En América Latina se viven tiempos contradictorios. Se mantiene el quehacer del neoliberalismo en un contexto cada vez más hostil a sus postulados. Durante 30 años, desde los 70 del siglo XX, los países de la región, con excepción de Cuba, abrazaron el ideario de una segunda modernización imbuidos de un discurso mesiánico enraizado en […]
En América Latina se viven tiempos contradictorios. Se mantiene el quehacer del neoliberalismo en un contexto cada vez más hostil a sus postulados. Durante 30 años, desde los 70 del siglo XX, los países de la región, con excepción de Cuba, abrazaron el ideario de una segunda modernización imbuidos de un discurso mesiánico enraizado en los principios de la economía de mercado y en la crítica a la democracia social. Sus ideólogos presentaron el proyecto como parte de la refundación del capitalismo en medio de una crisis económica de hondas proporciones. La estanflación, fenómeno que une inflación y recesión, pareció ser el principio del fin del Estado de bienestar, y sobre sus ruinas se articuló un proyecto político destinado a cambiar los acontecimientos. Una transformación radical en las formas de acumulación de capital y en las relaciones sociales de producción. Sustituir la vieja clase dominante y la burguesía nacionalista. Se requería una nueva elite dirigente y empresarial sin apego a valores ideosincráticos y culturales nacionales, con desprecio hacia las políticas públicas, abiertamente antiestatal y de ideología anticomunista. Ellos serían los predestinados para dar carpetazo al esquema keynesiano de capitalismo con rostro humano y lanzarse a la aventura del neoliberalismo salvaje. Era el momento de pasar a la ofensiva e imponer por la fuerza o por consentimiento, si se daba la ocasión, una dinámica donde la racionalidad y eficiencia de la explotación del hombre por el hombre se asentara en las leyes del mercado y la competitividad sin límites. Las nuevas elites empresariales y políticas desplazan su mirada a la transformación del orden económico mundial en el contexto de un capitalismo trasnacional que busca imperiosamente reconstruir su hegemonía política dañada por las luchas antimperialistas y de liberación nacional en Africa, Asia, América Latina y Medio Oriente.
El mundo de la guerra fría se transforma. Estados Unidos pierde la guerra en el sureste asiático. El síndrome de Vietnam y el Watergate unidos a una fuerte depresión mundial y el alza de los precios del petróleo hacen temer el hundimiento del orden mundial. Muchos hablaron de debacle del capitalismo. El miedo hizo que cambiaran las cosas. Por primera vez, tras los años 50, Estados Unidos se vio en la obligación de compartir liderazgo. Japón y Europa occidental ganan protagonismo. La distribución del poder en el bloque capitalista se asienta sobre otro consenso. Es el nacimiento de una organización propuesta por la voluntad de David Rockefeller, la Comisión Trilateral, creada en octubre de 1973. Su composición no deja duda de su objetivo. Empresarios y banqueros, altos cargos de las administraciones políticas, ideólogos y teóricos de la nueva derecha y dirigentes sindicales de marcado tinte anticomunista. Por citar algunos de sus miembros recordemos IBM, Hewlett-Packard, Xerox, Coca-Cola, EXXON, AFL-CIO, CBS, The New York Times, personas del Departamento de Estado, administración pública y servicios de inteligencia de Europa occidental, Estados Unidos y Japón. Su primer informe, con prólogo de Zbigniew Brezezinski, es redactado en 1975 por Samuel Huntington en la parte estadunidense, Michel Crozier para el espacio europeo y Joji Watanuki para el apartado japones. De él surgen conceptos tales como democracias tuteladas, restringidas, gobernabilidad e ingobernabilidad. Su título genérico es: La crisis de las democracias. Informe sobre gobernabilidad y democracia. Aprobado por su asamblea general, se convirtió en su texto programático. Lo más destacable: la crítica a la influencia de los intelectuales, los medios de comunicación y la movilización de los sectores marginales en la dinámica de gobierno. Para la Trilateral, el mejor orden gobernable, dirá el informe, requiere generalmente de medidas de apatía y no compromiso de la ciudadanía o grupos de individuos. Desmovilizar y desarticular la sociedad civil. Corregir los excesos de la democracia social y política sobre la base de imponer una democracia de mercado son el centro de la estrategia de la comisión. Había que poner manos a la obra y realizar una segunda modernización del capitalismo. En Latinoamérica, confecciona un informe específico: América Latina en la encrucijada, los desafíos de la Trilateral. Sus autores, el ex embajador estadunidense en Chile George Landau, presidente de la Sociedad de las Américas; Julio Feo, presidente de Holmes and Marchant-España y secretario general de la presidencia del gobierno socialdemócrata de Felipe González, y por último Akio Hosono, presidente de la asociación del Japón para estudios latinoamericanos. El prólogo se deja al ex secretario de la Cepal y en ese momento presidente del Banco Interamericano de Desarrollo para que levante el acta de defunción de las políticas públicas y la acción social del Estado propuestas años atrás por él mismo. En el apartado de recomendaciones señala: «dado que las economías de los países de la Trilateral tienen fundamentalmente un carácter liberal, no serán nuestros gobiernos quienes asignen los recursos en la cantidad y tipo que las naciones de la región necesiten. Sólo el sector privado dispone del capital, la tecnología y la pericia que son realmente necesarios y, de hecho, la comunidad empresarial sólo comprometerá estos recursos en aquellos países que hayan creado las condiciones en las que se puedan emplear rentablemente». Todo está pensado. Reforma del Estado, apertura económica financiera y comercial, preminencia del capital privado en la asignación de recursos, flexibilidad del mercado laboral y liberalización del mercado del dinero. En definitiva, el proyecto neoliberal.
En los años 90, en América Latina, la modernización parecía haberse completado. Todos los países, excepto Cuba, habían seguido al pie de la letra las recomendaciones de la Trilateral, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etcétera. Sin embargo, la desarticulación del Estado y la aplicación de las propuestas neoliberales no han resuelto ningún problema estructural de las sociedades latinoamericanas. La capacidad de generar riqueza, empleo y bienestar por parte de empresarios no se ve por ninguna parte. Las privatizaciones y la reconversión industrial debilitaron el Estado y los servicios sociales. Los cambios en la estructura social y de poder han traído un orden oligárquico y excluyente, mayor marginalidad, pobreza y dependencia económica de los países centrales. El neoliberalismo ha sido un fracaso, hoy se cuestionan sus principios. Es necesario una nueva transición que va del neoliberalismo a la reconstrucción de un Estado político con democracia social capaz de romper el círculo neoliberal. Venezuela primero, Brasil, Uruguay y las luchas en Bolivia, Ecuador, México y Argentina pueden indicar el camino de las reformas y de las revoluciones.