Ryszard Kapuściński supo convertir en virtud la necesidad periodística de indagar en los imponderabilia . Para el maestro, todos esos diminutos gestos, aburridas rutinas y monótonos sonidos que envuelven lo cotidiano, componen buena parte de este universo complejo que llamamos realidad. Por ello, siempre aconsejaba poner atención al más mínimo […]
Ryszard Kapuściński supo convertir en virtud la necesidad periodística de indagar en los imponderabilia . Para el maestro, todos esos diminutos gestos, aburridas rutinas y monótonos sonidos que envuelven lo cotidiano, componen buena parte de este universo complejo que llamamos realidad. Por ello, siempre aconsejaba poner atención al más mínimo cambio, por anecdótico que pareciera, ya que éste podría ser el detonante o el augurio de la más profunda revolución. Kapuściński compartía, de este modo, la misma intuición analítica que Agatha Cristhie o Dashiell Hammett , en cuyos relatos logramos aprender cómo detrás del más intrascendente detalle suele esconderse, casi siempre, la verdadera clave del crimen.
Las páginas impresas de los diarios -y ahora también las frías pantallas de los ordenadores- son, desde su pretensión de espejos de una supuesta realidad, cobijos idóneos para este tipo de insignificancias que sin embargo parecen esconder la solución de algún enigma. No he podido pensar en ello mientras estos días leía la noticia de la detención en Holanda del joven paquistaní Aqueel Ur Rehman Abbassi , acusado de pertenecer a una supuesta célula islamista , desarticulada en enero por la policía cuando, según un delator, estaba a punto de inmolarse con una bomba en el metro de Barcelona.
En cualquier caso, más que los preparativos del atentado, lo que atrajo mi atención fue el comportamiento burocrático de este estudiante de Comercio Internacional en la Universidad de Breda , que llegó al Barrio del Raval con la presunta vocación de convertirse en un asesino suicida. Ajeno a los más básicos consejos de clandestinidad, Abbassi , que se preparaba para morir en unas semanas, parece dedicar sus presentidos últimos días en rellenar los más variados impresos administrativos: se inscribió en el padrón municipal, se sacó el carnet de la biblioteca pública de Sant Pau i Santa Creu y, lo que resulta más fascinante, solicitó ser admitido en el Servei Català de Salut .
Es cuanto menos llamativa esta preocupación por la salud en un hombre que se prepara para destrozar su cuerpo. Tal vez detrás de este afán preventivo esté el temor ante un imprevisto e impertinente catarro que le impidiera alcanzar el camino del martirio.O simplemente respondía a la más incontrolada hipocondría. Sea lo que fuera, esperemos que el próximo juicio ayude a desvelar el misterio. Porque, obviamente, Abbassi nunca llegó a inmolarse . Ni en Barcelona, ni en Alemania, donde los servicios de información apuntaban que iba a cometer otra masacre. Al final, el joven paquistaní regresó a Holanda donde fue detenido, declarado persona non grata tras no encontrar ningún cargo contra él, e internado en un centro de extranjería en Vught. Allí llevaba meses esperando su deportación hasta que ahora, de nuevo, ha sido detenido a petición del juez Ismael Moreno que reclama su extradición por su participación en la supuesta conspiración del Raval .
Pero las anécdotas, los pequeños detalles que insisten en destacar en esta historia, no se reducen en este caso a los avatares administrativos de Aqueel Ur Rehman Abbassi . Existen otras insignificancias que se empeñan en llamar la atención mientras se repasa lo publicado aquellos días. Destaca, por ejemplo, el mecánico trabajo realizado por el periodista de El País que tuvo que editar el teletipo de agencia sobre el auto de procesamiento a los 11 detenidos. Especialmente curiosa es su freudiana elección del lugar donde estampar las comillas, ese recurso gráfico con el que el redactor acentúa la veracidad de unas palabras extraídas directamente de la realidad, y por lo tanto destacables del resto de su relato.
El anónimo periodista utilizará las comillas para describir la corriente religiosa a la que pertenecen los inculpados, el Tablighi Jamaat . En realidad, poco nos dice de esta tendencia islámica, de fuerte vocación proselitista, fundado en 1927 por el maestro sufí Maulana Muhammad Ilyas Kandhalawi en Mewart , una provincia india cerca de Delhi . El redactor sólo informa de que se trata de una «versión rigurosa» del Islam que justifica el uso «indiscriminado» de la violencia, remarcando con las comillas el pavor de un lector anónimo que de repente se descubre víctima potencial de unos fanáticos. Un pánico que se verá acrecentado con la ambigua redacción del párrafo siguente , donde al describir las características del explosivo que se iba a utilizar cita textualmente del auto judicial la expresión: «con garantías de causar estragos», pero deja fuera del entrecomillado la negación, precisamente, de esa posibilidad.
Resulta curiosa esa aleatoria distribución de comillas. Sobre todo en las referencias a el Tablighi ya que unas semanas antes, este mismo diario publicaba un artículo de Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos, en la que, pese a reconocer proximidades con grupos armados, señalaba que los miembros de esta corriente «no abogan por el uso de la violencia». La aparente contradicción se desvanece cuando acudimos al teletipo de Europa Press que originó la información sobre el auto judicial publicada por El País. Así descubrimos que esa tendencia violenta de Tablighi es producto del nuevo arte que el periodismo ha encontrado en las nuevas tecnologías: el cortar y pegar. Al borrar parte del texto original del teletipo, el redactor achaca a todo el grupo religioso lo que, según el juez, responde a una estructura que ha derivado hacia formas más radicales. Y lo mismo ocurre con el material explosivo que, según el auto, «carecía de suficiente potencia destructiva».
Ignoro si estos cambios son producto de la inexperta mano de uno de esos becarios en prácticas que tanto abundan en esta profesión tan precaria . O tal vez del exceso de celo de un veterano redactor interesado en poner algo más de picante a la fría información judicial. Me resisto a pensar que detrás exista una intención manipuladora. Prefiero creer que, como la preocupación por la salud de Aqueel Ur Rehman Abbassi , sólo se trata de una anécdota. Una más. Ahora quedaría por descubrir en cuál de todos estos insignificantes detalles se esconde la auténtica clave de algún crimen. JOSE MANUEL RAMBLA http://esteladodelparaiso