Aunque lamentablemente la cooperación está de actualidad por la tragedia que suponen los secuestros de los cooperantes, me voy a ocupar aquí de una tragedia un poco más teórica pero también, en mi opinión, preocupante. Dejadme estructurar el artículo en dos secciones; una breve aproximación al concepto de problema, y una aplicación del concepto al […]
Aunque lamentablemente la cooperación está de actualidad por la tragedia que suponen los secuestros de los cooperantes, me voy a ocupar aquí de una tragedia un poco más teórica pero también, en mi opinión, preocupante.
Dejadme estructurar el artículo en dos secciones; una breve aproximación al concepto de problema, y una aplicación del concepto al caso de la cooperación.
El problema.
Cuando comencé la lectura de los «Cuadernos Azul y Marrón» leí la siguiente pregunta «¿Cuál es el significado de significar?» Es, evidentemente, una pregunta filosófica; en cierto sentido provocó en mi una pequeña bofetada cerebral, si es que algo así puede decirse; actualmente creo que esta pregunta es una pregunta con trampa aunque Wittgenstein sea precisamente uno de los filósofos más preocupados en sacar a la mosca de la botella, en este caso, creo yo, no lo puede conseguir; de hecho, que yo sepa, no volverá a hacer esta pregunta.
Considero fundamental el momento de elección de las preguntas si queremos encontrar la respuesta que verdaderamente buscamos, esto parece sugerir algo como lo que sigue; podemos preguntar algo que no nos ayude a encontrar la respuesta que buscamos; ¿es esto posible? Para que esto sea posible deberíamos tener una especie de necesidad o disposición a buscar una respuesta que todavía no ha sido expresada con una pregunta; ¿o acaso es la pregunta la que crea el problema? Si fuera la pregunta la que crea el problema, entonces no podríamos formular preguntas incorrectas, si acaso preguntas irresolubles.
Puede perfectamente advertirse que yo no creo en esto último, en mi opinión la pregunta no crea el problema, aunque verdaderamente haya preguntas que no son expresión de un problema sino que lo crean en su más puro sentido, (basta acercarse a conceptos como el de «double blind» de los sistémicos para entender esto), estas preguntas son peligrosas y pueden llevar a uno a la locura, no es fácil desenmascararlas; continuando con la metáfora uno no puede escaparse de la botella si cada movimiento la hace más compleja. Si aceptamos que una pregunta es la expresión de un problema, es claro que esta expresión del problema puede acercarnos más o menos a la solución del mismo; por poner un ejemplo, pongamos que queremos salir de casa pero no encontramos las llaves, esto es un problema (mayor o menor dependiendo de la prisa que tengamos), pero todavía no tenemos ninguna pregunta, normalmente toda resolución de un problema exige una simplificación en términos de pregunta, en este caso fácilmente podríamos preguntar (1) «¿Dónde habré puesto las llaves?» y ahora veamos como la formulación de una pregunta establece un marco que sirve para guiar nuestro proceder en la resolución; en el caso de una pregunta como (1) el marco es el conjunto de lugares en donde potencialmente pude haber puesto las llaves; nuestro proceder será, luego, recorrer los lugares dónde hemos estado y dentro de esos lugares buscaremos en mesas, armarios, estanterías, bolsillos, y todos esos sitios donde lógicamente podamos haber puesto las llaves. Esto solucionará muchos de los casos, pero ¿qué pasa si las llaves se me han caído? En estos casos la formulación de una pregunta como la expresada en (1) impide la solución; yo no voy a ponerme a buscar en el suelo, ni debajo de la mesa, ni bajo los cojines del sillón, simplemente porque en esos lugares yo no habría puesto las llaves; pero si yo hago una pregunta como (2) «Dónde se me pudieron haber caído las llaves» la cosa cambia sustancialmente, nuestro proceder será distinto, y probablemente, si es que se nos han caído, las encontraremos tarde o temprano.
Dicho lo anterior podemos complicarlo un poco más ¿que pasa con un problema actualmente real que ha sido creado en algún momento y que todo intento de solución no hace sinó complicarlo, o al menos no parece ayudar verdaderamente a resolverlo? En psicología se conoce un término realmente interesante que es el de Folié a deux que viene a traducirse como deliro compartido, imaginemos que las personas que comparten ese delirio intentan ayudarse a solucionarlo, sin duda todo puede ir a peor. Normalmente para resolver un problema de este tipo es necesario una reestructuración del mismo, y esta puede venir, como en el caso de nuestras llaves perdidas, por una nueva formulación de la pregunta que se supone que lo está expresando. Problemas de este tipo son los que se producen en las relaciones internacionales con la llamada escalada simétrica (paradigmática es la etapa de la guerra fría, en la que ambos estados incrementan su arsenal militar porque el otro lo hace; aquí la solución pasa por invertir la tendencia) o los supuestos de paradojas pragmáticas clásicas como el dilema del prisionero (estos problemas pueden llegar a resolverse adecuadamente gracias a una iteración de rondas en la que los intervinientes hacen elecciones sucesivas teniendo en cuenta las rondas anteriores y la confianza en el resto) y demás problemas que atañen a la Teoría de Juegos.
La cooperación.
Siguiendo con nuestro planteamiento, otros casos de problemas alimentados por su solución, se producen con la llamada metacomplementariedad (caso típico es el del jefe que ordena a sus empleados que se comporten como si él no fuera su jefe) este caso me interesa especialmente porque puede producirse en situaciones de cooperación a los pueblos.
Pongamos el caso de un pueblo oprimido o simplemente con ausencia de recursos; en estos casos suele producirse un equilibrio de viabilidad, por debajo de ese equilibrio el pueblo tiende a desaparecer, pongamos ahora que la sociedad internacional decide ayudarles. Si el pueblo está oprimido toda liberación externa difícilmente será una liberación sino más bien una nueva conquista de un signo distinto (casos como el de EEUU con Irak) en este sentido podemos tomar como lema esas clásicas ideas libertarias, la libertad sólo puede ser conquistada por uno mismo. En los casos de pobreza la situación no deja de ser complicada, en mi opinión lo es más. Una cooperación no puede convertir a un pueblo en dependiente de la misma. Por definición la ayuda viene de fuera, nunca de la propia comunidad (una comunidad no se ayuda a si misma, simplemente actúa; sea para bien, sea para mal.) en este sentido es inevitable que se cree un dualismo dentro-fuera que suele convertirse en un ayudantes-ayudados. Quizá las cosas no sean tan sencillas; si los cooperantes son siempre los mismos pueden llegar a integrarse en la comunidad y vencer el dualismo convirtiéndose en miembros de la comunidad; lo contrario sucede si los cooperantes pasan breves periodos de tiempo en cada pueblo impidiendo, con ello, que el pueblo sienta que también aporta algo a estos cooperantes. Quizás se piense que en cualquier caso los recursos con los que se ayuda a una comunidad siempre van a ser externos, dado que la comunidad no tiene recursos (nótese lo discutible de esta afirmación); en mi opinión, y salvando casos puntuales, esto no tiene porqué ser así, normalmente las comunidades sí que tienen recursos y es una mala gestión de ellos (normalmente porque existen intereses externos) la que es causa del problema. Ojalá la filosofía de los bienes comunes se extienda a la práctica de la cooperación (sabemos que de hecho esto es así en algunas ONGs como bienescomunes.org)
¿Qué es necesario para la existencia de un mecanismo como este? Esta pregunta es sorprendentemente fácil de responder y sorprendentemente difícil de llevar a la práctica. ¿Que hace falta para una gestión comunitaria de la producción y el consumo? Confianza.
Es clásico entender que una gestión común de los recursos inevitablemente conduce a una sobreexplotación, esto ha sido expuesto por Garret Hardin en su requetecitado artículo «La tragedia de los comunes» Afortunadamente este artículo ha sido recientemente ubicado en sus justos términos (dada la confusión en que Hardin incurre entre bienes nullius y bienes comunales) por Elinor Ostrom e incluso autores anteriores, pero fue precisamente Ostrom quien lo ha realizado con mayor contundencia (contundencia la cual le valió recientemente el premio nobel en economía). Ostrom le concede a Hardin que efectivamente «está garantizada la sobreexplotación de un recurso valioso cuando éste tiene, de hecho, un acceso libre sin derechos establecidos de propiedad» pero en contra de lo que opina Hardin los comuneros son capaces de dotarse de reglas e instituciones que la impidan; factores como la identidad del individuo, el contexto grupal en el que se toman decisiones, y si la situación se repite y si se puede usar la reciprocidad para ganarse una buena reputación que favorezca la confianza, son elementos que apoyan un comportamiento cooperativo y evitan la sobreexplotación y la tragedia. Cuando decíamos que la confianza es lo que permite una gestión adecuada de los bienes comunes nos referíamos precisamente a esto, todos estos elementos que cita Ostrom, están dedicados a favorecer la confianza en una determinada comunidad, la creación de instituciones, la posibilidad de castigar al sobreexplotador, etc…
Desafortunadamente los trabajos de Ostrom son prácticamente desconocidos en España, salvo en algunos reductos interesados por el open source y el procomun. A este respecto me parece bueno indicar que existe una compilación de artículos muy interesante y de libre acceso llamada «Genes, bytes y emisiones» en la que Ostrom colabora con un artículo que resume, un poco a grandes rasgos, sus aportaciones. Para más artículos de Ostrom pasaros por delicious.
Terminando.
Toda ayuda debe buscar, en mi opinión, la gestión adecuada de la confianza entre los miembros de la comunidad y entre sus relaciones con terceros. Evidentemente esto no ha de pasar por una confianza ciega, sino por el establecimiento de sistemas adecuados de resolución de conflictos, la creación de instituciones (probablemente autogestionadas) que permitan el castigo al tramposo, así como la adecuada organización en el reparto de los bienes y los tiempos. Una ayuda que simplemente mantenga la distinción dentro-fuera (favoreciendo la producción de recursos externos así como su gestión externa) no es propiamente cooperación dado que impide la autogestión y somete a la comunidad a una dependencia externa. Una ayuda que no permita una cooperación en su sentido más pleno, es decir, en una ayuda recíproca de la comunidad y los agentes externos (de forma tal que la ayuda deja de ser ayuda para convertirse en una cooperación entre dos entidades en pie de igualdad) no es propiamente ayuda, sino un mantenimiento del problema; una especie de folie a plusieurs que no debe ser defendido; una especie de paradoja de la metacomplementariedad en la que los ayudantes no están interesados en cambiar verdaderamente la situación (o quizá no lo estén de una forma contundente) porque un verdadero ayudante tiene que estar interesado en sacrificio de su propio rol, en dejar de ser ayudante. Por eso es preferible el concepto de cooperación, si este se entiende en su sentido auténtico, es decir, en la mutua resolución de un problema común, y este es precisamente el punto a donde quería llegar, no hay cooperación cuando uno ayuda a resolver un problema de otros, sino cuando veo cada problema como un problema que es también enteramente mío, esto no deja de ser una cuestión de justicia, pero cusiosamente no es sólo la justicia lo que aconseja tomar una postura cooperativa (frente al que sólo ayuda) sino que además es el único modo de resolver auténticamente el problema.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.