Palabras pronunciadas en el acto de homenaje a Ernesto Che Guevara, organizado por la Embajada de Cuba en la Ciudad México el 7 de octubre de 2016.
Uno de los subterfugios del pensamiento único que pretende imponer el capitalismo en el ámbito ideológico es hacer de revolucionarios, como Ernesto «Che» Guevara, iconos del pasado, referentes del romanticismo de esa izquierda latinoamericana del siglo XX, que se identifica con los sectores que optaban por la lucha armada como medio, en gran medida obligado, para alcanzar una transformación que llevará a la construcción del socialismo. Así, descontextualizando las luchas, banalizando sus objetivos y comercializando las imágenes, el Che, particularmente, pretende ser reducido a un afiche de playeras y posters de un pasado felizmente superado por una izquierda bien portada y domesticable, que ha optado por la institucionalidad y la alternancia, dentro de los confines sistémicos del capitalismo.
Se olvida convenientemente que la violencia de los pueblos en su lucha contra las tiranías, como las de Batista y Somoza, fue precedida por la violencia sin límites de la clase dominante y sus aparatos represivos, que, por décadas, impusieron el terror de Estado y cerraron toda posibilidad de lucha legal y, en consecuencia, abrieron los cauces del derecho a la rebelión, consagrado incluso en los marcos legales de muchas constituciones. El Movimiento 26 de Julio, en el que participó y sobresalió el Comandante Guevara, sólo puede ubicarse en el contexto descrito magistralmente por Fidel Castro en su alegato ante los jueces de la dictadura conocido más tarde como La historia me absolverá.
Independientemente de los parámetros actuales de la lucha de los pueblos contra el capitalismo, que siempre tienen que ser referidos en tiempo y lugar, los planteamientos del Che, en innumerables temas que desarrolla en su obra escrita, y en su práctica de vida como combatiente internacionalista y como funcionario de un gobierno revolucionario, siguen vigentes. Relevantes, sobre todo, su ética y congruencia revolucionarias, que desgraciadamente no siempre han sido emuladas por las izquierdas que pronto olvidan que la esencia de las luchas es cambiar el mundo y construir poder popular, sin pedir nada a cambio.
Uno de los legados centrales del Che se expresa sintéticamente en la frase: «sentir cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo, es la cualidad más linda de un revolucionario», sentimiento que puso en práctica hasta el sacrificio máximo que lo llevó a África y finalmente Bolivia. En su escrito «El socialismo y el hombre en Cuba», el Che expresa lo siguiente:
«El revolucionario, motor ideológico de la revolución, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción del socialismo se logre en la escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local y se olvida del internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber, pero también una necesidad revolucionaria».2
La revolución y el gobierno revolucionario de Cuba han mantenido ese legado, y en el caso de África la acción internacionalista los llevó a las heroicas batallas contra el régimen racista sudafricano, que después de su derrota en Angola se vio obligado a poner fin al régimen del apartheid, un logro indiscutible de la legendaria lucha de ese valiente pueblo y su recordado líder Nelson Mandela. En pleno siglo XXI, la revolución cubana mantiene su internacionalismo, en los miles de médicos, trabajadores sociales y técnicos deportistas desplegados en decenas de países de América Latina y África, en la Escuela Latinoamericana de Medicina, que ofrece gratuitamente esa carrera bajo una concepción plenamente humanista, en la Operación Milagro que, junto a la Venezuela bolivariana, ha devuelto la vista a millones de personas sin recursos, impedidas para hacerlo en sus países de origen por la medicina privada del capitalismo.
Recordando la obra de Jorge Serguera Riverí, «Caminos del Che. Datos inéditos de su vida»3, quien compartió el período en el que el Comandante estuvo luchando en África, se refería al «Che que conocí, al hombre de carne y hueso», describiéndolo como una persona de austeridad sorda, callada y permanente, para el cual el trabajo, el estudio, la organización y la revolución representaban una idea fija, un objetivo permanente, como también lo era la curiosidad insaciable que tenía Guevara, una especie de amalgama de la intuición con la experiencia.
En ese libro destacan las conversaciones que tuvo con el Comandante durante aquellos meses de su recorrido por los convulsionados países africanos que luchaban por su liberación del colonialismo europeo, proceso en el que Cuba tuvo una actuación central. Dentro de ese intercambio, el Che sostenia que «el triunfo obtenido en la conducción de un combate es miles de veces más importante que el aplauso de millones de personas en un discurso». Y eso reflejaba la importancia que otorgaba a la praxis revolucionaria y su preocupación por la cercanía con el pueblo, a quien consideraba el principal protagonista de los procesos de transformación. Entendía que la conducción de un combate no sólo era una acción militar, sino una batalla de toda la vida, como es el caso de Fidel, quien recientemente cumplió sus primeros 90 años.
Una de las máximas preocupaciones que tenía el Che, y que llevó hasta el último de sus alientos, era la de impulsar un movimiento revolucionario en las naciones del Tercer Mundo. Esa fue la causa de su interés por apoyar las luchas de liberación nacional en África y, por supuesto, la razón de su última misión en Bolivia, donde hoy se siente más su presencia con la nueva etapa que encabezan el pueblo de esa nación andina y su dirigente Evo Morales.
El 8 de octubre constituye una fecha no para recordar la inmolación del Che en manos de un esbirro, sino para nunca olvidar al hombre que entregó todo por la causa del socialismo, tener siempre presente su integridad ética, su honradez, el compañerismo y, sobre todo, su internacionalismo que hoy tanto hace falta en nuestras luchas latinoamericanas y caribeñas.
Este 8 de octubre es necesario recordar al Che, para que la juventud se comprometa a fondo en la lucha contra la realidad brutal de la sociedad capitalista y en la búsqueda de otro mundo posible; que no sea el Che un afiche con el significado que sus enemigos imponen; que sea la memoria del legado de un argentino-cubano-latinoamericano-internacionalista, que dedicó y entregó su vida por la causa de la justicia y la libertad, y que sin duda está vigente en la idea de los mayas zapatistas que, construyendo poder popular, expresan «Para todos, todo, para nosotros, nada».
¡Honor a quien honor merece!
Notas:
2 Ernesto Che Guevara (1965), El socialismo y el hombre en Cuba, Editorial Frente de Liberación Nacional Mexicano, p.36.
3 Sergio Seguera Riverí (1997), Caminos del Che. Datos inéditos de su vida , Plaza y Valdés, México.
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