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La verdad inoportuna

Fuentes: Rebelión

Después de más de cuarenta años de militancia antifascista (es decir, antiimperialista, es decir, anticapitalista), he perdido la cuenta de las veces que he oído decir que no era «oportuno» hablar de tal o cual tema. En los años sesenta, por ejemplo, la izquierda oficial no consideraba oportuno hablar de los derechos de los homosexuales […]

Después de más de cuarenta años de militancia antifascista (es decir, antiimperialista, es decir, anticapitalista), he perdido la cuenta de las veces que he oído decir que no era «oportuno» hablar de tal o cual tema. En los años sesenta, por ejemplo, la izquierda oficial no consideraba oportuno hablar de los derechos de los homosexuales o de la liberación de la mujer (había cuestiones más «urgentes», decían), y tampoco criticar a una Unión Soviética en franca decadencia ética y política (porque era «dar armas al enemigo», decían).

No hace mucho, la cuestión de la «oportunidad» se planteó con especial crudeza a raíz de la ejecución, en Cuba, de los tres secuestradores de un trasbordador. La derecha arremetió contra el Gobierno cubano con su habitual fariseísmo, y la izquierda, en el mejor de los casos, guardó un silencio vergonzante. Y oímos a más de un supuesto marxista decir que en aquellos momentos no era oportuno manifestarse en contra de la pena de muerte. Y digo «supuesto» porque quien, en función de consideraciones estratégicas o partidistas, se olvida de que la verdad -toda la verdad y nada más que la verdad– es revolucionaria, se convierte, en el sentido más literal del término, en un reaccionario: un lastre que, con el peso de su silencio (un silencio cómplice que se traduce en una mentira por omisión), dificulta el avance de la revolución.

Oponerse a la pena de muerte nunca es inoportuno. E intentar justificarla (o mirar hacia otro lado) para supuestamente apoyar a Cuba es una aberración. Lo que hay que decir, alto y claro, es que condenar a Cuba por aplicar la pena de muerte (en una situación límite y de forma excepcional) es el colmo de la hipocresía. Todos los países del mundo contemplan la pena de muerte en caso de guerra o asedio, y Cuba lleva cuarenta años sufriendo el más brutal asedio de todos los tiempos. Si alguien acusara a Cuba de producir tabaco y contribuir con ello a la expansión del cáncer, nadie se lo tomaría en serio. Y sin embargo es cierto: Cuba es un importante productor de tabaco, y sus famosos habanos seguramente habrán llevado a la tumba a miles de fumadores; ¿por qué no la condenamos por crímenes contra la humanidad? Porque el del tabaquismo, como el de la pena de muerte, no es un problema cubano, sino mundial. Ojalá consigamos pronto un mundo sin tabaco (sin tabaquismo masivo, mejor dicho) y sin pena de muerte; pero sin chivos expiatorios y sin acosar a los fumadores. A pesar de sus plantaciones de tabaco y de sus recientes ejecuciones, en ambos casos -para ambas causas– Cuba es el menor de los obstáculos.

Otro tema que, paradójicamente, se ha vuelto inoportuno para ciertos sectores de la izquierda (incluso -o sobre todo– de la izquierda mejor intencionada) es el de la religión. El opio de los pueblos les parece a muchos una droga menos dura desde que Chávez gobierna con la Constitución en una mano y el crucifijo en la otra, y algunos incluso consideran que no se puede arremeter contra la Iglesia sin salpicar a la revolución bolivariana o a la teología de la liberación. El tema es sumamente complejo y sería una frivolidad intentar zanjarlo en pocas palabras; pero, en cualquier caso, es lamentable (y hay que decirlo aunque sea inoportuno, precisamente porque es inoportuno) que, por ejemplo, un hombre como Ernesto Cardenal se arrodillara ante el nefasto Wojtila y aceptara su papal reprimenda, sin que por ello dejemos de admirar al gran poeta y luchador social nicaragüense. Y se puede (y se debe) apoyar a Chávez sin olvidar la incongruencia (y los peligros) de su alineación religiosa.

Pero no es necesario ir a buscar fuera de casa los temas que la izquierda timorata considera inoportunos. En la «España democrática» (las comillas indican el uso irónico de ambos términos), no es oportuno decir que los sindicatos mayoritarios y sus respectivos partidos llevan treinta años traicionando a la clase obrera. No es oportuno hablar del derecho de autodeterminación de los pueblos. No es oportuno hablar de la tortura, de la brutal represión policial en Euskal Herria, de aberraciones jurídicas como la Ley de Partidos o el sumario 18/98. No es oportuno decir que en el Estado español hay más de setecientos presos políticos, anticonstitucionalmente dispersos y alejados de sus familiares (ni siquiera es oportuno llamar a ciertas cosas por su nombre, es decir, utilizar expresiones como «preso político», «Estado español» o «Euskal Herria»). No es oportuno decir que los soldados españoles destacados en Oriente Medio no son héroes humanitarios sino sumisos colaboradores del imperialismo genocida estadounidense. No es oportuno hablar de la ampliación de la base de Rota. No es oportuno recordar que el jefe del Estado es un rey impuesto por Franco y que juró los Principios del Movimiento. No es oportuno decir que las mujeres (y los hombres) que ejercen la prostitución tienen derecho a hacer con su cuerpo lo que quieran. No es oportuno decir que el supuesto «terrorismo islámico» es un invento de los terroristas judeocristianos. No es oportuno decir, con el diccionario en la mano, que el único terrorismo digno de ese nombre es el terrorismo de Estado…

La verdad -toda la verdad y nada más que la verdad– nos hará libres. Por eso se miente: por miedo a la libertad.