Un gran jurado de Pensilvania (Estados Unidos) dio a conocer los resultados de una investigación penal sobre los crímenes sexuales cometidos por sacerdotes católicos en los Estados Unidos durante los últimos setenta años. Lo que allí se dice es espeluznante, por los niveles de sevicia y sadismo alcanzado por los curas pedófilos. Se indica que […]
Un gran jurado de Pensilvania (Estados Unidos) dio a conocer los resultados de una investigación penal sobre los crímenes sexuales cometidos por sacerdotes católicos en los Estados Unidos durante los últimos setenta años. Lo que allí se dice es espeluznante, por los niveles de sevicia y sadismo alcanzado por los curas pedófilos. Se indica que 300 sacerdotes abusaron de más de un millar de menores, niños y niñas incluidos, aunque se señala que la cifra es sensiblemente mayor, puesto que muchos de los abusados no se atrevieron a denunciar a los violadores o los archivos donde se consignaban sus denuncias desaparecieron.
Esta práctica criminal de la iglesia católica adquiere tal dimensión que la organización no gubernamental Bishop Accountability informa que diez mil sacerdotes católicos han sido denunciados por abusos sexuales. En todos los países donde se encuentra esa iglesia, sus pastores se han convertido en depredadores sexuales de niños y jóvenes, como ha sucedido en Irlanda, Chile, Colombia, Bélgica, Australia, México, Brasil y un interminable etcétera.
En los Estados Unidos, los curas pedófilos realizaron rituales religiosos con sus víctimas, utilizando símbolos de fe y amenazándolos con una eternidad en el infierno si no accedían a sus deseos sádicos. En esa investigación se precisan casos de aberración extrema como el acontecido con un niño acólito, quien fue sometido por el sacerdote George Sirwas que formó un circulo de curas depredadores que compartía y rotaba a sus víctimas y además recurrían al uso del látigo, la violencia y actos de sadismo adicional mientras violaban a los niños. A uno de ellos se les desnudó y colocó en una mesa, imitando la crucifixión de cristo, y le tomaron fotografías que convirtieron en material pornográfico que circuló por dependencias pastorales. Para rubricar el crimen, a los niños violados les daban una cadena de oro, como una especie de distinción por las fechorías cometidas contra él y era la marca para que ese niño siguiera siendo violado por otros curas del entorno. El tal Georges Zirwas, el peor violador de ese grupo, murió sin ser nunca procesado, habiendo sido encubierto por sus superiores que, para completar, lo rotaron por ocho parroquias entre 1979 y 1995.
Se denuncian muchos otros casos aberrantes, como el de un cura que obligó a un niño de nueve años a practicarle sexo oral, luego de lo cual le limpio la boca con agua bendita o el caso de un sacerdote que violó a una niña en un hospital, tras una operación de la garganta.
En el documento del Gran Jurado se establece que dentro de la iglesia en Estados Unidos se elaboró un manual de instrucciones para ocultar las violaciones, que reza así:
«Primero, asegúrese de usar eufemismos frente a palabras reales para describir agresiones sexuales. Nunca diga violación, sino contacto inapropiados». «Segundo, no lleve a cabo verdaderas investigaciones» sino «asigne a clérigos a hacer preguntas inadecuadas». «Tercero, para lograr una apariencia de integridad, envíe a sacerdotes para ‘evaluación’ en centro psiquiátricos de la Iglesia». «Cuarto, cuando un cura deba ser trasladado, no diga el motivo. Diga a los feligreses que está en ‘baja médica’ o ‘fatiga nerviosa’. O no diga nada’. «Quinto, aunque un sacerdote esté violando a niños, proporcióneles casa y cubra sus gastos». «Finalmente, y sobre todo, no diga nada a la Policía. El abuso sexual, aunque sin penetración, siempre ha sido un delito. Pero no lo trate de ese modo, sino como un ‘asunto personal’, ‘dentro de casa'». A esto se agregaba un séptimo consejo, añadido posteriormente, en la que se recomendaba que el agresor fuera victimizado, y presentado, si se descubrían sus acciones delictivas, como un cura sometido a presiones, miedo, pánico, que disculpaba de antemano su comportamiento.
Este crimen cometidos por los curas católicos en Estados Unidos fue conocido por el Vaticano desde el año 1963 y desde entonces se realizó una campaña abierta, sistemática y planificada de encubrimiento, siendo Juan Pablo II, el campeón del ocultamiento y protección de los violadores, por algo a este individuo nefasto puede denominársele San Pedófilo, el santo de violadores, pederastas y pedófilos.
El Vaticano no solo tapa las violaciones, sino que acoge en Roma, como si fueran perseguidos políticos, a altos jerarcas de la Iglesia, para que no paguen por sus crímenes. En este sentido, Roma es para el Vaticano una especie de Miami, un santuario de curas violadores, puesto que allí se refugian estos delincuentes de sotana, mientras que en la ciudad de Estados Unidos se encuentran torturadores, dictadores y criminales al servicio del capitalismo y de los Estados Unidos. Tal vez el caso más célebre de esta protección oficial del Vaticano fue la prodigada al cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, que renunció en 2002, siendo acusado de encubrimiento de la pederastia en esa ciudad entre 1984 y 2002. Ese individuo murió a los 86 años en Roma, bajo la protección y encubrimiento del Vaticano. Incluso, Law disfrutó de un retiro dorado en Roma, con la protección directa de Juan Pablo II, quien lo designó como arcipreste de la basílica de Santa María Maggiori, cargo en que se mantuvo hasta 2011.
La pedofilia en la iglesia católica es de larga duración, hasta el punto que se sostiene que el Papa Benedetto Gaetani, alias Inocencio (sic) VIII, (1294-1304) dijo: «Tener relaciones con niños no es más pecado que frotar una mano contra la otra». Y la violación de niños es, dentro de la iglesia católica, una práctica extendida que involucra a todo el cuerpo eclesiástico, un verdadero cáncer, que ha hecho metástasis e incluye desde la curia romana, cardenales, obispos, sacerdotes, congregaciones religiosas, seminarios y colegios religiosos.
Su origen y difusión tienen que ver con el carácter machista, patriarcal, misógino e intolerante de la iglesia católica, así como el mantenimiento del celibato, impuesto hace mil años. A eso se le suma la complicidad «silenciosa» del Vaticano, que se asemeja al código mafioso de la omertá, para encubrir a violadores y pederastas, lo cual es un crimen de lesa humanidad.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), septiembre de 2018.
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