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¿Es posible que un libro, publicado hace más de 150 años todavía sea relevante para comprender y cambiar el mundo de hoy?

La vigencia del Manifiesto Comunista

Fuentes: Socialistworker

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

PHIL GASPER, responsable de la nueva edición del Manifiesto Comunista, anotada y con materiales adicionales, comenta la importancia continuada de la obra más famosa de Karl Marx y Frederick Engels.

Hace quince años, tras el colapso de la Unión Soviética y de otras supuestas sociedades «socialistas», se proclamó a bombo y platillo la muerte del marxismo. Pero tal como han puesto de manifiesto los años 90, cada vez resulta más evidente que el capitalismo moderno se ha desarrollado exactamente de la forma que Karl Marx y su colaborador, Frederick Engels, habían previsto en el Manifiesto Comunista.

En un artículo publicado en 1998 en el New Yorker cuando se cumplía el 150 aniversario del Manifiesto, se anunciaba la vuelta de Karl Marx («The Return of Karl Marx»): «Muchas de las contradicciones que denunciaba en el capitalismo victoriano y a los que, con posterioridad, se enfrentaron los gobiernos reformistas, han vuelto a reaparecer con nuevos ropajes, como los virus mutantes…(Marx) escribió pasajes fascinantes sobre la globalización, la desigualdad, la corrupción política, los monopolios, el progreso técnico, el declive de la cultura, la naturaleza enervante de la existencia moderna. Asuntos a los que se enfrentan ahora los economistas, a veces sin comprender que andan tras los pasos de Marx».

Como Marx y Engels vivieron en una época en la que el moderno capitalismo todavía estaba en sus inicios, fueron capaces de analizar el sistema hasta captar sus rasgos esenciales y su dinámica interior.

Aquí, por ejemplo, está su deslumbrante descripción del cambio incesante que el capitalismo produce: «La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales….todas las relaciones establecidas quedan rápidamente osificadas, y su rémora de prejuicios y de ideas veneradas a lo largo de los siglos quedan superadas: las nuevas se hacen viejas antes de que puedan osificarse. Todo lo sólido se derrite en el aire, todo lo sagrado se profana, y los hombres, finalmente, se ven forzados a considerar con firmeza sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas».

El Manifiesto detalla la forma en que el capitalismo ha roto los horizontes estrechos y ha producido maravillas tecnológicas pero también describe al capitalismo como un sistema cada vez más descontrolado.

El capitalismo concentra la riqueza y el poder en manos de una pequeña minoría; crea enormes focos de pobreza; convierte la vida en una rutina diaria que impide a la mayoría de la gente desarrollar todas sus capacidades y sufre frecuentemente crisis económicas enormemente despilfarradoras. En 1998, el 10 por ciento más rico de la población de Estados Unidos poseía más del 85 por ciento de las acciones e inversiones inmobiliarias, el 85 por ciento de los valores financieros, el 91 por ciento de los fondos de inversiones, y el 92 por ciento de todo el patrimonio neto. Globalmente, los datos son todavía más apabullantes. En el mundo, algo menos de 500 personas poseen más del total de los ingresos de más de la mitad de la población del planeta.

Tampoco es difícil entender de qué forma los ricos han adquirido sus enormes riquezas. A mediados de los años 60, los salarios de los trabajadores suponían el 46 por ciento del valor añadido del producto, mientras en los 90, esta cifra había bajado al 36 por ciento. La clase capitalista, en otras palabras, está exprimiendo más que nunca el «valor sobrante» de los que trabajan para ellos, dejando incluso a los que se consideran clase media con frecuencia sólo un poco por encima de la pobreza.

El capitalismo promueve la codicia, la competencia y la agresión; degrada las relaciones humanas de forma que con frecuencia se basan exclusivamente, tal como señala el Manifiesto, en poco más que en el «descarnado interés» y el cruel «pago al contado».

Por eso sorprende poco que, como la economista Julie Schor escribe: «el treinta por ciento de los (estadounidenses) adultos confiesen que sufren de gran estrés casi a diario, e incluso un mayor número dice tener estrés una o dos veces a la semana…los estadounidenses están, literalmente, buscándose la muerte, ya que su trabajo contribuye a provocar enfermedades de corazón, hipertensión, problemas gástricos, depresión, fatiga y otras dolencias.

El continuo crecimiento del capitalismo no sólo desestabiliza, antes o después, las relaciones sociales sino que atenta contra los fundamentos del mismo crecimiento económico. Marx y Engels argumentan que el capitalismo es un sistema en el que son inevitables las grandes crisis económicas y que se ha convertido, por ello, en algo fundamentalmente irracional.

«La moderna sociedad burguesa- con sus relaciones de producción, de intercambio y de propiedad- es una sociedad que ha conseguido unos gigantescos medios de producción y de intercambio, y es como el brujo que ya no puede controlar las fuerzas del infierno que ha desatado», escribieron.

En un mundo amenazado por la contaminación, el calentamiento global y la destrucción de los ecosistemas, provocados por el crecimiento descontrolado del capitalismo, esta descripción tiene una vigencia especial. Hoy, la búsqueda de beneficios amenaza con destruir todo cuanto encuentra en su camino, incluido el medio ambiente.

La sociedad capitalista ha incrementado la producción hasta un punto en el que todo el mundo podría disfrutar de una vida decente, con lo suficiente para alimentarse, para disponer de una vivienda confortable, atención sanitaria, posibilidades educativas y recreativas, y muchas más cosas. Pero ya Marx y Engels, decían «las relaciones de la sociedad burguesa son demasiado estrechas para absorber la riqueza creada por ellas». Cada una de las crisis sucesivas del capitalismo sólo pueden ser superadas «preparando el camino para otras más destructivas y extensas».

La propiedad privada y la anarquía de la competencia del mercado ya no son compatibles con una producción económica a gran escala, integrada en los niveles sociales y globales. La única solución a estos problemas devastadores es la abolición del propio capitalismo y su sustitución por un sistema en el que la mayoría de la población controle democráticamente la riqueza de la sociedad.

El Manifiesto es, por encima de todo, una revolucionaria llamada a la acción, una explicación no sólo de lo que está mal en la sociedad sino de cómo se puede transformar para crear «una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición imprescindible para el desarrollo libre de todos».

Básico en esta estrategia de cambio es la reivindicación que lleva a cabo el Manifiesto al afirmar que el capitalismo ha creado «sus propios sepultureros»: la moderna clase obrera o proletariado. Marx y Engels afirman que el capitalismo ha generado un grupo de gentes que tienen la capacidad de echar abajo el sistema existente y conseguir la emancipación de toda la humanidad.

La fuerza de la clase obrera se basa en el hecho de que el capitalismo socializa los trabajos de producción, reúne a los trabajadores en grandes centros urbanos y, en cada vez más grandes unidades de producción. Al mismo tiempo, las presiones de la vida económica tienden a empujar a los obreros unidos a luchar contra su explotación, lo que habida cuenta de su posición en el sistema económico, les proporciona la fuerza colectiva de ir a la huelga y parar la producción.

Por supuesto, la mayoría de los trabajadores no empiezan su vida laboral pensando en hacer una revolución, pero se ven obligados a implicarse en la lucha de clases para defender sus intereses, «los enfrentamientos individuales entre el obrero y el burgués se convierten cada vez más en enfrentamientos entre las dos clases», escriben Marx y Engels.

La clase obrera, sin embargo, no está permanentemente al borde de la revolución y, durante largos periodos de tiempo, muchos obreros pueden aceptar el papel que se les asigna en el capitalismo. Pero Marx y Engels comprendieron que esta situación no podría durar siempre. El desarrollo caótico, turbulento y sin planificación de las economías capitalistas, eventualmente, lanza a sociedades enteras al desorden y convierte incluso la más modesta de las reivindicaciones de la clase trabajadora en un desafío al sistema en su totalidad.

Este proceso no es lineal ya que la clase dirigente intenta debilitar a la clase trabajadora exacerbando las diferencias nacionales, raciales y otras. Pero esas divisiones pueden combatirse y superarse si el capitalismo continúa intensificando la lucha de clases. Y, debido a su situación económicamente estratégica, los trabajadores- bien sean obreros o de cuello blanco, industriales o de servicios- tienen la fuerza de «convertirse en dueños de las fuerzas productivas de la sociedad…al abolir el modo actual de apropiación y por lo tanto, toda forma de propiedad existente hasta nuestros días».

A Marx y Engels se les puede reprochar, sin duda, el haber tenido en 1848 una visión demasiado optimista sobre lo rápido que se completaría este proceso, pero desde mediados del siglo XIX, el capitalismo ha demostrado repetidamente que no puede evitar las crisis periódicas, y que estas crisis pueden ocasionar la barbarie de las guerras modernas.

Al mismo tiempo, la clase trabajadora ha crecido más que nunca, incrementando su fuerza potencial para paralizar la economía e incluso amenazar la propia existencia de la clase dirigente.

El argumento no es simplemente pura teoría. Una y otra vez en los 150 últimos años, los obreros de todo el mundo han demostrado su capacidad para las acciones de masas, y no infrecuentemente, para la lucha revolucionaria. Incluso en Estados Unidos existe una rica tradición de luchas de la clase obrera y socialista, si bien su tradición socialista ha estado marcada por rupturas y falta de continuidad, con periodos de radicalización masiva seguidos por décadas en las que las ideas socialistas apenas han tenido presencia.

Los movimientos en defensa de los derechos civiles y contra la guerra de los años 60, por ejemplo, radicalizaron a una generación de negros, estudiantes y otros activistas, que condujeron a millones de personas a adherirse a las políticas revolucionarias. Jóvenes obreros militantes, con frecuencia negros, organizaron huelgas salvajes en la industria del automóvil, correos y otros servicios, y un nuevo movimiento de mujeres exigió igual salario para trabajos iguales.

Sin embargo, en unos pocos años, esta «nueva izquierda» había retrocedido: los movimientos de los 60 se desintegraron y a partir de los años 70 se declaró una guerra de clase unilateral contra los trabajadores estadounidenses con 30 años de corrupción política, codicia de las empresas y militarismo creciente.

Aunque ninguno de esos periodos de radicalización consiguiera sus objetivos, las derrotas y la desaparición de los movimientos de ninguna manera eran inevitables. No hay nada intrínseco a la sociedad estadounidense que la condene al fracaso, por lo que hoy la tarea de los socialistas es aprender las lecciones de las derrotas del pasado y servirse de ellas para asegurar la victoria en el futuro.

Las crisis del capitalismo son inevitables pero la revolución socialista no. El capitalismo todavía puede provocar «la ruina común de las clases en lucha» y sólo la intervención activa de los revolucionarios organizados- «el sector más avanzado y decidido» en palabras de Marx y Engels, con «una visión clara del camino a seguir, las condiciones y los resultados finales del movimiento obrero»- puede llevar a un resultado diferente.

La tarea más urgente a la que se enfrenta el socialismo a principios del siglo XXI es la reconstrucción de una organización socialista revolucionaria. Hay todavía un mundo por ganar.

MIKE DAVIS

Autor de numerosos libros, entre ellos, City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles (Ciudad de cuarzo: Excavación en el futuro de Los Angeles) y The Monster at Our Door. The Global Threat of Avian Flu (El monstruo está en nuestra puerta: la amenaza mundial de la gripe aviar).

«La imprescindible caída de todo el orden social existente» me pareció una idea excepcionalmente buena cuando leí por primera vez el Manifiesto Comunista a los 16 años y cuando me acerco a los 60 todavía parece más urgente.

En un mundo dirigido por el capital, los jóvenes Marx y Engels siguen siendo nuestros contemporáneos, y el impresionante barrido de su visión de la historia moderna, así como su optimismo irreductible en la victoria última de los trabajadores, es todavía nuestro imán.

Es cierto que ellos no previeron (¿cómo podían hacerlo?) la derrota de las tres Internacionales y el salvajismo consiguiente del siglo XX. Tampoco podrían prever que no habría una izquierda mundial para vencer mientras el capitalismo neoliberal atentaba a toda velocidad contra las condiciones medioambientales para una civilización humana sostenible y reproducía un sub-proletariado mundial a una escala que empequeñece la imaginación victoriana.

Sin embargo, lo esencial de su programa revolucionario permanece inalterable como el granito: los comunistas cierran filas en todas las luchas, no como quienes están en posesión «de unos principios sectarios» sino como defensores de los intereses de la clase obrera en su totalidad «independientemente de su nacionalidad». Además «en todos esos movimientos siempre ponen en primera línea, como tema principal, la cuestión de la propiedad sin tener en cuenta el grado de desarrollo que ha alcanzado en el momento».

A lo que debemos añadir: Ahora, compañeros, es el momento de actuar, todavía estamos a tiempo de hacer que el planeta tenga otros cimientos.

SHARON SMITH, es columnista de Socialist Worker y autora de Women and Socialism (Mujeres y socialismo).

Lo que más llama la atención en el Manifiesto Comunista es su increíble predicción. Marx y Engels lo escribían hace más de 150 años, cuando el capitalismo todavía estaba en su infancia, pero aún así fueron capaces de prever no sólo las consecuencias que produciría sino también las fuerzas que podrían ocasionar su caída.

Marx y Engels comprendieron que el sistema capitalista se basa en la enorme desigualdad entre ricos y pobres. En este sentido escribían: «Os horrorizáis ante nuestro propósito de abolir la propiedad privada. Pero la propiedad privada no existe en la sociedad actual para las nueve décimas partes de su población: el que exista para unos pocos se debe a que ese 90 por ciento no la tiene».

El Manifiesto describía la explotación como enraizada en la alineación del proceso de producción desde décadas antes de la aparición de las cadenas de montaje: «Pero el precio del trabajo… es igual a su coste de producción y proporcionalmente, cuanto más pesado resulta el trabajo, más bajos son los salarios». La opresión de las mujeres también figuró desde el principio en el análisis de Marx y Engels. En el Manifiesto, argumentan: Los burgueses…ni tan siquiera sospechan que el objetivo real es acabar con el estatus de las mujeres como simple instrumento de producción».

La esencia del Manifiesto Comunista no sólo ha resistido el paso del tiempo sino que nunca ha tenido más vigencia. Marx y Engels tenían muy claro que el socialismo nunca se implantaría porque de pronto la clase dominante se sintiera culpable sino que sólo sería posible por medio de la lucha colectiva y democrática de la inmensa mayoría.

El marxismo señala el camino a seguir hoy, en un momento en que la necesidad de cambio se alza por todas partes. En la era de la globalización capitalista y de las guerras imperialistas, la necesidad de la solidaridad internacional de la clase trabajadora queda definida en la más famosa frase del Manifiesto: «¡Trabajadores del mundo, unios! ¡No tenéis nada que perder excepto vuestras cadenas!».

JAMES PETRAS, es autor de numerosos libros, el más reciente publicado con Henry Veltmeyer, Social Movements and State Power: Argentina, Brazil, Bolivia, Ecuador.

Hay muchas partes del Manifiesto que hoy serían completamente aplicables.

En primer término, podemos considerar la importancia de la lucha de clases. En la actualidad, observamos que esa lucha la desarrollan los de arriba. La clase capitalista ha conseguido recortar una gran número de los beneficios que la clase obrera consiguió gracias a su lucha de clase a partir de finales de los años 30, y durante los 40, los 50 y los años 60.

Los teóricos burgueses, especialmente los que están en la cima del Estado del Bienestar, hablan de la lucha de clases como de algo anticuado, y de que el capitalismo, llegado a un cierto nivel de desarrollo, elimina la lucha de clases, las ideologías políticas y la necesidad de organizaciones de clase. Hablan de organizaciones tripartitas, formadas por el Gobierno, los empresarios y los sindicatos. Hablan del capitalismo avanzado y de la revolución tecnológica, Y se produjo una cierta euforia con la social democracia que afectó a grandes sectores.

Pero hemos visto que se trataba de un periodo pasajero y , al menos desde finales de los años 70 o principios de los 80, se producía una contraofensiva del capital, lo que demuestra una vez más la profunda comprensión que tenían Marx y Engels de la importancia vital de la lucha de clases; de cómo la Historia no se mueve por los cambios tecnológicos sino que las cosas cambian por medio de la lucha de clases y las organizaciones de clase.

Otro punto que considero sumamente importante hoy, es que Marx comprendió qué dirección tomaría el capitalismo para internacionalizarse. Con posterioridad, llegó el análisis de Lenin sobre cómo esta internacionalización del capital se convertiría en imperialismo. Pero creo que fue Marx quien en principio observó que las presiones de clase sobre la multiplicación del capital obligaría, literalmente, a éste a irse al extranjero para mantener sus márgenes de beneficios.

Así que Marx analizó la necesidad de que la clase obrera se organizara internacionalmente puesto que el capital, al trasladarse al exterior, creaba y reproducía allí las condiciones de explotación y abría la posibilidad de atentar contra el trabajo en su punto de origen. Por tanto, Marx consideró el internacionalismo como algo esencial, no sólo por solidaridad con los explotados en las colonias sino imprescindible para comprender los importantes beneficios que la clase obrera conseguiría por medio del internacionalismo y la solidaridad internacional.

Estos son elementos importantes y esenciales para comprender hoy el mundo, y pienso que son particularmente relevantes cuando nos enteramos de que los críticos del capitalismo buscan alternativas, y descalifican lo que llaman utopías, sueños o ensueños, ya que ellos no tienen en cuenta las condiciones objetivas para la puesta en marcha de alternativas.

La brillante perspicacia de Marx aspiraba a la organización social de la producción y ahora más que nunca- a escala mundial, local o cualquier otra- la división social del trabajo ha ido tan lejos y está tan profundamente imbricada prácticamente en todas las sociedades del mundo que se pueden observar en todas partes las contradicciones que Marx y Engels señalaron entre la producción social del trabajo y la propiedad privada.

La estructura es irracional por completo ya que la división social del trabajo implica mucha cooperación entre los productores mientras se mantiene un sistema inadecuado de propiedad. Por ello, hoy existen más posibilidades para cambiar de la producción social a la propiedad social y de la propiedad social a la gestión social.

Al mismo tiempo que vemos este gran avance en la producción social tenemos que reconocer que se ha producido, el menos en nuestra época, un cierto retroceso en la conciencia de los afectados directamente sobre las circunstancias en las que se encuentran.

Al llegar a este punto, es cuando Marx y Engels exponen la necesidad de un partido político de clase para superar la brecha entre las condiciones objetivas y la conciencia subjetiva imprescindible para transformar esta contradicción en una nueva forma de vida.