La cinta de Moebius Alcalá Grupo Editorial (Jaén), 2007 190 págs. 0. Decía Borges que la teología era una rama, no lo suficientemente explorada, de la literatura fantástica. El escritor argentino fundamentaba su aserto, tal vez, en la contradicción subyacente a una ciencia que trata de discernir los atributos y perfecciones de Dios y […]
La cinta de Moebius
Alcalá Grupo Editorial (Jaén), 2007
190 págs.
0. Decía Borges que la teología era una rama, no lo suficientemente explorada, de la literatura fantástica. El escritor argentino fundamentaba su aserto, tal vez, en la contradicción subyacente a una ciencia que trata de discernir los atributos y perfecciones de Dios y que, por ello mismo, se enfrenta a un objeto de estudio cuanto menos evanescente, sometido al hacer (literario) del teólogo que lo va recreando en cada línea de su texto. La inscripción de ese (supuesto) saber sobre Dios debería plantearse, pienso, sobre un soporte no convencional: la materialidad de una escritura capaz de definir la divinidad podría surgir de un libro tan infinito e inabarcable como la divinidad misma. Borges lo concibe en uno de sus relatos más memorables, «El libro de arena», contenido en el volumen del mismo título de 1975. Su (¿afortunado?) poseedor comprende, finalmente, que dicho libro es monstruoso, «…un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad». [1] Un libro sobre Dios es aberrante en su misma materialidad de objeto. La cinta de Moebius propone, ni más ni menos, una nueva fundación de la escritura teológica y ello se hace patente en el subtítulo de la obra: «Manual de teología electrónica para internautas». El autor incurre en un pleonasmo: todo manual de teología es electrónico y estaba destinado a serlo. Dios es un hipertexto de la razón humana que se despliega, hasta el infinito, en las pantallas de los ordenadores, presencias insistentes de nuestra posmodernidad. Sólo ahora, en el instante en que escribo estas líneas, comprendo por qué lo estoy haciendo a mano, en un folio cuya tangible blancura nada tiene que ver con la emanada desde el ciberespacio. No quiero sentirme absorbido por ninguna pantalla (por ninguna metafísica) a la hora de escribir sobre esta ¿novela? que, como dice Julio Cortázar en su Libro de Manuel (pertinentemente citado por Talens como nota en exergo de su texto), establece un «deliberado contubernio con la historia de nuestros días».
1. Manuel Talens da cuenta en su relato de la tercera rebelión de los ángeles. Esa nueva escritura teológica a la que antes aludía se encarna, a su vez, en la reformulación de la palabra inaugural proferida en el Génesis. Antes de que en el Caos empezaran a susurrarse las primeras sílabas con las que el Tiempo se escribe, tuvo lugar el enfrentamiento entre los dos bandos de la milicia angélica. Sus ecos andan dispersos por diferentes libros de la Biblia, pero la primera emergencia textual de Lucifer como ángel caído corresponde a la interpretación que hicieran los Santos Padres del texto del profeta Isaías (XIV, 12). Defenestrado del cielo a la tierra, el que fuera «estrella rutilante, hijo de la aurora» es, en la versión latina de la Vulgata, «Lucifer qui mane oriebaris». [2] La narración épica del acontecimiento, con un ejército diabólico que inventa la pólvora y las balas (algo que me fascinó en mi primera e infantil lectura del poema) corre a cargo de John Milton en El paraíso perdido (1647). En el Canto VI, el arcángel Rafael cuenta a un estupefacto Adán el carácter cruento de la batalla y el castigo ejemplar de Lucifer. La caída del ángel rebelde precede a la del propio Adán, a quien Yahvé condenará por el mismo delito de desobediencia a su mandato. Pero en el comienzo del relato de Rafael, Satán -personaje que a Milton, inconscientemente, le quedó harto simpático según han hecho notar muchos comentaristas de la obra- se dirige a Abdiel, el arcángel que lo desafía y le reprocha: «Estos son los que tú has armado, mercenarios del cielo, que siendo esclavos, intentan pelear contra la libertad». [3] La batalla pulsional (por lo imperativa y violenta) entre ángeles y demonios va abocada a la reafirmación de un unívoco goce celestial, sin fisuras que permitan la disidencia, en un ordenado deber ser.
2. Muy otra es la visión de Anatole France en La rebelión de los ángeles (1914). La prosa volteriana y juguetona de este autor (hoy injustamente olvidado), que bebe tanto en las fuentes de la novela libertina del siglo XVIII como en el discurso enciclopedista de sus filósofos librepensadores, parece interpretar aquí, pro domo sua, otro enigmático versículo de la Biblia: «Y viendo los hijos de Dios que las hijas del hombre eran bellas, se procuraron esposas de entre todas las que más les placieron» (Génesis VI, 2). [4] En la novela de France, el épico Abdiel del poema de Milton se metamorfosea en ángel custodio de un burgués parisino (Mauricio) y se materializa en carne mortal justo cuando el susodicho burgués se encuentra retozando con Gilberta, su bella amante. Que Abdiel (Arcadio en la tierra), aprovechando la circunstancia meta mano a las apetecibles turgencias de Gilberta es tan sólo la menor de las transgresiones de un relato capaz de poner en escena a querubines anarquistas cuyas bombas siembran el terror en París o, para escándalo de la Iglesia Católica (cuyo famoso Índice de libros prohibidos se vio alimentado con este nuevo título), argumentar que el culto a Dios es fruto de un equívoco: el mundo no fue creado por Yahvé, sino por un demiurgo harto mediocre, Ialdabaoth y éste no sabía muy bien lo que se hacía. France termina su novela en muy brillante acorde: Satán, a punto de encabezar la segunda rebelión de los ángeles para arrojar del trono al falsario, renuncia a la empresa y, profeta escéptico donde los haya, medita sobre la reversibilidad del Poder: el Dios vencido se convertiría en Satán y Satán se convertiría en Dios. La última frase del texto la dirige Satán a Nectario, antiguo fauno hacedor de la felicidad de los humanos, y supone toda una reivindicación ética de los valores del espíritu. El oscurantismo religioso y el limitado horizonte intelectual de sus eclesiales sicarios en 1914 (extrapolable, para nuestra desgracia, a la actualidad), tenían motivos para sentirse atacados. Reproduzco esta frase en la clásica traducción de Luis Ruiz Contreras: «Tú combatías junto a mí antes del nacimiento del mundo. Entonces nos vencieron, porque no logramos comprender que la victoria era espíritu, y que para destruir a Ialdabaoth hemos de luchar interiormente, a solas con las pasiones que nos impulsan, hasta ser cada uno dueño de sí». [5]
3. La desiderata especulativa con la que France cierra su novela evoca, en los lectores de hoy, el aserto de Michel Foucault: nunca se deja de hablar del Poder… ni siquiera en el Cielo. La novela de Talens plantea esa necesidad de intervenir en las cuestiones del Poder por medio de la palabra escrita. El programa ideológico y político lo enuncia así el arcángel Gabriel (p. 152): «La literatura como arte consiste en desrealizar la realidad para convertirla en ficción verdadera». He puesto en cursiva esta última palabra por ser cifra del sujeto en su mayor grado (deseante) de intimidad; intimidad que (según Lacan) sería susceptible de transformarse en extimidad. Una palabra plena ubica al sujeto en el mundo y las ficciones que desde ella se elaboren pueden hablar, con solvencia, de la realidad de dicho mundo. Así lo ha sabido ver Rafael Ventura en su excelente reseña del libro: «Talens, el verdadero Dios creador de La cinta de Moebius, ha logrado lo que antes nadie había osado hacer: unir fe e historia, religión y mundo, introduciendo las premisas del materialismo histórico en la creación del universo a manos de Dios». [6] Karl Marx en su undécima tesis sobre Feuerbach ya lo había dejado meridianamente claro: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo«. [7] Lo que el pensador alemán escribió en la primavera de 1845 no era más verdad entonces que en la primavera de 2008, mientras escribo estas páginas. La cinta de Moebius es una ficción verdadera de nuestro tiempo que establece una fértil ruptura con las dos novelas anteriores de Manuel Talens, La parábola de Carmen la Reina (1992) e Hijas de Eva (1997). El espejo sin fisuras y de límpido azogue, propio del narrador omnisciente, se vela y fragmenta; sus pedazos adoptan inopinadas formas autorreflexivas en las que el texto se pliega sobre sí mismo, cuando no se nutre de abundantes elementos paratextuales que delimitan la variabilidad de su entorno: gráficas, recuadros, direcciones (en azul) de correos electrónicos, el ya mencionado subtítulo de la novela sobre la especificidad de su uso como manual de teología electrónica… hasta llegar, deliberadamente, al pastiche posmoderno. [8] La adopción de fórmulas extraídas del metalenguaje científico confiere distancia irónica a la narración, sin apartarla nunca de su coherencia interna. Nada más lógico que una citología (practicada para determinar el sexo de los ángeles sobre una pluma de las alas del arcángel Gabriel) descubra, en el corpúsculo de Barr nuclear, una pluma microscópica «digna de un miniaturista de la escuela flamenca» (p. 95). Y la mejor lectura que se puede dar, desde la química orgánica, de la sustancia del alma («aire, humo y seda», según José Hierro) es, sin duda, la de que se trata de una nubecilla formada por «cuatro anillos pirrólicos en torno a un átomo central de carbono» (p. 43).
4. La cinta de Moebius finaliza con un letal paratexto donde la primera creación del universo se apaga en unas páginas en negro, similares a las que utilizaba Jardiel Poncela cuando, en el relato, un tren se adentraba en un túnel o Laurence Sterne a la hora de evocar el mundo de ultratumba del pobre Yorick. Parafraseando a T. S. Eliot, el mundo no se acaba con un quejido, sino con un clic en el botón derecho del ratón que el arcángel Gabriel pulsa para eliminar el programa. La nueva luz del Regénesis, donde Dios Padre Todopoderoso revisa y corrige los errores de su primer texto, se corona en estas últimas páginas. Un poco antes, el lector ha asistido, a su vez, a una lectura de seis informes angélicos sobre el Estado de la Nación Terrenal, que van desde la Iglesia Católica a los Medios de Comunicación, pasando por el Conflicto Israelo-palestino y la Globalización Neoliberal. Y es de agradecer que el autor sea en ellos didáctico a la par que contundente. Dichos informes justifican plenamente el taxativo reseteado del sistema, porque claman al Cielo (nunca mejor empleada la expresión) y piden una respuesta inmediata a tanto crimen consentido, a tanta hipocresía disfrazada de dogma y a tanta intemperancia, abriendo así el paso -si se me permite la paradoja psicoanalítica- a un deseo que se manifestara en forma pulsional, en un deber ser imperativo. Clic o no clic: la primera opción supone volver a la página en blanco electrónica, conceder una segunda oportunidad al programa, una nueva escritura a la Escritura. Además de novelista,
Manuel Talens es también comentarista político en los medios alternativos (principalmente en www.rebelion.org) y miembro fundador de www.tlaxcala.es, la red de traductores por la diversidad lingüística. Cree, pues, en la existencia de otro orden mundial basado en los principios de la solidaridad y en un reparto más justo de esta tierra que, no sabemos hasta cuándo, todavía permanece mientras las generaciones de los hombres se suceden al igual que las hojas en los árboles.
Notas
[1] El libro de arena, en Jorge Luis Borges: Obras Completas, III, p. 71. Emecé Editores, Barcelona, 1989.
[2] Vid. Sagrada Biblia en la versión de José María Bover y Francisco Cantera Burgos, p. 906, nota 12. Biblioteca de Autores Cristianos, cuarta edición. Madrid, 1957. Debo estas precisiones al fino teólogo y amigo que es José María Monzó.
[3] Cito por la antañona traducción (1873) de Don Cayetano Rosell en la edición facsimilar de la Editora de los Amigos del Círculo del Bibliófilo, S.A., p. 110. Barcelona, 1980.
[4] Sagrada Biblia , ed. cit., p. 39.
[5] Anatole France: Novelas Completas y otros escritos, II. Ed. Aguilar. México, segunda edición, 1962.
[6] Vid. http://circulodetiza.blogspot.com /
[7] Marx-Engels: Obras escogidas, 2, p. 428. Akal. Madrid, 1975.
[8] Un brillante ejemplo del mismo lo es, sin duda, la versión sicalíptica de un soneto religioso de Lope de Vega llevada a cabo por el alma del ilustre vate en la página 37.
El Viejo Topo, número 245, junio de 2008
Juan Miguel Company es profesor del Departamento de Teoría de los Lenguajes (Universidad de Valencia).