Las actuales turbulencias de la economía mundial forman parte de una crisis crónica iniciada a comienzos de los años 1970 una de cuyas expresiones más notables ha sido la tendencia de largo plazo a la caída de la tasas de crecimiento productivo global, en especial en los países centrales. La magnitud alcanzada por dicha crisis […]
Las actuales turbulencias de la economía mundial forman parte de una crisis crónica iniciada a comienzos de los años 1970 una de cuyas expresiones más notables ha sido la tendencia de largo plazo a la caída de la tasas de crecimiento productivo global, en especial en los países centrales. La magnitud alcanzada por dicha crisis se combina con la declinación norteamericana ante la que no aparecen en el futuro previsible potencias de reemplazo; Japón lleva ya casi de tres lustros de estancamiento y la Unión Europea está acosada por el déficit fiscal, la desocupación y la asfixiante interpenetración económica con Estados Unidos. Este último mal también agrava la situación japonesa e impone dudas sobre la solidez de la emergencia china. A lo que se suma la inviabilidad económica de amplias zonas de la periferia, algunas de las cuales ya han colapsado o están muy próximas al desastre. El subdesarrollo ha dejado de ser desarrollo subordinado, caótico-elitista, complemento de las necesidades de los países centrales para convertirse en depredación de fuerzas productivas, aniquilamiento de poblaciones.
Esta es la imagen trágica que marca el comienzo del siglo XXI, telón de fondo de la reinstalación del debate sobre el postcapitalismo desprendido ahora de la ideología del progreso que lo había moldeado cien años atrás y que desapareció casi por completo luego del hundimiento paralelo del keynesianismo y del socialismo soviético. En plena euforia neoliberal los proyectos igualitarios (en primer lugar el socialismo) habían sido arrojados al museo de las ilusiones incumplidas de los siglos XIX y XX pero en el último lustro han ido reapareciendo con una fuerza inesperada, no como nostalgia de la URSS sino a partir de la constatación simultánea de su fracaso y del estancamiento decadente del capitalismo.
Aunque también se insinúa la posibilidad del postcapitalismo bárbaro, retomando utopías nazis, en torno del proyecto de imperio militar, de ilusorio retorno al mundo antiguo (1), a formas próximas a la explotación tributaria o esclavista, en realidad exacerbación de un modernismo reaccionario que combina la tecnología más avanzada con visiones del mundo previas a la Revolución Francesa (2). El delirio colonial de Bush y sus halcones es un ejemplo de ello.
Desde del inicio del milenio, se han ido generando numerosos hechos políticos que podrían llegar a conformar próximamente la base de una nueva divisoria de aguas en el plano de la ideas. Frente a la agudización de la crisis y la aparición de la podredumbre militarista en Estados Unidos irrumpe una amplia variedad de rebeliones novedosas en los países subdesarrollados como la resistencia iraquí (inscripta en un movimiento más amplio de radicalización de los pueblos islámicos), las sublevaciones indígenas en la zona andina latinoamericana, los movimientos sociales de marginados como los piqueteros argentinos, o los Sin Tierra de Brasil, etc. Pero también la presencia de países de la periferia con distintos grados de autonomía respecto de Occidente (casos de Cuba, China, Vietnam. Venezuela…) que demuestran el fracaso de los vaticinios de hace tres lustros acerca de la inminente homogeneización neoliberal del planeta.
El debate aparece dominado por dos interrogantes decisivos: ¿ha entrado el mundo burgués en un proceso de decadencia?, ¿ existe capacidad humana real para superar esa decadencia?. La primera pregunta esta asociada al tema de la hegemonía del parasitismo financiero y en consecuencia al potencial de regeneración del capitalismo, la segunda al de la posible irrupción de masas insurgentes con fuerza cultural suficiente como para desatar el proceso de abolición de la modernidad occidental (3).
Sobre determinaciones, asimetrías, especificidades
El punto inicial de la reflexión debe ser la reafirmación de la interdependiencia entre desarrollo y subdesarrollo como fenómeno presente a lo largo de toda la historia de la civilización burguesa, desde sus primeros pasos a comienzos del segundo milenio. Es decir del imperialismo occidental como raíz, como aspecto fundacional del capitalismo (4), desde las Cruzadas hacia el Medio Oriente, hacia la península ibérica y luego hacia América. Lo que lleva a la relocalización histórica del imperialismo reciente, financiero, emergente desde fines del siglo XIX (descripto por Hilferding, Lenin, Bujarin). La reproducción ampliada del capitalismo se ha realizado a través de una sucesión de asimetrías, de pillajes y reconversiones periféricas como base de los procesos de cambio social y transformación productiva en los países centrales. El capitalismo aparece entonces como un sistema de dominación con vocación planetaria que se concretó hacia fines del siglo XIX cuando, salvo raras excepciones, el mundo estaba compuesto por países occidentales, colonias y semicolonias de Occidente. En ese momento, de expansión territorial máxima, se produjo el paso decisivo en la occidentalización del mundo… pero también comenzó la mutación parasitaria del sistema, la marcha irresistible del capital financiero hacia el poder total en el capitalismo, que se extendió durante más de un siglo con altibajos hasta su desarrollo aplastante desde comienzos de los años 1970.
Esta heterogeneidad histórica de la civilización burguesa fue creando especificidades regionales, nacionales, subculturales, en algunos casos a partir de implantaciones directas de Occidente en otros, la mayoría, como subordinación de los restos de las identidades colonizadas al área de dominación global. Ahora cuando el sistema mundial empieza a resquebrajarse, desde las naciones pobres emergen rupturas que aparecen en varios casos significativos como identidades en construcción, como contraculturas opuestas de manera antagónica a Occidente; los movimientos de liberación de los pueblos originarios de América Latina son un buen ejemplo de ello, el islamismo radical es otro. Se presentan como recuperación de raíces sumergidas por las modernizaciones imperialistas, en realidad intentan producir autónomamente una nueva identidad, ser sujetos de la contemporaneidad (5), asumiendo la memoria histórica subestimada o negada por los colonizadores y sus satélites locales. Por supuesto estos últimos presentan a esa disputa como una lucha entre la «civilización» (es decir la opresión occidental) y el fanatismo, el sectarismo, la «barbarie» (la rebelión de los colonizados). Las potencias centrales están diciendo que no existe otra modernidad que la estructurada desde la dinámica centro-periferia, lo que no es del todo falso, falta decir que la inviabilidad de esa modernidad realmente existente plantea la necesidad de su crítica, de su destrucción superadora. Y como todos (desarrollados y subdesarrollados) formamos parte de ella, la critica es en realidad autocrítica. Nosotros (los periféricos) debemos empezar demoliendo todas nuestras ilusiones pasadas y presentes de desarrollo, de modernización a la sombra de las sociedades centrales, como simples lacayos o incluso como imitadores independientes, nacionalistas o socialistas. No hay liberación para el periférico sin la autocrítica más completa de su propia historia burguesa. Ello abarca tanto a las colonizaciones abiertas o encubiertas como a nuestras reformas o revoluciones populares fracasadas a lo largo del siglo XX.
El deterioro de la jerarquía civilizacional
Podríamos imaginar un modelo de dominación global con burguesías centrales imponiendo su cultura al conjunto de las sociedades imperialistas y de allí a las elites periféricas y desde ellas a las clases inferiores del mundo subdesarrollado, aproximadamente hacia 1900 el planeta se acercaba bastante a ese esquema. Pero la degeneración financiera degradó las bases del sistema que empezó a desintegrarse a partir de la Primera Guerra Mundial. La Revolución Rusa fue un golpe decisivo al edificio global de Occidente, aunque impregnado de mitos occidentales algunos de «reciente» creación como el del estatismo burgués (derivado de la economía de guerra emergente desde comienzos del siglo XX) y su planificación autoritaria proveniente del capitalismo de estado alemán (6) o el de la subestimación de las formas colectivistas precapitalistas tachadas de atraso, de asiatismo. Estos mitos formaron parte del fracaso ideológico del proyecto bolchevique.
Luego se sucedieron colosales tentativas para revertir la decadencia de Occidente, como el fascismo, reacción bárbara rápidamente derrotada (gracias a la resistencia de la URSS, potencia periférica, es necesario subrayarlo), y como el keynesianismo luego, cuando los desgajamientos territoriales se generalizaban a partir de la Revolución China y la pérdida de Europa del este. La victoria keynesiana no duró mucho, su auge se sitúa aproximadamente entre 1950 y 1970, después se produjo una crisis de sobreproducción nunca hasta hoy superada engendrando un parasitismo financiero arrollador. Lo demás es historia cercana: euforia neoliberal (cobertura ideológica de la financierización integral del capitalismo) y luego el militarismo imperial norteamericano, estratégicamente sobre-extendido, incapaz de sostener de manera durable sus ambiciones (7) y minado por la crisis económica.
La larga decadencia del siglo XX implicó no solo pérdidas territoriales para Occidente, seguidas por recuperaciones que introdujeron formas degradadas mafiosas totalmente alejadas del capitalismo productivo, y deterioros decisivos de la capacidad económica integradora del cambio tecnológico, sino también (principalmente) en las dos últimas décadas la marginación, el hundimiento de miles de millones de seres humanos de la periferia condenados en gran parte a la muerte.
Más que de pérdidas territoriales se trata ahora de una descomunal degradación económica del sistema imperialista y de su ruina cultural. La financierización extrema del capitalismo, la hegemonía del parasitismo, forman parte del proceso de aceleración de la decadencia occidental, de la modernidad capitalista como etapa histórica. Por otra parte tanto las modernizaciones imperialistas como las rupturas y resistencias nacionalistas o socialistas del siglo XX (muchas de ellas fracasadas) han dejado un enorme patrimonio de fuerzas productivas periféricas, de infraestructuras y recursos humanos ahora pillados y destruidos por el parasitismo occidental, bajo la forma de saqueo financiero o de ataques militares. En suma, asistimos a la emergencia mundial del antagonismo entre las fuerzas productivas periféricas por un lado, su desarrollo potencial y supervivencia en el presente, y por el otro la presencia de relaciones económicas capitalistas fundadas la dinámica del saqueo. En este nuevo contexto el postcapitalismo aparece como una necesidad, como un proyecto estratégicamente urgente. Más aún, este antagonismo va más allá de las relaciones entre centro y periferia, incluye a las sociedades centrales camino al estancamiento y en consecuencia a su desintegración interna.
Hegemonía y senilidad
La historia del siglo XX aparece como una sucesión de rebeliones desde el subdesarrollo contra la dominación occidental muchas de ellas frustradas y también como la extensión de formas parasitarias que han ido fragilizando el poder de las potencias centrales. Las rupturas fueron posibilitadas por las crisis de Occidente, pero este no se derrumbó sino que viene decayendo de manera irregular, con depresiones y recuperaciones efímeras, mientras tanto ha ido conservando una hegemonía declinante a largo plazo pero que le ha servido para destruir numerosas experiencias de modernización independiente en los países subdesarrollados.
Para mejor entender esto podríamos asumir la hipótesis de la decadencia hegemónica (8): la civilización occidental viene declinando en el largo plazo (desde comienzos del siglo XX) pero conservando su hegemonía cultural, esta situación paradojal explica las rupturas exitosas en áreas periféricas (Revolución Rusa, China, etc.) pero también sus limitaciones y fracasos, la erosión de dicha hegemonía abre la perspectiva de nuevas rupturas en el futuro.
Ello se conecta con la idea de que desde comienzos de los años 1970 el capitalismo habría ingresado en su era senil tal como lo sostenía de manera pionera en esa época Roger Dangeville (9). Las ciencias sociales han tomado de la medicina ideas esenciales como la de crisis que como hecho histórico posee especificidad temporal y espacial lo que nos permite diferenciar las viejas crisis de sobreproducción, vigorosas, de crecimiento, de la crisis actual que se produce en un organismo viejo, corroído por muchas décadas de parasitismo financiero (exacerbado en los últimos veinte años).
Haciendo el paralelo con el ser humano Dangeville señalaba que «las enfermedades infantiles tienen efectos espectaculares, la angina le provoca al niño una fiebre muy fuerte que lo deja abatido pero luego se recupera sin secuelas físicas y prosigue su crecimiento, mientras que la patología senil disminuye la capacidad del cuerpo, incluso lo paraliza, el organismo se degrada» (10). Durante los últimos treinta años no hemos asistido a la «catástrofe final» que algunos esperaban, la bomba financiera no tuvo un único y apocalíptico estallido, si hemos presenciado diversas explosiones enfrentadas por lo general con gran despliegue de medios de control, luego de las cuales el sistema reiniciaba su marcha pero con una vitalidad disminuida, con más deformación parasitaria. No hubo derrumbe sino avance irresistible de la decrepitud.
Desde esa visión del mundo podemos lanzar la hipótesis de que nos encontramos en los inicios de un punto de inflexión del proceso de decadencia, de ruptura mucho más fuerte y más vasto que el vivido luego de la Primera Guerra Mundial, entre otras cosas porque la hegemonía capitalista ha sufrido deterioros civilizacionales decisivos lo que en parte explica la radicalidad cultural de las rebeliones que empiezan a asomar.
Además de los indicadores de senilidad ya señalados (hegemonía integral del parasitismo financiero, antagonismo global entre el potencial productivo y la persistencia del capitalismo depredador), deben ser considerados otros como la declinación del estado, próxima al colapso en numerosos países subdesarrollados pero que ya penetra a las regiones desarrolladas donde se extiende la crisis de representatividad, que incluye la degradación de las administraciones públicas y los aparatos militares. Evidente en Estados Unidos donde la guerra de Irak muestra la impotencia del aparatismo bélico, de sus sistemas de armas tan tecnológicamente sofisticados y costosos como prácticamente inútiles para doblegar a los iraquís. Similar reflexión podríamos hacer con referencia a los aparatos de inteligencia del Imperio cuya desmesurada capacidad de acumulación de información está acompañada por una incapacidad de procesamiento racional de la misma de similar magnitud. Finalmente se destaca el avance de la descomposición moral en sectores muy extendidos de la población de las potencias centrales en especial de sus elites dirigentes.
Después del capitalismo
La hipótesis de que el capitalismo como sistema mundial podría ingresar próximamente en su agonía, es decir que el postcapitalismo es históricamente viable, se vería fortalecida en un futuro no muy lejano por el aflojamiento significativo de los lazos de dominación imperial, el antecedente es lo ocurrido a partir de 1914.
¿ Pero después del capitalismo-global que?. Una alternativa a no descartar es la posibilidad de reproducciones burguesas periféricas autónomas tal vez bajo formas autoritarias ya que esas burguesías nacionales operarían en situaciones críticas, sin respaldo internacional y seguramente enfrentadas a masas populares descontentas. Aunque debería profundizarse la reflexión en torno de (¿ posibles?) escenarios populistas burgueses fundados en los excedentes disponibles gracias al debilitamiento de la explotación imperialista. ¿ Cuanto pueden llegar a durar esas experiencias?.
El escenario del imperio militar se había puesto de moda después de las invasiones a Irak y Afganistán, pero las dudas sobre su viabilidad han crecido últimamente a partir del fiasco norteamericano en Irak.
Queda finalmente la reflexión basada en el gran legado de modernización democrática y de luchas masivas de liberación existente en la periferia. Es un patrimonio cultural único, no tiene precedentes en la historia de la Humanidad. Centenares de millones de seres humanos del mundo subdesarrollado han participado activamente durante el siglo XX en organizaciones, decisiones colectivas, rebeliones, guerras de liberación, intentos de concreción de utopías igualitarias, más allá de sus limitaciones, traiciones, deformaciones, etc. Ello en una periferia donde ahora la cultura urbana moderna es hegemónica. No era ese el contexto de la Revolución Rusa (1917) ni de la Revolución China (1949).
Ese patrimonio existente a comienzos del siglo XXI, sumado a la revolución comunicacional que extiende vertiginosamente las redes, los mecanismos horizontales de vinculación; plantean la perspectiva de movimientos de masas radicalmente democráticos, descentralizados, igualitarios, avanzando a través de autoaprendizajes, de la expansión de la pluralidad, de la coexistencia revolucionaria de una amplia gama de formas productivas, de la recuperación de las memorias históricas (en un proceso mundial de articulación de culturas emergentes de la periferia).
Dicho de otra manera, podríamos empezar a apuntar hacia un proyecto de socialismo de origen periférico que se iría imponiendo como un espacio multiforme, de amplio espectro cultural, de recomposición social superadora de la civilización burguesa. En ese caso la Revolución Rusa y el comunismo en general no serían «el pasado de una ilusión» como lo anticiparon apresuradamente algunos intelectuales de Occidente en los años 90 (11). Sino un primer paso, conjunto de ensayos periféricos impregnados de cultura burguesa (occidental), sucedido por otro en el siglo XXI que, recogiendo las lecciones del pasado, la gran experiencia de lucha del siglo XX de millones de habitantes del subdesarrollo, avanzaría por el camino de la superación de las sociedades de opresión, imponiendo su sello al planeta incluídos los actuales países imperialistas. La humanidad esclavizada de la periferia, gigantesca masa proletaria global, sería el lugar histórico de la abolición del capitalismo, vanguardia de una era de libertad.
Notas
(1) Robert D. Kaplan, «El retorno de la antigüedad». La política de los guerreros, Ediciones B, Barcelona, 2002
(2) Jeffrey Herf, «El modenismo reaccionario», Fondo de Cultura Económica, México. 1993.
(3) «Abolir constituye según Hegel un concepto un concepto filosófico fundamental significa en su sentido mas pobre «poner fin a», «negar», pero para él significa sobre todo quitar a las conquistas de la civilización burguesa su forma capitalista, en definitiva elevar dicha civilización a un grado superior». Rudolf Bahro, «L’Alternative», p.27, Éditions Stock, Paris 1979.
(4) Este punto de vista ha sido desarrollado por numerosos autores entre los que se destacan Samir Amin y Anouar Abdel Malek.
(5) «En el retorno al islamismo se puede sospechar un deseo de autenticidad y cierta nostalgia del pasado, pero no es esto lo importante. El vector real de la vida cultural en las sociedades musulmanas es la aspiración a la modernidad, la verdadera identidad que busca el islamismo es la Contemporaneidad. El islamismo no es pues ni la expresión de un defecto de nacimiento de un islam refractario a la secularización ni la culminación de un retorno triunfal a la verdad del Ser. No es ni la manifestación del rechazo a la modernidad, ni la prueba de una feliz reconquista de la identidad. Es la expresión del deseo de inscripción en una nueva identidad frente a vacío al que conduce una modernidad mal dominada, estratificadora y devastadora…». Ben Ghalloum, «El islamismo como identidad política o la relación del mundo musulman con la modernidad», Centro de Estudios del Oriente Contemporáneo, Université de la Sorbonne Nouvelle, Paris, 1995.
(6) Robert Kurz, «La economía de guerra alemana y el socialismo de estado», Krisis, http://www.krisis.org.
(7) Paul Kennedy, «Auge y caída de las grandes potencias», Plaza & James, Barcelona, 1993.
(8) Jorge Beinstein, «Self-Management and the abolition of capitalism. Some reflections on the crisis of the Rulling System of Capitalism«, Socialism in the Worl, n° 24, Beograd, 1981.
(9) Roger Dangeville, «Marx-Engels. La crise»,10/18, Union Générale d’Editions, París, 1978.
(10) Dangeville, op cit, p.217.
(11) François Furet, «Le Passé d’une illusion», éd. Robert Laffont & Calmann-Lévy, Paris,1995.