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Pasión por el poder

Ladu Macbeth – En toda hora

Fuentes: Rebelión

Una de las obras más difundidas de Shakespeare es el drama Macbeth, que pese a su notoriedad no ha sido suficientemente comprendida. Macbeth es el conflicto del poder, la ambición en estado puro, la avidez de autoridad. Esa pasión por el predominio está representada en la esposa del usurpador, en Lady Macbeth. Es ella quien […]

Una de las obras más difundidas de Shakespeare es el drama Macbeth, que pese a su notoriedad no ha sido suficientemente comprendida. Macbeth es el conflicto del poder, la ambición en estado puro, la avidez de autoridad. Esa pasión por el predominio está representada en la esposa del usurpador, en Lady Macbeth. Es ella quien caracteriza el impulso oportunista para apoderarse del trono. Macbeth es un débil, un irresoluto que no se aventura a dar el paso decisivo para subirse a la cima de la dominación dinástica. Es ella quien aconseja a su marido: «presentaos como una flor de inocencia, pero sed la serpiente que se esconde bajo esa flor». Y también le dice al remiso Macbeth: «Yo verteré mi coraje en tus oídos y barreré con el brío de mis palabras todos los obstáculos».

Mientras se acerca el paso decisivo Lady Macbeth trata de infundirse a sí misma el coraje necesario para la expoliación ilegítima. «Cambiadme de sexo y haced que me desborde la más implacable crueldad. Espesad mi sangre! ¡Cerrad en mí todo paso a la piedad para que ningún escrúpulo turbe mi propósito ni se interponga entre el deseo y el golpe! ¡Convertid mi leche en hiel!», y ante un nuevo acceso de vacilación en Macbeth le increpa: «Apretad los tornillos de vuestro valor hasta su punto firme y no fracasaremos»

Según el estudio magistral de Harold Bloom, Macbeth sufre intensamente por su íntima conciencia de que se está hundiendo en la ignominia, pero eso no parece afectar a Lady Macbeth. Deslumbrado por el temple de su esposa Macbeth le dice: «¡No des al mundo más que hijos varones pues de tu temple indomable no pueden salir más que machos!» Ella vive completamente al margen de los valores canónicos de la moral. Su único derrotero visible es la perpetuación del arbitrio real por encima de todas las aprensiones éticas. Le reprocha a su marido: «Me avergonzaría tener el corazón tan blanco». Y una vez que el crimen se ha consumado, asesinando el sueño, liquidando la legalidad, ella trata de suministrar a su cómplice esposo el arrojo necesario para llegar hasta el final del camino: «Todo se pierde cuando nuestro deseo se realiza sin satisfacernos». Según Jan Kott en Lady Macbeth todo se ha extinguido salvo la exigencia de poder. Ella sigue ardiendo, aunque esté vacía. No puede escapar de sí misma.

Lady Macbeth proyecta su presencia en todos los tiempos. Es también Agripina, conspirando contra Claudio para entronizar a Nerón. Es Isabel de Castilla recortando las facultades de Fernando de Aragón para imponer su voluntad sobre el reino español. Es Madame Pompadour ejerciendo sus artes de seducción sobre Luis XV para conformar el estado francés y promover la alianza con Austria contra los principados alemanes. Es María de Medicis complotada contra el cardenal de Richelieu y su hijo Luis XIII. Es Cleopatra confabulada con Julio César contra su hermano Ptolomeo para favorecer la sucesión dinástica de su hijo Cesarión.

Simone de Beauvoir reconoce que la mujer enfrenta una resistencia redoblada a su instalación hegemónica en el mundo social, su libertad no le es reconocida. El orbe creado por el macho le concede todas las prerrogativas a éste y obstruye las opciones de la mujer. Las mujeres ganan 20% menos salarios que los hombres por igual trabajo. A inicios del pasado siglo XX no tenían aún acceso a la enseñanza superior. La práctica alemana de condenarlas a la cocina, los niños y la iglesia (las tres k: kuche, kinder, kirche) era una norma acatada. En la Grecia de Pericles y en la Roma republicana las mujeres no tenían derecho a elegir ni ser elegidas. Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que surgiera un movimiento de sufragistas. Después de la Primera Guerra Mundial veintiocho países promulgaron el derecho al voto de las mujeres. Suiza tuvo que esperar hasta 1971 para alcanzar ese derecho femenino.

Entre el machismo irredento y la cortesana intrigante hay matices que deben ser iluminados. Ni tanto, ni tan poco. A la mujer, sus derechos plenos como ser humano; las maquinaciones espurias para acceder al poder, en hombres como en mujeres, deben ser impugnadas por los seres de buena voluntad.

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