«La regeneración de la élite económica es aún más necesaria que la de los políticos«. (Braulio Gómez Fortes) «Es tremendo que se propongan «despolitizaciones» a las personas que, por definición, somos seres políticos (zoon politikón – diría Aristóteles), es decir, se exige que las personas nos despersonalicemos, que dejemos aparte lo que es esencial -ese […]
«Es tremendo que se propongan «despolitizaciones» a las personas que, por definición, somos seres políticos (zoon politikón – diría Aristóteles), es decir, se exige que las personas nos despersonalicemos, que dejemos aparte lo que es esencial -ese ser político- y nos convirtamos en un no ser apolítico, al mismo tiempo que, para «compensarnos», se nos propone un mundo feliz tecnocrático que hace palidecer al de Huxley, en el que los técnicos nos van a decir lo que debemos hacer y lo que no en un triunfo épico de lo técnico sobre lo político«. (Roberto Mendes)
«Esta política [de despolitización] aspira a otorgar un dominio fatal a las fuerzas económicas al liberarlas de todo control; tiene como meta obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales «liberadas» de esta forma«. (Pierre Bordieu)
Muchas veces escuchamos la expresión «despolitización» como una reivindicación aplicada a diferentes contextos: hay que despolitizar la justicia, hay que despolitizar las Cajas de Ahorros, hay que despolitizar los medios de comunicación, hay que despolitizar el deporte, hay que despolitizar la cultura…
Dos observaciones iniciales se nos vuelven urgentes antes de entrar en materia: en primer lugar, los que nos demandan la necesidad de dicha «despolitización» suelen ser los primeros que politizan todo, y en segundo lugar, los argumentos para esa «despolitización» suelen ser, como siempre, puras falacias. Politizar cualquier aspecto de nuestra vida no es, en principio, una actitud negativa, porque en el fondo, y no nos engañemos en torno a esto, la política lo cubre todo. Y es que la política, como proyección de nuestras necesidades para evolucionar hacia un mundo mejor, es normal que se inmiscuya en cualquier actividad, si queremos llegar a la última instancia de dichas manifestaciones humanas. Por tanto, el peligro no está tanto en «politizar» o «despolitizar» las diversas manifestaciones humanas, sino en los intereses que se esconden detrás de dicha politización. De esta forma, será fácil desmontar los argumentos de aquéllos que se declaran a favor o en contra, viendo los verdaderos intereses que persiguen. De manera parecida, se habla a bombo y platillo sobre la necesidad de llegar a «Pactos de Estado» para muchas materias (educación, política exterior, etc.), porque persiguen con ellos determinados intereses. Habría que preguntarse entonces si dichos «Pactos de Estado» contribuyen a la politización o a la despolitización de dichos asuntos.
Por otro lado, y esto viene pudiendo comprobarse en las famosas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la imagen que se está difundiendo es que todos nuestros problemas se deben a la existencia de una clase política corrupta, cuando no es así, o al menos no es así del todo. Las pancartas del Movimiento 15-M decían: «No somos mercancía en manos de banqueros y políticos corruptos», en una clara alusión a que nuestros problemas como sociedad no sólo se deben a la existencia de una clase política corrupta, sino también a una élite económica rentista y parasitaria, cada vez con mayor poder de influencia sobre aquélla. Es evidente por tanto que hay que acabar con una «casta» política que desprecia continuamente a la ciudadanía, y sólo persigue mantener sus privilegios, pero no es menos evidente que también hay que acabar con una «casta» empresarial o económica que vive de la especulación y de la concesión pública, y que es la base de un perverso sistema que practica y legitima la corrupción.
Braulio Gómez Fortes [1] lo expresa en los siguientes términos: «La mayoría de los ciudadanos, influenciados y ayudados por los medios de comunicación, están siendo muy exigentes y críticos con los políticos. De hecho ha empezado a ser aceptado que ningún imputado pueda ostentar un cargo político o ir en unas listas electorales, convirtiéndose en una línea roja que aparece claramente en muchos de los pactos que se están dando entre la nueva y la vieja política tras las últimas elecciones autonómicas, una verdadera novedad. La opinión pública está escandalizada, está indignada y exige a los nuevos partidos que no transijan con la corrupción. En cambio ese nivel de exigencia no lo padecen los corruptores, los que tienen el poder económico. Las puertas giratorias también han tenido un hueco especial en la agenda de la corrupción en los últimos años. Pero el dedo acusador se empeñaba en mostrarnos al político feliz, dócil y agradecido en su puesto remunerado, sin culpabilizar a las compañías que pagan por sus servicios«.
Las manipulaciones y falacias que se vierten en torno a este asunto de la despolitización son enormes, y disponen de múltiples caras. Tómese como caso paradigmático de ello los famosos «Papeles de Bárcenas», una causa que va a comenzar a ser juzgada próximamente, donde están involucrados la casi totalidad de los altos cargos del PP de la época, y que se refiere a un caso de financiación irregular «de libro» de una formación política, donde se mezclaban perfectamente las donaciones que grandes empresarios hacían al partido, con la concesión de ingentes contratos y concesiones públicas para las susodichas empresas. Está claro que más que a la despolitización, deberíamos recurrir a la «desempresarialización» de la política, atajando, coartando, prohibiendo y limitando el tremendo poder que la clase empresarial posee sobre los políticos de turno de este país.
Tomando como referencia el caso de Telemadrid [2], Roberto Mendes nos da muy buenas pistas en este sentido. Apunta a la reciente tendencia, en realidad una nueva falacia argumental, de que deben ser «los profesionales» de tal o cual sector los que decidan, elijan y gobiernen en sus respectivos sectores. No se habla entonces de «ciudadanos» para que elijan a sus representantes en las diferentes instituciones públicas (sean del sector que sean), sino de que decidan «sus profesionales». Y esto se lleva a la justicia (diciendo que hay que despolitizar, y de que por tanto deben ser los propios jueces los que elijan a sus representantes en el CGPJ), a la economía, a los medios, etc., dejando que sean los «expertos» profesionales los que decidan lo que es mejor para el país.
Por tanto, tiene mucho sentido también lo que entendemos cuando hablamos de «despolitización». Por ejemplo, el Partido Popular durante toda su legislatura, ha practicado una política hacia los medios de comunicación públicos (la corporación RTVE) consistente no sólo en su total intervencionismo, sino también en su absoluto partidismo, practicando todo tipo de manipulaciones, informaciones sesgadas, censura y autoritarismo, cayendo en picado su audiencia, y perdiendo absolutamente el rigor, la veracidad y la independencia que debiera poseer.
¿Debemos concluir que el PP ha «politizado» la televisión pública, y que el PSOE la había «despolitizado»? Sería una errónea conclusión. Todo medio de comunicación, público o privado, es una herramienta política, pero precisamente por ello, si un medio es público, su «politización» ha de consistir en convertirse en un verdadero servicio público, lejos de los intereses partidistas, ofreciendo rigor, independencia y pluralidad. El culmen de esta falaz política «despolitizadora» lo podemos tener en los diferentes Gobiernos liderados por «tecnócratas» (expertos profesionales, normalmente economistas, elegidos por instancias suupranacionales como Presidentes de sus respectivos países), de los cuales tenemos en la Unión Europea precedentes como el italiano Mario Monti, o el griego Lucas Papademos. La filosofía está bien clara: dejemos las grandes decisiones a los que saben, los expertos, los tecnócratas, esa especie de seres infalibles dotados del conocimiento más riguroso y de la verdad más inexorable, para que a fin de cuentas, conduzcan a sus diferentes sectores (en última instancia, al país) por los derroteros correctos.
En el fondo, toda esta filosofía de la «despolitización» (continuamos en comillas porque en realidad subyace una gran politización) descansa sobre el gran principio, que desprecia la democracia, y que aboga por no dejar elegir «a la gente» sobre las grandes cuestiones que les atañen. Y en efecto, ante el reciente referéndum británico del «Brexit», se abrió una agria y extensa polémica en torno a la concreción de las normas «de uso» de los referémdums sobre cuestiones importantes (Pedro Sánchez, actual Secretario General del PSOE, abogó justamente por eliminar los referéndums para estas cuestiones). Y como muy bien resume Roberto Mendes, aplicándolo a los medios de comunicación: «No se trata de sustituir dependencia gubernamental por dependencia tecnocrática y sumisión a unas supuestas leyes del mercado, sino de conseguir la imparcialidad debida«. Pero como decíamos al comienzo, estos falaces intentos de «despolitización» los podemos aplicar a otros muchos aspectos de nuestra vida.
Otro caso típico es el deporte. Hemos de partir de la base de que el deporte, en general, es otra manifestación de nuestra cultura. Y más aún cuando algunas manifestaciones deportivas, como el fútbol, llegan a alcanzar gigantescos fenómenos de masas populares. Y aquí es donde se les acaba viendo el plumero a muchas formaciones políticas, demostrando su incoherencia y su hipocresía. Como buen ejemplo de ello, tenemos a la formación política que lidera Albert Rivera, que a pesar de que siempre ha defendido que no se mezclara la política con el deporte, en la práctica desmiente muchas veces su teoría, como explica Antonio Maestre en este artículo [3] para el medio La Marea.
Y así, a pesar de haber criticado los pitidos y abucheos en algunos encuentros de fútbol, Ciudadanos montó un mítin futbolero para el partido de la Selección Española contra Turquía en la pasada EuroCopa de Francia. Su hipocresía y doble rasero de medir es tal, que aunque lo critican para otras fuerzas políticas, ellos son los primeros que utilizan el fútbol como instrumento político para atacar al adversario, sacando a relucir los más atávicos sentimientos de los ciudadanos para beneficiar su opción política. Justo lo que critican de los demás cuando la ideología del contrario es independentista.
Pero lo más sangrante en cuanto a la supuesta «despolitización» del deporte ocurre cuando éste intenta despojarse de todo trasfondo político, aunque dicho trasfondo sea un trasfondo abominable, que ponga en cuestión los más elementales derechos humanos. Como lo que interesan son las relaciones comerciales, se legitima la participación de nuestros equipos (de fútbol, o de cualquier otra disciplina) con equipos de terceros países ante los cuales lo único que deberíamos hacer es denunciar su tremenda situación interna. Pero en vez de ello, lo que nuestros dirigentes deportivos y políticos suelen argumentar es que «el deporte no debe mezclarse con la política», y otras lindezas por el estilo. Pues sí, señor mío: el deporte sí debe mezclarse con la política, porque el deporte es, también, política. De hecho, se mezcla aunque no queramos. ¿Cuántas veces asistimos a homenajes en los campos de fútbol, a minutos de silencio, a proclamas, a simbología o a comportamientos que denotan claramente su intención política? Lo que ocurre es que cuando los intereses económicos se vuelven más fuertes que los políticos, es cuando ser arguye falazmente que «el deporte no debe mezclarse con la política».
Y es que en sentido general, la cultura (de la que el deporte es sólo una manifestación más) no puede quedar aislada de la política. El compromiso político siempre ha definido a los auténticos intelectuales y artistas a lo largo de la Historia. Lo hemos explicado más a fondo en otro artículo de nuestro Blog [4]. Allí hemos expuesto ejemplos de músicos, de poetas o poetisas, de actores o actrices, de escritores/as, de cineastas, de pintores/as, etc., cuya obra ha sido una obra comprometida, frente a aquéllos que han argumentado que el arte o el deporte han de ser «apolíticos», sin darnos cuenta de la tremenda aberración que eso supone. En el arte en general es donde quizá podamos verlo con mayor claridad, ya que bajo el pretexto de la libertad de expresión o de la creación artística, no podemos amparar opiniones, decisiones o comportamientos que vayan en contra de los principios y valores democráticos a los que siempre debemos aspirar. Y es aquí donde muchas veces también intentan colarnos el sambenito de la «despolitización», aludiendo a que son manifestaciones artísticas que deben estar alejadas de interpretaciones políticas. Pero nada más lejos de la realidad.
Denunciemos por tanto esta continua falacia de los llamamientos a la «despolitización» de tal o cual sector, de tal o cual actividad. La política es la esencia de la vida, no podemos escapar de ella, porque sería intentar escapar de nuestra auténtica naturaleza como seres humanos. Lo que hay que hacer es bien simple: politizar correctamente. Es mejor politizar correctamente que entregarse a esa sumisa y obediente «despolitización» (que esconde la politización errónea, la abusiva, la corrupta), a ese gobierno de los expertos, a esa tiranía de los técnicos, a esa hegemonía de lo económico, a esa desidia del refrendo popular que en el fondo sólo pretende menospreciar y socavar la democracia. Frente al engaño masivo de esa supuesta «despolitización», el llamamiento ha de ser el contrario, a la politización de nuestras actividades, a la participación de la gente, a la masiva concurrencia popular, a la discusión y a la decisión en foros y ágoras públicas, a la complicidad del conjunto de la ciudadanía ante todos los asuntos que les conciernen. Porque en el fondo, todo esto es justo lo que quieren evitar los que abogan por la «despolitización».
Notas
[1] Braulio Gómez Fortes: «En la película de la corrupción faltan los más malos», Dossier FUHEM Ecosocial, Junio de 2015 (www.fuhem.es/media/cdv/file/
[2] Roberto Mendes: «¿Despolitizar Telemadrid? ¡No, gracias!» (http://www.rebelion.org/
[3] Antonio Maestre: «El populismo futbolero de Ciudadanos» (http://www.lamarea.com/2016/
[4] Rafael Silva: «Cultura y Derechos Humanos: compromisos irrenunciables» (http://rafaelsilva.over-blog.
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