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Natividad Llanquileo, 26 años, estudiante de derecho

La voz mapuche

Fuentes: Punto Final

N uevos liderazgos están surgiendo en el movimiento mapuche. Es una consecuencia de la prolongada huelga de hambre en las cárceles de Concepción, Temuco, Angol y Chol Chol. Una protagonista de esa batalla del pueblo mapuche es Natividad del Carmen Llanquileo Pilquimán, 26 años, vocera de los mapuches presos en la cárcel El Manzano, de […]

N uevos liderazgos están surgiendo en el movimiento mapuche. Es una consecuencia de la prolongada huelga de hambre en las cárceles de Concepción, Temuco, Angol y Chol Chol. Una protagonista de esa batalla del pueblo mapuche es Natividad del Carmen Llanquileo Pilquimán, 26 años, vocera de los mapuches presos en la cárcel El Manzano, de Concepción. Causó impresión por la claridad y precisión con que planteó las demandas mapuches. El acuerdo a que se llegó con el gobierno -que no se considera óptimo pero que se valora como un paso adelante-, permitió que veinte de ellos pusieran fin a 82 días de huelga de hambre. Los otros catorce -que pertenecen a comunidades de la IX Región- continuaron su protesta en el hospital de Victoria y en las cárceles de Angol, Chol Chol y Temuco. Finalmente, levantaron la huelga una semana después.

Natividad Llanquileo tiene dos hermanos presos, Ramón, en Concepción y Víctor en Angol. Los Llanquileo son seis hermanos (dos hombres y cuatro mujeres). Natividad nació el 14 de julio de 1984 en una comunidad de Puerto Choque, en la comuna de Tirúa, provincia de Arauco. Por las venas de los Llanquileo corre sangre luchadora. El padre, fallecido hace tres años, participó en las movilizaciones indígenas de los años 70, durante el gobierno de Allende. La familia posee 20 hectáreas de tierra en las que cultivan papas, trigo y porotos. Pero es una tierra tan pobre y agotada, como pobres son sus dueños. Eso obligó al padre de Natividad a enrolarse como plantador de pinos en las empresas forestales de la VIII y IX regiones. La madre, a su vez, tejía mantas en su telar, mientras los niños -como todos los niños mapuches- ayudaban a cultivar la tierra y cuidaban las aves y animales de corral.

Sin embargo, Natividad del Carmen (bautizada así por sus abuelas paterna, Margarita Natividad, y materna, Antonia del Carmen), pudo estudiar. A los 14 años ingresó al internado del liceo técnico en Los Alamos. Después de cuatro años obtuvo el título de técnico en administración y, por supuesto, luego no encontró trabajo en ninguna parte.

 

Empleada «puertas adentro»

 

Fue entonces, como hace la mayoría de los jóvenes mapuches, que tomó la «gran decisión»: huir de la miseria rural emigrando a Santiago para buscar un empleo que le permitiera rescatar a su familia, o juntar dinero para volver a la provincia con un pequeño capital.

Sin embargo, los sueños se esfuman y la mayoría de esos jóvenes se queda para siempre en la gran ciudad, atrapados por la miseria urbana. Los mapuches de la ciudad son pobres por partida doble. A la miseria compartida con el resto del pueblo chileno, se suma la discriminación que termina quitándoles su identidad cultural y su lengua, completando el ciclo del desarraigo. «Yo creía que Santiago era más bonito y amable de lo que realmente es -recuerda Natividad Llanquileo-. Encontré trabajo como empleada puertas adentro en una casa particular. Cuidaba niños, hacía la comida, el aseo… Una vez a la semana tenía un día libre y me iba a casa de una hermana en Lo Espejo… Me levantaba todos los días a las 6 de la mañana para hacer el desayuno. Y la hora de acostarme nunca se sabía, a veces a las 2 ó 3 de la mañana, cuando los patrones volvían tarde. Es lo que pasa con la mayoría de la nanas». También le costó aprender el funcionamiento de los aparatos electrodomésticos, adaptarse a los sistemas de transporte público y dominar las tecnologías que encontró en la ciudad.

Cuando le preguntamos si ha sentido en carne propia la discriminación de que son víctimas los mapuches en Santiago, responde que sí. «Pero nunca me han dicho algo desagradable en forma directa. Yo tengo una ventaja: me siento orgullosa de ser quien soy. Por sobre todo, soy mapuche y me tienen que respetar por eso. Así me enseñaron mis papás y no soy de las que se dejan atropellar por nadie».

Seis meses después de esa primera experiencia en la capital, regresó al sur e intentó otra vez encontrar trabajo como técnico en administración, sin resultado. Empujada por esa realidad decidió volver a Santiago pero esta vez con un plan concreto que apoyaron su familia y su comunidad: estudiar derecho y convertirse en abogada para servir a su pueblo. En la actualidad estudia el quinto año de esa carrera en la Universidad Bolivariana.

¿Por qué estudiar derecho y por qué en la Universidad Bolivariana?

«Porque considero que estos conocimientos me permitirán conseguir justicia y enfrentar el más grave problema que tenemos los mapuches: la injusticia, lo que más abunda en las comunidades. Tenemos muchos problemas con las leyes del Estado chileno, y enfrentarlo cuesta muy caro. A veces somos víctimas de abogados inescrupulosos que nos engañan. También hay mucha violencia en contra nuestra: allanamientos brutales, atropellos a hombres, mujeres, ancianos y niños. Mi casa ha sido allanada ya ni sé cuántas veces. Necesitamos conocer las leyes y contar con abogados leales que nos defiendan de esos abusos de la autoridad administrativa y policial. ¿Por qué estudiar en la Universidad Bolivariana? Muy sencillo: porque es una de las más baratas que encontré».

Natividad, sin embargo, tendrá que congelar otro semestre de sus estudios. Llegar a la meta del título demorará -calcula- unos tres años más. Ocurre que los presos mapuches de Concepción le han pedido que continúe como su vocera. El 8 de noviembre comienza en Cañete el proceso a los comuneros. Sólo entonces se verá si el gobierno cumple los compromisos que suscribió. Entre otros, el retiro de las querellas en que se invocan las draconianas disposiciones de la Ley Antiterrorista.

 

Un largo camino

 

Natividad Llanquileo (soltera, sin novio: «Ahora no tengo tiempo para eso»), evalúa que las negociaciones con el gobierno -intermediadas por el arzobispo de Concepción, Ricardo Ezzati, cuyo rol destaca-, no lograron todos los objetivos que pretendían los comuneros. «Pero se avanzó -dice- y es un paso importante en un camino que será muy largo. Tenemos mucho que hacer para llegar donde queremos. Lo importante es que caminamos, y con nuestros hermanos vivos. Los necesitamos vivos, porque ellos acumulan mucha experiencia y sabiduría».

Destaca la vocera mapuche que en el curso de la huelga de hambre se fueron sumando voluntades y aumentando la solidaridad, desde aquella que les permitía a los familiares de los presos alimentarse en el campamento que levantaron frente a la cárcel El Manzano, de Concepción, hasta la que se manifestó en las calles. «En Concepción -dice- comenzaron las marchas solidarias con 60 personas y terminaron con 700 y 800. Lo mismo sucedió en otras ciudades del país, incluido Santiago.¡Y para qué hablar del exterior! En muchos países y hasta en Naciones Unidas se conoció la situación penosa en que vive el pueblo mapuche en Chile. También creo que la sociedad chilena se sensibilizó mucho más respecto a los mapuches y consideró razonable el reclamo de los presos: un juicio justo, con garantías procesales y respeto a los derechos humanos de los comuneros».

Natividad lamenta que los comuneros presos en Angol -y algunos en Temuco-, decidieran seguir la huelga de hambre. «Pero hay que respetar su decisión -señala-. Son nuestros hermanos y tienen sus motivos para hacer lo que están haciendo. Lo importante es que estas diferencias momentáneas no sirvan a los enemigos para alimentar divisiones entre nosotros».

(Publicado en «Punto Final», edición Nº 720, 15 de octubre, 2010)

www.puntofinal.cl