerra, crisis, agitación, revolución y contrarrevolución. Las guerras en Iraq y Afganistán, el hambre, las epidemias, la inestabilidad económica, el resurgimiento de la pobreza y el desempleo de masas en el mundo industrial, la revolución en América Latina, todo esto caracteriza nuestra época. Las religiones también están en crisis, se refleja en el renacer fundamentalista dentro de los tres sistemas de fe dominantes. En realidad, vivimos en un tiempo perfecto, hecho a la medida para un nuevo salvador católico fundamentalista, Benedicto XVI. La decadencia se deja sentir en cada uno de los poros de la sociedad. Pero no es la decadencia de la civilización como tal, es la decadencia de la barbarie capitlaista.
Benedicto XVI: el Papa del nuevo (des)orden mundial
Benedicto hace referencia una y otra vez a la crisis omnipresente del capitalismo. Por ejemplo, dice lo siguiente en su último libro sobre Jesús de Nazaret:
«Frente a las crueldades del capitalismo, que degrada el ser humano a una mercancía, comprendemos lo que Jesús quería decir con su ‘advertencia de la riqueza», del Dios Mammón que destruye el ser humano y que tiene un dominio completo de zonas grandes del mundo». Habla del mundo como un «desierto de pobreza, un desierto de hambre y sed. Un desierto de soledad, de abandono y de amor destruido». [Traducido de una cita del alemán].
Pero la única salida detrás del velo terrenal de lágrimas para Ratzinger es a través de Cristo el libertador y la salvación del alma. El bienestar físico de la humanidad no es nada comparado con la salvación espiritual.
Durante su visita a Brasil, el Papa dijo que la población indígena añoraba en silencio al Dios de la Iglesia Cristiana mucho antes de que Colón llegara a América. Y fue su conversión a Cristo lo que les liberó de la necesidad espiritual. Teniendo en cuenta el genocidio que acompañó a estas conversiones, esta salvación ¡es algo dudosa! Pero esta opinión es la consecuencia lógica del pensamiento teológico de Ratzinger. La pregunta que debemos hacer: ¿Qué es más valioso, la «salvación» del alma a través de la conversión forzosa o a la atención a las condiciones materiales de vida concretas de la población? Para Ratzinger la respuesta es obvia: la salvación «espiritual».
Ratzinger sabe muy bien que el giro de la iglesia hacia el fundamentalismo es apropiado para la tendencia general del mundo que cada vez tiende más a la polarización social, la crisis y la inestabilidad. La gente busca respuesta y una salida a las contradicciones imposibles del mundo actual.
«La caída en la Nada»
En su primera obra, Introducción a la Cristiandad, Ratzinger se ocupa de la inminente caída de la fe en el nihilismo. A Ratzinger le gusta tronar contra la dictadura del relativismo. Cuando habla sobre la decadencia de la moral, la pérdida de significado y la decadencia de los valores, encuentra una característica importante de la crisis capitalista, una crisis de relaciones humanas.
Para Ratzinger, el relativismo no sólo es el nihilismo y el escepticismo del post-modernismo (un concepto filosófico también ajeno a los marxistas). Para él, el relativismo también es cualquier corriente ideológica que se oponga a la concepción del Juicio Final. El hombre debe estar controlado por el temor a Dios y el Juicio Final, de otra manera, degenerará en una bestia salvaje.
Con esta concepción, Ratzinger intenta explicar la creciente inestabilidad social, las guerras y el terrorismo. El único problema es que las guerras y atentados terroristas actuales realmente están organizados por personas que creen en el Juicio Final. En realidad, para Ratzinger, el relativismo es cualquier sistema de fe humanista que ponga el ser humano, en lugar de a Dios, como el centro del universo.
La teoría de Ratzinger es profundamente anti-humanista y se puede ver en su opinión de que Jesús solo es «verdaderamente humano». Esta posición revela una creencia en que la forma humana física es una falsificación de la figura de Cristo, alguien que nunca puede ser «verdaderamente humano». Sólo a través de Cristo uno puede ser consciente de su humanidad. De esta manera, Ratzinger niega al ser humano su calidad de persona. Esta postura es muy inhumana y fundamentalista. Ha sido utilizada como una excusa eficaz de las crueldades históricas perpetradas por la Iglesia Católica, como la conversión forzosa de los pueblos indígenas de América Latina.
«Satán ataca a la Iglesia tanto desde dentro como desde fuera»
Este comentario del ex – obispo de Salzburgo sobre la renuncia del obispo reaccionario de la baja Austria después de un escándalo sexual, parece obedecer al pensamiento de Ratzinger. El Papa Benedicto XVI ha escrito dos obras: la encíclica Dios es amor y el libro Jesús de Nazaret. En un estilo típico del «gran inquisidor», detrás de estos títulos inocentes se oculta un contenido enérgico destinado a los «enemigos» de la iglesia, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
El objetivo de Dios es amor es presentar al Dios católico como el único Dios al que se puede amar, lo que es una profunda contradicción con el islam, el judaísmo y el protestantismo. Además, para Ratzinger el Dios de los católicos es la única figura divina que corresponde con la concepción occidental de la «Razón». Como dejó claro en su famoso discurso en Regensburg (2006), el islam es especialmente incompatible con la «razón». En el esquema de Ratzinger el dios islámico es un dios arbitrario e irrazonable.
Ratzinger hizo estos comentarios inmediatamente después del conflicto por las caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten (septiembre de 2005). En una atmósfera de alta tensión él echó más leña al fuego, planteando un «choque de culturas» artificial. Después dijo que se le había malinterpretado. Es una excusa infantil y absurda para el líder absoluto de la principal religión del mundo. Una respuesta imposible, sobre todo cuando él simultáneamente pretende que quiere el diálogo y la paz entre las tendencias religiosas en un momento de aumento de las tensiones.
El libro de Ratzinger, Jesús de Nazaret, es el objetivo de todos los teólogos, sobre todo de aquellos que quieren el cambio aquí y ahora. Ratzinger acusa a los que apoyan la teología de la liberación de no comprender el «significado de la pobreza». Esta es una condición que existe en la ideología de Ratzinger exclusivamente para preparar la etapa de la liberación espiritual en el cielo.
Se podría preguntar cómo la pobreza puede tener algún significado y qué tipo de pensamiento perverso se oculta detrás de esta idea mórbida. En este contexto, la pobreza no tiene un significado «práctico» real, y para nosotros la liberación de las consecuencias reales de la pobreza es una tarea de aquí y ahora.
En el libro Jesús de Nazaret, Ratzinger escribe: «la interpretación de la Biblia se puede convertir en realidad en un ¡instrumento del Anticristo!»
Cuando los periodistas burgueses alaban el llamamiento a que todos los teólogos critiquen su libro, olvidan que su llamada contiene una amenaza oculta. Criticar su posición es exponerse como un «instrumento del Anticristo».
Bush y Ratzinger. Hermanos de espíritu
Ratzinger y su círculo de amigos hablan con admiración del movimiento cristiano en EEUU, parece un ejemplo de cómo es posible la «re-cristianización» en una sociedad moderna.
El lobby de poder de la sociedad cristiana protestante de baptistas y evangélicos en EEUU, con su ejército de predicadores televisivos y pseudo-científicos fundamentalistas, es envidiado. El cardenal australiano Christoph Schönborn, un amigo cercano de Ratzinger, comenzó un debate sobre el «diseño inteligente» en The New York Times. Esta teoría reaccionaria de la evolución va dirigida contra el punto de vista materialista científico. Al plantear eta idea, el cardenal australiano apoya la lucha de la sociedad cristiana contra la ciencia moderna por el dominio de la conciencia popular.
El protestantismo es un rival de la Iglesia Católica. Pero frente a la amenazante caída de la fe en la nada y con el «choque de culturas», cada cristiano fundamentalista se convierte en un aliado. El «choque de culturas», que preparara el escenario para todo tipo de fundamentalismos religiosos, es exactamente lo que Ratzinger quiere que ocurra. Dentro de un «choque de culturas» las diferencias artificiales entre los pueblos se liberan y las personas comienzan a acercarse temerosas alrededor de construcciones como «cultura», «nación», «identidad» y también «religión». Para Ratzinger este escenario es la salvación de la Iglesia Católica.
En este aspecto es interesante que Ratzinger entrase descaradamente en la política norteamericana apoyando a George W. Bush en su última campaña electoral a la presidencia de EEUU. Como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger en medio de la campaña electoral, envió una carta pastoral para que se leyera en las iglesias católicas de EEUU. La carta decía que nos católicos que no se oponían estrictamente al aborto no podrían asistir a misa. Esta carta iba en contra de la posición del candidato demócrata John Kerry, que defendía una postura favorable a este tema. Por primera vez en EEUU, una gran parte de los votantes católicos votaron republicanos, es decir, a favor de la posición antiabortista de George W. Bush. Esta interferencia de la Iglesia Católica en la política estadounidense no tenía precedentes en la historia moderna de EEUU.
Ratzinger y el marxismo
No hay nada que Ratzinger odie más que las ideas del marxismo. Durante su visita a América Latina apeló a la población a que fuera consciente del daño que el marxismo estaba haciendo en Bolivia y Venezuela. Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, cuando todos los medios de comunicación anunciaron la muerte del marxismo, el socialismo y la lucha de clases, el jefe de la religión más grande del mundo advierte del peligro del marxismo y la lucha de clases. Y, por supuesto, desde su punto de vista de clase, tiene razón al hacerlo.
Las ideas marxistas representan el mayor peligro para Ratzinger porque muestran una salida a la miseria capitalista, al «desierto del hambre y la sed, el desierto de la soledad, del abandono y del amor destruido» aquí y ahora, una sociedad donde las personas son las dueñas de sus relaciones económicas y sociales, en lugar de simples mercancías. El ser humano sólo puede ser tal en una economía planificada democráticamente que produzca por necesidad y no por el beneficio. Nosotros defendemos esta visión del «socialismo». En América Latina esta idea mueve a millones de personas, esta visión del paraíso aquí y ahora históricamente siempre ha sido el mayor peligro para todos los que defienden que las personas deberían esperar la salvación en un mundo mejor en el Reino de los Cielos.