Con «Pro dia nascer feliz» (Para que el día nazca feliz), que comienza con estadísticas reveladoras, el cineasta Joao Jardim pone el bisturí a fondo para atacar con emoción el drama del fracaso educativo y la adolescencia angustiada en Brasil. En 1962, sólo 50 por ciento de las niñas y niños brasileños concurrían a la […]
Con «Pro dia nascer feliz» (Para que el día nazca feliz), que comienza con estadísticas reveladoras, el cineasta Joao Jardim pone el bisturí a fondo para atacar con emoción el drama del fracaso educativo y la adolescencia angustiada en Brasil.
En 1962, sólo 50 por ciento de las niñas y niños brasileños concurrían a la escuela, mientras que hoy lo hacen 97 por ciento, pero casi mitad de éstos no logra completar la enseñanza primaria de ocho años.
Estos y otros datos estadísticos se encadenan con numerosos testimonios de estudiantes, profesoras y directoras escolares, mientras la imagen revela sus rostros preocupados, aulas y corredores claustrofóbicos, escuelas semiderruidas e inmensas «favelas», como se les llama a los barrios muy pobres en este país. Son 88 minutos, la mayoría de ellos sofocadores
El documental, en exhibición comercial desde el 9 de este mes, ganó nueve premios en festivales brasileños desde 2005, cuando aún estaba en fase de conclusión (en construcción).
Es el segundo largometraje de Jardim, también muchas veces premiado por su primer trabajo, «Janela da alma» (Ventana del alma), un éxito de taquilla con 141.000 espectadores en 2002, excelente para un documental sobre la ceguera.
«Pro dia nascer feliz» parece un título sarcástico para la desesperanza que transmiten casi todos sus personajes, pero es sólo una manifestación de deseo, dijo el director en una de sus entrevistas.
«No creo más en la escuela», se trata de una institución «del siglo pasado» que «ya no tiene unción», «el mundo afuera es más interesante», sentenció una profesora en un diagnóstico basado en larga experiencia, hace suponer su edad aparente. Hay que repensar toda la enseñanza, sostuvo.
Una colega, muy joven pero ya desilusionada, justifica el ausentismo de los profesores en el trabajo, una queja constante de los alumnos. A veces ella también falta a la clase por incapacidad sicológica de soportar las agresiones morales de los estudiantes, confesó.
La violencia escolar es uno de los aspectos destacados en el filme por varios episodios.
Uno es el asesinato de una alumna a manos de una de sus compañeras, quien relata fríamente el ataque a cuchillazos y el motivo, que fue haberle impedido entrar a una fiesta. La consecuencia de su acción, como dice ella, es «sólo tres años, que pasan rápido», en una entidad reeducadora para «infractores» graves con menos de 18 años de edad, según lo indica la ley brasileña.
Sobre la vida de la víctima mortal, la atacante dice que de todos modos «acabaría un día, solo adelanté». Su testimonio es exclusivamente hablado, no aparece su imagen ni ella es identificada, tampoco la escuela en que ocurrió el crimen.
Otros actos de violencia entre alumnos y entre éstos y profesores son temas de otros testimonios y quejas de ambas partes. «Hay un abismo» entre trabajadores docentes y estudiantes, impartir clases representa «una carga sicológica insoportable», según la joven maestra que justificó sus ausencias.
La legislación permite a los profesores y profesoras faltar al trabajo cierta cantidad de días al mes, y ellos aprovechan esa tolerancia como si fuese un derecho, señaló una directora.
La falta de motivación es común a profesores y alumnos en las dispares realidades en que Jardim buscó testimonios, desde Manarí, ciudad extremadamente pobre en el interior del nororiental estado de Pernambuco, a una escuela privada para ricos en Sao Paulo, pasando por otras en la periferia pobre y violenta de la misma capital paulista y de Río de Janeiro.
Cuatro adolescentes, todos de 16 años, son elegidos por el director para realzar las contradicciones y el desinterés de la escuela. En Manarí, Vanessa es acusada de plagio, porque sus textos son excepcionalmente bien escritos, y tratada como fuera del normal, por consumir mucha literatura y escribir poesías ingenuas.
En Duque de Caxias, una ciudad cercana a Río de Janeiro, Douglas encara la vida con cierto cinismo y vive la tentación de adherir al narcotráfico con el que convive.
Siendo un pésimo alumno, su promoción de grado es largamente discutida en el consejo docente, porque reprobarlo representaría prácticamente entregarlo al crimen organizado. Finalmente se salva de la delincuencia por formar parte de la banda de percusión de la escuela.
En Itaquaquecetuba, a 50 kilómetros de Sao Paulo, vive Keila, pobre y sin horizontes, quien pensaba suicidarse. Su talento poético para expresar esa depresión fue reconocido por una profesora y de ese modo comenzó a participar en publicaciones escolares, recuperando así su autoestima y las ganas de concurrir a la escuela,
Ahora Keila sobrevive como obrera y ya no escribe sus poemas, sorprendentemente complejos para una adolescente.
Cissa estudia en un colegio privado y no conoce la pobreza, pero comparte dudas existenciales con sus iguales de clase media y expuso en medio de llantos su drama personal de sentirse discriminada por «estudiar mucho».
La enseñanza, condenada en Brasil por su pésima calidad, baja remuneración de maestros y precarias condiciones en la mayor parte de las escuelas tampoco estimula los talentos, sino que los desperdicia.
El documental de Jardim no es sólo una visión crítica de la educación de Brasil, sino que le da voz a la juventud para manifestar sus inquietudes respecto del futuro y de los problemas de la sociedad, como la desigualdad.
Una de las adolescentes del colegio de elite reconoce que ella y los pobladores de favelas viven en «dos mundos distintos», pero a la vez es consciente de que comparten «un mismo mundo», y eso si es grave, contrarresta una compañera.