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Entrevista a José Cademártori, último ministro de Economía del Presidente Allende

La trayectoria de un economista comunista: del FRAP al triunfo del NO

Fuentes: Rebelión

Usted nació en La Serena, ¿a qué se dedicaban sus padres? Mi padre, inmigrante italiano, llegó a Chile a los 14 años, en el 1900. Trabajó toda su vida, primero con sus familiares y luego independiente como comerciante en almacenes. Tuvo también pequeñas industrias como fabricación de bebidas gaseosas, fideos y tostadurías. En Iquique conoció […]

Usted nació en La Serena, ¿a qué se dedicaban sus padres?

Mi padre, inmigrante italiano, llegó a Chile a los 14 años, en el 1900. Trabajó toda su vida, primero con sus familiares y luego independiente como comerciante en almacenes. Tuvo también pequeñas industrias como fabricación de bebidas gaseosas, fideos y tostadurías. En Iquique conoció a mi madre, 14 años menor que él. Ella ejercía como matrona, se juntaron, casaron y tuvieron cuatro hijos. Yo fui el segundo. Mi padre murió pocos meses antes del Golpe y mi madre, en 1990, cumpliendo su promesa de esperarme hasta mi retorno del exilio.

Nací por casualidad en La Serena, en 1930, el año del bombardeo de la aviación contra los marinos sublevados. Mi padre era socio en una fábrica de conservas, pero se fue a Italia. Cuando regresó nos llevó a vivir a Arica. Allí, además de las pequeñas industrias, también se dedicó a comprar y hasta exportar aceitunas del Valle de Azapa. En la época de la cosecha, yo le ayudaba a la recepción de las cajas.

En Arica había una pequeña colonia de italianos, españoles, griegos y de otras procedencias. Era gente que tenía una buena situación económica. La vida que llevábamos era típica de clase media provinciana, sencilla, sin lujos. Cuando rendí el bachillerato en el Liceo de Arica, después de haber pasado por colegios salesianos en Iquique y Santiago, fue el momento para que la familia gradualmente se viniera a la capital.

¿Cuándo se vino a Santiago?

En 1948, quedé instalado en una cómoda pensión de la calle Manuel Montt. Me matriculé en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile.

¿Alguien de su familia se dedicó a la actividad política en el Norte?

No, ninguno. Mi madre me hablaba de las simpatías de mi abuela. Como muchos pequeños comerciantes de la época, mi abuela era alessandrista, tenía un pequeño y viejo hotel en Caldera, donde, además de sus numerosos hijos, tuvo como adoptivo a Raúl Barrionuevo, quien llegó a ser diputado liberal y colega mío. Mi madre consiguió un autógrafo de Arturo Alessandri que aún conservo con algunos consejos para mí, entonces adolescente.

Mi padre tenía ideas liberales no le gustaba Mussolini, distante, pero se mantenía al tanto de la política. Leía la prensa de Santiago y la revista Topaze, una de mis primeras fuentes de lectura política.

En Arica, de niño estuve en la recepción al Presidente Aguirre Cerda, cuando en un lapsus, confundió Arica con Arequipa. Más tarde me tocó ser testigo de la campaña presidencial de 1946, sin tomar partido en ella. Asistí a la proclamación de Eduardo Cruz Coke impresionante por su apasionado discurso. A González Videla no lo vi, pero me llamaba la atención la forma en que sus partidarios, principalmente los comunistas, de los que se hablaba en voz baja, hacían su propaganda, mediante unos desfiles nocturnos con antorchas, costumbre que la trajeron de Iquique ex obreros salitreros. Así, el PC comenzó a tener cierta presencia.

¿No participó de organizaciones estudiantiles secundarias?

En Arica no las había. Tampoco en las escuelas salesianas. Pero, la política me andaba rondando. En Iquique en 1941 hubo una elección de diputados. Algunos curas del Don Bosco eran entusiastas partidarios de un joven falangista, Radomiro Tomic. Ponían la radio a todo volumen cuando él hablaba. Era un formidable orador.

¿Cuál fue su primer acercamiento con la política?

En la universidad no tuve ninguna participación directa en actividades partidistas. En la Escuela de Economía, el Centro de Alumnos era disputado por una alianza de católicos de diferentes tendencias y una coalición laica de izquierda liderada por socialistas. En una de esas elecciones, el grupo católico me propuso como candidato independiente para representar a los estudiantes ante el Consejo de la Facultad. Fui elegido y allí estuve un año. Mi trabajo fue principalmente participar en las reformas que se estaban haciendo para mejorar los planes de estudio. Había una línea tradicional desde que se creó la Facultad en el año 38, en la que la enseñanza de las materias económicas tenía un carácter más bien «literario»y dogmático; mientras la otra corriente más moderna en la cual yo me inscribía, propugnaba una enseñanza más analítica y cuantitativa. Su principal exponente era Flavián Levine, uno de los fundadores de la CORFO, keynesiano, partidario del desarrollo industrial nacional y de una mayor intervención del estado. Fui su ayudante en Economía I, era un maestro muy estimulante y aprendí mucho con él. Me despertó un profundo interés por la economía como ciencia, y eso me fue llevando a estudiar su relación con la política.

Su acercamiento más partidario a la política,¿ cuándo fue ?

En 1952 tuvimos la elección presidencial. Por primera vez ejercía el derecho a voto. Me convencí que Ibáñez tenía un programa avanzado, parecido al de Allende, pero con más posibilidades de triunfar. Después de la elección me invitaron a trabajar como asesor en el Ministerio de Hacienda, junto al Ministro Juan Bautista Rossetti. Paralelamente mis primeros contactos con personeros del PC fue a través de mi compañera de curso y amiga, Xenia, quien era militante y frecuentaba círculos de profesionales, intelectuales y activistas comunistas, entre los cuales recuerdo a Gregorio Goldenberg, los Lawner, José Miguel Varas, Haydé Alarcón, Rubén Sotoconil. Esta convivencia fraternal y grata me fue acercando al PC.

¿Quiénes eran sus amigos del PSP?

En primer término mi compañero de curso Albán Lataste, quien era un poco mayor que yo, se había recibido de contador y fue un destacado alumno de la escuela. También estaba Alfonso Inostroza de otro curso. El dirigente que coordinaba inoficiosamente este grupo era Clodomiro Almeyda, dirigente PSP y del gobierno. Más tarde Almeyda pasó a ocupar el recién creado Ministerio de Minería. El me pidió que fuera a trabajar como asesor suyo y ahí estuve un tiempo, hasta que hubo un cambio de gabinete, él salió y yo también.

Ya estaba más comprometido, me interesaba la política a través de la economía, participé en las discusiones sobre la actualidad política y económica. Escribí artículos en la revista de la Escuela de Economía, adopté una postura crítica de las doctrinas liberales y también de la política económica contradictoria de Ibáñez aun cuando, celebré algunas medidas como la creación del Banco del Estado. Publiqué varios artículos en la revista Panorama Económico que dirigían Aníbal Pinto y Max Nolf.

Otra influencia ideológica que recibí fue en el ILPES (Cepal) en el cual había un grupo de 12 o 14 estudiantes de América Latina. Los becados de Chile éramos Jacques Chonchol y yo. Pero mis mejores amigos fueron dos brasileños, uno de ellos tenía una amplia formación marxista. A través de él comencé a leer a Marx, Lenin y sobre todo a Stalin en sus informes sobre los planes quinquenales y la industrialización en la URSS. Fue el año que murió Stalin. Respetaba su obra, ignorante como todos, de lo que supimos después, pero me burlaba del culto de que era objeto. Pero, estas lecturas me hicieron desechar los más burdos prejuicios antisoviéticos y anticomunistas en boga. Y el fracaso del gobierno de Ibáñez, lleno de contradicciones internas, donde había desde izquierdistas como Almeyda hasta derechistas pro nazis como Prat y Jarpa, me terminó de convencer. Estaba listo para adherirme al PC. En Enero de 1954 nos casamos con Xenia y en Marzo me casé con el PC.

O sea usted entró al PC cuando todavía estaba vigente la ley maldita. ¿Cómo fue esa experiencia de ingresar a un partido que estaba en clandestinidad?

Fue uno de los desafíos fuertes que tuve que asumir. Tomé muy en serio en lo que me estaba metiendo, sabía lo que le ocurría a los comunistas, un partido ilegal. Esperaba una hija, trabajaba en la CORFO, en un puesto estable, bien remunerado, en un proyecto interesante, el Plan de Desarrollo Agropecuario, que fue la base de la modernización agroindustrial que vino a continuación.

Entonces entré a militar a través de un amigo y compañero de estudios, Raúl Araya, en una célula clandestina como eran todas, pero de intelectuales. El que estaba a cargo de llevar esta célula era Luis Corvalán. A la vez con un grupo de amigos estudiábamos El CAPITAL. En la Escuela de Economía al Capital lo miraba como un mamotreto, a veces lo hojeaba y no le entendía el sentido, no me gustaba francamente. Encontraba poca relación con la práctica, con la vida diaria de esa época. Pero entonces empezamos a estudiarlo en serio, en el grupo habían algunos que sabían más que yo o estaban más ubicados. Habían no sólo economistas, como Lataste (que del PSP pasó al PC) o Jaime Barrios que venía de la U. Católica, también ingenieros civiles, como Alberto Martínez y dirigentes sindicales como Juan Vargas Puebla y Roberto Lara. Después de la segunda derrota de Allende, entre algunos profesionales vino una gran desilusión, superada por el entusiasmo que despertó el triunfo de la Revolución Cubana. De este grupo, varios se fueron a trabajar con el Che, y Dorticós y llegaron a ocupar altos cargos de responsabilidad en el gobierno.

¿Cuáles fueron sus primeras labores como militante comunista?

Las primeras labores fueron todas relacionadas con asesorías en mi materia, públicamente no podía hacer nada. Eran opiniones sobre distintos temas, en documentos. 1956 fue el año en que se hizo el X congreso del PC, clandestino. Para ese congreso se me requirió, al igual que a los otros integrantes de la célula, aportes como diagnóstico de la situación chilena y propuestas programáticas. Creo que eso tuvo su importancia porque esos estudios constituyeron una de las primeras vertientes desde donde surgió el programa de Allende y de la Unidad Popular.

Los que trabajábamos ese tema, más otros que se sumaron en años posteriores, discutíamos sobre una vía chilena para el socialismo, particularmente en el plano económico. Tuvo esa concepción sin embargo, un vacío, y es que se desarrolló poco la estrategia política y de seguridad, faltaban especialistas. Sin pensar en copiar nada, sino partiendo de la realidad y la historia de Chile, asimilamos la experiencia de la URSS, los países de Europa Oriental, Cuba y China; las visiones de Prebish y la CEPAL, los aportes de Keynes, de otros pensadores progresistas, de Baran y Lange y las teorías de Keynes. Surgía otro grupo vinculado a Allende. Teníamos contactos con Gonzalo Martner, Max Nolf, Pedro Vuskovic, Carlos Matus y otros más con quienes compartíamos algunas ideas. Éramos un equipo asesor informal, aunque para las campañas presidenciales se formalizó con muchos otros profesionales como abogados, médicos y arquitectos.

¿Cómo llegó a contactarse con Allende?

Ocurrió después de las elecciones parlamentarias de 1957. La dirección del PC a través de Luis Corvalán, me propuso que fuera candidato clandestino a diputado, inscrito en un pequeño partido que Baltasar Castro ofreció, llamado Partido del Trabajo. Una vez elegido tomé contacto con Allende para el trabajo parlamentario e invitado a su casa, antes de ser proclamado candidato para la elección de 1958.

¿Usted había ocupado algún cargo en el PC, antes de ser elegido candidato?

No, ninguno, solamente militante de la célula. Corvalán me conocía, también otros antiguos dirigentes como Galo González y Elías Lafferte. Ellos apreciaban el aporte que hacíamos, tratábamos de ser muy serios y rigurosos. Acepté el desafío que era fuerte. No tenía experiencia como orador ni dirigente social. Era todo un cambio de vida, me iba a convertir en lo que se llamaba «un profesional de la revolución». Tomé la decisión y salí a la luz pública como candidato. Naturalmente que la prensa derechista de la época me descalificó por comunista. El senador conservador Juan Antonio Coloma que integraba el Tribunal Calificador de Elecciones pidió mi inhabilidad invocando la ley maldita, pero fue desestimada. Fue una de las primeras batallas victoriosas por la derogación de esa ley famosa.

Usted fue en el distrito departamental de Santiago ¿qué territorio comprendía eso?

La actual comuna de Santiago Centro, más algunas comunas que la dictadura separó, Recoleta, Independencia y Estación Central. Era la más grande del país y elegía 11 diputados.

¿Quiénes lo ayudaron en este periodo de la campaña a diputado?

Me apoyaron principalmente profesionales jóvenes, comunistas e independientes. Mi campaña, de acuerdo con el sistema electoral de ese tiempo, fue modesta, porque según el lugar que se ocupaba en la lista, determinaba si salías o no, aún teniendo menos votos que otro. Entonces yo iba en el primer lugar de la lista y otro camarada, dirigente ferroviario, José Oyarce, iba en el último lugar, el cual concentraba toda la votación de los militantes. Iba en esa lista unitaria, como candidato socialista, José Tohá. El era un candidato con muchas posibilidades, mucho más conocido que yo, había sido presidente de la FECH, contaba con todo el apoyo de Allende, pero tenía que reunir más votos y yo por ir en el primer lugar de la lista, tenía cierta prioridad.

¿Qué determinó que fuera en el primer lugar de la lista?

El partido comunista había tenido en el periodo 53-57, un diputado clandestino por ese distrito, profesional joven muy prestigiado, el arquitecto Sergio González. Si él hubiera querido habría sido reelecto, pero él no quiso seguir. Yo lo reemplacé y me dijeron, con 700 votos que saques sales, además de Oyarce. El PC tenía fuerza en ese distrito antes que se despoblara, porque mucha gente trabajadora que vivía en los cités se fue de la zona a los extramuros en busca de un terreno y la casa propia. Sacamos dos diputados pero desgraciadamente se perdió Tohá, aunque hicimos una campaña muy unitaria, juntos andábamos en las proclamaciones. Al final saqué mil y tantos votos, más de los que necesitaba y salí elegido. Con 26 años de edad, junto con Jorge Lavanderos fuimos los más jóvenes de la Cámara.

¿Cómo combinó su trabajo de diputado con su trabajo en el partido y en qué momento ocupó funciones dirigenciales en el mismo?

Mi trabajo era absorbido completamente por la diputación. Pero, esta labor era parte de las tareas partidarias. Pasé a ser «funcionario» como se dice en el Partido. El PC me fijó un sueldo, de acuerdo con normas tradicionales que se mantienen, suma suficiente para vivir modestamente, pero sin posibilidades de ahorrar. Yo ya tenía dos hijos, además Xenia estudiaba. Ser diputado me significaba reducir casi a la mitad el ingreso que ganaba en la Corfo, porque la dieta pasaba al partido. Los socialistas también tenían un mecanismo parecido, era una cosa normal.

Las primeras actividades giraban en torno a la diputación, como asistencia a comisiones, estudio de los proyectos de ley, intervenciones en la sala. Pero, además participé en campañas por elecciones complementarias y cumplía encargos para viajar a provincias a entregar informes políticos y las tareas que se acordaban para las organizaciones locales. Participé en una de las últimas reuniones clandestinas del Comité Central, donde conocí al mítico Galo González y a otros dirigentes obreros, campesinos, mineros. Galo era el secretario general del partido, un hombre mayor que siempre me trató de forma muy paternal, a pesar de su fama de ser un duro. Esos viejos luchadores me inspiraban mucho respeto por su sabiduría práctica y su vida sacrificada.

En ese tiempo, los diputados podíamos viajar gratuitamente en los ferrocarriles y en la línea aérea nacional, dentro del país. Si había que ir a dejar un paquete con folletos políticos, o las estampillas de las cotizaciones a los extremos del país, allá iba yo. Así conocí Punta Arenas y muchas ciudades y pueblos pequeños de cordillera a mar. Viajé al extranjero a cumplir distintas misiones. Visité China y la Unión Soviética. En Moscú hice un curso especial de tres meses sobre El Capital.

Después empecé a participar en tareas de difusión interna de la línea del partido. Entonces, por ejemplo, iba a Chillán, la nombro porque era una ciudad muy fría para mí en invierno, el tren llegaba a las cuatro de la mañana, me iba a un modesto hotel a dormir hasta las ocho o diez, cuando me venían a buscar para la reunión. Era como un correo, aprovechando mi calidad de diputado y el fuero que tenía.

¿Cuándo ingresó por primera vez al comité central?

Al Comité Central ingresé en el XI Congreso del PC del año 1958. He permanecido en él cincuenta años, ininterrumpidamente. La ley maldita ya había sido derogada. Fue inaugurado en el Salón de Honor del Congreso Nacional. El partido salió muy fuerte al ámbito público. En ese Congreso fui elegido suplente al CC, siendo ya diputado. Comencé a asistir con cierta regularidad de manera que al Congreso siguiente, fui propuesto y elegido titular. A comienzos de los sesenta, primero como suplente, pasé a integrar la Comisión Política donde permanecí hasta que fui designado Ministro.

¿Habían diferencias de estatus entre ser miembro suplente y miembro titular?

No, virtualmente ninguna, porque siendo suplente uno asistía cuando fallaba un titular. Muchas veces ocurre, había gente que no podía asistir o dejaron el cargo por alguna razón y me llamaban a mi como suplente. Del momento en que uno empieza a tomar responsabilidades de dirección, uno se siente, siendo o no miembro, parte del equipo dirigente.

¿Quienes fueron los personajes más cercanos desde su primera elección a diputado hasta su experiencia en el poder ejecutivo en el gobierno de Allende?

Estamos hablando de un largo período de diez y seis años en el cual yo me voy involucrando cada vez más. La persona más cercana desde sus comienzos fue Luis Corvalán, que cuando lo conocí era el encargado nacional de propaganda. Él fue elegido después de la muerte de Galo González como su sucesor. Me conocía y teníamos una relación muy cercana hasta el día de hoy. En buena medida lo considero mi maestro en la política. Es quien más influencia ha tenido en mí, del que más aprendí también. Eso en lo personal.

En el PC, en todo ese periodo no hubo nada que fuera parecido a corrientes internas. Eso lo pude comprobar, porque en un comienzo yo estaba con la mirada muy atenta, si hubiera encontrado que habían disputas por intereses de grupo, me habría ido inmediatamente. Era una de las cosas más agradables e importantes, que me hacían sentir que había elegido un camino que me hacía feliz, desde el punto de vista moral y de la opción de vida que había tomado.

Fui conociendo en la vida diaria a los principales dirigentes, uno de los más destacados de ese tiempo, era Volodia Teiteilboim, también Orlando Millas, dos grandes intelectuales del partido, ninguno de ellos tenía grupitos a su alrededor. Admiré mucho el talento organizador de un autodidacta, Américo Zorrilla. También aprecié a dirigentes obreros como José González, subsecretario del PC, muerto en un accidente de aviación, Oscar Astudillo, «Rafael Cortés» y Victor Díaz, con el cual tenía mucha sintonía por su chispa y procedencia nortina.

¿Qué podría caracterizar estos liderazgos tan diversos como el de Luis Corvalán y el de Volodia?

A pesar de sus diferencias de personalidad y origen social, tienen mucho de común. Ambos ingresan por la misma época al partido, son de una generación que se inicia en los años 30, en la que fueron dirigentes de la juventud o del partido, periodistas del diario Frente Popular y de El Siglo. Volodia y Millas eran intelectuales más en el sentido tradicional del término y Corvalán que es una persona, de sabiduría campesina, con notable aporte en reflexiones políticas, no tenía formación universitaria. Millas nunca terminó sus estudios universitarios, que yo sepa, pero podía tratarse de tu a tu con cualquier académico chileno o extranjero. Los unía una buena formación común, duras experiencias de lucha como cárcel, vida clandestina, sin perder una profunda moral humanista. A su vez ellos fueron formados por una generación de líderes con grandes valores, de los que a algunos alcancé a conocer y de los que conservé siempre gran respeto, entre ellos, Elías Lafferte, Salvador Ocampo y Carlos Contreras Labarca, éste último secretario general del PC, líder muy importante para la época en que ejerció, desde 1933 hasta 1942, casi 10 años. Había otros más, que lamento no haber conocido como Ricardo Fonseca, muy admirado por Volodia, Corvalán y Millas.

A Carlos Contreras lo traté cuando ya había dejado la Secretaría General. Salió bajo una fuerte crítica interna a su mandato. Desapareció del plano público sin ningún resentimiento, después de haber sido senador y ministro, dedicándose al ejercicio de su profesión. Era abogado y veinte años después, por iniciativa de Corvalán fue llamado para ser candidato a senador y elegido por el Sur, volviendo a la vida política con gran éxito, siempre en un plano modesto.

¿Cómo llegó usted a ser ministro del presidente Allende?

Por casualidad, se podría decir. Yo tenía una relación con Allende muy cercana, derivada de mi especialidad, él me escuchaba con atención, me consultaba para proyectos de leyes, fijando posiciones comunes en el debate en materias económicas. Había una relación de trabajo cercana porque él era senador y yo diputado. En la Cámara durante largo tiempo, sin quererlo ni pretenderlo, era como el vocero económico del FRAP, antes de la UP. Luego se incorporaron al Congreso, personas como Carlos Altamirano que también se dedicaba a los temas económicos. Cuando Allende fue elegido, existía el copucheo de que yo podía ser su ministro de hacienda. Pero yo sabía que eso era imposible, porque era incompatible con el cargo de ministro. De lo contrario tendría que haber renunciado y habríamos perdido un cargo, era arriesgarse en una elección complementaria, no tenía sentido.

Allende pensaba que yo podía ser su ministro de hacienda, tal vez lo deseaba, pero en el partido desde luego se descartó esa posibilidad, en el primer gabinete. Sin embargo, estuve desde el principio participando en las primeras designaciones de los altos cargos económicos de gobierno y dirigí una Comisión Técnica para orientar a los comunistas designados en esos cargos. Tal vez por ese trabajo y otros recibí con orgullo en 1970 la medalla Luis Emilio Recabarren. Representé al partido en varios conflictos con los socialistas y cumplí algunos encargos en gestiones reservadas o públicas en el exterior, como cuando con Millas nos entrevistamos con Brezniev para solicitar un préstamo en dólares que fue concedido. También estuve en la renegociación de la Deuda Externa con el Club de Paris. Estaba al tanto de todo lo que se hacía. Nos reuníamos frecuentemente con los ministros como Vuskovic y otros del área económica. Cuando vino Fidel, Allende me invitó un día a almorzar con él y otras personas, para tratar sobre temas económicos. También acompañé a Corvalán, a entrevistas con Allende, en consultas urgentes, o asuntos importantes. O sea, en cualquier momento podía asumir.

Asumí en Julio del 73, terminado mi cuarto periodo parlamentario en Mayo del 73. La Comisión Política quería que fuera candidato a senador por Curicó, Talca y Linares, pero yo propuse a Alejandro Toro, que era diputado de la zona, y efectivamente salió electo senador. Un comunista y un socialista. De esta manera quedé liberado de un trabajo parlamentario que duró 16 años. En el gobierno de Allende, la derecha lo había transformado en una cosa muy odiosa y nadie escuchaba a nadie, porque la pelea estaba por fuera y si había pelea adentro era a puñetes.

Entonces, era más útil desde fuera del parlamento. Dejé el cargo en el mes de mayo y estuve libre reuniéndome con funcionarios comunistas, dirigentes de la UP, con ministros, subsecretarios, parlamentarios, gente de las empresas de propiedad social. Seguía trabajando como funcionario del partido.

Había otra circunstancia que hizo excesiva la rotación en los cargos ministeriales. Fue el abuso de la oposición en el Congreso con las acusaciones constitucionales. Entonces, en una de esas, fue acusado Millas que era ministro de Economía, había que buscar otra persona y ahí quedé yo hasta el día del Golpe.

Llegamos al momento del golpe. ¿Qué estaba haciendo usted el día del 11 de septiembre de 1973?

El día antes del golpe llegué a mi casa, tarde como siempre, porque pasaba mucho tiempo en la calle, no tanto en la oficina del ministerio, visitaba las empresas, poblaciones, nunca me gustó mucho el trabajo de escritorio, igual que como diputado uno se acostumbra a eso. Recibí una llamada de Alfredo Jadresic, entonces decano de la Facultad de Medicina. Él me trasmitió informaciones sobre movimiento de tropas desde Los Andes a Santiago, cosa que era efectiva. Las transmití a La Moneda y me fui a dormir, cansado, con sueño tranquilo, pese a la tensión que se vivía, pero una tensión a la espera de algo que se veía venir, que es distinto cuando a uno lo pillan de sorpresa.

Después de la renuncia de Prats, presumíamos que venía el golpe, pero no por donde ni de qué magnitud, ni cuándo. Fallas de nuestro aparato de inteligencia. Estábamos de acuerdo con Allende que la última salida era el llamado a plebiscito y lo instábamos a que lo hiciera rápido. Pero ya el día 10, se veía que en cualquier momento la conspiración iba a estallar, pero se ignoraba su magnitud y su salvajismo. Se sabía que la marina era la más golpista, yo había tenido reuniones de gobierno con Brady y otros militares, pero los veía reticentes, incluso a Merino le reproché por lo que no hacían y deberían hacer, frente al paro subversivo de los camioneros. Cuando en la mañana del 11, tipo 8 de la mañana ya teníamos informaciones confirmadas, fui al ministerio como me correspondía, allá me reuní con el grupo de compañeros de más confianza y tomamos una serie de medidas.

Nosotros teníamos como partido un acuerdo, la respuesta dependía de la magnitud. Pero dada la situación, nos preparábamos para un período de persecusiones nuevamente, por lo tanto había que adoptar una serie de normas, propias de la clandestinidad. Cambio de identidad, refugios, etc. Lo teníamos previsto aunque no se había chequeado a fondo, porque el tiempo no alcanzaba. Cada cual resolvió el problema por sus propios medios, el partido no estaba en condiciones de hacerlo, salvo para los miembros claves de la dirección.

Dejé el edificio de Teatinos poco antes de que empezaran los cañonazos contra La Moneda, para ubicarme en el sector industrial de Quinta Normal que era el que me correspondía. Cercano a ese sector estaba mi refugio previamente concertado con su dueño, que reunía los requisitos más una parcela que él tenía fuera de Santiago. Eran condiciones buenas para permanecer largo tiempo y esa era la intención, también lo sabía mi mujer. Pero, el 11 encontrándome en Quinta Normal en la fábrica textil Chiteco tuve que tomar decisiones difíciles. Nos debatíamos entre la resistencia activa, la resistencia pasiva, o salir a la calle, habían varias alternativas. Pero, lo que predominó entre los trabajadores, donde había gran mayoría de mujeres, a raíz del fuerte impacto emocional que produjo el golpe, fue un gran temor y no estaban las condiciones para ningún tipo de resistencia. Les propuse a las trabajadoras que se fueran a sus casas.

Como Ministro andaba siempre acompañado con dos camaradas de seguridad. Ellos también estaban muy preocupados por sus familias, de manera que los liberé, asumiendo que podía arreglármelas con gente del sector. Así pasaron tres días buscando algún lugar para quedarme, porque la persona que me iba a recibir se arrepintió y me mandó a decir que no fuera por allá porque estaban allanando las casas una por una, en una cuadra donde vivía el padre de los periodistas Gómez Lopez, buscándolos a ellos. Los policías habían hecho destrozos y provocado todo un clima de terror en el barrio. Tuve que improvisar un refugio, estando en dos o tres casas que no reunían las condiciones de seguridad y en una de esas estaba, cuando llegaron carabineros de la zona. Me llevaron al cuartel y pude lograr que el comisario me recibiera. El me mandó esposado al Ministerio de Defensa, pero en la guardia no sabían qué hacer conmigo. Me subieron al ascensor hasta el piso sexto y en ese momento aparece el general H. Brady, jefe de plaza nombrado por Pinochet, considerado muy leal a Allende. Andaba con la cara pintada, con traje de guerra, pero lo reconocí, y le dije: «no vengo a pedirle ningún favor, sólo quiero saber qué destino me tienen pensado». Creo que él tampoco tenía idea e improvisó una respuesta. Me dijo «usted va para la Escuela Militar, donde hay otros ministros detenidos».

En la Escuela Militar había muchos prisioneros. Estuve horas arrodillado, contra la pared, las manos en la espalda. Luego me llevaron a un cuarto donde me encontré con Julio Palestro. Al otro día, nos sacaron con destino desconocido. Cuando íbamos en el avión rumbo al sur, y ya cerca de Punta Arenas, Jaime Tohá intuyó «debe ser una isla, como Dawson, donde nos van a tener presos». Lo demás es historia conocida.

¿Cuándo sale al exilio?

Estuve tres años y tres meses, detenido, sin cargos, sin proceso, en diferentes prisiones y campos.

Gracias a la gran campaña mundial de solidaridad y denuncias contra la dictadura por la liberación de los presos de Dawson, fuimos saliendo gradualmente. Fui uno de los últimos en salir, en noviembre del 76. Entre esos últimos estaban Corvalán, Jorge Montes y Daniel Vergara.

Afirmé por escrito que no aceptaba el exilio voluntario y propuse a cambio una relegación, en cualquier lugar del país y por el tiempo que fuera. De Tres Alamos salí esposado hasta la cabina del avión, con destino a Venezuela.

Era un destino provisorio, para encontrarme con mi hija Yanina, expulsada a Colombia y con Xenia y mi hijo menor, Andrés. El segundo hijo, Jan, no quiso salir, permaneció en Chile hasta el fin, habiendo estado también relegado. En Caracas fue a recibirme Manuel Cantero por encargo de la dirección exterior del partido. Yo mismo había propuesto quedarme lo más cerca de Chile, vimos que el lugar más apropiado era Caracas. Fui el único miembro del Comité Central que residió por algún tiempo en Sudamérica. Con Manuel conversamos largamente sobre todo lo que estaba pasando y examinamos las funciones políticas que se podían realizar.

¿Qué otros militantes comunistas estuvieron con usted en Venezuela? Manuel Cantero, ¿si no me equivoco se va a Europa, no?

Manuel Cantero salió de Chile y trabajó en Moscú, hasta que volvió a Chile clandestinamente. En Moscú quedaron Volodia Teiteilboim y otros compañeros como Orlando Millas, Américo Zorrilla y Luis Corvalán.

Y en Venezuela ¿con quien trabajó?

Con compañeros de base, salvo Mario Benavente, profesor de filosofía de Concepción, también miembro del CC. Él había llegado antes que yo desde Suecia y había comenzado un trabajo de reconstrucción del partido y de organización del exilio. Estábamos recuperando militantes que se habían venido por su cuenta, incorporando a otros, al punto de constituir un Coordinador con más de 200 militantes con carne, cotización al día y trabajo activo. La mitad en Caracas y el resto en otras ciudades. Hacíamos magníficos actos públicos con nuestros artistas exiliados, como los Duvauchelle, Julio Jung y muchos más. En una ocasión los jotosos se tomaron por un día el Consulado chileno con gran conmoción periodística. Esta red fue un puntal de la solidaridad, de la denuncia de la dictadura y un apoyo para la lucha en Chile, como introducir materiales de propaganda, recursos económicos, recibir o enviar mensajes entre Moscú y Santiago.

Había otra razón de importancia para vivir en Caracas. Allí estaban radicados varios dirigentes políticos de oposición a la dictadura.

¿Qué dirigentes?

Estaban Sergio Bitar, Pedro Felipe Ramírez, Enrique Silva Cimma, Carlos Matus, otros profesionales socialistas y Aniceto Rodríguez, quien era el que tenía más vínculos con el gobierno de Carlos Andrés Pérez y del Partido Acción Democrática. Con varios de ellos habíamos compartido Dawson y otras prisiones. También había militantes del MIR, entre ellos estuvo José Carrasco. Formamos un Comité de exiliados que agrupó cientos de chilenos. Llegaron Renán Fuentealba, Claudio Huepe y Jaime Castillo de la DC, expulsados por la dictadura. Entonces constituimos informalmente el así llamado «grupo Caracas» con todos ellos. Realizamos seminarios y coordinamos acciones contra Pinochet. Por Caracas pasaron Radomiro Tomic y Gabriel Valdés, que traían novedades. En vísperas del Plebiscito fraudulento del 80, vino Eduardo Frei, invitado por el Presidente Herrera a la trasmisión del mando. De Moscú me encomendaron que hablara con él. Tuve una larga, amistosa e interesante conversación que ratificó su disposición a trabajar con los comunistas para combatir juntos a Pinochet. En dos oportunidadades estuve con Andrés Zaldivar, que ejercía la presidencia de la DC, contactos que me demostraron que seguía con sus prejuicios anticomunistas. En Caracas teníamos mucha información tanto por la gente que viajaba, como por la prensa de Santiago que llegaba todas las semanas.

¿Gente del MAPU en Venezuela?

No, me parece que no.

¿Qué opinión tenía desde el exilio, sobre lo que estaba ocurriendo en el PC?

Justamente fui expulsado el año 76, año en que fueron masacradas las dos primeras direcciones clandestinas del PC. Fue un año horrible, nos dolían los golpes mortales a nuestros camaradas, pero nunca perdí la fe que nos recuperaríamos. En Agosto del 77 participé en Moscú, en el primer Pleno del Comité Central, con todos sus miembros que quedaban vivos. Fue una reunión muy importante, de balance, de autocrítica. Allí se acordó iniciar la vuelta a Chile y se aprobó la preparación, ya iniciada de militares profesionales.

Asistí a varias reuniones ampliadas, con compañeros del exterior e interior. Tenían lugar dos veces al año en distintos lugares. Estábamos conectados, tanto para coordinar tareas del exilio como para informarnos de la situación chilena. Me tocó hacer discursos públicos en diversos países e informes en la propia Venezuela, en los que consta el conocimiento del país que teníamos, tanto por las fuentes públicas como por las internas.

Cuando mueren las dos direcciones clandestinas que estaban dirigidas por líderes políticos que eran parte de la estructura dirigencial del PC…¿ pero qué pasa cuando esa sucesión formal y legal se rompe con estas desapariciones, quienes validan a las nuevas direcciones en términos institucionales?

Viviendo en el exilio y de acuerdo con las normas clandestinas, lo que estaba pasando en ese plano, ni siquiera lo preguntaba, la compartimentación era una norma que yo observaba. Más tarde, de regreso, he logrado ir reconstituyendo paso a paso el proceso. Ya hay historiadores, libros de memorias, etc, que dan cuenta un poco más en detalle quienes se hicieron cargo.

Yo conocía a alguno de esos compañeros sobrevivientes de los asesinados, como Farías, Jorge Texier y Guillermo Tellier. Creo que asumieron su responsabilidad porque les correspondía, siendo dirigentes intermedios. Ahí lo que pasó fue una cosa muy interesante, el partido se quedó por un breve tiempo sin cabeza, pero como se dijo alguna vez: «el cuerpo comenzó a crearse la cabeza», o sea los regionales como no fueron todos destruidos, los dirigentes regionales siguieron actuando solos. Este interregno duró hasta que volvieron clandestinamente a Chile, Riquelme, Gladys Marín, Cantero, Azócar y otros. Esa dirección intermedia se autovalidó y legitimó. Pero obviamente el Secretariado del PC en el exterior estimó que ya era conveniente establecer lo que llamó el Equipo de Dirección Interior (EDI) con los nuevos compañeros retornados, dotada de amplios poderes. Nadie de nosotros habría dudado que eso fuera lo acertado, aunque no se podía ni debía consultarnos, en resguardo de la seguridad del grupo que volvía al país, con gran riesgo para sus vidas. Por lo demás, el Pleno de Agosto del 77 había acordado transferir gradualmente la dirección del partido hacia el interior.

Cuando se determina que sea G. Marín y M. Cantero los que regresen, qué primó, en términos de criterios selectivos en esta discusión del pleno. ¿Qué características particulares tenían ellos?

La selección de los dirigentes que volvieron correspondía resolverla el Secretariado Exterior en Moscú. Más de alguna vez fui invitado, pero para otros asuntos. Después de Venezuela estuve un año en Cuba, representando a la dirección del partido, encargado del partido en la Habana, eso fue el año 83.

Entonces respecto de quienes o por qué, si se trata de darle una opinión podría decirle que ahí influyó mucho la disposición personal, incluso «la presión personal». Le diré que eran muchos los voluntarios que se ofrecieron. También yo me ofrecí, pero años más tarde. Implementar y sostener la vida clandestina de cada dirigente requería mucho dinero y recursos humanos. Por ejemplo, lo ha reconocido Gladys Marín; ella se sentía afuera muy mal anímicamente y quería volver cuanto antes a Chile, entonces insistió e insistió mucho, a pesar de que todos queríamos protegerla fuera del país. La capacitación para su nueva vida fue muy rigurosa. Además, al final del gobierno de Allende, cuando se preparaba el siguiente congreso del partido, en la Comisión de Cuadros, ya existía la idea de proponerla a ella como la nueva secretaria general del partido.

Usted dice que está en Venezuela hasta el año 83 y después parte a Cuba… qué supo del giro del partido hacia todas las formas de lucha.

En el año 79 creo que empezó esta discusión más en serio. Muchos decían que no había otro camino que derribar a Pinochet por la violencia. Leí la correspondencia entre el exterior y el interior donde se debatía el punto y se manifestaban algunas diferencias. A principios de los ochenta él consultó mi opinión, como se hacía con otros, además yo entregaba mis apreciaciones por escrito, por propia iniciativa. Estaba muy preocupado por la indefensión en la que se encontraban los comunistas durante la dictadura. Era partidario de tener un aparato armado, pero mi primera idea era que debía ser un aparato defensivo, para darle protección a las direcciones, bien capacitado para enfrentarse con la Dina, en cierto tipo de combates. No soy especialista en la materia, pero estudié el tema militar y de la lucha armada y hasta tuve algún aprendizaje práctico elemental en estos temas. Incluso entregué un documento interno, titulado «Lenin y la insurrección», cuando ya se había lanzado la tesis de la rebelión popular. En 1979 se había roto la Unidad Popular, el Partido Socialista se había dividido y el plebiscito fraudulento de 1980 había repercutido negativamente en el ánimo del grupo Caracas. Salvo dos o tres personas, los demás pensaban que la dictadura iba a durar 20 años. Estaba la experiencia exitosa de la lucha armada contra Somoza. Entonces fui partidario de combatir a Pinochet por todos los medios. El discurso que hizo Corvalán en Moscú, invocando el «derecho a la rebelión» inmediatamente después del plebiscito, no me sorprendió y me interpretó cabalmente. Por eso intervine en una actividad pública en Caracas a los dos o tres días, apoyándolo totalmente. A raíz de eso, El Mercurio editorializó sobre el asunto, citando mi discurso y destacando que los comunistas venían preparando la violencia contra «el régimen legítimo y constitucional» de Pinochet. Pero en el 81 y 82 ya empezó a tomar forma casi espontánea, las protestas violentas realizadas por muchos jóvenes, no solo del partido. En el 83 recibí informes de la amplitud de masas que tomaba la lucha antidictatorial, mediante los más variados métodos de lucha. Se creó el Frente P. Manuel Rodríguez. Estuve completamente de acuerdo, pero insistí en que los comunistas dentro del Frente debían someterse a la disciplina y supervisión de la dirección del partido. No compartía la idea surgida en algunos de que la lucha sería militar en lo principal, subordinando las acciones masivas y la dirección partidaria hasta llegar a una estrategia de ejército contra ejército. En cambio apoyé plenamente la tesis de avanzar hacia la insurrección popular de masas, como forma de acabar con la tiranía. Del mismo modo ya había aprobado la idea de formar militares comunistas, aunque no sabíamos las circunstancias en las que podrían actuar.

¿Tuvo contacto con estos personajes que llegaron a entrenar como militantes del PC a Cuba?

Si, claro, era parte de mi tarea, aunque no específica, porque había camaradas dedicados especialmente a su atención. Algunos de los jóvenes oficiales graduados en escuelas militares estaban en Nicaragua, habían combatido eficaz y valerosamente y formaban parte del ejército sandinista. Otros estaban en Cuba a la espera de volver a Chile, cuanto antes. También encontré a los jóvenes que venían de Chile, con alguna experiencia en acciones armadas para entrenamiento en acciones paramilitares. Conversé mucho con ellos, lo que me permitió informarme mejor de cómo era la lucha en Chile. Obviamente ellos comprendían mejor la situación interna que los jóvenes del exterior.

1983 fue el año en que parte el primer grupo clandestino de militares a Chile. Su jefe era el joven Raúl Pellegrin Friedman, brillante oficial reconocido por todos al que se le hizo una emotiva despedida, en la que participamos, Zorrilla, Montes y yo.

Junto con él ¿recuerda a otros dirigentes destacados?

Los conocí a la mayoría, pero no con sus nombres reales, todos tenían sus chapas. En Nicaragua, después del triunfo, dos veces estuve con el grupo militar chileno, recorriendo el país. También con el actual subsecretario de aviación, Raúl Vergara, que había sido miembro de la FACH y fundador en Nicaragua de la primera escuela militar aérea.

En algunos de estos valiosos combatientes y de otros teóricos civiles, tanto fuera como dentro del país, se estaba incubando la falsa y malsana idea de que el Partido pronto se iba a dividir entre «los viejos y los jóvenes», los primeros partidarios de la vía pacífica y los segundos de la lucha armada». Más tarde esta teoría se tradujo en la división del Frente P. Manuel Rodríguez.

¿Cuándo volvió usted a Chile?

Un mes antes del Plebiscito del No. Desde algunos meses estaba en Buenos Aires, a la espera de ingresar al país, en contacto con la dirección interior. La derogación del decreto de los últimos expulsados se publicó en Septiembre. Volví inmediatamente.

Cómo se vive el proceso de retorno de los liderazgos históricos al PC? ¿Hubo algunos conflictos de integración?

Sí los hubo, de diferente naturaleza y causa. Hay dos contradicciones que en ciertas épocas se profundizan. Una es la contradicción interior-exterior, entre los de afuera y los de adentro. Otra es la contradicción entre jóvenes y viejos, el conflicto de generaciones.

Muchos partidos y no sólo los PC han vivido estas contradicciones que cuando fueron mal resueltas, condujeron a fuertes divisiones. En nuestro caso también se manifestaron y llevaron a ciertos desprendimientos conocidos. Agréguese a lo anterior la discusión sobre el tema de la vía armada, el porqué no se había alcanzado la salida insurreccional y para rematar, poco tiempo después la crisis y hundimiento de la URSS.

Cuando yo llegué a Chile me encontré con algunos amigos y camaradas que criticaban en general a los que habían estado fuera, sin considerar cada caso y cual había sido su comportamiento. Por encargo de la dirección interna tuve desde el primer día una actividad política intensa. Fui recibido con demostraciones de aprecio y cariño, tanto por la dirección como por la base. No tuve conflictos ni reproches. Estaba feliz de haber regresado y participar en la campaña del No en grandes mitines en Arica, Mejillones y Antofagasta, a pesar del desagrado que percibí en Zaldívar y Lagos, por la presencia masiva de los comunistas. El 7 de Noviembre de 1988 hablé a nombre del Partido, en el ex Teatro California, repleto de gente.

Uno puede como comunista revolucionario estar en cualquier lugar, preso, clandestino o en libertad o en el exilio. Pero siempre hay una manera de seguir siendo revolucionario. Y eso no se daba siempre, tanto dentro del país como fuera. No pocos desertaron en el exilio o dentro del país, compañeros que, por distintas razones, atendibles y no condenables, privilegiaron su propia formación, sus estudios o su familia. No todos iban a ser héroes. Por otro lado conocí innumerables compañeros que afuera y dentro se comportaron como héroes, realizando tareas arriesgadas, contando sus hazañas con sencillez y una sonrisa en los labios.

¿Dónde vivió hasta antes de su regreso a Chile, después de Cuba?

Después de Cuba fui destinado a la RDA, en Leipzig, donde permanecí desde el 84 hasta el 88. Allí había un pequeño centro de estudios afincado a la universidad, en el departamento de historia, cuyo jefe era el muy prestigiado profesor, Manfred Kossock. Allí elaboré varios trabajos de investigación, algunos se publicaron, otros eran para consumo interno. Tenía un espacio radial en Radio Berlín Internacional donde comentaba lo que pasaba en Chile. Realizamos un seminario sobre temas económicos con los profesionales comunistas y amigos que estaban dispersos en distintos países. Elaboramos propuestas para un programa económico post dictadura. Cumplí diversas misiones en otros países, en actividades solidarias. Atendí la representación del exilio ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, con sede en Ginebra. Concurrí varios años a la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, logrando que no se condenara al FPMR, ni se lo equiparara con la dictadura, como quería la delegación norteamericana.

Cuando iba a EE.UU en esa misión, la visa sólo me permitía moverme dentro del distrito de Columbia, so pena de expulsión. En cambio la primera vez que ingresé a ese país, fue con visa oficial, como diputado parte de una delegación a la Conferencia Parlamentaria Panamericana.

Los conflictos que se vivieron hacia mediados y fines de los 80, de un grupo de comunistas que plantean una serie de críticas al PC y que terminan yéndose del PC. ¿Qué recuerdos tiene usted de ese conflicto?

En esos años arreciaba una campaña antisoviética y anticomunista en Europa Occidental. Los partidos socialdemócratas de Europa Occidental se empeñaban en fomentar la ruptura entre comunistas y socialistas chilenos, unidad que para ellos era algo insólito a nivel mundial. Especialmente el empeño mayor se realizaba en Francia y en España, mientras en Italia el principal resultado de esa campaña fue debilitar y descomponer al Partido Comunista Italiano, el cual se fue deslizando cada vez más hacia la socialdemocracia, después de la muerte de Berlinguer. A la vez estos partidos prestaban gran solidaridad en la lucha contra la dictadura, pero la fueron orientando hacia la salida pactada, con la exclusión de los comunistas. Esto se proyectó a Chile en los años finales de la dictadura. Luego esa campaña cobró grandes dimensiones con la caída de los regímenes del Este Europeo. Algunos compañeros plantearon que los partidos comunistas y el socialismo revolucionario habían quedado obsoletos. Decían que había que fundar otro tipo de partido. Finalmente algunos terminaron en el PS o en el PPD. Otros se fueron para su casa. Es cierto que perdimos compañeros valiosos y otros que los años demostraron que no eran tanto. Pero también, con el paso de los años, muchos han recapacitado y vivido la experiencia de que no era cierto el «fin de la historia, el término de las utopías» y se han vuelto a acercar al Partido. Por el contrario, es el capitalismo el que está en gravísima crisis y se pone de actualidad Marx y surge la esperanza de «un socialismo del siglo XXI».

Creo que el partido hizo bien, cuando se orientó a entrar al plebiscito, con algunas reservas, y llamar a inscribirse y a votar No. Las perspectivas de la insurrección popular se habían debilitado. Desde afuera, yo lo estaba observando y sufría, porque pasaban los días y no se tomaba la decisión. Pero al fin se adoptó. En mi caso me ha ocurrido una especie de comunicación telepática con la dirección del partido, estando lejos y sin contactos, como si hubiera un hilo conductor que le permite a uno mantener una cierta brújula, incluso estando solo o aislado, cuestión que le pasa a muchos compañeros también. Eso por lo menos ha sido mi experiencia.

Usted cree que esa brújula, que también puede ser llamada identidad, fue algo que no se dio en aquellos militantes del FPMR que terminan saliéndose del PC…

En los años 80, pasaron las dos contradicciones a las que ya me referí. Hace poco un amigo que debe tener unos 20 años menos que yo y que participó intensamente en la lucha contra la dictadura, me contaba cómo me veía a mí, en ese tiempo, aunque sé que desde que me conoció me tiene gran aprecio. El me ubicaba como parte de «los viejos tales por cuales» culpables entre otras cosas, de no haber sabido detener el golpe. Siempre fui partidario de que la dirección del partido tenía que estar dentro del país y que las nuevas generaciones pasaran a ocupar nuestros puestos.

Pero también creo que no hay que desestimar la experiencia de los viejos curtidos y leales, probados en tantos combates. En 1989 se realizó el Congreso del Partido de 1989, al cual yo no asistí, por una petición de la dirección para viajar a Buenos Aires en esos días y ayudar a despistar la realización clandestina del evento. Al parecer fue un congreso áspero, donde quedaron fuera del Comité Central valiosos cuadros del Partido. Fue el caso de Américo Zorrilla, entre otros, uno de los mejores organizadores que ha tenido el Partido, quien recibió presumiblemente, críticas injustas.

En algunos miembros que formaron el FPMR- Autónomo, pienso que pesó mucho su formación política fuera del país, con una muy insuficiente valoración de la larga experiencia del PC chileno y también una insuficiente comprensión de la realidad nacional, así como de las transformaciones que había producido la dictadura en la subjetividad de las personas.

¿El FPMR-A es generacional?

Por un lado es el conflicto generacional y por la otra la adopción dogmática de «la teoría de la guerra larga», concepción estratégica completamente equivocada para nuestro país, como lo demostró al poco tiempo, la práctica.

Sin duda que las experiencias personales influyen. Aquellos compañeros que enfrentaron la dictadura desde la calle, con las piedras, en los atentados o los que hicieron acciones más organizadas se formaron en condiciones distintas a épocas anteriores. No había más que un solo objetivo: echar a Pinochet a como diera lugar y punto, lo demás no se discutía, no había tiempo. Eso me lo han dicho militantes de la época y fue una cuestión que percibí cuando llegué acá y empecé a tener contactos. Muchos no creían en el triunfo del NO y se preparaban para el enfrentamiento en la noche del plebiscito. Uno, con la experiencia que te ha dado toda una vida política y el conocimiento del estado de ánimo del pueblo chileno, podía concluir que ganaba el NO y que un nuevo golpe de Pinochet era imposible.

– Entrevista realizada por Cristina Moyano Barahona, doctora en Historia, investigadora del Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago, en el marco de su investigación doctoral sobre la vida y actuación de dirigentes comunistas chilenos en el período 1957-1990.