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La tragedia griega y el eslabón débil del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Como buen cónsul del imperio, hace dos o tres años, Francis Fukuyama estuvo de tour por los países de América Latina. En los argumentos que esgrim ía en sus disertaciones, anunciaba la buena nueva: el Consenso de Washington ha fracasado. O sea, aquel recetario impuesto a los países de la periferia por parte de las […]

Como buen cónsul del imperio, hace dos o tres años, Francis Fukuyama estuvo de tour por los países de América Latina. En los argumentos que esgrim ía en sus disertaciones, anunciaba la buena nueva: el Consenso de Washington ha fracasado. O sea, aquel recetario impuesto a los países de la periferia por parte de las instituciones financieras: apertura de la economía, flexibilidad en los tipos de cambio y las tasas de interés, reforma fiscal, reducción del gasto público para la reducción de déficit fiscal, disciplina presupuestaria, apertura a la inversión extranjera, conversión del Estado en un Estado subsidiario, privatización de las empresas del Estado, desregulación de los mercados, no brindaron los resultados planteados porque los países que las aplicaron no siguieron las recomendaciones al pie de la letra.

Esas políticas con algunas variantes que hoy se están iniciando a implementar en los países de la semiperiferia y el centro del sistema de la economía-mundo, fueron impulsadas, inicialmente, en países pobres que constituyen el eslabón débil del capitalismo. Fueron políticas macroeconómicas implementadas en aquellos países que carecen de instituciones políticas sólidas y de un Estado de Derecho que permita la distribución equitativa de los bienes materiales generados a partir de la producción. Países en los que la tradición autoritaria en el ejercicio del poder pasa por alto el respeto de los derechos ciudadanos y, fundamentados en el clientelismo político exacerban la exclusión social.

La puesta en marcha de esas políticas no produjo un crecimiento económico que contribuyera a consolidar los regímenes democráticos recién iniciados en la década de 1980, como nos fue anunciado en los discursos de políticos y gobernantes demagogos. Pero sirvieron para desmantelar economías de países como México y Argentina.

Los resultados de la aplicación de esas políticas en los países latinoamericanos están a la vista, incremento desproporcionado de pobres, mayor concentración de la riqueza, expulsión de emigrantes hacia mercados laborales externos, déficit en los sistemas de salud y educación, mayor evidencia de la segregación social, exaltación desmedida al concepto individual, democracias carentes de contenido político por la ausencia de un Estado fuerte y mediador. Si a todo ello se suma el aumento de mafias articuladas al Estado, el narcotráfico, el trasiego de armas y de seres humanos, puede concluirse que el Consenso de Washington provocó un desastre para los países de la periferia del sistema de economía-mundo.

La tragedia griega que hoy presenciamos desde este lado del Atlántico, nos hace considerar que fue una tragedia anunciada. El drenaje de euros para llegar a una deuda tan abultada, solo podía tener un propósito: quebrar la economía de los griegos. Y como en América Latina en los años de 1980, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, cual dioses del Olimpo, llegan al encuentro del país en banca rota y le ofrecen sus dádivas financieras para detener la tragedia. ¿A costa de qué? En Grecia no pueden pedir que devalúen la moneda, que abra la economía al libre mercado, que libere las tasas de interés porque pertenece a una zona económica más amplia. Pero si puede reducir el déficit fiscal provocado, según los economistas liberales, por la inversión y atención social. El Estado, según ellos, gasta más de lo percibe en impuestos.

Además, en Grecia para desmantelar el Estado de Bienestar y reducirlo a su mínima expresión, pueden seguir políticas de privatización del sistema de salud y educación. Privatizar el subsuelo griego sería una buena medida para esas instituciones financieras y así satisfacer las ansías de las corporaciones transnacionales en la extracción de minerales que pueda tener los griegos como reserva. ¿Pueden las sociedades europeas imaginarse privatizando la educación y liberar al Estado de la responsabilidad de fomentar el imaginario nacional en las nuevas generaciones? ¿O bien, privatizar el sistema de salud y que los europeos no vean reflejados sus impuestos en la atención médica que necesitan en su bienestar social? ¿Qué sucedería en esos países si la educación universitaria fuera privatizada?

Pero Grecia, ubicada en la semiperiferia de la economía-mundo, mantiene resabios del eslabón débil del capitalismo. La atención a sus ciudadanos no se diferencia significativamente de los países de la periferia, lo hemos observado en las imágenes de la prensa escrita y la televisión. Fuerzas policíacas dispuestas a reprimir las manifestaciones realizadas por el descontento que la tragedia ha provocado. Nubes de humo de gases lacrimógenos cubriendo las calles de Atenas, evidenciando posturas de intolerancia y ausencia de diálogo en la solución de los principales problemas que aquejan ese país. Los griegos están a tiempo de detener la tragedia y evitar que se convierta en un desastre social.

La cultura política griega ha mantenido una tradición autoritaria y reducir el Estado atenta contra las libertades democráticas, iniciadas también allí, en la década de 1970. El establecimiento de políticas macroeconómicas que privilegian el mercado por el mercado mismo va en contra del Estado de Derecho, porque las reglas del juego se aceptan, siempre y cuando no afecten los métodos de acumulación. Por eso, si en Grecia se insertan las políticas económicas liberales de desatención social, otros países europeos de similares condiciones se encuentran en peligro de formar parte de esa tragedia.

Volvamos al tour de Fukuyama. Cuando en sus disertaciones privilegiaba el respeto al Estado de Derecho como pieza clave para alcanzar resultados efectivos en aspectos sociales, Fukuyama no estaba preocupado por los niveles de pobreza de los países de la periferia o de América Latina, su preocupación coincidía con la preocupación de la geopolítica de los Estados Unidos. En los países de América Latina los gobiernos estaban tomando una dirección adversa a lo pensado, habían sido electos popularmente gobiernos con un discurso de izquierda y eso atentaba contra la seguridad de aquel país. Estos países, de nuevo, se estaban acercando a la revolución cubana.

En medio del desastre provocado por el Consenso de Washington, en América Latina se enarboló la bandera del populismo, tanto desde la derecha como desde la izquierda. La diferencia estriba en que la derecha empleo ese discurso para impulsar las políticas macroeconómicas derivadas de ese consenso, en tanto que la izquierda implemento políticas sociales para paliar el daño causado a miles de latinoamericanos con la reducción del Estado y las torturas provocadas con la mano invisible del mercado. Cabe la posibilidad de pensar el populismo latinoamericano como una consecuencia política de las medidas económicas para dejar libremente el actuar del mercado.

¿Es posible pensar que el populismo sea enarbolado en Europa? Cómo fenómeno existente en el discurso político, el populismo se da en países pobres como en países ricos. Además, en Europa, principalmente en Alemania, su existencia en el pasado trajo enormes consecuencias en el costo humano. Chantal Mouffe ha considerado que la derecha oportunista europea, ha empleado el discurso populista como medio en sus aspiraciones políticas. Por eso no resultaría extraño que surjan gobiernos populistas en reacción a las consecuencias del Consenso de Washington aplicadas en los países del sur de Europa. No obstante, el peligro radica en que esos gobiernos vayan acompañados de orientaciones fascistas.

Pasar sobre las leyes, crear a los inmigrantes como enemigos responsables de las condiciones de vida de los ciudadanos en cada país, implementar políticas que atentan la seguridad humana, explotar fuerza de trabajo infantil, agotar los recursos naturales, aceptar el narcotráfico, destruir la flora y la fauna tanto terrestre como acuática convierten al capitalismo en un sistema omnívoro. Y cual bestia apocalíptica, abrirá sus fauces y cuando globalmente haya destruido el planeta, se jalará la cola y se destruirá a sí mismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.